La Guerra del Pacífico: Los Héroes Olvidados, Los que Nunca Volverán 

 

 

 

 

 

Un hombre solo muere cuando se le olvida

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PARTES OFICIALES SOBRE EL ASALTO Y TOMA DE PISAGUA

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Cuando a tu paso tropieces con una lápida, aparta la vista para que no leas: AQUÍ YACE UN VETERANO DEL 79. Murió de hambre por la ingratitud de sus compatriotas.

Juan 2º Meyerholz, Veterano del 79

 

 

     Condecoraciones

 

 

 

 

 

PARTE DEL COMANDANTE JUAN JOSÉ LATORRE

Núm. 102.‑ COMANDANCIA DEL “ALMIRANTE COCHRANE”

Pisagua, Noviembre 2 de 1879

Cumpliendo con las órdenes de V. S., el 25 del próximo pasado a las 6 h. 45 P. M. zarpamos de Antofagasta. Debido a las causas que V. S. conoce llegamos a este puerto ayer a las 6 A. M.

En virtud de las instrucciones del señor General en Jefe, a la hora indicada, habiendo dejado antes los botes en el trasporte Copiapó, avanzamos los buques de guerra hacia adentro del puerto, y después de estudiar las posiciones enemigas, rompió sus fuegos el de mi mando contra la batería del Sur, a las 7 h. 5 m., a 1.300 metros de distancia.

A las 7 h. 55 m., habiendo cesado los fuegos de ésta, sus­pendimos los nuestros gobernando en seguida al centro del fondeadero. Como el enemigo empezase a refugiarse en la población, fue preciso disparar algunos tiros para desalo­jarlo, lo que causó incendio en ella. Después se dispara­ron varias granadas Shrapnel en protección del desembar­co de las tropas de los trasportes.

En este buque hemos tenido que lamentar algunas bajas en los que tripulaban las embarcaciones, y entre ellos el valeroso guardiamarina señor Luís V. Contreras, que fue herido gravemente en un hombro por bala de rifle; y de la tripulación:

Marinero 2º Ramón Fierro, muerto por rifle.

Marinero Juan Arroyo, herido levemente.

Grumete Ceferino Flores, herido levemente.

Carbonero Eulogio Tejeda, herido levemente.

El número de proyectiles que se han empleado es de 128, repartidos en diversos calibres, como sigue:

47 granadas comunes de 9 pulgadas.

11 granadas Shrapnel de 9 pulgadas

36 granadas comunes de 20 libras.

13 granadas de Segmentos de 20 libras.

13 granadas de Segmento de 9 libras.

1 Metralla de 9 libras.

8 Granadas comunes de 7 libras en la lancha a vapor.

En la operación del desembarcó se varó el bote prime­ro, haciéndose en seguida pedazos a causa de la reventa­zón, habiendo sido imposible salvarlo.

Acompaño a V. S. originales los partes que me han pasado los comandantes de la O’Higgins, Magallanes y Covadonga, buques que tomaron parte en la acción.

Dios guarde a V. S.

J. J. LATORRE

Al señor Comandante, en Jefe accidental de la Escuadra.

***

PARTE DEL COMANDANTE JORGE MONTT

COMANDANCIA DE LA CORBETA “O’HIGGINS”.

Pisagua, Noviembre 2 de 1879

En cumplimiento de las órdenes recibidas ayer, entré a este puerto en convoy con el Cochrane, a las 6 de la mañana de hoy, y habiéndome hecho las señales de romper el fuego sobre el fuerte situado en la parte Sur de la población, rompí sobre él los fuegos a las 7 h. 5 m., y los continué hasta las 8 en que quedaron completamente apagados.

A las 10 h. en unión del Cochrane, Magallanes y Covadonga, rompimos nuevamente los fuegos y la O’Higgins sobre las trincheras y parapetos del enemigo, habiéndolos continuado hasta las 2 de la tarde, hora en que aquél, tomado por la retaguardia, por una parte de nuestro ejér­cito y batido de frente por el resto del que pudo desembar­carse en medio de un vivo fuego de fusilería huyó; y cesaron entonces nuestros tiros que en general fueron certeros.

El número de granadas disparadas por este buque as­ciende a 180, calibre de 115, 70 y 40.

Por separado acompaño a V. S. la relación de los muertos y heridos que en este momento existen a bordo, ocasionados en el desembarque.

El inventario de las prendas de ropa, ajustes y otros ob­jetos pertenecientes a los fallecidos, se están formando por el contador del buque, para remitirlos en primera oportunidad a la Comandancia General de Marina.

Dios guarde a V. S.

J. MONTT

Al señor Comandante de la división Naval.

***

PARTE DEL COMANDANTE AURELIANO SÁNCHEZ

COMANDANCIA DEL VAPOR “ABTAO”.

Pisagua, Noviembre 2 de 1879

Tengo el honor de poner en conocimiento de V. S. todo lo ocurrido en el buque de mi mando yendo en convoy en viaje de Antofagasta a Pisagua.

El 28 del mes próximo pasado, a las 6 h. P. M., zarpa­mos juntamente con los buques de guerra Cochrane, Abtao, Magallanes, Covadonga, Loa y los trasportes Itata, Limarí, Santa Lucia, Toltén, Lamar, Hua­nay,  Toro, Angamos y Paquete de Maule, siguiéndonos durante el viaje las corbetas de S. M. B. Turquoise y Thetis.

La Magallanes, Angamos y Toro se apartaron de la escuadra una vez montada punta Tetas con rumbo al Norte del compás, siguiendo el grueso del convoy con rumbo al Noroeste con un andar de cuatro a cinco millas.

En la mañana del siguiente día se destacó el vapor Covadonga con rumbo a tierra, a la altura de Mejillones de Chile. En la tarde hizo igual maniobra el buque de la insignia, Amazonas, y con igual rumbo, quedando en su lugar el Almirante Cochrane y recibiendo orden el convoy de aguantarse sobre la máquina. En la mañana siguiente volvió a reunirse a la escuadra, y después de haberse puesto al habla con el Cochrane, se largó a todo andar rumbo a tierra.

El convoy principió su marcha rumbo Norte del mun­do, andando cinco millas. Al amanecer se avistaron cinco humos por el Oeste, que más tarde resultaron ser la O’Higgins, Magallanes, Matías Cousiño, Amazonas y Copiapó: este último remolcando a la fragata mercante Elvira Álvarez, los cuales se incorporaron a la escuadra. El Amazonas, después de ponerse al habla con el Cochrane siguió al Norte a todo andar. Más tarde se incorporó éste al trasporte Angamos.

Después de pequeñas alternativas y paradas del convoy por atraso de algunos buques menores, a las 6 h. 50 m. A. M. del día 2, entramos a la bahía de Pisagua los buques de guerra Cochrane a la cabeza, y sucesivamente la O’Higgins, Magallanes, Amazonas, Abtao, Loa y Covadonga; a continuación los trasportes Copiapó y Limarí, que conducían la segunda división de desembarco, siguiendo los demás buques un poco atrás.

A las 7 h. los buques de guerra atacaron a 1.000 metros de distancia los dos fuertes, situados uno al Norte y otro al Sur de la población, cada uno con un cañón de a 100, Parrott, rompiendo sus fuegos sobre ellos, los que con­testaron con tres cañonazos el del Sur y uno el del Norte, apagando sus fuegos inmediatamente por la certera pun­tería de los cañones de nuestra escuadra, causándoles va­rias bajas, y abandonando sus fuertes huyeron hacia los cerros. En seguida se concretó la escuadra a bombardear la población para desalojar al enemigo y destruir todos los parapetos y lugares donde había grupos de soldados y faci­litar el desembarco de nuestro ejército, lo que se consiguió en muy poco tiempo incendiando la ciudad en cuatro dis­tintos puntos, depósito de salitre y carbón, formando el total una especie de hoguera y nubes de humo que cubrían los cerros de la bahía.

El Amazonas, Magallanes, Itata y Angamos partieron momentos después al Sur con la 1ª división para desembarcarla en Junín.

El vapor Abtao que conducía al regimiento 4º de línea, sin embargo de encontrarse con su cubierta y entrepuente llenos por la tropa de trasportes y otros útiles de desem­barco y aguada en pipas para el ejército, iba a disparar los dos cañones de a 150 que monta este buque, sobre la población, cuando recibió orden por seña del buque jefe de retirarse por no ser necesario hacer más disparos, desde que estaba incendiada la ciudad; los fuegos de los fuertes apagados y abandonados.

Arriamos los botes del buque bien tripulados y armados con rifle, a cargo uno del guardiamarina señor Castro, y en el otro y al mando de ambos, al teniente 2º don José Luís Silva.

Igual maniobra hicieron los demás buques de guerra y trasportes. Estas embarcaciones debían llevar tropas a tierra.

A las 10 h. 45 m. se puso en marcha la flotilla para el desembarco, conduciendo como 300 soldados de los batallo­nes Zapadores, Atacama, y 25 del Buin, llevados estos úl­timos por los botes de nuestro buque, la cual avanzó hacia tierra haciendo fuego, en medio de una granizada de balas que de la playa, peñascos y alturas de los caminos de Zig­zag del elevado cerro a escarpe, les dirigían los invisibles enemigos. Las embarcaciones se veían rodeadas de una nube de humo y agua, causándonos muchas bajas tanto en el ejército como en los tripulantes, así es que., desde el momento de poner pié en tierra, nuestras pequeñas fuerzas tenían que luchar casi siempre cuerpo a cuerpo con el enemigo para desalojarlo de sus parapetos y de las piedras que rodean la playa, lo que se consiguió después de muchas bajas por ambas partes y mediante el esfuerzo heroico de nuestros soldados, protegidos por los fuegos que los buques de guerra hacían sobre los grupos que intentaban bajar de los cerros.

Desembarcados los soldados, se desplegaron en guerrilla y principiaron a batirse como leones subiendo los caminos de los cerros y haciendo huir al enemigo, el que despavorido abandonaba sus fosos corriendo siempre hacia las cumbres, donde los buques de guerra los barrían con sus certeros y mortíferos tiros a granadas.

A las 11 h. desembarcó el primer refuerzo, siempre aco­sado por los fuegos de las alturas; pero de la playa y pe­ñascos ya nuestros bravos soldados habían desalojado al enemigo.

A las 11 h. 10 m. un grupo como de 25 hombres de los nuestros alcanza al primer camino de la línea del ferrocarril; en ese momento de todos los buques se oye un estruendoso  ¡Viva Chile! y las bandas de música rompen con la Canción Nacional, y mientras se envían refuerzos, una segunda ascensión por la segunda falda ejecutan nuestros soldados para apoderarse del segundo camino también.

Los cadáveres se ven rodar, tanto del enemigo como de los nuestros.

El desembarco, se hace ya con ligereza y alivio. Por todas partes se ve nuestro ejército subiendo los deshechos hasta tomar el camino que los lleva a la cumbre, donde, después de un pequeño fuego, huyeron los enemigos.

Se izó el pabellón nacional en varios lugares y se obtuvo un triunfo completo, tomando el campamento del enemigo mediante al comportamiento heroico del ejército y la parte activa que tomó nuestra escuadra, que con sus granadas les hizo huir de sus parapetos.

En el buque de mi mando no ocurrió novedad durante el viaje y toma de Pisagua.

Desembarqué el regimiento 4º de línea con todo su equipo.

El Abtao continúa condensando agua dulce para el consumo del ejército.

El comportamiento de los oficiales de mi buque durante el combate, fue altamente honroso.

Dios guarde a V. S.

AURELIANO T. SÁNCHEZ

Al señor Comandante en Jefe accidental, capitán de fragata, don Manuel T. Thomson.

***

PARTE DEL COMANDANTE MANUEL THOMSON

COMANDANCIA EN JEFE ACCIDENTAL DE LA ESCUADRA.

Pisagua, Noviembre 3 de 1879

Señor:

Desde mi última comunicación desde Antofagasta, de fecha 21 del próximo pasado, hasta el 26 del mismo mes, día en que comenzó el embarque, se ocuparon los buques de la escuadra de mi accidental mando, en alistarse para recibir las tropas, pertrechos de guerra, artillería, caballos, forraje, víveres, etc., etc. El 28 todo listo a bordo de los diversos buques que iban a formar el convoy y recibidas por éstos las instrucciones por escrito que versaban sobre el orden de salida fuera del puerto, orden de marcha que debía observarse durante el viaje, acompañándoseles el diagrama para que conociesen sus colocaciones, códigos que debían emplearse, cuando el nacional y cuándo el internacional, luces que debían llevarse durante la noche en caso de accidente, modo de avisarlo de día o de noche, modo de usar las señales para que fueran pronto comprendidas por toda la escuadra, manera de tomar el fondeadero para evitar colisiones, punto de reunión en caso de separación de alguno de ellos, etc., etc.; y habiendo recibido a bordo del buque de mi insignia, crucero Amazonas, a los señores General en Jefe del ejército de operaciones del Norte y ayudantes, Ministro de Guerra y Marina en campaña y ayudantes, Jefe de Estado Mayor y ayudantes, Delegado del ejército y marina en campaña, y varias otras autoridades tanto civiles, militares como eclesiásticas, zarpamos de este puerto a las 6:45 P. M. gobernando al Oeste poco a poco, para dar tiempo a que todos los buques tomaran su colocación designada, siendo estos el blindado Almirante Cochrane, vapor Abtao, cañonera Magallanes, cruceros Amazonas y Loa, trasportes Itata y Copiapó, este último dando remolque a la fragata nacional Elvira Álvarez, Limarí, Lamar, Paquete de Maule y Toro.

Durante la noche, la Elvira Álvarez, con el Copiapó, que cerraban la línea a retaguardia, cortó el remolque, por cuya causa perdieron de vista el convoy, y junto con el vaporcito Toro, que caminata al costado de la Elvira, se dirigieron a Mejillones, en donde se reunieron a la corbeta O’Higgins y trasporte Matías Cousiño, que de orden del señor General en Jefe del ejército de operaciones del Norte embarcaban tropa en aquel lugar.

Hice el 31 un reconocimiento frente a Tocopilla con el crucero Amazonas para ver si el Angamos y la Covadonga se encontraban allí, pues el primero había ido a aquel puerto a embarcar parte del regimiento de Artillería de Marina y dejar en su lugar al batallón Lautaro, y el último había sido destacado con el objeto de acompañar la Elvira Álvarez y el Copiapó.

El 1º de Noviembre todo el convoy reunido perma­neció en el paralelo de Pisagua y a cincuenta millas de distancia de la costa, lugar de concentración en caso de separación de algunos de los buques, celebrando a bordo del crucero Amazonas los últimos consejos de guerra con los comandantes de los buques de la escuadra y los jefes de los batallones, para el mejor éxito del ataque combi­nado de la escuadra con las fuerzas de desembarco. A las 6 P. M. de este día, terminados ya los consejos y confe­rencias, ordené al convoy gobernar al Este verdadero con un andar máximo de cinco millas, y a las 4 A. M. del 2, tenía por la proa la quebrada de Pisagua a ocho millas de distancia.

En esta situación disminuí a tres millas el andar del Amazonas para dejar acercarse el convoy que se había quedado atrás durante la noche, esperando los trasportes de rueda Paquete de Maule y Huanay. A las 5 A. M. ya entre claro, reconocí la población de Pisagua y me dirigí al surgidero con el Cochrane, O’Higgins, Magallanes y Covadonga, buques destinados a atacar los fuertes y despejar la playa y parapetos, para preparar el desembarco. A las 7, reconocidos éstos, y habiendo tomado cada uno de ellos la colocación destinada al efecto y ordenado arriar sus botes tripulados convenientemente y situarse claros de la línea de buques, rompió el fuego el Cochrane a 1.300 metros de distancia, haciéndose en seguida general por los demás buques.

Durante el ataque a los fuertes de la población, situados el uno al Suroeste de ésta y el otro en la punta Norte de Pisagua, el Amazonas disparó algunas granadas sobre las tropas y campamentos que se divisaban en la cumbre de los cerros que caen sobre la ciudad.

A las 10:35 A. M., notando que apresuradamente se descolgaba mucha tropa de la que se hallaba acampada en la parte superior de los cerros y a la que el Amazonas había dirigido sus fuegos y que llegaba a parapetarse den­tro de la población, haciéndose difícil el desalojarla cuando se intentase el desembarco, consulté al señor Ge­neral en Jefe y Ministro de Guerra y Marina en campaña, la conveniencia de bombardearla, y siendo de la acepta­ción de estos señores jefes, puse señales a los buques de la escuadra de concentrar sus fuegos sobre la ciudad, lo que en el acto se ejecutó.

Mientras esto sucedía, 10:45, el Jefe de Estado Mayor y ayudantes, con el capitán de navío graduado don Enrique M. Simpson, a cuyo cargo corría la dirección del desembarco de la segunda división, se desatracaban del Amazonas en la lanchita a vapor, para cada cual llenar su come­tido. Esta división la componían el batallón Atacama, regimiento Buin, 100 hombres del 2º de línea y 100 hom­bres de la brigada de Zapadores, los que desembarcaron por la parte Norte y Sur de la población, después de una gran resistencia de parte del enemigo que hacia un nutrido fuego de fusilería parapetado detrás de las piedras y metidos en las zanjas y fosos al costado de la vía férrea.

Las tripulaciones de los buques de la escuadra se por­taron bravamente y han disminuido un tanto a consecuen­cia de las bajas que han experimentado, pues, repetidas veces se vio salir del costado de un buque un bote con su dotación completa y volver solo la mitad haciendo uso de sus remos, teniendo, en tal caso, que echar arriba los muertos y heridos y volver nuevamente a tripularlo para continuar conduciendo la gente de desembarco. Los partes originales que adjunto a V. S. de los comandantes de los buques, le harán ver lo expuesto; permitiéndome hacer notar a V. S. la parte tan activa que ha tocado a la arma­da de la República en el ataque y toma de Pisagua.

A las 11 h., habiendo recibido órdenes del señor Gene­ral en Jefe, para dirigirme a Junín, según lo acordado el día anterior, hice señales al Itata y Magallanes de “seguir mis aguas” y al Angamos de cruzar fuera del puerto, fon­deando en aquel surgidero a las 11 h. 35 m. A. M. Acto continuo dí principio al desembarco de la primera divi­sión, compuesta del regimiento 3º de línea, batallón Naval, batallón Valparaíso y dos baterías de montaña, después de haber hecho algunos disparos a la tropa enemiga que se veía en las inmediaciones del desembarcadero, la que huyó precipitadamente. A las 11 h. 35 m., el oficial encargado de la división, teniente 1º don Emilio   Valverde, pisó en tierra y enarboló el pabellón nacional.

A las 5 h. se habían desembarcado las fuerzas que con­ducíamos, las que ganaron inmediatamente a paso de carga la cima de los cerros para cortar por retaguardia la tropa enemiga que defendía a Pisagua.

A las 7 h., habiendo dado orden de restituirse a bordo al oficial encargado del desembarque, izado todas las em­barcaciones, dejado en tierra un piquete de 15 hombres de la guarnición de este buque, a cargo de un oficial, para el cuidado del lugar, zarpé con dirección a Pisagua, donde fondeé a las 7 h. 45 m. P. M.

Al amanecer del día siguiente se continuó el desembarque de caballos, víveres y pertrechos de guerra que tenía a mi bordo, haciéndose igual cosa por los tras­portes.

La conducta tan valerosa y decidida observada por los señores jefes, oficiales, tripulación y guarnición de los buques que componen la escuadra de mi accidental man­do, ha sido digna de todo elogio, y tan general, que no me permito recomendar en particular a ninguno, pues todos ellos han rivalizado por llenar cumplidamente sus debe­res y las esperanzas del país.

Dios guarde a V. S.

M. T. THOMSON

Al señor Comandante General de Marina.

***

PARTE DEL COMANDANTE CARLOS CONDELL

COMANDANCIA DE LA CAÑONERA “MAGALLANES”.

Pisagua, Noviembre 3 de 1879

Señor Jefe de división:

Paso dar cuenta a V.S. de lo ocurrido en el buque de mi mando, desde la salida de Antofagasta, hasta el 3 del presente.

El martes 28 de Octubre el buque de mi mando en convoy con el trasporte Lamar, dejó el puerto de Antofagasta             a las 6 P. M. en demanda del de Mejillones de Chile, en el que largué el ancla a las 4 h. A. M. del 29. En este puerto se encontraban la corbeta O’Higgins y el trasporte Matías Cousiño, embarcando tropas, pertrechos y animales, operación que auxilié con todas las embarcaciones del buque hasta terminarla. Habiéndose reunido al convoy el trasporte Copiapó, fragata Elvira Álvarez y el vapor Toro, a las 11 P. M. zarpamos todos en demanda del resto de la escua­dra.

El día 20 a las 12 M., el que suscribe recibió órdenes de adelantarse al convoy hacia al Norte hasta quince millas en demanda de la escuadra, pero no habiendo descubierto nada, me reuní nuevamente a él, y en conferencia con el jefe de división y comandante del trasporte Copiapó, se resolvió destacar al Sur el vapor Toro, mientras el convoy seguía también el mismo rumbo aunque con solo un andar de tres a cuatro millas recorriendo el meridiano de los 71 grados.

Antes de separarse el Toro de los buques, fueron tras­bordados al de mi mando los cincuenta y tres pontoneros que aquel conducía.

Toda esa noche se navegó sin novedad alguna, y a las cinco de la mañana del 31 se avistaron hacia el Este los humos de la escuadra, sobre los que se hizo rumbo a toda fuerza, y a las 8 el buque de mi mando tomaba ya su colocación respectiva en el ala derecha. La escuadra era seguida por las corbetas inglesas Turquoise y Thetis y faltaban el Amazonas, Loa, Covadonga y Angamos; pero como a las seis de la tarde los tres últimos se reunieron a ella, y el Amazonas como a las ocho de la noche anunciando su ingreso con voladores de luces. Al día siguiente la escua­dra detuvo su marcha hasta las cinco de la tarde que volvió a emprenderla en demanda de Pisagua, donde entramos a las 6 h. 30 m. A. M. del 2 del presente, en la debida formación y son de combate, habiendo ambos arriado el primero, segundo y tercer bote, conveniente­mente tripulados y pertrechados, para unirse a la escuadrilla de desembarco, comandada por el capitán de navío don Enrique M. Simpson.

Las embarcaciones de este buque iban a las órdenes del teniente 2º don Horacio Urmeneta, secundado por el guardiamarina don José María Villarreal y los aspirantes Ibáñez y Escobar. A las 7 h. 5 m. A. M. rompí el fuego contra la batería del Morro Norte, sobre la que se hizo tres disparos; pero no habiendo sido contestados, fuera ya porque los disparos de la Covadonga y de este buque hicieran algún estrago o porque la gente abandonara el cañón, o porque no lo tuvieran montado, lo cierto es que no habiendo contestado nuestros fuegos resolví hacer todo el mal posible a las baterías del Sur y a las posicio­nes de las tropas enemigas, acercándome hasta 200 metros de la plaza, sosteniendo con las fuerzas enemigas parape­tadas tras de las piedras un vivísimo fuego de fusilería durante una hora, sin olvidar, de cuando en cuando, dis­parar con los cañones algunas granadas hasta las nueve, hora en que se dio orden de cesar el fuego; pero a las 9:4.5 se disparó sobre la población por haberse izado señales de incendiar al enemigo, lo que se ejecutó haciendo algunos tiros. A las 11 h. habiéndome el buque jefe izado señales de “venir al habla”, salí fuera de la bahía y seguí sus aguas en demanda de la caleta Junín donde debía proteger el desembarco de la tropa. Llegado allí, se hicieron dos disparos y el enemigo fugó haciéndose así sin resis­tencia el desembarco, y siendo, por consecuencia, inútil mi permanencia en ese lugar, pedí órdenes y volví al campo del combate a prestar cuanta ayuda fuera posible al buen éxito de la acción.

Diré a V.S. que la tropa de pontoneros que a bordo tenía, habiendo sido debidamente distribuida, prestó sus buenos servicios, ya haciendo uso de sus armas, ya como sirvientes de los cañones y guardianes del estandarte.

A bordo del buque de mi mando, aunque varias balas de rifle dieron en distintas partes de él, no hubo desgra­cia personal alguna que lamentar; pero, desgraciadamente, no sucedió lo mismo en las embarcaciones que concurrie­ron al desembarco. El guardiamarina don José María Villarreal, que mandaba el tercer bote, fue herido en el brazo derecho y garganta levemente, y muy gravemente en el ojo derecho, según la opinión del cirujano del buque; y muertos el marinero 2º José Ramón Valenzuela y dos soldados del cuerpo de Zapadores.

En el segundo bote, mandado por el teniente Urmeneta, fue herido en la pierna derecha el marinero 2º Dionisio Morales, y muerto un soldado de Zapadores. La herida del marinero no es de gravedad.

Finalmente, en el primer bote, fue herido levemente en el hombro derecho y omóplato del mismo lado, el guar­dián 1º Tomas Harvis, y la embarcación arrojada a la playa sobre las piedras, por cuyo accidente dos marineros fueron aplastados por el bote, recibiendo contusiones leves.

Durante el combate se consumieron las municiones siguientes:

12 granadas comunes de a 115 libras.

1 granada doble de a 115 libras.

18 granadas comunes de a 64 libras.

20 granadas comunes de a 20 libras.

31 espoletas de percusión.

20 espoletas de concusión.

1.680 tiros a bala Comblain.

Antes de concluir, cábeme la satisfacción de que la ofi­cialidad, guarnición y tripulación del buque de mí mando ha correspondido, como siempre, a los deseos de la patria en el muy severo cumplimiento de su deber y la bue­na voluntad que caracteriza al chileno,

Es cuanto tengo que decir a V. S. en honor a la verdad.

Dios guarde a V. S.

CARLOS A. CONDELL.

***

PARTE DEL COMANDANTE MANUEL J. ORELLA

NÚM. 24.‑ COMANDANCIA DE LA GOLETA “COVADONGA”.

Pisagua, Noviembre 3 de 1879

Doy cuenta a V. S. de lo ocurrido en el buque de mi mando, desde nuestra salida de Antofagasta hasta el día 2 del actual a las 6. P. M., que largué el ancla en esta bahía.

El 28 del próximo pasado zarpé de aquel puerto junto con el convoy y conservé mi posición hasta el día siguiente a las 6 A. M., en que el señor Comandante en Jefe acciden­tal me ordenó regresar inmediatamente a Antofagasta en busca de la barca Elvira Álvarez y de los vapores Copiapó y Toro que se habían separado del convoy. Acto continuo me puse en demanda del expresado puerto, a toda fuerza de máquina, a donde llegué el mismo día a la 1 h. 35 m. P. M.) y después de esperar un rato, llegó a bordo el bote de la capitanía con el práctico del puerto, quien me informó que los buques que buscaba habían salido la noche anterior a las 10 h. 30 m. P. M. Al momento me puse en movimiento a toda máquina, y aprovechando el viento, largué velas para reunirme al convoy en el lugar convenido. Continué navegando así hasta las 6 h. 10 m., en que se avistó un humo por la proa; aferré velas y preparé el buque para cualquier evento. A las 6 h. 50 m. reconocí ser el Amazonas e inmediatamente pasé a dar cuenta al Jefe del resultado de mi comisión. En esta ocasión recibí orden de dirigirme a Cobija y Tocopilla en busca de los mismos buques. Al día siguiente, el 30, a las 4 h. 40 m. A. M., estaba frente a Cobija, y reconocido que no había en el fondeadero buque alguno, me dirigí, a fin de economizar tiempo, a Tocopilla, a donde entré a las 7 h. 50 m. A. M. Allí encontré al Angamos el que me comunicó que no había arribado a dicho puerto ninguna de las naves. A las 8 A. M. zarpé en demanda de Cobija creyendo encontrar al Amazonas; llegué allí a las 12 M. y después de comunicarme el capitán de puerto que ningún buque de los nuestros había llegado, me dirigí nuevamente a Tocopilla a donde largué el ancla a las 4 P. M. A solicitud del comandante del Angamos, mandé todos los botes a remolcar las lanchas que debían embarcar al batallón de Artillería de Marina y tropa de caballería, permaneciendo en esta operación hasta las 9 h. 30 m. P. M., hora en que creí conveniente salir a cruzar fuera del puerto por haber notado que de tierra se hacían destellos que infundían sospecha. A las 11 h. 35 m. P. M. volví al fondeadero y mandé a tierra un oficio al señor Comandante de Armas para que se sirviera remitirlo en primera oportunidad al señor Comandante en Jefe accidental o entregarlo al comandante del primer trasporte chileno que arribase allí, con la adver­tencia que ese oficio contenía el desempeño de mi comisión en esas aguas, como también la derrota que debía seguir la Covadonga y el Angamos al siguiente día; por tanto, le hice recomendar que la referida comunicación solo fuera entre­gada a un oficial de guerra de marina para ser conducida a su destino.

A las 12 h. 30 m. A. M. volví a cruzar en la boca del puerto esperando que el Angamos concluyese de embarcar la tropa y animales que debía conducir. A la 1 en convoy con el expresado vapor, gobernamos al Oeste hasta las 6 A. M. en que no habiendo encontrado la escuadra en el punto designado para reunión, resolví, por las instrucciones ver­bales que había recibido del Jefe accidental de la escuadra, como por las instrucciones escritas que tenia el comandan­te del Angamos, gobernar al Norte del mundo y a una dis­tancia de 30 millas de la costa, calculando arribar a Pisa­gua al amanecer del día siguiente. A la 1 P. M. de este último día se avistó un vapor por la proa y a las 2 h. P. M. estábamos al costado del Loa; cargué velas y poniéndome al habla con el Loa recibí orden de seguir sus aguas para incorporarnos a la escuadra, consiguiendo tomar nuestra colocación en el convoy a las 5 h. 30 m. P. M. sin haber tenido hasta ese momento novedad alguna.

También tomé en Tocopilla 69 individuos de tropa de la Artillería de Marina y dos oficiales, los cuales fueron tras­bordados al Angamos el 1º del actual a las 6 h. P. M.

La noche de ese día seguimos navegando con el convoy hasta el amanecer del día que junto con la división de ataque avancé hasta entrar al puerto de Pisagua, y reconocidas que fueron las posiciones del enemigo, se rompió el fuego a las 7 h. 5 m. sobre el Morro de Pisagua, de la parte Norte, y viendo que no se contestaba a nuestros fuegos, vire para tomar la posición conveniente para concentrar los fuegos sobre la batería del Sur, que en ese momento la batían el Cochrane y la O’Higgins.

Inmediatamente que notó el que suscribe que la guarnición abandonaba el fuerte, goberné cerca de playa hacia el Norte, tanto para proteger el desembarco de las tropas, como también para hacer fuego sobre las tropas enemigas que bajaban en ese momento por las laderas del Morro y se refugiaban en el cementerio de la población, consiguiendo evitar que los enemigos lograran llegar al punto de desembarco y hacerlos regresar a sus parapetos. Proseguí en seguida acercándome más al punto de desembarco de nuestras tropas, y obtuve el resultado que buscaba desalojando al enemigo de la posición ventajosa que ocupaba en ese momento para atacar a la tropa que desembarcaba en Playa Blanca. Tan luego como las tropas tomaron posesión del punto de desembarco, me desprendí de la playa a una distancia de 100 metros y principié el fuego sobre los grupos enemigos que dominaban las cimas de los cerros. En esa posición permanecí media hora, y cumpliendo órdenes del capitán Simpson, jefe del desembarco, me dirigí a reconocer la cale­ta Norte de la bahía. A mi llegada pude cerciorarme de las grandes ventajas que ofrecía esa caleta para un desem­barco protegido por los fuegos de los buques. Los enemi­gos en dispersión corrían al interior de la Quebrada de Camarones, y con el fin de ahuyentarlos y preparar el lugar de desembarco, hice hacer fuego de fusilería hasta que estuvieron fuera de alcance y la playa completamente des­pejada.

A las 12 h. 30 m. P. M. regresé al puerto y continué el fuego hasta la 1 h. 30 m., en que no se veía ya al enemigo.

En esta acción solo ha habido un herido, el carbonero Cecilio Rojas, que recibió un balazo en un hombro en cir­cunstancia que iba en el bote de desembarco, pero cuya herida es de poca gravedad.

Los proyectiles y pólvora consumidos es como sigue:

De a 70: 100 granadas comunes con espoleta de percusión.

10 granadas de segmento con espoleta de tiempo.

17 granadas de a 9 libras.

33 granadas comunes de percusión.

10 granadas comunes de tiempo.

10 tarros de metralla.

2.500 tiros Comblain.

110 cartuchos pólvora de 10 libras c/u.

70 cartuchos pólvora de 18 onzas c/u.

225 estopines.

En conclusión, me es grato manifestar a V. S. que la ofi­cialidad y tripulación se han conducido a mi entera satis­facción.

Es cuanto tengo que exponer a V. S. en cumplimiento de mi deber.

Dios guarde a V. S.

MANUEL J. ORELLA

Al señor Comandante en Jefe de la división de ataque del puerto de Pisagua.

***

PARTE DEL COMANDANTE EMILIO VALVERDE

Pisagua, Noviembre 3 de 1879

Señor Comandante en Jefe:

Comisionado para hacer el reconocimiento de la caleta de Junín y dirigir el desembarco de las tropas en este lugar, me dirigí a él con el primer convoy compuesto de los botes del Amazonas y vapor Itata, llevando en ellos parte del batallón Naval y parte del 3º de línea, formando en todo un total de doscientos hombres.

Antes de desembarcar, ordené que los botes que forma­ban el convoy se mantuvieran a la entrada de la caleta, y avancé en la primera canoa al interior de ella, saltando en tierra frente a las casas del lugar, sin oponérseme resistencia por haber huido la guarnición que allí había, por los disparos de cañón hechos por el crucero Amazo­nas momentos antes de fondear. Coloqué el pabellón na­cional en un lugar bien visible, el que fue saludado desde a bordo con entusiastas vivas.

Acto continuo hice señales a los botes de dirigirse al atracadero, que aunque malo, por la multitud de rocas que obstruyen la entrada y levanta una mar gruesa, se logró desembarcar sin el menor accidente, desde las 11 h. 50 m. A. M. hasta las 5 P. M., dos mil quinientos infantes con sus jefes y oficiales correspondientes, siete piezas de artillería con sus mulas y municiones y treinta caballos.

Los subtenientes don Domingo Chacón y don Otto Moltke ayudante del que suscribe, manifestaron, en el desempeño de su cometido, una actividad, celo e inteligencia consiguientes a la urgencia del caso.

Dios guarde a V. S.

EMILIO VALVERDE

Al señor Comandante en Jefe accidental de la Escuadra.

***

PARTE DEL CORONEL JUAN MARTÍNEZ

"Comandancia del Batallón Atacama

Pisagua, Noviembre 3 de 1879

Señor coronel:

De conformidad con lo dispuesto en la Orden General de 1º del actual, tengo el honor de dar cuenta a VS, a la ligera, de las operaciones militares efectuadas por el Batallón de mi mando, en el desembarco y toma de la plaza de Pisagua, que tuvo lugar el día de ayer.

Poco después de las 8 AM del día indicado principió el desembarque de las Compañías, en el orden prevenido por VS, y sin accidente alguno de importancia hasta unos 100 metros de la playa en que se rompió un nutrido fuego de fusilería del enemigo que se encontraba parapetado en las rocas y zanjas.

Nuestra tropa, contestando de los botes los disparos del enemigo y avanzando a la vez, llegó al lugar designado para el desembarque, el que se efectuó con bastantes dificultades, pues la tropa tuvo que bajar en su mayor parte con el agua hasta la cintura, dejando en los botes algunos muertos y heridos.

Ya en tierra se trabó el combate con las tropas bolivianas atrincheradas en zanjas, peñascos, carros del Ferrocarril y en el camino férreo que tapa la pendiente del cerro, hasta desalojarlo de esas ventajosísimas posiciones, de donde hacían un vivísimo fuego.

Empeñado el combate, nuestra tropa avanzaba trepando la elevada pendiente del cerro y recibiendo, como he dicho antes, una lluvia de balas enemigas lanzadas de sus distintos escondrijos. Después de 2 horas de tiroteo, durante las cuales los atacameños, acompañados de Zapadores y parte del Buin, correspondiendo los fuegos con punterías certeras, consiguieron desalojar al enemigo de sus atrincheramientos.

Grupos de soldados acompañados de algunos oficiales, señores capitanes Vallejo y Vilches, subteniente Torreblanca y otros, dispersos en todas direcciones, llegaron al Alto de Pisagua, donde concluyeron por derrotar al enemigo que huyó en un tren, preparado de antemano. Debo consignar aquí que parte de la tropa de mi mando con algunos buines fue la primera en pisar los últimos atrincheramientos del enemigo. Es igualmente digno de mencionarse la resistencia que hicieron las 2 Compañías 1º y 3º que desembarcaron al principio junto con otra de Zapadores, recibiendo los fuegos contrarios durante media hora sin otro auxilio de tropa que la con que contaban.

El valor de los señores oficiales y tropa del Atacama no necesita recomendarse, pues, VS testigo ocular de lo que dejo consignado, sabrá apreciar con toda justicia e imparcialidad la manera como los hijos de la Provincia de Atacama han defendido su Patria.

Por la lista adjunta se impondrá VS de las bajas por muertos y heridos que ha tenido este cuerpo, previniendo a VS que en el desembarque se ahogaron 4 individuos más, cuyos nombres no se apuntan por ignorarse aún, a consecuencia de haberse dejado varada sobre una roca la lancha que los conducía; habiéndose perdido también todo el instrumental de la banda y un buen número de rifles que no puedo precisar en este momento.

Especialmente, podría, señor, recomendar ante VS la conducta y valor de algunos oficiales e individuos de tropa que sobresalieron, pero como juzgo que solo han cumplido con su deber, me abstengo por ahora de hacerlo.

Dios guarde a VS.

J. Martínez.

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PARTE DEL CORONEL EMILIO SOTOMAYOR

PARTE DEL JEFE DE ESTADO MAYOR DEL EJÉRCITO.

Pisagua, Noviembre 5 de 1879

Señor General en Jefe:

El día 2 del mes en curso, cumpliendo con las órdenes de V.S. de proceder al desembarco de la segunda división, compuesta del Buin 1º de línea, 3ª Brigada de Zapadores y batallón Atacama, con el objeto de atacar las tropas bolivianas que defendían las alturas de Pisagua, se envió una lancha a vapor con una comisión compuesta del coronel graduado don Luís Arteaga, teniente coronel de Estado Mayor don Diego Dublé Almeyda y el de igual clase de guardias nacionales, don Justiniano Zubiría, con el objeto de reconocer la playa o informar sobre los lugares apropiados para el desembarco de las fuerzas, operación que se efectuó en los momentos en que nuestra escuadra batía las fortalezas de tierra, habiendo principiado el fuego a las 7 h. 15 m. A. M. A las 9:30 A. M. se dio principio al desembarco de las tropas por medio de la flotilla de botes y lanchas de los buques de guerra y trasportes que el capitán de navío graduado don Enrique Simpson había organizado.

El primer cuerpo que tomó la ofensiva desembarcando en Playa Blanca, caleta estrecha con capacidad únicamente para dos embarcaciones y que se había acordado elegir como punto más seguro, fue el Atacama. A dos compañías de este batallón les indicó el que suscribe trataran de dominar las alturas y, si era posible, flanquear al enemigo que desde la playa, colocado detrás de las rocas y de toda clase de obstáculos, hacia un nutrido fuego sobre las embarcaciones que conducían las tropas.

Los del Atacama, con algunas pequeñas pérdidas, rechazaron a los enemigos de la playa que se replegaron poco a poco hacia su segunda línea, situada en la vía férrea. Inmediatamente después hice descender dos compañías de Zapadores al mando del sargento mayor don Manuel Villarroel, jefe que fue herido en una pierna al saltar de la embarcación. Esta tropa tomó tierra más al Poniente (caleta Guatas) haciendo el desembarco con el agua a la rodilla. Protegidas entre sí estas cuatro compañías, seguí con el resto de estos batallones hasta completarlos, ordenando a sus comandantes, don Juan Martínez, del Atacama, y don Ricardo Santa Cruz, de Zapadores, organizaran su tropa y trataran de hacer fuego economizando municiones.

Con valor y calma principio la ascensión a la altiplani­cie de Pisagua, situada a 2.000 pies de altura sobre el nivel del mar; mas como veía que el enemigo aumentaba en número y que los nuestros eran inferiores en fuerzas, te­niendo además, que vencer fuertes posiciones y que los bolivianos del Victoria e Independencia, con un contingente de 1.200 hombres podrían hacernos gran resistencia si no se les atacaba con vigor y constancia, ordené al comandante del Buin, teniente coronel don Luís Ortiz, jefe de la segunda división, protegiese el ataque por nuestra izquierda, a fin de flanquear la derecha del enemigo. Tres compañías de este regimiento, al mando del teniente coronel don José María del Canto, saltaron a tierra, siguiendo más tarde el resto con treinta soldados del 2º de línea al mando del capitán don Emilio Larraín. Estas fuerzas, con un valor a toda prueba dominaron la altura a las 2 h. 30 m. P. M., después de cinco horas de tenaz combate. Los soldados del Atacama y del Buin, fueron los primeros que hicieron flamear la bandera chilena en la más alta cima, poniendo en fuga al enemigo que en los primeros momentos fue mandado por el general peruano Buendía y coronel Granier, comandante en jefe de las fuerzas bolivianas. Ambos jefes abandonaron sus tropas a las 12 y media del día.

Según los partes de los comandantes de los cuerpos que entraron en acción, han resultado los     muertos y heridos que a continuación se expresan:

Del Atacama 19 muertos y 52 heridos.

Buin 13 muertos y 30 heridos.

Zapadores24 muertos y 42 heridos.

Total 56 muertos  124 heridos.

Oficiales muertos del regimiento Buin: el subteniente don Desiderio Iglesias; heridos: subteniente don Belisario Cordovez y don Domingo Arteaga N.

Del Atacama, herido el subteniente don Benigno Ba­rrientos.

De Zapadores, heridos el sargento mayor don Manuel Villarroel, teniente don Enrique del Canto y subteniente don Froilán Guerrero.

Del enemigo han muerto próximamente ciento, y sesenta heridos. Prisioneros: veinte individuos de tropa. También han sido tomados prisioneros el teniente coronel don Manuel Pareja, teniente don Ricardo Ovalle y subteniente don José Escalier Vargas, bolivianos; teniente coronel don Manuel A. Saavedra y los capitanes don Adolfo Espinosa y don Gregorio Palacios, peruanos.

En las pérdidas que hemos experimentado no están considerados los muertos y heridos de los tripulantes de las embarcaciones que conducían las tropas a tierra. V. S. tendrá conocimiento de ellas por el parte que dé a V. S. el jefe de la escuadra.

Los señores comandantes de cuerpos, en pocos días más, pasaran al Estado Mayor las listas de los individuos que tomaron parte en este notable hecho de armas, las que pasaré a manos de V. S.

En nota separada adjunto a V. S. el parte oficial que ha pasado al que suscribe el teniente coronel don Diego Dublé Almeida, jefe del Estado Mayor de la 1ª división, compuesta de 2.300 hombres que al mando del coronel don Martiniano Urriola, desembarcó en Junín el mismo día 2 e hizo la marcha por tierra hasta Pisagua con el fin de tomar la retaguardia del enemigo.

Tomada la plaza hice una ligera visita a la ciudad. En ella existe una maestranza del ferrocarril de Pisagua y Agua Santa, línea que tiene cincuenta millas de extensión. El material existente es de cinco locomotoras y un gran número de carros de carga. Carbón hay el necesario para el servicio de tres meses, habiéndose consumado gran parte de este combustible a causa del incendio que produjeron los fuegos de los buques de la escuadra.

En la estación del ferrocarril y sus dependencias hay gran cantidad de salitre, y un cargamento de 14.000 quintales en la fragata francesa Adolfo de Burdeos, que pertenece al Gobierno peruano y que conceptúo debe ser embargado.­

La población está completamente destruida, parte por bombardeos anteriores y el resto por el del día 2.

Al delegado de la Intendencia del ejército se ha ordenado firmar los correspondientes inventarios de lo que se ha hallado en esta población, y al teniente coronel de guardias nacionales don Víctor Pretot Freire, se le ha encargado la organización y arreglo de la línea férrea, que desde el día 3 presta importantes servicios.

Se han tomado, además, al enemigo:

2 cañones Parrott de a 100, con sus montajes y útiles completos.

174 granadas para id.

223 saquetes para id.

218 fusiles Chassepot.

70 id. Remington.

17 id. de diversos sistemas.

27.000 tiros a bala.

Me acompañaron en esta operación el capitán de navío graduado don Enrique Simpson y el coronel graduado don Luís Arteaga; los ayudantes de Estado Mayor, teniente coronel graduado don Evaristo Marín, sargento mayor don Fernando Lopetegui, capitanes don Francisco Pérez, do Francisco Villagrán, don Marcial Pinto, el subteniente agregado al Estado Mayor don Alberto Gándara y el teniente coronel ayudante del señor General en Jefe, don Joaquín Cortés.

Muy importantes fueron los servicios prestados en la operación del desembarco por el teniente de marina don Policarpo Toro, que dirigía la lancha a vapor del Cochrane.

Dios guarde a V. S.

E. SOTOMAYOR.

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PARTE DEL COMANDANTE JAVIER MOLINAS

Núm. 22.‑ COMANDANCIA DEL VAPOR “LOA”.

Al ancla en Pisagua, Noviembre 5 de 1879.

Señor Comandante:

Tengo el honor de comunicar a V. S. que, conforme a las instrucciones recibidas en Antofagasta el 27 del próximo pasado, zarpé de este puerto el mismo día, navegan­do en convoy hasta llegar a la vista de Pisagua el 2 del presente.

Durante el bombardeo de los fuertes y trincheras del enemigo por los buques de la escuadra, permanecí sobre la máquina en la colocación que se me había designado.

A las seis de la mañana eché al agua cuatro embarca­ciones menores para que fueran a ponerse a las órdenes del capitán de navío graduado don Enrique M. Simpson, encargado de la operación del desembarco. Dichos botes iban a cargo del teniente 2º don Amador Barrientos, y cada uno de ellos al mando de los aspirantes don Alberto Fuentes, don Eduardo Donoso, don Zenobio Bravo I. y el joven voluntario don Carlos Gacitúa López.

Me hago un deber en recomendar especialmente a la consideración de V. S. la conducta de cada uno de los nombrados, pues manifestaron serenidad y valor. El te­niente Barrientos fue el primer chileno que saltó en tierra en la playa Norte, llevando una bandera nacional que plantó sobre una prominencia del terreno en medio de una lluvia de balas que solo perforaron su traje. El capi­tán de corbeta graduado y segundo comandante de este buque don Constantino Bannen, embarcado en la canoa, acudió voluntariamente a acompañar los botes de este buque y prestar valiosos servicio ayudando a efectuar el desembarco; lo acompañaba el voluntario don Oscar Gacitúa.

Durante las últimas horas del combate disparé con el cañón de a 70 tres granadas comunes en dirección a los grupos de fugitivos que avanzaban hacia el Morro del lado Norte del puerto, con lo cual impedí que se rehi­cieran.

Durante el desembarco salieron heridos:

Aspirante, don Eduardo Donoso.

Patrón de bote, don Sebastián Barquero, chileno.

Marinero 1º, José Jhonson, chileno.

Dios guarde a V. S.   

JAVIER MOLINAS

Al señor Comandante en Jefe de operaciones marítimas.

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PARTE DEL TENIENTE JUAN AMADOR BARRIENTOS

Vapor Loa”.‑ Señor Comandante: Paso a dar cuenta a V. S. de la comisión que tuvo a bien confiarme el día 2 del presente en el puerto de Pisagua.

Cumpliendo sus órdenes salí de a bordo al mando del 1º, 2º, 3º y 4º botes, en los cuales iban en comi­sión los aspirantes señores Alberto Fuentes, Eduardo Do­noso, Cenobio Bravo y voluntario Carlos Gacitúa López, ocupando el que suscribe el 1º. Habiéndome puesto a la disposición del capitán de navío señor Enrique Simpson, se me ordenó tomar en los botes a los soldados del batallón Atacama con el objeto de efectuar el desembarco en el puerto, lo que hicieron como en número de 50, yendo en el 1º como 15 de ellos.

Según orden recibida del capitán de corbeta señor Constantino Bannen, nos colocamos en segunda línea con varios otros botes que conducían soldados del mismo cuerpo, yen­do en la primera los botes ocupados por el cuerpo de Za­padores.

La escuadrilla se puso en movimiento gobernando hacia el Sureste de la bahía; pero como a su medianía se me ordenó desembarcar. En el acto hice rumbo al Noroeste, donde se divisaba una pequeña playa de arena, siendo seguida por toda la 2ª línea y muy de cerca por los botes del buque.

Al acercarnos a la playa fuimos recibidos por el enemi­go con un nutrido fuego de fusilería que nos hacia parape­tados tras unas rocas que no distarían 7 u 8 metros de la playa; pero como no viese quienes nos hacían fuego, segui­mos avanzando a toda fuerza de remos.

A las 9:20 mi bote tocó el primero la playa y salté a tierra con los 15 soldados que conducía, llevando enarbolada la bandera de nuestro bote. Sucesivamente desembarcó la gente del 2º, 3º y 4º, y como no hubiese en el primer bote ningún oficial del batallón y siendo tan críticas las circunstancias, tomé el mando de los soldados que saltaron conmigo.

El enemigo tenía su primera línea parapetada tras de las rocas y a lo largo de la playa, y la segunda en el cerro como a 100 metros más o menos sobre el camino del ferrocarril; así es que al desembarcar quedamos colocados en medio de la primera línea, quedando la segunda a nuestro frente.

Inmediatamente que estuvimos en tierra me dirigí con los 15 hombres que llevaba hacia un pequeño Morro que está como a setenta metros hacia el Sur, donde había algunos enemigos, y a las 9:25 acompañado del aspirante señor Fuentes, enarbolamos en su cúspide nuestro tricolor, empeñando al mismo tiempo el combate con el flanco iz­quierdo del enemigo, acompañándonos momentos después unos 15 hombres más del 2º bote, el resto atacó a los enemigos que quedaron a retaguardia al cortar la línea.

El fuego del enemigo era nutridísimo, pues estábamos entre tres fuegos. En este mismo instante los demás botes desembarcaron pocos metros más al Sur donde estaban atrincherados unos 40 enemigos; éstos al verse atacados por el flanco y el frente emprendieron la retirada, siempre batiéndose, hacia la cumbre del cerro.

Los oficiales del Atacama iban mandando su gente, pero el combate estaba ya empeñado, y los bravos del Atacama al paso de carga y con un valor sin igual hacían un vivo fuego avanzando siempre por el camino arenoso, empinado y difícil; terribles estragos le hacían al enemigo, que esta­ba ya al descubierto. Desde este momento el ataque se hizo general en toda la línea, no pudiendo dar pormenores de lo que sucedía más hacia el Sur de la playa por no verse a causa de los accidentes del terreno.

En este primer desembarco el enemigo mató tres de los soldados que iban en nuestro bote e hirió a uno.

Mandé los botes al Copiapó en busca de más soldados, permaneciendo el que suscribe en tierra. Al llegar por se­gunda vez los botes a la playa fue herido el aspirante señor Donoso, el patrón del segundo bote Sebastián Barquero y el marinero primero Tomas Jhonson muy gravemente.

El primer bote recibió dos balas a proa y una a popa que lo perforaron; otra bala rompió uno de los toletes y a más recibió muchas otras que solo sacaron astillas de sus costados; el segundo bote recibió una que rompió el barril de aguada.

Después de este segundo desembarque, los botes se ocu­paron en desembarcar soldados y remolcar las lanchas que iban llenas de ellos, pues el paso estaba ya libre. Igualmente envié a bordo cuatro heridos, entre ellos se encon­traba el capitán Fraga, del batallón Atacama.

Debo agregar que nuestra marinería, desde el primero basta el último desembarco que se hizo, desde sus botes hacia un nutrido y certero fuego de rifles, pues hasta el grumete José Sepúlveda, de doce años de edad, derribó a dos soldados enemigos.

Tanto el valor de nuestros soldados del Atacama como el de la marinería de nuestros botes, ha sido digno de todo elogio, no puede ya exigirse mayor coraje, audacia y serenidad.

Igualmente tengo el placer de poner en su conocimiento que los señores aspirantes y el voluntario señor Gacitúa se han portado con valor y serenidad admirables.

Es cuanto tengo que decir a Ud.

Dios guarde a Ud.                            

J. A. BARRIENTOS.

Pisagua, Noviembre 3 de 1879.

***

PARTE DEL COMANDANTE RICARDO SANTA CRUZ

TERCERA BRIGADA DEL REGIMIENTO ZAPADORES DE LÍNEA.

Campamento de Pisagua, Noviembre 6 de 1879.

Con fecha de ayer he pasado al Estado Mayor General el siguiente parte:

Tengo el honor de dar cuenta a V. S. del combate ha­bido el 2 del presente con las fuerzas de mi mando en el desembarque y toma de estas posiciones.

A las 10 A. M. trescientos hombres de la brigada de Zapadores y una compañía del batallón Atacama, y mandada ésta por el capitán Soto Aguilar y subteniente Matta, nos dirigimos a Playa Blanca en los botes de la escuadra, logrando desembarcar en medio del nutrido fuego de fusilería que se nos hacía de tierra.

Desembarcada la tropa, habiendo tenido nueve bajas, dirigí el ataque sobre las posiciones enemigas. Estas se encontraban distribuidas en tres posiciones ventajosas: la mayor parte estaba atrincherada a inmediaciones de la playa tras de parapetos de sacos y peñas de la costa; otra situada a media falda del cerro, se ocultaba en los barrancos, zanjas y camino del ferrocarril. El resto de las fuerzas enemigas que calculo en un total de novecientos a mil, dominaban la cima del cerro.

Ordené desde luego el ataque de las dos primeras posiciones, tanto para proteger el desembarco del resto de nuestras fuerzas, cuanto porque toda tentativa de ascenso habría sido infructuosa en esa circunstancia.

Al efecto se destacaron guerrillas desde la playa que sucesivamente avanzaron hasta las alturas de las segun­das posiciones que desalojadas, eran ocupadas por los nuestros y replegándonos podíamos ir flanqueando al enemigo.

El grueso de la fuerza, la reservé para atacar las trin­cheras de la playa.

En esta forma y avanzando las guerrillas con todas las precauciones posibles, se desalojó la trinchera de la esta­ción del ferrocarril de donde se nos hizo la mayor resis­tencia y en varias ocasiones tuvimos que repeler un con­tra ataque.

A las 11.30 A. M. percibí el segundo desembarque de nuestras tropas. Merced a esta circunstancia pude utili­zar la tropa que cubría nuestra retaguardia, pues hasta ese momento teníamos que contrarrestar el fuego en todas direcciones. Con mis fuerzas reunidas di mayor vigor a nuestro ataque, consiguiendo el desalojamiento completo de los fuertes atrincherados.

Debo advertir a V. S. que los fuegos certeros de la es­cuadra, así como el incendio del salitre que se pronunció momentos después, me permitió dar el empuje final hasta tomarnos todas las posiciones de la costa.

Desde entonces, 2 P. M., hubo facilidad para dominar las trincheras superiores del enemigo impulsando el ata­que en esta dirección, sin experimentar otra dificultad que el ascenso prolongado y costoso del cerro en la parte Norte.

La segunda división de desembarco alcanzaba también en esos momentos el mismo resultado. Agotadas las mu­niciones, aunque utilicé muchas del enemigo, me ocupé en reorganizar las fuerzas y resguardar la población, que ar­día casi en su totalidad. En las diversas ocasiones que hice avanzar mis guerrillas flanqueando al enemigo, se pudo tomar veinte y siete prisioneros.

Me es altamente sensible dar parte a V. S. que he te­nido 66 hombres fuera de combate, de los cuales son 24 muertos y 42 heridos. También han sido heridos el sargen­to mayor don Manuel Villarroel, teniente don Enrique del Canto, éste gravemente, y contuso el subteniente don Froilán Guerrero.

Por último, me hago un deber de justicia recomendar a V. S. el comportamiento de los señores oficiales y tropa que combatió bajo mis órdenes y muy en especial el re­fuerzo del batallón Atacama, que utilicé ventajosamente en todas ocasiones.

Por este vapor doy cuenta al señor inspector de los muertos que tenían mesada y hay que suspender.

Todos los heridos han sido trasportados a Antofagasta y Valparaíso.

Dios guarde a V. S.

R. SANTA CRUZ.

Al señor Comandante del regimiento.

***

PARTE DEL COMANDANTE PATRICIO LYNCH

COMANDANCIA GENERAL DE TRASPORTES.

Pisagua, Noviembre 7 de 1879

Con fecha 3 del presente el comandante del vapor Toltén me dice lo siguiente:

“Tengo el honor de poner en conocimiento de V. S. lo acaecido en la mañana de ayer.

Habiendo recibido orden del Comandante en Jefe de la escuadra de avanzar hasta los buques de guerra, echán­donos señales el blindado Cochrane para que me pusiera al habla, recibí de este jefe la orden de aproximarme a tierra para hacer fuego sobre el enemigo y proteger el desembarque de tropas, y que la tropa se ocultara en el entrepuente y desde las claraboyas hiciera fuego.

Así se hizo; mas no era posible que toda la tropa cupiese en el entrepuente; los que quedaron en cubierta eran distribuidos de tal manera, que hacían fuego tendidos.

Una vez, pues, a tiro de mis cañones y cargados éstos con metrallas, a fin de dañar más al enemigo, rompí los fuegos tanto de artillería como de fusilería, causando, no dudo, algún efecto en las filas del enemigo. Mas, como al tercer disparo faltase el cáncamo del broguero del cañón de estribor y se nos hiciera un fuego muy sostenido, cau­sándonos algunas bajas, determiné alejarme un poco; pero, como a esa distancia no alcanzaban los cañones, determiné abandonar mi posición con el sentimiento de no haber llenado mejor mi comisión de proteger el desem­barque, todo debido a la mala clase de los cañones y des­pués de haber disparado tres tiros a metralla, y, más o menos, como tres mil tiros la tropa, todos muy bien dirigidos, tanto por la corta distancia como por la posición del enemigo, que descendía en esos momentos a rechazar el desembarque.

En la marinería no ha habido novedad, y sí en la tro­pa, habiendo resultado tres muertos y trece heridos. El buque fue perforado en varias partes de la cubierta.

El desembarque de tropa ha terminado hoy sin no­vedad.

Tal es lo sucedido ayer, día que hará memoria en los anales de nuestras glorias, consiguiendo vencer al ene­migo en su propio suelo y que estaba perfectamente atrin­cherado.

En conclusión, cábeme la satisfacción de manifestar a V. S. el digno comportamiento de la oficialidad y tripulación del buque de mi mando, que han sabido cada uno cumplir con su deber en los momentos en que se generalizó más el fuego del enemigo.

Todo lo que pongo en su conocimiento para los fines a que haya lugar.

Lo que trascribo a V. S. para los fines consiguientes.

Dios guarde a V. S.

PATRICIO LYNCH

Al señor Comandante General de Marina.

***

2° PARTE DEL COMANDANTE PATRICIO LYNCH

COMANDANCIA GENERAL DE TRASPORTES.‑ A BORDO DEL “ITATA”.

Pisagua, Noviembre 7 de 1879

El día 26 del próximo pasado Octubre, hallándome en la bahía de Antofagasta con la flota de trasportes de mi mando, recibí del señor Ministro de Guerra y Marina la orden para proceder al embarque del ejército del Norte, destinado a ocupar territorio peruano.

En cumplimiento de esa orden, tomé las medidas oportunas para que aquella operación se efectuase con la rapidez y precauciones necesarias, atendiendo a las dificultades que presenta la indicada bahía.

En aquel día y en los que siguieron hasta el 28, se trabajó durante toda la noche del 27, se pudo embarcar los cuerpos del ejército, las municiones correspondientes, el material completo de la artillería, los caballos, el material del cuerpo de pontoneros, los elementos de embarque y una considerable cantidad de agua para el uso del ejército.

El día 28, a las 5 P. M., di cuenta al señor Ministro de Guerra, quien se encontraba ya con el señor General en Jefe a bordo del Amazonas, de que solo quedaba en tierra, pronto para embarcarse, un escuadrón de Granaderos con su caballada, haciéndole presente además que en la Elvira Álvarez había capacidad suficiente para colocar hasta trescientos caballos más de los que conducía. El señor Ministro me ordenó suspender todo embarque, a fin de zarpar con la brevedad posible.

En efecto, a las 6 P. M. se dio desde el Amazonas la señal de partida y el convoy se puso en movimiento. Lo dirigía el Amazonas, a cuyo bordo marchaba el capitán de fragata don Manuel T. Thomson, que hacía de jefe de la escuadra.

A retaguardia quedaron la fragata a la vela Elvira Álvarez y los trasportes Copiapó y Toro, que debían remolcarla, siguiendo las aguas del convoy.

Comprendí que la operación de sacar esa fragata de la bahía morosa y difícil, no solo por las condiciones especiales de la rada de Antofagasta, en un día de mar agitado por recio viento, sino por los estorbos que presentaban los buques mercantes allí surtos, en horas en que ya se extendían las sombras de la noche. Teniendo esto presente, y sabiendo que algunas de las naves del convoy debían recalar a mejillones para embarcar allí cuerpos de tropa, ordené a los trasportes remolcadores que, en caso de no poder seguir el convoy, perdiéndolo de vista, se dirigiesen al indicado puerto con la fragata remolcada. Tomé tal medida, a causa de no haber recibido instrucciones sobre rumbo, distancias y punto de reunión.

Durante la noche del 28 se navegó a distintos rumbos, siguiendo al Amazonas que dirigía el convoy.

Al amanecer del día 29, pude notar que faltaban del convoy el Lamar, el Angamos, el Copiapó, el Toro y la Elvira Álvarez.

Me puse al habla con el Amazonas y le hice saber la resolución que había adoptado al salir de Antofagasta, a última hora, de indicar, en caso de extravío del convoy, a las tres últimas naves, la bahía de Mejillones como punto de recalada. Supe en esos momentos que el Lamar y el Angamos, habían sido despachados de Antofagasta sin mi conocimiento ni dirección.

Desde las 11 A. M. del día 29, el convoy permaneció estacionado, habiendo sido despachada la Covadonga con dirección a Antofagasta. En ese día se me hizo saber que la recalada se haría en las caletas de Pisagua y Junín y que el punto de reunión para que se incorporasen al convoy los buques ausentes, sería latitud 23º, Longitud Gr. 71º 28’.

A las 6 P. M. de ese día, el Amazonas se separó con rumbo al Este, quedando accidentalmente al mando del convoy el capitán de fragata don Juan J. Latorre.

El día 30, a las 6 A. M., regresó el Amazonas, y se continuó navegando de 3 a 4 millas por hora al Norte del compás; pero en el mismo día, a las 6 P. M., el Amazonas volvió a separarse hacia el Este, y la flota continuó rumbo al Norte con andar de 3 millas por hora.

El día 31, a las 8 A. M., se reunieron la O’Higgins, la Magallanes, el Matías Cousiño y el Copiapó con la Elvira Álvarez; y más tarde, a las 4 P. M., la Covadonga y el Angamos, con el Loa que había salido en descubierta.

El 1º del presente Noviembre, el señor Ministro de la Guerra convocó a bordo del Amazonas a los jefes de marina y del ejército, para hacerles saber el objeto y plan de la expedición y la colocación que debían tomar durante la operación proyectada los buques del convoy. Debía atacarse a Pisagua y a Junín para efectuarse un desembarco, marchando a vanguardia y en línea el Cochrane, la O’Higgins, la Magallanes y la Covadonga. Por el costado derecho navegaría el Amazonas dando la dirección, y el Itata seguiría sus aguas. A retaguardia marcharían los demás trasportes hasta el momento en que fuese oportuno colocarlos en situación para embarcar en los botes las tropas de ataque.

Se acordó efectuar la recalada a las indicadas caletas a las 4 A. M. del día 2; pero ya fuese la desviación de las corrientes, ya fuese cualquier otro motivo, esa recalada se hizo a doce millas al Norte de los puntos fijado, perdiéndose algunas horas.

La flota embocó la bahía de Pisagua a las 6 A. M. de aquel día, y una hora más tarde los buques de guerra tomaban colocación en el fondeadero, al frente de los fuertes. A las 7 h. 15 m. el Cochrane rompió el fuego sobre las baterías enemigas y pocos minutos después disparaban a su vez la O’Higgins, la Magallanes y la Covadonga. El bombardeo se circunscribió al principio sobre los fuertes, y más tarde sobre la población, cuando desde sus edificios se hicieron descargas de fusilería sobre nuestras naves.

Mientras los cañones de la escuadra batían los fuertes enemigos, los trasportes se acercaban a tierra con lentitud. Como a dos mil metros de la costa comenzaron a arriar sus botes, que fueron enviados al costado del Copiapó y del Limarí. A bordo de esos trasportes venía la segunda división del ejército, compuesta del batallón Atacama y del regimiento Buin, y destinada al primer ataque de desembarco.

Continuaba el bombardeo a las fortificaciones enemigas y hallábase en los botes parte de aquella división, cuando el Amazonas se dirigió a la caleta de Junín, siguiéndole el Itata y la Magallanes, según las instrucciones recibidas: eran las 10 h. 30 m. A. M.

A las 11 h. 15 m. llegamos al fondeadero de Junín. Algunos tiros de la Magallanes bastaron para poner en fuga a la gente que defendía aquella caleta, y a las 11 h. 30 m. se comenzó a efectuar allí el desembarco de la primera división. Era está formada con el regimiento 3º de línea, el batallón Navales, una batería de artillería de montaña y 115 Cazadores a caballo.

En cuatro o cinco horas, y teniendo que usar hasta de ­escalas para tomar tierra, a causa de las dificultades que presentaban las rocas de la playa con un mar agitado, desembarcando en aquel punto más de dos mil hombres con una batería de montaña; y tan pronto como pisaba tierra se organizaba y se dirigía a ocupar las alturas. El ascenso de los cerros, en aquella localidad, es difícil y su elevación no baja de los dos mil pies.

La Magallanes regresó a Pisagua poco después de la ocupación de Junín, y a las 5 P. M. se nos reunió el Angamos, trayendo a su bordo alguna tropa de Artillería de Marina que debía desembarcar en esa calera. Aquel trasporte comunicó la noticia de la toma de Pisagua y poco después se dirigió a ese puerto.

Durante el día 3, se continuó en Junín el desembarco de caballos para los Cazadores, el de la tropa conducida por el Angamos y el de algunos víveres.

A las 3 h. 30 m. P. M. de aquel día, la Magallanes volvió a Junín trayendo la orden de regresar a Pisagua, reembarcando los víveres y la guarnición que se había acordado dejar en aquella caleta. Hecha esta operación, zarpé de Junín a las 6 P. M. y anclé en Pisagua a las 7 h. 50 m. P. M.

Actualmente se encuentran fondeados en esta bahía todos los trasportes de mi mando, ocupados principalmente en condensar agua para satisfacer las necesidades del ejército, y desembarcando las provisiones que existen a bordo según las exigencias de la Intendencia General.

Es cuanto tengo que comunicar a V. S.

PATRICIO LYNCH

Al señor Comandante General de Marina.

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PARTE DEL CORONEL LUIS ARTEAGA

“Comandancia General de Infantería.

Campamento del Hospicio, Noviembre 8 de 1879.

Señor General en Jefe:

Cábeme el honor de dar cuenta a US de las operaciones practicadas por la fuerza de Infantería, que depende de esta Comandancia, en el desembarco y toma de la plaza de Pisagua, que se verificó el día 2 del presente mes.

En cumplimiento de órdenes de su señoría, el que suscribe en unión con el teniente coronel don Diego Dublé Almeyda, el teniente coronel de Guardias Nacionales don Justiniano de Zubiría y el capitán de igual clase don Luis C. Santana, practicó un reconocimiento previo, como a las 8 AM, de los diversos puntos de la Bahía de Pisagua, a donde se pudiera conducir la tropa para su desembarco; y pudimos hacerlo con felicidad, a pesar de los fuegos que se nos hicieron de tierra, y que fueron contestados por un pequeño cañón de que puede disponer para su servicio la lancha a vapor, en que hacíamos este reconocimiento.

Regresado a bordo del crucero "Amazonas", y después de dar cuenta de mi comisión, recibí orden de US de embarcarme en la misma lancha a vapor con el señor Jefe de Estado Mayor para atender al desembarco de nuestras tropas en este puerto, lo que hice, acompañándome de mis ayudantes, los subtenientes don Julián Zilleruelo y don Salvador Smith.

La 2º División de las en que se seccionó el Ejército Expedicionario, compuesta del Regimiento Buín, Batallón Atacama y 2 Baterías de Montaña, fue designada para que desembarcara, desde luego, en la Bahía de Pisagua, y se dio principio a este acto a las 9 h 30 AM.

A esta misma hora, la Brigada de Zapadores, que componía una División especial, recibió orden verbal del señor Jefe de Estado Mayor para desembarcarse; y el Comandante del cuerpo, don Ricardo Santa Cruz, con 300 hombres de la Brigada que estaban a bordo del transporte "Lamar", se dirigió a una pequeña Caleta al costado Norte de la Estación del Ferrocarril. Esta sección con una Compañía del Batallón Atacama, que en esos momentos se le juntó, encontró fuertes resistencias para saltar a tierra, recibiendo un vivo fuego de fusilería que se le dirigía por el enemigo, parapetados tras de grandes rocas y de las trincheras que les ofrecían los accidentes naturales del terreno y de la vía férrea. Con todo, consiguió poner pié en tierra, y principió a mejorar de posición avanzando hacia el lado de la población y por las faldas del cerro, logrando así rechazar a los enemigos que se replegaban en la ciudad, y capturar algunos prisioneros.

Entretanto, un poco más al Norte, en el punto denominado Playa Blanca, intentaban en esos momentos desembarcar, en las mismas desfavorables condiciones, algunas Compañías del Atacama; y venciendo la resistencia que le oponían las fuerzas contrarias, fueron ellas ganando terreno poco a poco, y tomaron algunas alturas que le permitieron desalojar al enemigo de sus ventajosas posiciones. El resto de este Batallón, al mando de su Jefe Juan Martínez, y el Regimiento Buín, bajo las órdenes del Comandante don Luis J. Ortiz desembarcaban al mismo tiempo por otra Caleta, y principiaban a apoderarse de las alturas.

Una pequeña División del Regimiento 2º de Línea, formada de 90 hombres que venían a bordo del "Lamar" y de 68 más a bordo del crucero "Loa", recibió orden del señor Jefe de Estado Mayor para desembarcar, lo que hicieron con algunas pérdidas por la Caleta de la Estación, y se dirigieron hacia el campamento del Hospicio, juntándose entonces al Regimiento Buin que llevaba esa misma dirección. Se incorporó también a este mismo Regimiento una Compañía de 100 Zapadores, que separada del resto de su Brigada por venir a bordo de la corbeta "O'Higgins", se desembarcó por Playa Blanca a las órdenes del capitán Baquedano, y comenzó su ascensión unida a una parte del Batallón Atacama.

Habiendo conseguido ya un número respetable de nuestra fuerza poner pié en tierra, a pesar de las gravísimas dificultades que hubo que vencer, se emprendió la atrevida ascensión del cerro, para desalojar al enemigo de su propio campamento, por una parte del Regimiento Buin, el Batallón Atacama, 108 hombres del Regimiento 2º de Línea, y los 100 Zapadores a las órdenes del capitán Baquedano.

El combate fue recio; ocupaba el enemigo ventajosas posiciones, en las cuales estaba perfectamente atrincherado, tras de los parapetos que le ofrecían los trabajos de la línea férrea y la formación del cerro. Más nuestras tropas, salvando las dificultades materiales del terreno, y resistiendo el vivo fuego que se les dirigía desde las alturas, obtuvieron un éxito completo después de 5 horas de tan rudo combate, pues dominando la altiplanicie en que estaban acampadas las fuerzas enemigas, se apoderaron del campamento, que estas últimas dejaron abandonado, tan pronto como vieron que nuestros soldados habían llegado a este punto.

Cúpoles el honor de ser los primeros en entrar al campamento enemigo a los soldados del Regimiento Buin y del Batallón Atacama, según informes fidedignos que se me han dado. A las 2 ½ PM el ataque estaba ya completamente rechazado en todas partes, y el campo era nuestro.

Continuó con tranquilidad, desde esa hora, el desembarco de las demás tropas designadas preferentemente y que alcanzaron a efectuarlo en ese día. Siendo la hora un poco avanzada, y después de tomar algunas medidas reclamadas por el estado de incendio producido por el bombardeo, me dirigí a este campamento, en donde he estado atendiendo a las necesidades del servicio en mi carácter de Comandante General de Infantería.

Durante el combate hemos tenido que lamentar las siguientes bajas:

Regimiento Buin - Muerto, el subteniente don Desiderio Iglesias. Heridos: los subtenientes don Belisario Cordobés y don Domingo Arteaga Novoa; además, 12 individuos de tropa, muertos; y 27 heridos.

Regimiento 2º de Línea - 3 individuos de tropa, muertos y 8 heridos.

Brigada de Zapadores - Fueron heridos el sargento mayor don Manuel Villarroel, el teniente don Enrique del Canto y el subteniente don Froilán Guerrero; y en la tropa fueron muertos 20 soldados y 46 heridos.

Batallón Atacama - Han sido heridos el capitán don Agustín Fraga; y los subtenientes don Remigio Barrientos y don Andrés Hurtado; siendo muertos 19 individuos de tropa y 51 heridos.

Aunque el Regimiento 4º de Línea no tomó parte en el desembarco y combate de las primeras horas, ha tenido algunas pérdidas, porque el transporte nacional "Toltén", a bordo del cual estaba embarcado este cuerpo, se acercó demasiado hacia el lado de tierra y recibió del enemigo unos tiros de riflería en circunstancias que la cubierta del buque estaba llena de gente, causando la pérdida de 3 muertos y 13 heridos en la tropa de ese cuerpo.

Por último, haré presente a US que los señores Jefes y oficiales de cada cuerpo han observado una conducta digna de elogio, pues siempre se les vio en su puesto atendiendo sus respectivos cuerpos durante el desembarco y el combate.

Aunque el Regimiento 2º de Línea no formó parte de esta División, su digno Comandante don Eleuterio Ramírez, prestó una eficaz cooperación embarcado en un bote, atendiendo en diversos puntos al transporte de tropas, lo mismo que el capitán de Ingenieros don Emilio Gana, que sirvió durante la acción embarcado en uno de los botes del vapor "Abtao".

Los partes que han sido pasados por los Comandantes de cuerpos dan una relación detallada de la parte que a cada uno de ellos ha correspondido en este glorioso hecho de armas.

Es cuanto tengo que exponer a US.

Dios guarde a US.

Luis Arteaga

 

***

PARTE DEL GENERAL ERASMO ESCALA

GENERAL EN JEFE DEL EJÉRCITO DE OPERACIONES DEL NORTE.

Campamento del Hospicio, Noviembre 10 de 1879.

Señor Ministro:

Desde el día en que fui investido con el alto carácter de General en Jefe del ejército de operaciones del Norte, ayudado con la eficacísima cooperación del señor Ministro de Guerra en comisión, don Rafael Sotomayor, contraje mis esfuerzos con preferente atención a preparar y orga­nizar los elementos de una expedición sobre el territorio enemigo, que, asegurando el triunfo de nuestras armas, apresurara el término honroso de la injusta guerra a que tan alevosamente habíamos sido provocados.

Graves dificultades se presentaban para tan ardua em­presa. El estado del ejército de mi mando era altamente satisfactorio; pero los obstáculos materiales que a ella se oponían, eran casi insuperables. Cualquiera que fuera el punto del país enemigo que se eligiera como el objetivo de operaciones, había de presentar toda clase de incon­venientes.

La enorme distancia que nos había de separar de los centros de nuestros recursos, la escasez de elementos de trasporte y de movilización de que podíamos disponer para un crecido ejército, la privación de los medios de sustentación, la falta casi absoluta de un elemento tan indispensable como el agua, la influencia del clima y mu­chas otras dificultades que no se ocultarán a la inteligente penetración de V. S., nos obligaba a tomar todo género de precauciones y prevenciones que nos pusieran a salvo de toda eventualidad o emergencia.

Con todo, cábeme ahora la honrosa satisfacción de dar cuenta a V. S., de que esta expedición ha sido llevada ya a cabo en una importantísima parte con un feliz éxito; y no vacilo un momento en afirmar a V. S. que el resul­tado final ha de corresponder al éxito que hasta aquí se ha obtenido.

En los últimos días del mes próximo pasado, se dio principio en el puerto de Antofagasta al embarque en los buques de nuestra escuadra y trasportes nacionales, de nuestras tropas, elementos y pertrechos de guerra, equipo, embarcaciones, provisión de agua, de víveres, de forrajes y de la caballería, como también de las demás existencias que para poder moverse requería un ejército tan nume­roso como el destinado a obrar sobre el suelo mismo del enemigo.

Por fin, el día 28 de ese mes se había conseguido tener a bordo de nuestras naves todo el personal del ejército, que constituía la primera división expedicionaria, y el con­tingente indispensable para ponerse en marcha; y a las 6:30 P. M. zarpábamos del indicado puerto de Antofa­gasta con rumbo hacia el N. O., dejando en este puerto una fuerte guarnición de cerca de 3.000 hombres de línea y más de 2.000 de guardias nacionales, todas ellas perfecta­mente equipadas y disciplinadas.

Se componía el convoy de los buques de guerra blinda­do Almirante Cochrane, cruceros Amazonas y Loa, vapor Abtao, cañonera Magallanes y goleta Covadonga, bajo las órdenes del capitán de fragata, Jefe accidental de la es­cuadra, don Manuel T. Thompson; y de los trasportes na­cionales Itata y Copiapó que daba remolque a la fragata nacional Elvira Álvarez, Limarí, Lamar, Santa Lucía, Toltén, Huanay, Paquete de Maule y Toro, al mando del capitán de navío, Comandante General de trasportes, don Patricio Lynch.

Formaban también parte de esto convoy la corbeta O’Higgins y el trasporte Matías Cousiño, que con anterioridad se habían dirigido al puerto de Mejillones para tomar las fuerzas que había estacionadas allí, debiendo reunirse al convoy en un punto designado, lo mismo que el trasporte Angamos, que por haber llegado en la mañana del día que nos dábamos a la vela, tuvo que retardar su salida.

Las fuerzas de tierra embarcadas aparecen en el sig­uiente cuadro,

Regimiento 1º de línea.

Regimiento 2º de línea.

Regimiento 3º de línea.

Regimiento 4º de línea.

Batallón Naval.

Batallón Valparaíso.

Batallón Bulnes.

Batallón Chacabuco.

Batallón Atacama.

Batallón Coquimbo.

Regimiento Artillería.

Regimiento Artillería de Marina.

Cazadores de a caballo.

Brigada de Zapadores.

Cuerpo de Pontoneros.

Nuestra marcha, a distancia de unas 50 millas de la costa, tuvo que ser muy lenta, porque el mal estado de algunos trasportes, que iban además sumamente cargados, no permitía un andar superior a tres millas por hora.

Después de     tres días de viaje, nos encontramos por fin, reunidos ya todos los buques del convoy, el día 1º de Noviembre en la mañana, inmediatos a la altura de Pisagua, punto designado para emprender el desembarco; pero tuvimos que mantenernos sobre la máquina durante el día para esperar la primera hora del siguiente, que era el momento más oportuno para intentarlo en mejores con­diciones. Ese día se celebró a bordo del buque jefe un consejo de todos los comandantes de cuerpos y buques que en combinación debían obrar durante la acción; y en él se tomaron las determinaciones que requería el mejor arreglo de la operación de desembarco y ataque.

Debimos amanecer en la madrugada del día 2 en la misma bahía de Pisagua; mas el corto           andar de varios trasportes, según lo he manifestado ya, volvió a atrasar­nos, y solo pudimos presentarnos en el puerto a las 6 A. M.

Una vez que estuvieron en frente de él todos los buques del convoy, los de guerras, blindado Almirante Cochrane, corbeta O’Higgins, cañonera Magallanes y goleta Covadonga, pasaron a tomar dentro de la bahía las posiciones acordadas, manteniéndose el resto a una distancia conveniente. El primero de ellos rompió sus fuegos a las 7 A. M.,  dirigiendo sus punterías a un fuerte establecido en la parte Sur de la plaza, y fueron seguidos por los de la corbeta O’Higgins casi inmediatamente, y muy luego por la cañonera Magallanes y la goleta Covadonga. Des­pués de una hora de un vivo fuego, las certeras punterías de nuestros buques apagaron completamente los fuegos de la batería enemiga que ningún daño nos hicieron, quedando casi destruida esa batería.

Aunque sobre el morro de Pisagua se divisaba otra fortificación, sin embargo el enemigo no hizo disparo alguno, a pesar de que fue atacado por los que se le dirigieron desde a bordo.

Entre tanto, una comisión compuesta del coronel don Luís Arteaga, tenientes coroneles don Diego Dublé Almeida y don Justiniano Zubiría, y del capitán don Juan Santana, fue a practicar, de orden del no suscribe, en una lancha a vapor, un reconocimiento de la playa para informar sobre los lugares apropiados para el desembarco, y pudo hacerlo a pesar de los fuegos que se le dirigieron de tierra al acercarse a la playa, y que la lancha contestó.

Apagados por completo los fuegos de tierra, se hizo avanzar a las 8 ¾ A. M. los trasportes  Copiapó y Limarí que conducían los cuerpos de la segunda división de las en que había sido seccionado el ejército expedicionario para este acto. Esta segunda división, compuesta del re­gimiento Buin 1º de línea, batallón Atacama y dos ba­terías de artillería de montaña, fue designada para hacer primero el desembarco en el Puerto de Pisagua.

También se ordenó adelantarse al trasporte Lamar, que llevaba a bordo la brigada de Zapadores, que por la instrucción especial que el comandante de este cuerpo, teniente coronel don Ricardo Santa Cruz, había dado a su tropa para ataques de esta especie, componía una sección separada.

El desembarco debía hacerse en los botes y canoas de los buques de la escuadra y trasportes, y algunas lanchas construidas especialmente con este objeto, las cuales constituían una flotilla de embarcaciones menores que se puso a las órdenes del capitán de navío, ayudante de campo don Enrique M. Simpson, a quien solo confió esta comisión.

La dirección del desembarco de la tropa fue encomen­dada al coronel don Emilio Sotomayor, jefe de Estado Mayor, quien al efecto se embarcó en una lancha a vapor con el comandante general de infantería, coronel don Luís Arteaga, atendiendo ellos personalmente tan delica­da y difícil operación.

Se dio principio a ella a las 9 ½ A. M. y al dirigirse a la playa las primeras embarcaciones, recibieron un nutrido ­fuego de fusilería de las fuerzas enemigas que se encontraban atrincheradas tras de las enormes y escarpadas rocas que forman esa playa, y de los parapetos que les ofrecían los accidentes naturales del terreno u obras especiales construidas al efecto. Se ocultaban asimismo en los edificios de la población, en los carros del ferrocarril de Pisagua, en las zanjas que quedan al costado de la línea férrea, que está un poco elevada, y tras de grandes rumas de sacos de salitre y pilas de carbón, que había en la estación, y en diversos puntos de la ciudad.

Se intentó a la vez el desembarco en diversas partes, y en todas ellas se les hizo igual resistencia. Se dio entonces orden a la escuadra de que protegiese esta operación con el fuego de sus cañones, dirigiendo sus tiros hacia todos aquellos lugares desde los cuales se hacía fuego a la tropa nuestra. Las balas y granadas de nuestros buques caían en distintas direcciones en todos aquellos puntos en que el enemigo estaba oculto, y se produjo entonces el incendio, tanto

en los edificios de la población, como en los depósitos de sacos de salitre y de carbón existentes en varias partes.

Sin embargo, no cesaba una verdadera granizada de balas dirigida sobre todos los botes que conducían tropas; y en medio de ellas, merced al valeroso empuje de nuestros soldados y a la serenidad y ejemplar bizarría de sus jefes y oficiales, principiaron los botes a echar a tierra sus tripulantes, teniendo a más que luchar con la pésima condición de los desembarcaderos, en los cuales la ola azotaba sobre las rocas con toda violencia.

En medio de tantas contrariedades, logran nuestros botes, aunque con considerable  perdidas, acercarse a la playa, protegidos también por una ametralladora de montaña de la artillería, que se embarcó en un bote, a las órdenes del subteniente del regimiento, don José Antonio Errázuriz, y que prestó una eficaz ayuda.

Las primeras tropas que ponen el pie en tierra son las de la brigada de Zapadores, que dirigidas con acierto por su comandante, merecieron tomar al enemigo por la retaguardia, facilitando así el desembarco del resto de la divi­sión, que en esos momentos bajaba a tierra por dos puntos distintos, sufriendo un fuerte ataque de las fuerzas con­trarias estacionadas en algunas posiciones elevadas. Venciendo todas estas dificultades, llegaron a tierra el batallón Atacama, regimiento Buin, a las órdenes de sus respecti­vos comandantes y 108 del regimiento 2º de línea.

Ya una vez en tierra estas fuerzas, principiaron a ganar terreno poco a poco y a dominar algunas alturas, des­de las cuales arrojan al enemigo de las ventajosas posiciones en que estaba parapetado, y principia entonces una nueva operación no menos atrevida y dificultosa.

Tratase entonces de arrojar al enemigo de su propio campamento, situado en la cima de un elevado cerro (a 1,300 pies) cortado a pico, y de un terreno movedizo y polvoroso. El enemigo tiene cerrados todos los senderos, y     a ocupado magníficas posiciones, aprovechando los recodos de la vía férrea y del camino, y todas las ventajas que le proporciona el lugar.

Con todo, el batallón Atacama, el regimiento Buin, y 100 hombres del regimiento 2º de línea y 100 de la brigada de Zapadores, a las órdenes del teniente coronel don Luís J. Ortiz, emprenden tan atrevida ascensión, siendo auxiliados en ella por los fuegos de nuestra escuadra que con toda certeza se dirigen hacia aquellos puntos en que estaban agazapados los enemigos.

Después de cuatro horas y media de un rudo combate sostenido por nuestras tropas en tan desventajosas condiciones con un enemigo que no le era inferior en número, parte de los nuestros llega a dominar la altiplanicie del cerro en que existía el campamento del ejército enemigo, compuesto de los batallones Victoria e Independencia, de más de 1200 plazas, según informes que he recogido, al mando del coronel boliviano don Juan Granier.

Apenas divisa el enemigo que nuestras fuerzas han dominado la altiplanicie, abandona el campamento y huye vergonzosamente, quedando nuestro el campo a las 2:30 P. M., y al apercibir los buques de la escuadra que el pabellón chileno flameaba en el mismo punto en que se ostentaba momentos antes el del enemigo, suspenden por completos sus fuegos.

Mientras se verificaba este importante hecho de armas en el puerto de Pisagua, la primera división del ejército, compuesta del regimiento 3º de línea, batallón Naval de Valparaíso, dos baterías de montaña y el batallón Valparaíso, embarcadas en el crucero Amazonas y en el trasporte Itata, se dirige, convoyada por la Magallanes, sobre la caleta de Junín, un poco al Sur de Pisagua, donde debía desembarcarse para tomar el camino que debía conducirla al mismo campamento del enemigo, en el cerro de Pisagua, y sorprenderlo allí por la retaguardia.

Esta caleta presentaba también muchas dificultades y peligros para el desembarco, pues las olas reventaban con una gran fuerza sobre las rocas de las playas, que pueden parapetar una fuerza insignificante para rechazar a un ejército, por numeroso que fuera, que tratase de desem­barcar allí. Felizmente la pequeña guarnición que había, compuesta de unos 30 hombres, huyó a los tres primeros tiros que se le dirigió de a bordo, y pudo efectuarse con toda tranquilidad el desembarco.

Esta división, a las órdenes del coronel don Martiniano Urriola, continuó su marcha como a las cinco de la tarde hacia el campamento, y vino en amanecer a él en la madrugada del día siguiente, encontrándole ocupado ya por nuestras fuerzas.

Pasada la hora en que fue tomada la plaza fuerte de Pisagua, se continuó en el desembarco de la tropa hasta entrada la noche, para seguirlo en los dos días subsiguientes, hasta que todas ellas estaban reunidas en el campa­mento mismo del enemigo llamado el Hospicio.

Hemos tenido que lamentar algunas bajas, principalmente durante el desembarco, alcanzando ellas también a los botes de la escuadra, que se ocuparon en este acto.

En el ejército hemos tenido las siguientes bajas:

Regimiento Buin.- Muertos: el subteniente don Desiderio Iglesias y doce individuos de tropa.

Heridos: los subtenientes, don Belisario Cordovez y don Domingo Arteaga Novoa, y 27 de la tropa.

Regimiento 2º de línea.‑ Muertos: tres individuos de tropa, y ocho heridos.

Brigada de Zapadores.- Muertos: 20 soldados.

Heridos: el sargento mayor don Manuel Villarroel, el teniente don Enrique Canto, y el subteniente don Froilán Guerrero, y 46 de la tropa.

Batallón Atacama.‑ Muertos: 19 individuos de tropa.

Heridos: el capitán don Agustín Fraga y los subtenien­tes don Benigno Barrientos y don Andrés Hurtado, y 51 heridos.

Regimiento de Artillería.- Heridos: dos individuos de la tropa que acompañaban al subteniente Errázuriz en el servicio de la ametralladora.

El regimiento 4º de línea, embarcado en el trasporte Toltén, no tomó parte en el desembarco; pero habiéndose acercado este vapor demasiado a la playa, se dirigieron des­de tierra algunos fuegos de fusilería sobre la cubierta del buque, en la cual estaba la tropa, cansándole la pérdida de 3 soldados muertos y 13 heridos.

No me es posible determinar, ni aun aproximadamente siquiera, el número de muertos que haya tenido el enemi­go: el campo quedó sembrado de cadáveres, los cuales se hizo sepultar el día siguiente.

En la marina hemos sufrido las siguientes pérdidas:

Almirante Cochrane. Un marinero muerto.

Heridos: el guardiamarina don Luís V. Contreras, y tres individuos de la tropa.

Corbeta O’Higgins.- Muertos: el aspirante don Miguel A. Isaza, un guardián 2º y cuatro marineros.

Heridos: teniente 2º don José M. Santa Cruz, dos ca­pitanes de altos, tres marineros y dos grumetes.

Goleta Covadonga.- Un marinero herido.

Goleta Magallanes.- Un marinero muerto.

Heridos: el guardiamarina don José María Villarreal, un guardián 1º y un marinero.

Trasporte Loa.- Heridos: el aspirante don Eduardo Donoso, un patrón de bote y un marinero.

Trasporte Limarí.‑ Fue herido el marinero José Díaz, que no pertenece a la dotación de guerra.

Hemos tomado al enemigo cerca de treinta prisioneros: entre ellos dos tenientes coroneles, un capitán, dos tenien­tes y un subteniente.

Se ha tratado de atender con solícito interés a los he­ridos en cuanto lo permiten los recursos de que puede disponerse aquí, pues por falta de trasportes no nos fue permitido traer con el ejército algunas de las ambulancias, cuyos servicios habrían sido muy importantes.

En el campo    enemigo existía la ambulancia Arequipa, que atendió a algunos de sus heridos, pero ella se ha retirado ya, llevándose su material.

Con la toma de Pisagua hemos ocupado una parte muy importante del territorio enemigo, no solo por las condiciones estratégicas especiales que tiene, sino también porque hemos quitado al enemigo una de las partes más interesantes para su comunicación entre el Norte y el Sur, como por sus riquezas.

En los primeros días subsiguientes a la toma de la plaza, no pudo movilizarse el ejército por haber sido sumamente escasa el agua y no poderse proveer al soldado de la necesaria para que marchara. Mas, hoy es distinta la condición del ejército: avanzadas nuestras ocupan el territorio hacia el interior en una extensión de más de 60 millas, y en ella tenemos ya el agua necesaria para surtir la tropa, y esta ha sido ya distribuida convenientemente en todo el cantón.

A la presencia de nuestras fuerzas en los puntos del interior, han huido las fuerzas enemigas que allí había. Solo en Agua Santa una avanzada nuestra de caballería, encontró resistencia en una fuerza de 100 hombres de caballería enemiga, que fue completamente batida por la nuestra, dejando en el campo 70 muertos del enemigo y tomado 6 prisioneros, entre ellos un teniente coronel y un teniente, sin que nosotros hayamos sufrido más que la pérdida de 3 cazadotes y 6 heridos.

El comportamiento de los señores jefes, oficiales y tropa, ha sido digno de todo elogio. Los cuerpos que no alcanzaron a hacer el desembarco durante el ataque, anhelaban vivamente compartir la gloria de ir a sostener con las armas en la mano el honor de nuestra querida patria. Los cuerpos cívicos movilizados en la presente campaña, han rival­izado con nuestros veteranos de línea en bravura y disciplina, correspondiendo por completo a las buenas esperanzas que en ellos se fundaban.

Este magnífico espíritu de la tropa no ha desmayado un momento, y hoy espera con ansia el día en que pueda dar mayores glorias a su país.

Los señores jefes y oficiales, a su vez, están animados del más acendrado patriotismo, y celosos y estrictos en el cumplimiento de su deber, se les ve en los momentos de peligro ser los primeros en acudir. De ello ha dado un espléndido testimonio el memorable hecho de armas de que ahora he dado cuenta a V. S.; así es que me permito recomendar al Supremo Gobierno los importantes servicios que ellos han prestado, comprendiendo esta recomendación a todos y a cada uno de ellos.

Termino, señor Ministro, felicitando al Gobierno y a la nación, por un hecho de armas que viene a agregarse a los muy gloriosos y difíciles que en diversas ocasiones han llevado a cabo los ejércitos chilenos, y que han revelado de cuanto es capaz el soldado chileno cuando se trata del honor de su patria.

            Dios guarde a V. S.   

ERASMO ESCALA

Al señor Ministro de Estado en el departamento de Guerra.

***

PARTES OFICIALES PERUANOS Y BOLIVIANOS.

PARTE DEL GENERAL JUAN BUENDÍA

Agua Santa, Noviembre 4 de 1879

Acompaño a V. S., para conocimiento del Excmo. Señor general director supremo de la guerra, la nota que me ha sido dirigida por el señor general don Pedro Villamil, Comandante general de la segunda división del ejército de Bolivia, acompañándome el parte de su Estado Mayor y el que me ha sido pasado por el Comandante militar de la plaza, sobre el combate que ha tenido lugar en el puerto de Pisagua el día 2 del corriente.

Había llegado a aquel puerto la víspera de los sucesos que motivan esta nota, a efecto de inspeccionar personalmente las fuerzas a quienes estaban confiada su defensa; pero al amanecer del día siguiente, cuando no había dado principio a mi tarea, fui avisado de la presencia de la escuadra enemiga en aquel puerto, compuesta de veinte buques.

Ordené inmediatamente las operaciones y medidas que se detallan en los partes adjuntos, y comenzó el enemigo sus hostilidades a las 6:55 A. M., siendo contestadas por los dos únicos cañones de a 100, que se encontraban uno al Norte y otro al Sur de la bahía.

Nuestros soldados soportaron los fuegos de la escuadra sin hacer un disparo, como se les había ordenado hasta el momento que comenzó el desembarco, y con el fuego de nuestra infantería. Esta constaba de los batallones Victo­ria e Independencia, cuyas plazas ascienden a 790 y al­gunos guardias nacionales del Perú.

990 hombres componían toda la resistencia, y asimismo vemos retirarse al enemigo bajo el fuego de nuestra esca­sa fuerza. Reorganizarse bajo la protección de la escua­dra que aumentaba por momentos nuestras pérdidas y reparaba las propias ocurridas en las 44 lanchas de des­embarco que habían intentado llegar a la costa. Este segundo como el primer ataque, fui también rechazado con pérdidas menos considerables.

Pero el tercer ataque fue ya decisivo el terreno que ocu­paban nuestras fuerzas era desventajoso: no mide más de 200 metros entre el mar y el escarpado barranco que cier­ra aquel punto por el costado Este, y cuyo camino solo permite el tránsito de las fuerzas en desfile. Fue sobre aquel pedazo que la escuadra chilena hizo funcionar con prodigiosa rapidez toda su artillería, sus ametralladoras y su fusilería, porque los buques se hallaban a tiro de revolver de la costa. Una nube densa producida por el fuego del enemigo, por el propio y por el incendio que devo­raba ya la población y millares de sacos de salitre, envolvía el teatro del combate a los invasores, en tanto que conti­nuaban los tiros dirigidos del mar.

Fue en esta situación, después, las bajas extraordinarias que revelan los partes, después de 7 horas de resistencia y de combate heroico sostenido por las fuerzas del ejército boliviano y por los nacionales del Perú, que acordamos con el señor general Villamil retirarnos con nuestras fuerzas convencidos de que era inútil continuar la resisten­cia con 900 hombres contra 4.000 que habían ya desem­barcado, sin contar con las poderosas reservas que mante­nían los buques dispuestos siempre a reparar las pérdidas, y sin tener artillería ni elemento alguno de los que nos oponía aquella numerosa escuadra.

Se hizo la retirada con toda la disciplina y el orden que se habían mantenido en el combate. La conducta bizarra del señor general Villamil, de su jefe de Estado Mayor Ge­neral y los jefes, oficiales y soldados del ejército boliviano, de los nacionales del Perú, del jefe militar del puerto y demás oficiales de nuestro ejército, ha sido altamente ab­negado, y es la misma abnegación y el general entusiasmo en el combate por las fuerzas aliadas, lo que me impide entrar en recomendaciones especiales que ten­drían que ser injustas, o comprender a todos los que se han batido en mi presencia.

La ocupación de Pisagua por fuerzas enemigas ha infundido en el corazón del soldado el deseo de la repara­ción y la venganza. Las fuerzas aliadas solo aspiran a nue­vos combates, donde puedan brillar una vez más su decidi­do entusiasmo y su abnegado heroísmo.

Grande es sin duda la diferencia de temple moral de nuestro ejército, con el ejército chileno: ha necesitado hacinar su poder marítimo y terrestre para batirse con 900 hombres que mantuvieron el fuego durante 7 horas y les hicieron retroceder dos veces: es nuestra fuerza mo­ral robustecida por la justicia de la causa que defiende la alianza: es el brío y la serenidad de nuestros soldados acreditados ya en numerosos combates, lo que hace in­dispensable nuestra victoria y seguro el triunfo que en el primer encuentro sabremos arrancarle al enemigo.

Dios guarde a V. S.

JUAN BUENDÍA

***

PARTE DEL CORONEL ISAAC RECABARREN

REPUBLICA PERUANA.‑ JEFATURA MILITAR Y POLÍTICA DE LA PLAZA DE PISAGUA.

Agua Santa,    4 de Noviembre de 1879

Señor General en Jefe:

En cumplimiento de mi deber, paso a narrar en los tér­minos más precisos y acordes con la verdad histórica, los sucesos que en conjunto componen la jornada que tuvo lugar el día 2 del presente en el puerto de Pisagua.

A las 5 A. M. de dicho día, el señor capitán de navío y de dicho puerto me hizo notar la presencia de dos vapo­res que navegaban hacia él y venían del Norte.

Suponiendo que fueran buques enemigos, sin pérdida de tiempo, puse esa circunstancia en el conocimiento de V. S., quien desde la víspera se encontraba en la plaza.

Trascurridos algunos minutos y con horizonte más des­pejado, quedó confirmada mi sospecha de ser buques de la escuadra chilena, alcanzando entonces el número de los que se divisaban hasta diez y ocho, todo lo cual hice notar a V. S., al mismo tiempo que solicité sus órdenes para pro­ceder conforme a ellas en todas las emergencias que re­sultaran de la presencia de la escuadra enemiga al frente de la plaza.

Entonces, honrado con la absoluta confianza de V. S. y siendo las 6 A. M., procedí a distribuir entre las dos piezas de artillería colocadas una al Norte y otra al Sur de la bahía, las fuerzas recién organizadas bajo mi mando, com­puestas en su totalidad de doscientos cuarenta y cinco artilleros, incluso los cuarenta y cinco de la división bo­liviana, en todos los puntos de la plaza por donde pudiera efectuarse fácilmente un desembarque, que era el objeto que se proponía el enemigo.

En esta actitud esperé que el enemigo tomara la inicia­tiva para contestar sus fuegos, los que rompió a las 6:55 A. M. el blindado Lord Cochrane, inmediatamente secun­dado por cuatro corbetas de guerra, cuyos nombres no puedo precisar, sobre el cañón del Sur, los cuales inmediatamente contestados por él, continuando este desigual combate, en que muy poca parte le cupo tomar al cañón del Norte por razón de la distancia en que se encontraban, hasta las 9. A. M., en que cesaron los fuegos por espacio de cincuenta minutos próximamente.

En este interregno, el enemigo se ocupó en trasbordar fuerzas de desembarque a cuarenta embarcaciones meno­res que al efecto tenía preparadas.

Concluida, esta operación, comenzó de nuevo a hacer disparos de artillería, dirigiéndolos a la parte no incen­diada de la población, con el fin evidente de su destrucción, a la vez que proteger el desembarque de las tropas que ya se acercaban a las caletas y playas situadas entre la maestranza del ferrocarril y los cerros, puntos que se encontraban guarnecidos por fuerza de po­licía y de nacionales, respectivamente mandados por el sargento mayor graduado don Mariano Ceballos, el capitán don Ignacio Suárez y el de igual clase de la guardia na­cional don José Vicente Rodríguez, las cuales opusieron a los proyectos del enemigo tan tenaz y vigorosa resistencia, que lograron rechazarlos, colocándolos en condiciones de no poder renovar el combate en tierra hasta no encontrarse apoyados por considerable número de tropas que habían sido desembarcadas en la playa de Guata, situada una milla al Norte, trabándose entonces un recio combate que sostuvimos con buen continente y sin perder nuestras posiciones por espacio de más de cuatro horas, a pesar de estar sufriendo al mismo tiempo un nutridísimo fuego que nos hacían las ametralladoras de los buques y de las lanchas, así como con la artillería de los primeros, que no cesó de disparar un solo instante.

Desde poco después de principiado este segundo perío­do, comenzaban a bajar sucesivamente varias compañías de las fuerzas bolivianas situadas en el Hospicio, tomando parte en el combate con caluroso entusiasmo y con nota­ble arrojo.

Como el enemigo pudiera disponer de numerosas fuerzas, tuvo ocasión de renovar constantemente sus desem­barcos y lograr la reunión de una masa próximamente de cuatro mil hombres, con la cual alcanzó a dominar algu­nas posiciones ventajosas que duplicaron su acción y nos obligaron a dejar lentamente aunque cortándole muy cercea cada paso que avanzaban.

Ocurría esto a la 1 P. M. en que también noté que se retiraban las fuerzas bolivianas situadas en los cortes de la línea férrea, circunstancia que me obligó a disponer la retirada de los que se batían en la playa; efectuándola el que suscribe, media hora después y por la vía de Junín, única que aun se encontraba expedita y que continué has­ta dominar la pampa del Hospicio, de donde me dirigí a la estación de San Roberto para unirme con V. S.

Todas las fuerzas peruanas y bolivianas que bajo mi mando han tomado parte en este rudísimo combate, se han mostrado dignas de la santa causa que defienden, y, por consiguiente, de la superior consideración de V. S., ante quien cumplo el deber de hacer la recomendación que unas y otras merecen.

Siendo digna de especial mención la conducta observada por los señores coroneles de la guardia nacional don Nicanor González y don Manuel Francisco Zavala, a quienes en los momentos más comprometidos del combate les ordené acudir a la estación con un grupo de 18 hombres con quienes estaban en el cañón del Sur.

Asimismo el capitán de navío y del puerto don José Becerra, que se mantuvo en su puesto al frente de una compañía de nacionales; el capitán de fragata don Manuel Benavides y particularmente la del alférez don Ignacio del Mar y del capitán de Zapadores don Pedro Rumié.

La circunstancia de haber quedado la plaza en poder del enemigo, no me permite apreciar el número de bajas que ha sufrido, tanto el enemigo como nuestras fuerzas, concretándome a participar a V. S. la sensible muerte del teniente de artillería don Luís Tamayo, de la dotación del cañón del Sur, y de la ignorada suerte o condición que le haya cabido al teniente coronel de artillería don Manuel Saavedra, al capitán de la misma arma don N. Espinosa, que quedaron en la ambulancia del coronel de la guardia nacional don Manuel Zavala, y del capitán de la misma, don José Vicente Rodríguez, ignorándose el paradero de todos ellos.

Encuentro conveniente dejar designado en este parte para el superior conocimiento de V. S., que en la estación del ferrocarril quedó lista para salir a las 5:30 A. M. de ese día, la máquina que debió subir por haber abandonado su puesto el maquinista que la manejaba, y por no haber tenido absolutamente con quien reemplazarlo.

Las consecuencias del bombardeo han sido completar el incendio de la población, comprendiendo una existencia de cincuenta mil quintales de salitre, poco más o menos, y exceptuando la estación del ferrocarril, los almacenes de la aduana y casi toda la casa de Outram y Ca.

Es cuanto tengo que participar a V. S., señor General en Jefe.

ISAAC RECABÁRREN

Al benemérito señor General en Jefe del ejército del Sur.

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PARTE DEL GENERAL PEDRO VILLAMIL

COMANDANCIA GENERAL DE LA DIVISIÓN BOLIVIANA.

Agua Santa, Noviembre 4 de 1879.

Señor General:

Tengo el honor de elevar a V. S. el parte que me ha acompañado el Jefe de Estado Mayor de la división de mi mando, sobre el combate que ha tenido lugar en Pisagua el 2 del corriente.

Las relaciones que adjuntan con dicho parte impondrán a V. S. de las pérdidas que han tenido nuestras fuerzas en aquella acción de guerra tan desigual como gloriosa para nuestros soldados.

Creo escusado agregar mayores detalles tratándose de un combate que ha sido presenciado y dirigido por V. S., desde su comienzo hasta el momento en que acordamos ordenar la retirada, en vista del poder formidable que representaba toda la escuadra enemiga con el numeroso ejército y artillería que habían entrado en acción, y a la que solo pudimos oponerle nueve compañías de sol­dados.

Hoy, señor General, la justicia forma causa común con la venganza, y una y otra quedarán satisfechas a favor del heroísmo de los ejércitos aliados, que lo ha acreditado una vez más en el combate de Pisagua.

Dios guarde a V. S.

PEDRO VILLAMIL

A S. S. el General de División y en Jefe del Ejército.

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PARTE DEL CORONEL EXEQUIEL DE LA PEÑA.

ESTADO MAYOR DE LA SEGUNDA DIVISIÓN BOLIVIANA.

Agua Santa, Noviembre 4 de 1879

Señor General:

Poco antes de las 5 A. M. del día 2 del corriente, tuvo conocimiento el Estado Mayor de la presencia en la bahía de Pisagua de algunos buques enemigos, cuyo número en esos momentos se hacía llegar a 14, contándose después hasta 20 tres de los cuales se decían neutrales.

El enemigo se presentaba a aquel puerto en momentos en que estaba defendido solo por una compañía del bata­llón Independencia y algunas fuerzas de guardias nacio­nales que se hallaban situadas sobre la línea del ferro­carril.

Inmediatamente, en cumplimiento de las órdenes impartidas por V. S., hice tocar generala en el campamento y procedí a colocar dos compañías del mismo batallón Independencia y una del Victoria en protección de la primera.

Una hora después de la indicada (6:35 A. M.), los bu­ques chilenos rompieron sus fuegos sobre los dos únicos cañones de a 100 que había colocados uno al Norte y otro al Sur de la bahía; los que contestaron con algunos disparos, especialmente el segundo, que fue el que los hizo en mayor número hasta las 8 en que cesó el fuego de ambas partes.

Como durante el cañoneo hubiese notado que el enemigo hacía apresuradamente sus preparativos de desembarco, reforcé las posiciones con los restos del batallón Independencia, que constaba de tres compañías, las que marcharon con el jefe a la cabeza, coronel don Pedro A. Vargas.

Las ocho y cuarto serían cuando la escuadra enemiga, colocando alguno de sus buques a tiro de revólver de la costa, por permitirlo así la profundidad especial de esta bahía, rompió sus fuegos no solo de cañón sino también de ametralladoras y fusilería, todos ellos sobre la población y en particular sobre los puntos donde se encontraban nuestras tropas.

Cumpliendo la consigna que se les había dado, los valientes soldados del Victoria y del Independencia se portaron heroica y tranquilamente, sin contestar ese terrible y mortífero fuego, hasta que, a las diez y media, el enemigo inició su movimiento de desembarco con 44 lanchas repletas de tropa, once de las cuales fueron las primeras en arri­bar a la costa, dirigiéndose gran número de las restantes a Guata.

Fue en esos momentos que nuestros soldados después de haber soportado impasibles las hostilidades de la escua­dra y manteniéndose aun bajo sus fuegos, dieron principio a una tenaz y denodada resistencia.

En su primera y segunda tentativa de desembarco el enemigo fue rechazado con numerosas pérdidas, obligado a retroceder hasta la escuadra, donde fue protegido por la corriente de proyectiles que ésta arrojaba sin cesar sobre nuestras fuerzas.

Allí se organizó el enemigo y repuso sus pérdidas, em­prendiendo en seguida su tercer ataque.

Fue en esta situación que la artillería enemiga centupli­có sus disparos de cañón, de ametralladoras y de fusilería; nuestras tropas se hallaron entonces sofocadas por el in­cendio de la población y el de grandes depósitos de salitre, que aumentaban el humo y el fuego del combate.

En tales circunstancias mandé allí el resto del batallón Victoria, a las órdenes de su coronel Juan Granier, en pro­tección de sus valerosos compañeros, quedando así comprometida toda la fuerza de que disponíamos, y que constaba de 700 hombres.

Si bien el enemigo había conseguido desembarcar un considerable número de tropas, no se atrevía a abandonar las peñas de la playa, que le servían de parapeto contra el nutrido e incesante fuego que le hacían nuestros soldados, concentrándose en tres puntos sucesivos sobre la línea del ferrocarril: en cambio, por los de Junín y de Guata había conseguido avanzar un gran trecho.

Después de siete horas y media de haber luchado con una energía y decisión que aumentaba en la misma proporción que disminuían nuestras fuerzas, cuando el enemigo renovaba sus elementos de ataque con la reserva poderosa que conducían sus buques, recibí la orden de retirada, practicándose ésta con la misma serenidad y disciplina que nuestros soldados supieron mantener en el momento del combate.

Constan de las relaciones adjuntas las pérdidas sufridas en los batallones Victoria e Independencia, sin que sea po­sible determinar con precisión la relación que existe entre muertos y heridos o prisioneros, por las circunstancias que han caracterizado este combate.

Inútil me parece, señor General, recomendar especialmente la conducta de los jefes, oficiales y soldados que han tomado parte en esta denodada resistencia, por cuanto ha sido testigo del esfuerzo y heroísmo con que han defendido la noble y generosa tierra peruana que, regada hoy con la sangre de nuestros compatriotas y hermanos, enciende en nuestros corazones más, si es posible, el deseo de la reparación y la venganza.

Con sentimientos de alto respeto y consideración, me cabe la honra de repetirme de V.S. muy atento y seguro servi­dor, señor General.

EXEQUIEL DE LA PEÑA

Al señor General don Pedro Villamil, Comandante General de la segunda división boliviana.

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