La Guerra del Pacífico: Los Héroes Olvidados, Los que Nunca Volverán 

 

 

 

 

Un hombre solo muere cuando se le olvida

*Biblioteca Virtual       *La Guerra en Fotos          *Museos       *Reliquias            *CONTACTO                              Por Mauricio Pelayo González

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Cuando a tu paso tropieces con una lápida, aparta la vista para que no leas: AQUÍ YACE UN VETERANO DEL 79. Murió de hambre por la ingratitud de sus compatriotas.

Juan 2º Meyerholz, Veterano del 79

 

 

     Condecoraciones

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

(Correspondencia especial para “EL COMERCIO”)

Abril 8 de 1879.

Señores y amigos:       

Dejando por unos instantes el rifle, paso a dar a ustedes cuenta, rápidamente siquiera, de la violenta y caprichosa agresión de la escuadra chilena y de los sucesos desarrollados con tal motivo en esta capital.

El día 3 circuló con Generalidad la noticia de que no solamente había fracasado la misión encomendada al señor Lavalle sino que el Congreso había autorizado al ejecutivo para declarar la guerra al Perú.

Este hecho, las tendencias anti-americanas de Chile, el ningún respecto de su Gobierno a la ley internacional, bien acreditado en el litoral boliviano, la idea insinuada por la prensa de Santiago y Valparaíso de ocupar el departamento de Tarapacá, como punto estratégico y como fuente que es de recursos para el Perú, presagiaban la tempestad que al fin estalló el 5 del corriente.

El día 5 entre diez y once de la mañana se divisaron por el sur dos buques a vapor, apareciendo una hora después tres más, a vapor también. A la una de la tarde todos reconocieron a la escuadra chilena que avanzaba al puerto en son de combate.

Al esparcirse en la población la nueva de que la escuadra chilena estaba a la vista, como por un tocamiento eléctrico se levantó en masa resuelta a rendir la vida en defensa del sagrado suelo de la patria.

El acaudalado comerciante, el hombre de letras, el industrial, todos, dominados por el santo amor a la patria, se aprestaban, rifle en mano, a rechazar cualquier desem­barco.

El espectáculo que ofrecía Iquique era verdaderamente conmovedor.

A las tres de la tarde la escuadra se presentó, corno dicen los marinos, en demanda del puerto.

El Blanco Encalada, que monta el Contra-Almirante Williams Rebolledo, y el Cochrane, blindado como aquel, se aproximaron a la isla de Cuadros, situada a un cuarto de milla de la ciudad, con el objeto de reconocerla. Convencidos de que no había en ella fortificación alguna el buque almirante izó dos banderas, que fue la señal para que los demás buques avanzasen a la rada.

El orden de marcha era el siguiente: la Esmeralda, la O'Higgins, la Chacabuco, el blindado Cochrane y la capitana Blanco Encalada. En el fondeadero ocuparon el orden inverso en línea paralela.

Acto continuo se dirigió a bordo del Blanco Encalada el capitán de puerto, capitán de corbeta don Salomé Porras, que fue recibido con frialdad por el Almirante Williams Rebolledo. Le preguntó éste por la denominación que tenía el jefe de la plaza; y, absuelta que fue la pregunta, agregó el Almirante: Tenga usted la bondad de decirle al Prefecto que cumpliré al pié de la letra la comunicación que en breve le será entregada por un oficial de mi escuadra.

Se desembarcó el capitán de puerto y vino tras él el mayor de órdenes de la escuadra el Capitán de Fragata don Arturo Prat, con la siguiente comunicación: [1]

Prat es un marino de arrogante talle, bien parecido y de maneras cultas. Desembarcó con mucha naturalidad y pasó por entre el inmenso gentío que había en el muelle.

 Ni una sílaba se escapó a la muchedumbre que indignada presenciaba esta escena.

Un silencio sepulcral, aquel que precede a los grandes acontecimientos, reinaba en los alrededores del muelle y la Prefectura.

Prat subió a la Prefectura. El Prefecto lo recibió atentamente; entregó la nota y pidió permiso para entregar otra al Cuerpo Consular.

En la nota al Decano del Cuerpo Consular manifestaba Rebolledo que a consecuencia de la actitud hostil del Perú con Chile, en la contienda boliviana, se ve precisado a bloquear a Iquique, como punto estratégico, y le indica que los súbditos extranjeros pueden embarcarse en los vapores, con un pasaporte del Cónsul respectivo, que irá visado por él.

Prat regresó después de cumplida su comisión a bordo, volvió a tierra a las cinco y media de la tarde a notificarle verbalmente al Prefecto que se abstuviera de continuar los trabajos de fortificación de la isla, porque la escuadra se vería obligada a destruirlo todo.

El prefecto le contestó que “haría en la esfera de lo posible cuanto pudiera para defenderse.”

El Cuerpo Consular, reunido a indicación de su Decano, el señor Enrique Sattler, Cónsul del imperio alemán, acordó en la noche misma del 5 pedir explicaciones al jefe de la escuadra chilena sobre algunos puntos de su oficio.

Como el Almirante Williams Rebolledo deja entrever en su oficio la idea de que, en caso necesario, bombardearía el puerto, parece que las explicaciones del Cuerpo Consular se limitaban a este punto.

No sería extraño, atendido el desdén con que el Gobier­no de Chile mira los principios del derecho internacional, canonizados por la práctica de los pueblos cultos, no sería extraño, repetimos, el bombardeo de Iquique por la escuadra chilena, por más que este puerto sea abierto, indefenso, esencialmente comercial y de construcción de suyo combustible.

Al día siguiente se constituyo a bordo del Blanco Encalada el Cuerpo Consular con el objeto indicado, habiendo sido recibido por el Almirante con frialdad y hasta con disgusto, según me lo ha dicho uno de los señores cónsules.

El Almirante se expresó con la misma ambigüedad de su oficio. Dijo que, en cumplimiento de las órdenes de su Gobierno, se limitaba por ahora al bloqueo; pero que no por esto dejaría de emplear otras hostilidades más efica­ces si las circunstancias de la guerra lo exigían.

No es, pues, exacto lo que asevera el COMERCIO de este puerto, a saber: que el Almirante Williams Rebolledo había autorizado a uno de los cónsules para comunicar a su Ministro en Lima que Iquique no sería bombardeado por la escuadra chilena.

El Almirante Rebolledo se ha limitado a decir que por ahora, establece únicamente el bloqueo de Iquique y sus inmediaciones; pero que no por esto dejará de emplear, si las circunstancias de la guerra lo exijan, hostilidades más eficaces.

Aseguramos esto bajo el testimonio de uno de los más respetables cónsules con quien hemos hablado en la noche de ayer.

Apenas se avistó la escuadra chilena, todos los ciudadanos corrieron precipitadamente a los cuarteles de la Guardia Nacional pidiendo armas y dando estruendosos vivas al Perú. Civilistas, pierolistas, pradistas, olvidando sus antiguas diferencias, se acordaban únicamente de que eran peruanos obligados a defender el sagrado suelo de la pa­tria y a escarmentar a sus injustos invasores.

El entusiasmo era indescriptible.

El distinguido doctor La Torre, Senador suplente por el departamento y segundo Jefe, del batallón Iquique Número 1, a cargo del mismo por hallarse en el interior el primer jefe, señor Ugarte, dirigió la palabra al pueblo en el teatro, pronunciando un patético discurso, adecuado a la solemnidad de las circunstancias, que fue interrumpido varias veces con calurosos aplausos y vivas al Perú y a Bolivia. Más de quinientos ciudadanos, resueltos todos a morir en defensa de la República, manifestaban que en sus venas corría la sangre de los vencedores en Junín y Aya­cucho.

Sentimos muy de veras no poder trascribir a ustedes la feliz improvisación del inteligente doctor La Torre. Inmediatamente ordenó la formación del batallón, dirigiéndose en seguida a la Aduana, en donde se hallaban las armas. En el trayecto del teatro a la Aduana, no cesaban los vivas al Perú y a Bolivia, y apenas llegó el batallón a este punto, el doctor La Torre, a petición de varios ciudadanos, volvió a hacer uso de la palabra con igual elocuencia. En la plazuela de la Aduana habría como mil ciuda­danos en esas circunstancias, en el semblante de todos los cuales se notaba la resolución más decidida de defender la patria hasta rendir la vida.

El señor don Alfonso Ugarte, primer jefe del batallón Iquique número 1, se hallaba en la Noria desde la víspera; pero apenas supo por telégrafo la noticia que la escuadra chilena estaba a la vista, se trasladó a este puerto a ponerse al frente de su batallón.

Al ocuparnos del señor Ugarte, no dejaremos de consig­nar el hecho de haber obsequiado a su batallón un vestuario completo, cuyo monto asciende a doce mil soles más o menos.

Este donativo, amén de los esfuerzos desplegados por el señor Ugarte en defensa de la República, demuestran el temple de alma de este digno iquiqueño.

En la Bodega del Morro, cuartel de la columna naval, que tan dignamente comanda el distinguido y valiente teniente coronel don Carlos L. Richardson, segundo jefe que fue de la antigua columna Constitución del Callao en la administración del Excmo. señor Pardo, tenían lugar acontecimientos de igual naturaleza.

Los individuos que la forman, todos del gremio de playeros, estaban en sus puestos con sus distinguidos oficiales.

La columna naval, dominada por su patriótico ardimiento, no cesaba de repetir estruendosos vivas al Perú.

Difícil es describir el hermoso espectáculo que ofrecía la columna naval en tan solemnes momentos para la pa­tria.

El doctor Meléndez, segundo jefe de la columna naval, dirigió la palabra al pueblo desde uno de los balcones de la Aduana, pronunciando una felicísima improvisación que concluyó por un oportuno—¡ciudadanos, a las armas! ¡Viva el Perú!

Al tomar las armas la columna de honor, al mando del entusiasta coronel don Juan de Dios Hidalgo, el doctor Aduvire, que es uno de los soldados de este cuerpo, dirigió a sus compañeros de armas una patética peroración, varias veces interrumpida por los aplausos del auditorio.

La columna del señor Hidalgo es compuesta de personas de alta posición social. A su cabeza marcha de simple Sargento, rifle al hombro, el distinguido doctor don Francisco Valerio Reyes.

Apenas se avistó la escuadra chilena, el Prefecto del departamento ordenó que todos los chilenos se congregaran en un solo punto—en el local que se está construyendo para matadero general—con el objeto de preservarlos de cualquier atropello en la exaltación del patriotismo.

Aunque el pueblo ha respetado las personas y propiedades chilenas, no por eso deja de ser recomendable la previsión de la autoridad.

El diputado por la provincia, señor Billinghurst, se dirige a los secretarios de la Honorable Cámara a que pertenece, manifestándoles que la situación de la provincia, por consecuencia de la violenta e injustificable agresión de la escuadra chilena, le señala el puesto que ocupa en el ejército en campaña, por lo cual no podrá concurrir a las sesiones extraordinarias a que ha sido convocado el Congreso Nacional.

Iquique se encuentra defendido por cuatro mil hombres, entre los de línea y guardia nacional, de manera que es poco menos que imposible una invasión por tierra de las fuerzas chilenas. Si tal intentaran, encontrarían aquí su tumba.

De las investigaciones que hemos hecho en la capitanía del puerto y en la agencia de vapores, resulta que desde el 14 de Febrero hasta la fecha han abandonado a Iquique cinco mil chilenos, entre hombres y mujeres. Todos se han dirigido a Chile.

De usted afectísimo amigo.

El Corresponsal.


 

[1] Nota de Williams Rebolledo al Prefecto Dávila, notificándole el bloqueo.

 


 

 

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