La Guerra del Pacífico: Los Héroes Olvidados, Los que Nunca Volverán 

 

 

 

 

 

Un hombre solo muere cuando se le olvida

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Cuando a tu paso tropieces con una lápida, aparta la vista para que no leas: AQUÍ YACE UN VETERANO DEL 79. Murió de hambre por la ingratitud de sus compatriotas.

Juan 2º Meyerholz, Veterano del 79

 

 

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PARTE DEL GENERAL MANUEL BAQUEDANO

GENERAL EN JEFE

DEL EJÉRCITO DE OPERACIONES DEL NORTE

Lima, Febrero 12 de 1881

Señor Ministro:

Por comunicaciones telegráficas he puesto oportunamente en conocimiento de U S. las diversas operaciones realizadas por el Ejér­cito de mi mando desde mi salida de Arica el 14 de diciembre del año próximo pasado hasta las batallas de mediados de enero último. US. conoce, pues, en sustancia, todo lo ocurrido, faltándole solamente imponerse de los detalles, que son los que me propon­go consignar en esta nota, tomando por punto de partida para mi narración el día en que todo el Ejército de operaciones, estuvo reu­nido en el valle de Lurín.

US. sabe que en la costa elegida para el desembarque del Ejér­cito no hay puertos propiamente tales, sino pequeñas caletas desabrigadas que apenas se prestan para el comercio de contrabando. El desembarque de la infantería y caballería por esos puntos se hizo sin grandes dificultades; pero no sucedió lo mismo con la ar­tillería, víveres, municiones y bagajes. Para la artillería de cam­paña hubo necesidad de buscar una caleta próxima al valle por­que el camino de Curayaco a Lurín es enteramente inadecuado para el tráfico de carruajes pesados. Las municiones, víveres y ba­gajes se acarrearon a lomo de mula desde la caleta de Curayaco, por no haber permitido el mar desembarcarlos mas cerca.

Naturalmente, esta doble operación fue demorosa y retardó mu­cho más de lo que yo pensaba el movimiento ofensivo del Ejército.

No fue perdido, sin embargo, el tiempo de nuestra estadía en Lurín, porque ella me permitió adquirir los datos de que carecía hasta entonces sobre el número exacto de las fuerzas no poseía a mi salida de Arica sino informaciones insuficientes para basar sobre ellas un plan de operaciones.

El primero de los reconocimientos se hizo-por el lado del orien­te y sobre los caminos de la Cienaguilla y de Manchay, que llevan directamente al valle de Ate. Los oficiales que realizaron esta operación me informaron que el primero de los caminos nombra­dos era intransitable; que el segundo era un excelente camino carretero con algunos pasos angostos susceptibles de fácil defensa; que la travesía del valle era mala y que, siguiendo el camino de Manchay, no se encontraba agua en todo el trayecto desde el Lurín hasta muy cerca de las orillas del Surco. Posteriormente tuve oportunidad de verificar personalmente la exactitud de estos da­tos, haciendo con la mayor parte de los jefes un reconocimiento más formal de las mismas localidades.

Objeto de iguales estudios fue el camino que corre cerca de la costa y paralelo a ella y que, pasando por Villa y San Juan, va a caer a Chorrillos. En tres ocasiones distintas hice personalmente reconocimientos por ese lado, acompañado de los jefes principales del Ejército y llevando conmigo las fuerzas necesarias para obligar al enemigo a descubrir sus posiciones. También hice reconocer es­tas últimas por mar.

Estos estudios y diversas averiguaciones de otro género me per­mitieron establecer con cierta fijeza lo siguiente:

1.° Que el ejército peruano habla salido de Lima y ocupaba una línea fortificada que tenía en extrema derecha en Villa y su izquier­da en Monterrico Chico;

2.° Que las posiciones más fuertes de esta línea eran las de Vi­lla y San. Juan, que interceptaban el paso a Chorrillos;

3.° Que el ejército enemigo se componía de treinta mil hom­bres bien armados; y

4.° Que diariamente se parapetaba mejor, construyendo fosos y trincheras de sacos de arena para resguardar los pasos mas acce­sibles entre las diversas alturas en que tenía colocada su línea.

En posesión de estos datos, me cumplía ya resolver por qué punto debería llevarse el ataque.

Siguiendo el camino de Manchay se llegaba a atacar al enemigo por su flanco menos defendido y era posible interponerse entre la ciudad de Lima y el ejército que la defendía. Aparentemente era ésta la mejor operación estratégica; pero el camino que había que recorrer para realizarla era el mas largo y exigía elementos de mo­vilidad de que no disponíamos; nos alejaba mucho de la costa, haciéndonos perder el apoyo natural de nuestra Escuadra y permitía al enemigo apoderarse de Lurín para hostilizarnos por retaguardia.

Siguiendo el camino de la costa teníamos, es verdad, que atacar de frente las posiciones más fuertes de la línea enemiga; mas, en cambio, el camino que había que recorrer era corto, nos acercábamos a la costa, base necesaria de nuestras operaciones y quedábamos con nuestra retaguardia segura.

Había aun una tercera operación, y era la de amenazar con una división por Chorrillos, mientras las otras dos llevaban el ataque efectivo por Monterico Chico. Indudablemente me habría decidi­do por ésta si hubiera contado con mayor número de fuerzas; pe­ro me pareció ilusorio y peligroso pretender rodear a un enemigo superior en número con fuerzas que, divididas, se debilitaban con­siderablemente y no podían apoyarse en caso de necesidad, porque la distancia que debía, separarlas era demasiado grande y el terre­no en que habían de operar muy poco conocido.

Me decidí, pues, a atacar por Villa y San Juan con todo el Ejér­cito. Aunque mi resolución a este respecto era inquebrantable, después de hechos los estudios necesarios, guardando a algunas opi­niones contrarias la debida deferencia, comuniqué mi plan a todos los jefes superiores del Ejército y tuve la satisfacción de obtener su unánime aprobación.

Con esto, dí ya mis órdenes definitivas. Hice un último recono­cimiento del terreno en que íbamos a operar con los señores jefes de división, a quienes señalé con toda fijeza los puntos que respec­tivamente debían atacar, y dispuse que la partida fuera a las cinco de la tarde del día 12 de enero para acampar cerca del enemigo, de manera que cayésemos sobre él con la primera luz de la ma­drugada del 13.

La primera división, mandada por el coronel don Patricio Lynch, debía atacar las posiciones de Villa. La segunda, al mando del general de brigada don Emilio Sotomayor, atacar las posiciones de San Juan. La tercera, a las órdenes del coronel don Pedro Lagos, inclinándose más al oriente, debía impedir que el ala izquierda del ejército enemigo viniera en apoyo de su derecha, interceptándole el paso, y estar dispuesta para auxiliar a las otras en caso necesario. Formé una pequeña reserva  de los regimientos 3° de Línea, Zapadores y Valparaíso, que puse a las órdenes del teniente coronel don Arístides Martínez, para reforzar convenientemente los puntos más débiles durante la batalla.

La marcha de las tropas se hizo en este orden: la primera división, siguiendo el camino de la costa; la segunda, marchando para­lelamente con ésta mas hacia el oriente; la tercera, a retaguardia de la segunda; la reserva, a retaguardia de la artillería de campa­ña. La caballería tuvo orden de salir a media noche de Lurín pa­ra encontrarse en su puesto al amanecer.

La marcha, favorecida por la luna llena, se hizo sin otro incon­veniente que un ligero atraso de una parte de la artillería motiva­da por lo arenoso de una sección del camino. A las 12 de la no­che, más o menos, las divisiones ocupaban ya el lugar en que, se­gún mis órdenes, debían acampar. Las fuerzas que iban a entrar en acción formaban un total de 23.129 hombres de las tres armas.

A las tres y media de la mañana del 13 la primera división es puso nuevamente en marcha para acercarse a las posiciones del enemigo, de las cuales la separaba una distancia de cinco kilómetros próximamente. A pesar de la oscuridad, aumentada, por una densa neblina y de lo accidentado del terreno, la división, formada en línea de batalla y con sus guerrillas tendidas al frente, hizo esa larga marcha con tanto orden, que a las 5 todos los cuerpos que la formaban se hallaban simultáneamente en sus puesto.

A esa misma hora dio principio el combate por ese flanco, siendo el enemigo el primero en romper sus fuegos de artillería, ame­tralladoras y fusilería, sobre nuestras tropas. Estas continuaron avanzando aún, sin contestarlos, hasta estrechar más la distancia. Cuando ésta se redujo a 400 metros, se rompió también el fuego por nuestra parte y el combate se hizo general en toda nuestra ala izquierda.

Las primeras luces de la mañana hallaron a nuestras tropas tre­pando las alturas y muy cerca ya de las trincheras enemigas. La artillería pudo también principiar a funcionar sin riesgo de dañar a nuestros soldados. Los primeros morros y las primeras trinche­ras fueron desalojados en poco tiempo. Pero el enemigo ocupaba otras alturas y otros parapetos, desde los cuales seguía haciendo una resistencia tenaz. Contribuían a hacerla mayor los refuerzos que principiaban a llegarle del centro a consecuencia de un atra­so involuntario de la segunda división que, no habiendo atacado, como estaba previsto, simultáneamente con la primera, dejó tiem­po al enemigo para robustecer su ala derecha que principiaba a ser envuelta.

Comprendiendo que era indispensable, completar las ventajas ya obtenidas, impidiendo que el ejército contrario tuviera tiempo de rehacerse, ordené a la reserva fuera en apoyo de la primera división, lo que hizo con toda prontitud.

Como casi al mismo tiempo la segunda división entraba en combate y aparecían por el poniente el regimiento Coquimbo y el batallan Melipilla, destinados a atacar el flanco derecho de la línea peruana con el auxilio de la artillería de la Escuadra, nuestras tropas cobraron nuevo vigor y el combate se hizo más encarnizado.

La primera división siguió avanzando; se apoderó de los morros más altos, donde la resistencia, había sido mas porfiada y llegó, salvando fosos y trincheras, hasta el pié del morro Solar. En tres ho­ras de sangrienta lucha el enemigo perdió todas sus fuertes posiciones de la derecha, sus trincheras, sus cañones y un número con­siderable de sus mejores tropas. Los regimientos 4.° y 2° de línea y los movilizados Talca, Chacabuco y Atacama se distinguieron es­pecialmente en esta parte de la jornada por en empuje y arrojo.

La segunda división, como dejo dicho, sufrió al emprender su marcha al amanecer; del 13, un extravío causado por la densa oscuridad de la mañana y que no le permitió entrar en acción con toda la precisión deseable. Sin embargo, cuando pudo con la cla­ridad del alba reconocer el terreno, inició el combate por su parte con un entusiasmo y orden dignos de todo Elogio. Sin detenerse un instante, las tropas de esa división desalojaron al enemigo de to­das sus posiciones fuertes y completaron su derrota, iniciada por la primera en nuestra ala izquierda.

Se hicieron notar aquí el regimiento Buin 1° de línea, que llegó a las trincheras casi sin disparar un tiro para tomarlas a la bayo­neta, y los regimientos Esmeralda y Chillán. El Lautaro tuvo también su buena y honrosa parte en la jornada.

A la tercera división, así como pudo tocarle en suerte lo más rudo de esta parte de la batalla, le cupo solamente desempeñar un papel relativamente secundario. Las compañías guerrilleras del Santiago y una del batallón Naval fueron las únicas que se foguea­ron, batiendo denodadamente a los enemigos que hallaron a su paso.

La gran batalla pudo considerarse terminada a las 9 de la mañana con la derrota mas completa del poderoso ejército enemigo. Y como la jornada había sido fatigosa por cuanto aquellas cuatro horas fueron de combate reñido y de marcha forzada, tre­pando alturas arenosas y de fuerte declive, muchos de los cuerpos que habían sostenido la acción se dieron algunos momentos de descanso.

La caballería, a la que di la orden de perseguir a los fugitivos, iba a completar la obra, con una brillante carga de los regimientos de Granaderos y Carabineros de Yungay, que dejaron sembrado el campo de cadáveres de enemigos en una considerable extensión, y sin que los obstáculos que les oponía el terreno pudieran detener su empuje.

Mas, entretanto, se concentraban en el morro Solar y en el pue­blo de Chorrillos muchos de los derrotados de Villa y de San Juan, hasta formar un cuerpo de tropas respetable.

El coronel Lynch, que avanzaba con fuerzas escasas de su fa­tigada división por el morro, no creyó en un principio, porque el enemigo se ocultaba del lado del mar, que él fuera tan numeroso.

Así cuando vio que lo era y que ocupaba magníficas posiciones defendidas por artillería de grueso calibre, se detuvo mientras se le enviaban los refuerzos que pidió. Dispuse, en consecuencia, que dos regimientos de la reserva general, que ya se le habían separado, volvieran a reunírsele, mientras que la segunda división, con sus tropas más frescas, marchaba a posesionaras del pueblo. La tercera fue llamada también con el objeto de prestar apoyo a las otras.

Esta parte de la acción fue un largo y fatigoso tiroteo en que se distinguió principalmente nuestra artillería, que batió los fuertes del morro con una certeza admirable de punterías. Otras tropas de la segunda división habían sido destinadas a cortar los refuer­zos que venían de Lima por ferrocarril.

A las 2 de la tarde el pueblo y el morro estuvieron en nuestro poder. La resistencia en Chorrillos le fue fatal porque ella trajo consigo, el incendio que lo arrasó casi en su totalidad.

La tarde de ese día fue necesario consagrarla al descanso de les tropas y el siguiente a su reorganización y a recoger e instalar con­venientemente a nuestros heridos. Tanto mas necesario era este doble trabajo, cuanto que parecía probable que hubiese necesidad de dar una segunda batalla contra el ejército de reserva y los res­tos del derrotado en Chorrillos. Efectivamente, se sabía que, par­tiendo del pueblo de Miraflores y siguiendo en dirección al cerro de San Bartolomé, había una segunda línea de defensa bien arti­llada y fortificada, y era de presumir que allí quisiera el jefe supre­mo del Perú jugar la última partida.

Mas, con el propósito de evitar mayor derramamiento de san­gre, se envió al señor Piérola, en la mañana del 14, un parlamentario para invitarlo a oir proposiciones en ese sentido. Llevó ese encargo el señor don Isidoro Errázuriz, secretario del señor Ministro de la Guerra, y le acompañó como instructor a quien se guardarían consideraciones de deferencia, el señor Miguel Iglesias, secretario de la dictadura, en el departamento de la guerra y nuestro, prisionero. El señor Piérola se negó a recibir a nuestro parlamentario, declarando que estaba dispuesto a oir las proposi­ciones que le llevase a su campamento un ministro que tuviera los plenos poderes necesarios para tratar.

Semejante desconocimiento de la generosidad de nuestros pro­pósitos y ese jactancioso alarde de orgullo tan impropio en un ven­cido, me hicieron comprender que debía apelar nuevamente a las decisiones de la fuerza.

Ya en la mañana había recorrido una parte del campo probable de las nuevas operaciones y en el resto del día completé mis reco­nocimientos. El plan que me formé se reducía a amagar al ene­migo por el frente con la primera división, a atacarlo por su flanco izquierdo y un poco a retaguardia con la tercera división que no había sufrido, sino muy pocas pérdidas en la batalla del 13, y a ba­tir sus posiciones de enfilada por su derecha con la artillería de la Escuadra y por su izquierda con nuestra artillería rodante. Para ese efecto me puse de acuerdo con el señor Contra-Almirante Riveros, a quien pedí que rompiera sus fuegos apenas se iniciara el combate en tierra, y ordené al coronel Velásquez, comandante general de artillería, que buscase para nuestros cañones las posicio­nes menos desventajosas, ya que era imposible encontrarlas buenas en un terreno plano y cortado a cada paso por arboledas y tapias.

Preparado así para el ataque, que debía tener lugar poco Antes de las 12 M. del 15, recibí como a la media noche del 14 una co­municación del señor decano del cuerpo diplomático residente en Lima, en la que se me anunciaba que él y los señores Ministros de Francia e Inglaterra habían recibido de sus honorables colegas el encargo de acercárseme para tratar de un asunto urgente e importante y me pedían les fijase una hora para pasar a mi campa­mento a desempeñar su comisión. Siendo la hora ya tan avanza­da, designé para la conferencia las 7 de la mañana del día 15.

Se me presentaron efectivamente a esa hora los tres señores Minis­tros nombrados, asistiendo por nuestra parte a la conferencia el señor Ministro de la Guerra en campaña; el señor don Eulogio Altamirano, Plenipotenciario nombrado para entender en las ne­gociaciones de paz; el señor don Joaquín Godoy, Plenipotenciario de Chile en el Ecuador y mi secretario don Máximo R. Lira.

Habiéndome manifestado los señores ministros que su propósito era pedirme garantías para los muchos y valiosos intereses extranjeros radicados en Lima, lo mismo que  para las personas de los neu­trales, les ofrecí todas aquellas que no obstasen al ejercicio legitimo de los derechos de un beligerante y siempre que el Gobierno del Perú no hiciese de la capital centro, de resistencia, negándome, si esto último sucedía, a conceder plazo alguno para romper las hostilidades.

En el curso de la conferencia insinuaron los mismos señores Mi­nistros la idea de que talvez les seria fácil inducir al Gobierno pe­ruano a abrir negociaciones de paz, si les indicaba cuáles serian nuestras exigencias anteriores a las negociaciones  y se les daba un plazo para conferenciar con el dictador. Haciendo a un lado toda idea de mediación, que se declaró inaceptable, se les contestó que los Plenipotenciarios chilenos estarían dispuestos a entablar ne­gociaciones después de entregado a nuestro Ejército incondicionalmente el puerto del Callao. El plazo pedido, para conocer el resultado de las gestiones oficiales de los señores Ministros extranjeros quise limitarlo hasta las 2 P. M. de ese mismo día; pero, al fin, por deferencia, accedí a ampliarlo hasta las 12 de la no­che. Mi compromiso se redujo a no romper los fuegos antes de esa hora; pudiendo si, puesto que aquello no era un armisticio pactado regularmente, hacer los movimientos de tropas que juz­gara oportunos. Idéntico compromiso contraería el jefe de las fuerzas peruanas.

Aunque, merced a este pacto, podía disponer del día entero pa­ra dar colocación a mis tropas, quise verificar esta operación como si la batalla no estuviera aplazada. La tercera división, que acam­pó el 14 al sur del pueblo de Barranco con orden de tender su línea en la madrugada del 15 al norte del mismo pueblo y muy cer­ca de las posiciones enemigas, principió a colocarse, siguiendo la dirección de las tapias de los potreros, a las 8 de la mañana. A las 2 de la tarde se encontraban en su puesto todos los cuerpos que la componían, con excepción del regimiento Aconcagua, que iba llegando, y del batallón Bulnes, que estaba de servicio era Chorrillos.

A las 11 principié a recorrer el campo, después de dar a la pri­mera división orden de colocarse a la derecha de la tercera.

Mientras practicaba aquel reconocimiento, pude ver que reinaba gran actividad en el campamento de los enemigos. Sus batallones se movían en todos sentidos; llegaban de Lima trenes con tropas; todo, en una palabra, anunciaba que allá se preparaban para un próximo combate.  Los jefes de los cuerpos que habían recibido la orden de no hacer fuego, me hacían preguntar si no seria conve­niente ya impedir aquellas maniobras. El comandante general de artillería, especialmente, teniendo sus cañones abocados a los caminos por donde llegaban gruesas columnas de infantería, me pro­metía despedazarlas en un instante si le permitía hacer fuego. El permiso, como era natural, le fue negado, y todo lo que me permití hacer, en previsión de cualquiera eventualidad, fue repetir mis órdenes para que las tropas que venían de Chorrillos apresurasen su marcha.

Siguiendo mi reconocimiento, acompañado del jefe de Estado mayor general y de nuestros respectivos ayudantes, me adelanté el frente de nuestra línea y hasta muy cerca de la enemiga. Cuando hube estudiado el campo como lo deseaba, me puse en marcha pa­ra regresar. Inmediatamente se hizo sobre nosotros y a cortísima distancia por tropas emboscadas, una descarga cerrada de fusile­ría. y como si ésta hubiese sido una señal convenida, toda la línea rompió sus fuegos sobre nuestras tropas que descansaban desprevenidas, preparando unas su rancho, proveyéndose otras de agua, buscando algunas sus respectivas colocaciones.

Fue aquél un momento verdaderamente crítico y que sometió a ruda prueba el valor de nuestros oficiales y la disciplina de la tro­pa. Esta tuvo que organizarse bajo un fuego nutrido y mortífero, mientras que los jefes y oficiales, con toda serenidad, restablecían el orden perturbado por la brusquedad de un ataque tan inespera­do. Me bastará decir a US., como el mejor elogio de la tropa y de sus jefes, que hubo regimientos, como el Santiago y el Coquimbo, que en aquellos momentos hicieran su despliegue en batalla de un modo irreprochable, y que casi todos, respetando fielmente la con­signa, o no contestaron a los fuegos del enemigo, o, si lo hicieron en el primer momento, los apagaron apenas hice tocar alto el fue­go, hasta recibir nuevas órdenes.

Sin embargo, el enemigo que, sin duda, busca el éxito en una sorpresa desleal, atacaba con gran brío, llegando hasta salir de sus reductos para sacar el mejor partido de nuestras primeras e ine­vitables vacilaciones. Esto obligó a la tercera división a entrar resueltamente en la lucha para impedir el avance de las tropas pe­ruanas.

Momentos después de rotos los fuegos, nuestra Escuadra prin­cipió a cañonear las posiciones fuertes más cercanas a la costa con excelentes punterías. Por esto y también porque nuestra ala derecha estaba indefensa, el enemigo, retirándose de la costa, cargó sus fuerzas sobre el punto débil, procurando envolver a la tercera división por medio de un flanqueo atrevido.

Mas, como he dicho más arriba, la primera división había reci­bido con anterioridad la orden de venir a situarse a la derecha de la tercera. Reiterada esa orden al iniciarse el combate, la división del coronel Lynch llegó en el momento preciso para proteger a la del coronel Lagos que se batía denodadamente contra fuerzas enormemente superiores, manteniendo sin ceder un palmo de te­rreno las posiciones que ocupaban desde un principio.

Puedo, por lo mismo, asegurar que esa resistencia tenaz e inquebrantable de la tercera división en los momentos más críticos, fue la que deci­dió del éxito de la batalla.

El primer cuerpo que entró al fuego en protección de nuestra derecha fue el 2° de línea, siguiéndole los regimientos Chacabuco, 4° y Coquimbo. Sin embargo, el enemigo, corriéndose siempre hacia la derecha, insistía en flanquearnos, apoyado por algunas fuerzas de caballería. Viendo esto dispuse que el regimiento de Carabineros de Yungay, cuyo comandante me pedía órdenes en ese momento, cargase inmediatamente. Así lo hizo con toda prontitud; y aunque la escasa caballería enemiga esquivó el combate y la car­ga de los Carabineros fue detenida por las tapias que cruzan el valle en todos sentidos, aquella maniobra dio por resultado que el enemigo se detuviera y desistiese de su propósito de envolvernos.

Desde ese momento las ventajas principiaron a estar por nues­tra parte. La tercera división comenzó a avanzar, desalojó a las tropas peruanas de las posiciones que ocupaba detrás de tapias aspilleradas, en seguida de los reductos foseados y con parapetos sólidamente construidos que tenia a retaguardia, y, flanqueándolas por su derecha, se apoderó del pueblo de Miraflores, arrojando los batallones enemigos hacia el oriente. Allí caían bajo los fuegos de las tropas de la primera división; y, como más a nuestra dere­cha es hallaba aún la brigada del coronel Barbosa, de la segunda colocada allí expresamente por orden que di con anterioridad, conocieron que todo estaba perdido y emprendieron apresurada­mente la retirada hacia Lima en completa dispersión y en abierta derrota.

Debo también agregar que, durante toda la acción, nuestra in­fantería estuvo vigorosamente apoyada, por la artillería que hacia fuego hasta a cuatrocientos metros de distancia de las líneas con­trarias y en posiciones tan peligrosas que hubo un momento en que fue necesario retirar las piezas de campaña más a retaguar­dia para evitar la posibilidad de un fracaso.

Nuestra victoria es  innegable y decisiva a las 5 y media de la tarde. La persecución al enemigo siguió activamente hasta que las sombras de la noche vinieron en su auxilio. Entonces dí la or­den de ponerle término y de acampar en la pampa de Miraflores.

El 16 por la mañana recién pudo verse cuán decisiva había si­do esta segunda victoria de nuestras armas y también cuánto nos había costado adquirirla.

En la misma noche del 15 creí necesario dirigir al señor decano del Cuerpo Diplomático de Lima la nota que adjunto en copia bajo el número 1, para anunciarle que la ruptura desleal del armis­ticio pactado en la mañana me desligaba del compromiso contraí­do en favor de la capital y me devolvía toda mi libertad de acción para proceder rigurosamente contra ella.

Antes de que mi comunicación llegara a en destino se me pidió, a nombre del mismo Cuerpo Diplomático, una nueva entrevista que concedí para el mediodía del l6.

Presentáronse a esa hora en mi campamento los señores Minis­tros de Francia e Inglaterra, los Almirantes de las mismas nacio­nes y el señor Comandante de la estación naval italiana, acompa­ñando al alcalde municipal de Lima, señor don Rufino Torrico, quien, por ausencia de las autoridades políticas y militares de la capital y competentemente autorizado, iba a pactar la entrega de la ciudad. Sobre este punto se levantó el acta que acompaño a US. en copia con el número 2. El mismo señor Torrico se com­prometió a interponer sus influencias personales cerca de la autoridad militar del Callao para obtener que evitase mayor derrama­miento de sangre, desistiendo de hacer una resistencia inútil, y convino en que me comunicaría el resultado de sus gestiones el 17 antes de las 2 de la tarde.

Antes de esa hora recibí la comunicación que va en copia con el número 3, la que me obligó a disponer que una división de las tres armas al mando del general de brigada don Cornelio Saave­dra ocupase cuanto antes la ciudad de Lima para poner un freno a los excesos de la turba y de los dispersos peruanos amotinados y salvar las vidas y propiedades de sus habitantes.

De esta manera tomamos posesión de Lima en la tarde del 17. En la mañana del 18 se dirigió al Callao el coronel Lynch con su división y lo ocupó también pacíficamente.

Así terminó, señor Ministro, esta campaña cuyos principales sucesos dejo narrados aquí, prescindiendo de los minuciosos deta­lles que US. encontrará consignados en los partes especiales de los jefes.

No es fácil apreciar todavía el esfuerzo y virilidad que ha debi­do desplegar el Ejército de mi mando para consumar esta obra. En más de seis meses de preparación, el Gobierno del Perú poderosamente auxiliado por la nación entera, acumuló en torno de en capital y para su defensa todos los elementos necesarios para una resistencia tenaz, desesperada y suprema. Reunió un ejército numeroso, lo proveyó de armas escogidas, lo disciplinó y logró inculcarle el sentimiento de los grandes deberes que impone la patria cuando está sometida a la prueba de la desgracia. Rodeó a Lima con un doble cordón de fortalezas, aprovechando las defensas na­turales del suelo y utilizando todos los inventos del arte de la gue­rra. Artilló todas las alturas y paso sus cañones y sus soldados al abrigo de sólidos parapetos. En los pasos que los cerros dejaban abrió fosos y construyó trincheras. Sembró todos los caminos, todos los pasos accesibles, todos los lugares próximos a las aguadas, todas las posiciones que pudieran servir al enemigo, de minas automáticas que en ninguna parte permitían asentar los pies con seguridad. En una palabra, rodeó a Lima de fortificaciones formi­dables y logró inspirarle fe en la victoria, duplicando de ese modo las fuerzas de su ejército.

Basta, pues, conocer los elementos con que contaba para su defensa la capital del Perú, para estimar debidamente la grandeza del resultado obtenido. Y hay aún que tener en cuenta que las po­siciones de Chorrillos y los reductos de Miraflores han sido tomados por un ejército inferior al enemigo en número, después de marchas fatigosas y de dos batallas sucesivas, sin tener tropas de refresco que presentar en el segundo combate.

Apunto, las dificultades de la empresa realizada por el Ejército de mi mando, solamente para que el país sepa cuánta gratitud debe a sus defensores.

El éxito ha sido completo. Del gran ejército enemigo no queda­ron organizados, después de Miraflores, más de tres mil hombres, y éstos se dispersaron, habiendo rendido previamente sus armas. Por consiguiente, ese ejército desapareció no sin haber sufrido más de doce mil bajas.

En nuestro poder dejó un inmenso material de-guerra. Nos hemos apoderado de doscientos veintidós cañones: en el Callao, de cincuenta y siete, desde el calibre de a mil hasta el de doscientos de doscientos cincuenta; en los dos campos de batalla, de cuarenta y uno, desde el calibre de seiscientos hasta el de treinta y dos; y de ciento veinti­cuatro piezas de campaña y de montaña, comprendidas en éstas diecinueve ametralladoras. Tenemos también recogidos hasta la fe­cha cerca de quince mil rifles de diversos sistemas, más de cuatro millones de tiros y una buena cantidad de pólvora y de dinamita. Agregaré a esto que el poder naval del Perú ha desaparecido tan completamente, que no le queda ya en el mar ni el más pequeño falucho.

Ente resultado se ha obtenido a costa de grandes y dolorosos sacrificios. Nuestras bajas en ambas batallas ascienden a 5.443, siendo de éstos 1.299 muertos y 4.144 heridos.

Entre los primeros figuran el coronel don Juan Martínez, cuyo nombre queda asociado a todas las glorias militares de esta cam­paña, en la que figuró con tanto brillo desde la primera hora; el comandante del regimiento de Granaderos a caballo don Tomas Yá­var, que cayó cargando a la cabeza de su cuerpo; el comandante del regimiento Valparaíso, don José María Marchant, que quedó al pié de una trinchera enemiga; los segundos jefes de los regimientos Chacabuco y Talca, don Belisario Zañartu y don Carlos Silva Renard, que se batieron y murieron como bravos; el teniente-coronel don Roberto Souper, que halló en el campo del honor el término de en larga y noble vida; el mayor Jiménez del Chillan y el capitán Flores de la Artillería, que fue siempre infatigable en el servicio y sucumbió noblemente al pié de sus cañones.

De entre los heridos mencionaré solamente, ya que no es posible consignar aquí los nombres de todos, al coronel don Domingo To­ro Herrera, que se ha distinguido por su entusiasmo durante toda la campaña y por su valor en las jornadas más rudas de esta gue­rra; al teniente-coronel don Francisco Barceló, modelo de jefes por su pundonor y su bravura; al comandante del Santiago, den Demófilo Fuenzalida, quien, herido en medio de la batalla, no se separó de su cuerpo hasta después de la victoria; al comandante del Curicó, don Joaquín Cortés; a los tres jefes del regimiento Coquimbo, tenientes-coroneles Soto y Pinto Agüero y sargento ma­yor don Luis Larraín Alcalde, merecedores los tres de la gloria que va unida a sus nombres; al bravo mayor del Caupolicán, don Ramón Dardignac, y a todos los que figuran como merecedores de aplauso en los partes especiales de los jefes.

Los señores jefes de división, general Sotomayor y coroneles Lynch y Lagos; los de brigada, coroneles Gana, Amunátegui, Barbosa y Urriola; los comandantes generales de artillería y caballería, y en general, todos los jefes se han distinguido por su empeño en ha­cer más de lo que el deber les ordenaba. Pero hay algunos a quienes debo mencionar más especialmente porque les cupo en suerte realizar una parte más importante de la tarea común y en condicio­nes que realzan en obra.

El coronel don Patricio Lynch, que ya principió a distinguirse por aquella marcha felicísima de Pisco a Lurín, dirigida con tanta prudencia y tanta energía, fue quien venció en Chorrillos con su división mayores dificultades naturales y a mayor número de ene­migos. Y si sus tropas hicieron prodigios de valor, ello se debió en mucha parte a los ejemplos de arrojo y serenidad que les dio constantemente su jefe superior. A su lado, secundándolo con valor e inteligencia notables, estuvo el coronel don Gregorio Urrutia, jefe de estado mayor de la división. De esta división y en la misma, batalla de Chorrillos se distinguieron particularmente los regimientos 4.° y 2.° de Línea, el Chacabuco, el Talca, que recibió en bau­tismo de fuego de un modo heroico, y el Atacama. En la batalla de Miraflores, donde el coronel Amunátegui se batió bizarramente con su brigada, se hicieron notar por su denuedo esos mismos cuerpos y además el regimiento Coquimbo y el batallón Quillota. Por eso creo justo consignar aquí los nombres de los siguientes je­fes: don Estanislao del Canto del 2.° de Línea, don Luis Solo Zaldívar del 4.°, don Silvestre Urízar del Talca, don Diego Dublé Almeyda del Atacama y don J. Ramón Echeverría del Quillota.

La segunda división, a cuya cabeza se batió denodadamente el general. Sotomayor, tuvo una parte muy principal en la victoria de Chorrillos. El coronel don Orozimbo Barbosa que estuvo allí, como ha estado en todas partes, a la altura de la reputación que se conquistó desde un principio, merece en justicia la recomendación que de él hago aquí, lo minino que el valiente coronel don José Francisco Gana, cuya conducta fue superior a todo elogio. Merecen por su bravura y disciplina una mención especial el regimiento Buin 1.° de línea y su valiente y pundonoroso jefe, don Juan León Gar­cía. La merece igualmente el regimiento movilizado Esmeralda, que se batió denodadamente en San Juan y en el pueblo de Chorrillos, que tomó contra fuerzas muy superiores, llevando siempre a su cabeza al teniente-coronel don Adolfo Holley, su intrépido, jefe.

He dicho ya a US. que en la batalla de Miraflores la mas com­prometida fue la tercera división y que a ella principalmente se debió la victoria de ese día. Con esto solo creo haber hecho el mejor elogio de su jefe, el Coronel Pedro Lagos que ha prestado en toda esta campaña servicios eminentes a su país.

Se distinguieron en esa acción por su valor y serenidad el coronel don Martiniano Urriola y los comandantes don Francisco Barceló y don Demófilo Fuenzalida, y, entre los cuerpos que tomaron parte, el regimiento Santiago y el batallón Naval.

La reserva a las órdenes de su valeroso jefe, el teniente coronel don Arístides Martínez, combatió bizarramente en Chorrillos y Miraflores. El 3° de Línea, Zapadores y el Valparaíso compitieron en denuedo y entusiasmo. De los jefes de estos cuerpos uno quedó en el campo; otro, el valiente comandante Zilleruelo, recibió gravísimas heridas, y solamente el comandante Gutiérrez, del 3°, no pagó con su sangre la gloria adquirida en los dos combates.

La artillería, colocada en brillante pie, merced a los inteligentes y asiduos cuidados de su comandante general, coronel don José Velásquez, ha correspondido en estas dos acciones a todas las esperanzas fundadas en ella y a los sacrificios que cuesta al país su mantenimiento. Estuvo en ambas en los puestos de mayor peligro, preparando con sus fuegos el avance y la victoria de nuestras tropas de infantería. El coronel Velásquez la dirigía con la serenidad inteligente que lo distingue, teniendo por dignos auxiliares a los dos jefes de los regimientos, tenientes coroneles don José Manuel Novoa y don Carlos Wood, a quienes también recomiendo con toda justicia.

En la caballería, tanto como su comandante general, teniente coronel don Emeterio Letelier, como los jefes de los regimientos y sus oficiales, cumplieron noblemente con sus deberes. Se distinguió, no obstante, el teniente coronel don Manuel Bulnes en la valiente carga de Chorrillos, donde Carabineros y Granaderos despedazaron gruesos pelotones de infantería enemiga. Los Cazadores se encontraron en Chorrillos en nuestra ala derecha y en Miraflores con la brigada Barbosa a nuestra izquierda.

No necesito decir a US. que en toda esta campaña he contado con la colaboración del jefe de Estado Mayor General, general don Marcos Maturana, y con el concurso que me ha prestado el señor Ministro de la Guerra, coronel don José Francisco Vergara y el general de brigada don Cornelio Saavedra.

A mi lado han estado también constantemente los señores don Eulogio Altamirano, don Joaquín Godoy, don Vicente Dávila Larraín, quien por tres veces fue portador de mis órdenes en el campo de batalla, en momentos en que mis ayudantes estaban todos ocupados, y mi secretario general, don Máximo R. Lira, que ha he­cho toda esta campaña, desempeñando satisfactoriamente elevados cargos y que ha prestado sus servicios en un puesto de mucha labor, de confianza y de responsabilidad, desde mayo de 1880, ha­biéndose encontrado, por consiguiente, en la batalla de Tacna, donde me prestó su concurso hasta como ayudante, en la batalla de Arica y en las de Chorrillos y Miraflores.

Don Daniel Caldera, ayudante de la secretaría general, me acom­pañó también en estas dos últimas acciones, y lo recomiendo a US. por sus buenos y constantes servicios.

Mis ayudantes de campo, coronel don Samuel Valdivieso, te­niente coronel don Jorge Wood, don Rosauro Gatica y don Wen­ceslao Bulnes; sargentos mayores don Carlos Valenzuela, don Ale­jandro Baquedano, don Belisario Campo y don Francisco Arístides Pinto; capitán don Domingo Sarratea y teniente don José Santos Jara, han desempeñado satisfactoriamente sus  deberes de tales, trasmitiendo mis órdenes con toda presteza y exactitud, por gran­des que fueran los peligros a que se exponían con ello. Debo ha­cer una mención especial del comandante don Wenceslao Bulnes, que tuvo la parte mas difícil de esas comisiones, de los teniente-coroneles don Jorge Wood y don Rosauro Gatica y de los sargentos mayores don Carlos Valenzuela, don Belisario Campo y don Ale­jandro Baquedano; siendo justo comprender en ella al ayudante del señor general Saavedra, teniente-coronel Bunster y a los ayu­dantes del señor Ministro de la Guerra.

Aunque en el parte del jefe del Estado Mayor general tendría cabida las recomendaciones a que se hayan hecho acreedores sus, ayudantes, creo justo dejar constancia aquí de los buenos servicios que han prestado el teniente-coronel don Waldo Díaz, jefe sereno e inteligente; el mayor don Florentino Pantoja, a quien encomen­dé muchos de los reconocimientos hechos antes del 13 de Enero y la conducción y colocación de la vanguardia el día de la marcha, comisiones que desempeñó cumplidamente; el sargento mayor don Francisco Villagrán y el capitán don Santiago Herrera, a quienes vi constantemente en acción y especialmente en los momentos mas difíciles.

No terminaré sin decir a US. que estoy satisfecho de la manera como han estado atendidos los servicios religioso, de Intendencia General, de las ambulancias y de la conducción de bagajes.

Debo todavía un especial testimonio de gratitud al señor Contra Almirante comandante en jefe de la Escuadra, don Galvarino Riveros, por la benévola deferencia con que siempre me prestó su concurso. La marina nacional, que abrió la serie de nuestros triun­fos con hazañas inmortales que nos dieron la tranquila posesión del Pacífico, ha seguido ayudando al Ejército de tierra en los desembarques y, cuando ha sido posible, en las batallas, con un en­tusiasmo y valor digno de todo elogio. En esa comunidad de es­fuerzos y de sacrificios se han robustecido los lazos de la antigua unión de los marinos y de los soldados de Chile, y esta confrater­nidad será en adelante, como ha sido en esta campaña, garantía de éxito en la defensa de la honra nacional.

Concluyo aquí, señor Ministro, renovando las felicitaciones que envié al país por conducto del Supremo Gobierno, en nombre del Ejército que tengo la honra de mandar, por el feliz éxito de una empresa que pareció colosal cuando contábamos nuestros escasos recursos y que se ha realizado, sin embargo, con una fortuna digna de la vitalidad de la nación, del valor de sus soldados, de la energía de sus gobernantes y de la perseverancia común en el pro­pósito de llegar a toda costa al término natural de la jornada.

Dios guarde a V. S.

Manuel Baquedano

Al señor Ministro de la Guerra

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Anexo núm 1.

(Copia).

General en jefe del Ejército de operaciones del Norte.—Chorrillos 15 de enero de 1881 a las 11 P. M.—Señor decano: V. E. sa­be que, a consecuencia de la iniciativa oficiosa tomada por el ho­norable cuerpo diplomático de Lima en favor de la cesación de las hostilidades contra aquella ciudad, no llevé a efecto en la mañana de hoy el ataque preparado contra las fuerzas del ejército perua­no que defendían a Miraflores.

 

Saben también V. E. y los señores Ministros de Francia e Ingla­terra que yo, en las conferencias que hoy tuvimos, me negaba a ampliar los plazos que se me pedían para interponer sus buenos oficios cerca del Supremo Gobierno del Perú con el mismo objeto pacífico, y que, al fin, cediendo a las repetidas instancias de V. E. y de sus honorables colegas y como una prueba de especial defe­rencia en favor de los neutrales, accedí a esperar, sin que mis tro­pas tomaran la ofensiva, la respuesta que US. debía darme a la media noche de hoy.

Pues bien: el ejército enemigo, cuyos jefes debían tener conoci­miento de las gestiones iniciadas por el honorable cuerpo diplomático y haber recibido las órdenes convenientes, rompió hoy, a las 2 hs. 20 ms. P. M., sus fuegos contra el infrascrito, su jefe de Estado Mayor general y ayudantes, que recorrían el campo para ins­peccionar la situación de nuestras tropas.

Esta deslealtad del enemigo me obliga a acelerar las operacio­nes de la guerra.

Mas, como quiero guardara los honorables representantes extranjeros todas las consideraciones de deferencia que me sea posi­ble, me dirijo a V. E. rogándole se sirva comunicar a sus honora­bles colegas mi resolución de bombardear desde hoy mismo, si lo creo oportuno, la ciudad de Lima, hasta obtener su rendición in­condicional.

Con sentimientos de consideración distinguida soy de V. E. aten­to y seguro servidor.---(Firmado)

 MANUEL BAQUEDANO.

Es copia fiel.—Lima, 12 de febrero de 1881.—D. Caldera, ayu­dante de la secretaría general.

Anexo núm. 2.
(Copia).

En el Cuartel general del Ejército chileno, en Chorrillos se pre­sentaron el 16 de enero de 1881,.a las 2 de la tarde, el señor don Rufino Torrico, alcalde municipal de Lima; S. E. el señor de Vor­ges, enviado extraordinario y Ministro plenipotenciario de Francia; S. E. el señor Spencer St. John, Ministro Residente de Su Majes­tad Británica; el señor Stirling, Almirante británico; el señor Du Petit Thouars, Almirante francés y el señor Sabrano, Comandante de las fuerzas navales italianas.

El señor Torrico hizo presente que el vecindario de Lima, con­vencido de la inutilidad de la resistencia de la plaza, le había comisionado para entenderse con el señor General en jefe del Ejér­cito chileno respecto de su entrega.

El señor General Baquedano manifestó que dicha entrega debía ser incondicional en el plazo de 24 horas pedido por el señor To­rrico para desarmar las fuerzas que aún quedaban organizadas. Agregó que la ciudad sería ocupada por fuerzas escogidas para conservar el orden. —

(Firmados)

Manuel Baquedano. —R. Torri­co.—E. de Vorges.—J. F. Yergas.—B. du Petit Thouars.—Spen­cer St. John.—E. Altamirano.—J. Sabrano.—J. H. Stirling.- M. R. Lira, secretario,

Es copia fiel.—Lima, 12 de febrero de 1881.—D. Caldera, ayudante de la secretaria general.

Anexo núm. 3.
(Copia).

Municipalidad y Alcaldía de Lima.—Lima, enero 17 de 1881.— Señor General en jefe del Ejército chileno, Miraflores.—Señor General: A mi llegada ayer a esta capital, encontré que gran parte de las tropas se habían disuelto, y que había un gran número de dispersos que conservaban sus armas, las que no había sido posi­ble recoger. La guardia urbana no estaba organizada todavía y no se ha organizado y armado hasta este momento; la consecuencia, pues, ha sido que en la noche los soldados, desmoralizados y arma­dos, han atacado las propiedades y vidas de gran número de ciu­dadanos, causando pérdidas sensibles con motivo de los incendios y robos consumados.

En estas condiciones, creo de mi deber hacerlo presente a V. E. para que, apreciando la situación, se digne disponer lo que juzgue conveniente.

He tenido el honor de hacer presente al honorable cuerpo di­plomático, esto mismo, y ha sido de opinión que lo comunique a V. E., como lo verifico.

Con la expresión de la más alta consideración me suscribo de V. E. su atento y seguro servidor.

R. Torrico. Es copia fiel.—Lima, 12 de febrero de 1881.—D. Caldera, ayudante de la secretaría general

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REGIMIENTO 4° DE LÍNEA

Señor Comandante general de la 2a brigada de la 1° división:

Paso a dar cuenta a US. de la parte que cupo al regimiento de mi accidental mando, en la batalla del 13 del corriente, contra las posiciones de Chorrillos ocupadas por el ejército peruano.

Omito, señor coronel, entrar en los detalles de la marcha que efectuó el cuerpo desde Lurín a ese punto, pues obran ya en su conocimiento por haber marchado US. a la cabeza de él, y me li­mito únicamente a dar cuenta de los detalles de la batalla, tanto por la larga extensión en que se desarrollaron los acontecimientos, como por haberle tocado al cuerpo atacar las diferentes posiciones del ala derecha del enemigo y haber tenido que sostener distintos combates parciales, completamente independientes unos de otros.

Estando acampados a la vista de las posiciones enemigas, en la madrugada del 13 recibí orden de US. para hacer desplegar en batalla el 2° batallón del regimiento, apoyando su derecha en la izquierda de un batallón del regimiento, Talca, y que el primero hi­ciese igual despliegue a retaguardia, apoyando también su dere­cha en la izquierda del otro batallón del mismo regimiento; lo que se efectuó a la brevedad posible. En este orden empezó la marcha hacia las posiciones enemigas, que apenas se distinguían por la claridad del día, habiendo marchado la línea de vanguardia por la diagonal a la derecha y la de retaguardia por la izquierda; de manera que cuando el enemigo rompió sus fuegos, 4 hs. 55 ms. A. M., nuestras dos líneas formaban una sola, quedando el segun­do batallón del regimiento separado del primero por un batallón del regimiento Talca. Inmediatamente empezamos a ascender, sin recibir todavía el fuego enemigo; pero no bien íbamos a media falda del cerro que atacábamos, cuando se sintieron los primeros disparos de artillería y fusilería, haciéndose inmediatamente general en toda la línea enemiga.

Como las posiciones ocupadas por el ejército peruano eran muy desventajosas para nosotros, dispuse, conforme a la orden de US., que el primer batallón que marchaba bajo mis inmediatas órdenes continuase su ascenso sin hacer fue­go, hasta que estuvimos muy cerca de las trincheras, en que mandé romperlo y atacar simultáneamente. Esto, señor coronel, se hizo a la mayor brevedad y no sin esfuerzo se logró desalojar al enemi­go, que fue obligado a retirarse a otros parapetos que doblaban hacia, el N.O., abandonando en este primero algunas piezas de ar­tillería que no pudo arrastrar consigo en su precipitada fuga. Con­tinuó inmediatamente el ataque a estos atrincheramientos, hasta que a las 7 ½  A. M., como con quince o veinte hombres, habíamos logrado tomar, con muchos esfuerzos, la penúltima trinchera y quedar muy cerca de una gran parte del ejército enemigo que se encontraba parapetado en la cima de una loma inexpugnable por el frente y la que se nos hacía imposible flanquear, por el corto número de tropa con que se contaba.

Cumpliendo la orden del señor coronel don Gregorio Urrutia, jefe de Estado Mayor de la 1a división, la poca tropa que se en­contraba en esta última trinchera bajó a ocupar el pié de las po­siciones enemigas, permaneciendo allí mas de una hora esperando un refuerzo que llevó, pero que fue en corto número, pues no pa­só de veinte a treinta hombres, mientras tanto, estábamos protegidos únicamente por una batería de artillería al mando del capitán señor José Antonio Errázuriz, quien, después de un continuado y largo fuego, se retiraba por haber agotado sus municiones. El se­gundo batallón del regimiento, al mando del sargento mayor don Miguel Rivera, avanzaba por el valle en nuestra protección, pero todavía distante, pues había atacado más a la derecha otros atrin­cheramientos. A la vista de este refuerzo, el enemigo bajó de sus posiciones a atacar el corto número de tropa que estaba a su pié y encontrándonos escasos de fuerzas y municiones, a consecuencia del largo trayecto que habíamos recorrido haciendo fuego, nos ba­timos en retirada hasta agotar por completo éstas, dejando una gran parte de la gente en el campo por salvar el estandarte que nos precedía en todo ataque y de lo que tengo la satisfacción de dar cuenta a US.

Como US. presenció la retirada de esta pequeña fuerza que sos­tenía al grueso del ejército enemigo en sus posiciones, excuso ma­nifestar a US. que en el corto trayecto en que tuvo lugar ésta fue en el mayor orden; y que a pesar de ser perseguidos muy de cerca, nos parapetamos en las que ha poco habíamos abandonado y don­de US. se encontraba, ordenando al regimiento Valparaíso que flanquease y entrase en nuestro apoyo. Acto continuo me replegué a él y continuamos nuevamente el ataque hasta que se logró poner en completa fuga al enemigo.

Debo manifestar a US. que en el trayecto recorrido se logró to­mar algunas piezas de artillería, ametralladoras y gran  número de municiones.

En las ocho o nueve horas en que el regimiento se encontró ba­jo el fuego del enemigo, se condujo, señor coronel, siempre a la altura de su deber y de su nombre.

Tengo el sentimiento de anunciar a US. el fallecimiento de los dignos oficiales, capitán señor Casimiro Ibáñez y subtenientes se­ñores Pedro Wenceslao Gana y Ángel Custodio Gana Corales. El primero cayó en la retirada, defendiendo el estandarte, que tuvo en su poder desde que fueron heridos los subtenientes señores Ma­nuel 0. Prieto y Miguel Bravo y el cabo 1° de la escolta del mismo, Estanislao Jara.

Debo manifestar a US. el arrojo, serenidad y valor del sargento ­mayor señor Miguel Rivera, capitanes ayudantes señores Pablo Marchant y Juan Urrea y capitanes señores Emilio A. Marchant, José Antonio Contreras, Luis Víctor Gana, Ricardo Gormaz, Carlos E. Wormald, Martín Bravo y Juan Bautista Riquelme.

Acompaño a US. una relación de las bajas ocurridas en el cuer­po en la batalla de que doy cuenta, ascendentes, entre muertos y heridos, a catorce oficiales y doscientos ochenta y nueve individuos de tropa.

US., por el número de bajas, podrá juzgar el comportamiento del cuerpo de oficiales, como asimismo de los individuos de tropa, que siempre se encontraron en sus puestos.

Chorrillos, enero 14 de 1881.

LUIS SOLO ZALDÍVAR

Al Señor Comandante General de la 2ª Brigada de la 1ª División

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COMANDANCIA EN JEFE DE LA 3ª DIVISIÓN

 

Señor :

En cumplimiento de las instrucciones verbales que recibí del señor General en Jefe el 12 del presente sobre el puesto o colocación que debía tomar la división de mi mando en la función de guerra que tuvo lugar el 13, pongo en conocimiento de US. la parte que le cupo desempeñar en dicha jornada y que relaciona el señor Jefe de Estado Mayor de la misma, sargento mayor de Ejército y teniente coronel de Guardias Nacionales movilizadas, don José Eustaquio Gorostiaga, y que a la letra es como sigue:

El infrascrito, Jefe de Estado Mayor de la 3ª División, tiene el honor de dar cuenta a US. de las operaciones que ha ejecutado la división de mi mando durante la batalla de Chorrillos, dada el 13 del corriente.

La división, compuesta de los regimientos Santiago, Aconca­gua, Concepción, y de los batallones Naval, Caupolicán, Valdivia, Bulnes y una brigada de artillería de campaña, una de monta­ña, regimiento Carabineros de Yungay, Parque y Ambulancia, se puso en marcha del campamento de Lurín el 12 a las 6 ½  P. M. en busca del ejército peruano fortificado en San Juan y Chorrillos, llevando seis compañías guerrilleras de descubierta en columna por el flanco; cien metros a retaguardia seguía la columna de in­fantería compuesta de dos brigadas; a la derecha de ésta y en co­lumna de maniobra marchaba la artillería con su primera sección a la altura de la cabeza de la columna de infantería; cincuenta metros a retaguardia seguía el parque y luego a otros cincuenta la ambulancia. Todo el cuerpo de Ejército iba resguardado por vanguardia, flanco y retaguardia, con descubiertas de caballería para dar a la división una marcha segura y tranquila.

A las 12 de la noche, la división llegó a la meseta de la Tablada, en donde se hallaba descansando la 2ª División, y seguimos avanzando hasta colocarnos a vanguardia de ella, en cuya situación se ordenó hacer alto para aguardar su paso. Permanecimos ahí hasta las 3 A. M., hora en que la segunda empezó a moverse. El momento de la acción se acercaba y la distancia que debíamos sal­var para encontrarnos en el lugar preciso al comenzar el combate era todavía demasiado larga. La 2° división se movía con lentitud y como viniera ya el día se dispuso la marcha antes de que esta hubiera concluido su paso a vanguardia.

A las 4 ½  A. M., cuando aún no se distinguían los objetos, se rompió el fuego, hacia nuestra izquierda, del lado por donde avanzaba la 1a división. Era llegado el momento de entrar en línea de batalla y sin pérdida de tiempo dispuso US. acelerar la marcha, de las tropas para salvar la distancia que aún nos quedaba desde el Hollado, donde nos encontrábamos en ese instante, hasta la Pampa Grande, donde debía permanecer la derecha de nuestra línea.

Desembocando sobre Pampa Grande y estando ya bien claro el día, la columna hizo alto por orden de US., teniendo a su fren­te el extremo izquierdo del cordón de alturas atrincheradas en que se parapetaba el enemigo.

A nuestra derecha y hacia vanguardia había un alto cerro cu­bierto de tropas peruanas que rompieron sus fuegos sobre la división. US. ordenó en el acto que las compañías guerrilleras al mando del mayor graduado don Domingo Castillo, del regimiento de línea Santiago, tomaran al asalto aquella posición, presentán­dose unas compañías de frente y otras por los flancos enemigos, lo que ejecutaron aquellas tropas con una precisión, denuedo y biza­rría dignos de los mayores elogios, coadyuvando también con en­vidiable arrojo la 5° compañía del batallón Naval hasta poner al enemigo en completa fuga y apoderarse de la altura. En este bri­llante hecho de armas, que duró pocos minutos, se distinguió muy especialmente el mayor graduado don Domingo Castillo, alentan­do con la voz y con el ejemplo a las fuerzas que subían al asalto, y siendo de los primeros en llegar sobre la cima de aquel empinado cerro.

Vencido este primer obstáculo, la división avanzó de frente en la Pampa, por el camino que US. mismo iba indicando, apoyando la derecha de la 2° brigada, que marchaba al asalto del cordón de San Juan, donde el enemigo, oculto tras de trincheras hechas de anchos fosos resguardados con sacos de tierra ofendían impune­mente nuestra línea, fue también vencido, pagando cara su resis­tencia. Como al ordenar US. a la infantería tomar por asalto esta trinchera, ordenó también que la brigada de artillería de campaña mandada por el comandante don Carlos Wood se colocara en la altura que había a la izquierda, y a la de montaña mandada por el comandante don Antonio R. González en la meseta de van­guardia, ambas brigadas rompieron sus fuegos con tan certeras punterías, dignas de la inteligencia y serenidad observadas por sus jefes, que la combinación de US. dio por resultado la completa derrota del enemigo.

Tomadas, pues, la línea de trincheras, los defensores en gran número huyeron despavoridos, y el regimiento Carabineros de Yun­gay con su comandante don Manuel Bulnes a la cabeza completó la obra con la brillante y enérgica carga que les dio hasta las in­mediaciones de Monterico Chico, donde tuvo también que cargar la fuerzas que había de refresco.

Limpio el campo de enemigos en esta parte, que había sido con­fiada a la división del mando de US., y una vez que ésta hubo for­mado sus columnas, bajamos al llano de Pamplona, en donde el señor General jefe de Estado Mayor General ordenó hacer alto, para después de un ligero descanso marchar en refuerzo de nuestra iz­quierda que se batía tenazmente a la entrada de Chorrillos, después de haber roto las líneas peruanas en Villa y Santa Teresa. En este llano la división experimentó algunas bajas por explosión de minas y bombas automáticas que los enemigos habían infame­mente ocultado en puntos por donde nuestras tropas debían indu­dablemente pasar. US. ordenó abandonar este campo, corriéndose hacia las alturas que teníamos a la izquierda. Eran las 8 ½  A. M., y toda la izquierda peruana había cedido el campo, quedando la resistencia reducida a la población de Chorrillos y a las alturas del Morro Solar que la dominan.

A las 9 ¾  A. M. el señor General jefe de Estado Mayor General dio orden de avanzar sobre Chorrillos. US. condujo aceleradamen­te la 2a brigada por el camino de la izquierda, que contornea el valle al sur este, a reforzar la 1a división, ya muy debilitada por un reñido combate de más de cinco horas batiéndose con fuerzas sólidamente atrincheradas, y la 1a brigada con la artillería al man­do del señor coronel Urriola, que me ordenó la dirigiera por el ca­mino que conduce directamente a la ciudad desde las casas de San Juan. De la 2° brigada, que marchando al fin a paso de carga, US. dispuso que el regimiento Santiago y los batallones Valdivia y Caupolicán ascendieran los cerros de Chorrillos para forzar las posiciones del Morro Solar. Dichos cuerpos y el resto de la bri­gada, tomando la falda de los cerros y sur de la ciudad, cargaron al enemigo con tanta energía en sus últimos atrincheramientos, que le, dio el más glorioso timbre de estrategia y valentía. Estas fuer­zas eran mandadas por el teniente coronel don Francisco Barceló que marchaba a la cabeza. Aquí la 2° brigada quitó al enemigo el Morro con toda su fortaleza, un lujoso estandarte, varios caño­nes de diversos sistemas y calibres, parque de artillería e infantería, haciendo prisionero al ex-Ministro de Guerra, señor Iglesias, al Comandante general de Artillería señor Carlos de Piérola, todo el Estado Mayor compuesto de 27 jefes y oficiales y 1.500 individuos de tropa.

En esta acción se distinguió muy especialmente por su inteligencia y valor el comandante don Demófilo Fuenzalida, que, a la cabeza de su regimiento, tomó el Morro que tanto había re­sistido durante largas horas de combate.

Mientras esta brigada atacaba al enemigo, por la derecha, la 1° lo hacía por la izquierda en cumplimiento de las órdenes de US., poniendo en completa derrota las tropas que existían atrinchera­das en el pueblo.

Contribuyó en gran parte al brillante éxito de la infantería la buena dirección y acertados, disparos de las brigadas de artillería mandadas por los comandantes Wood y González, los que obraron contra el Morro, contra las fuerzas del pueblo y contra la artillería colocada en plataformas volantes, que por la línea férrea llegaba de Miraflores, destruyendo sus fortificaciones y causando espantoso terror con las granadas que barrían los grupos enemigos.

La división entró en acción en esta, gloriosa batalla con 4.399 combatientes, sin incluir una brigada de artillería de campaña y el regimiento Carabineros de Yungay, y tuvo 198 bajas.

El parque, a cargo del sargento-mayor don Emilio Contreras, marchó siempre a retaguardia observando la distancia e instrucciones dadas por US.; y mediante a su buena dirección y cooperación de los ayudantes capitán Cruzat y teniente Santibáñez, pudo aun su­ministrar municiones de infantería a la 1° división.

La ambulancia, dirigida por el inteligente e infatigable Dr. don Absalón Prado, correspondió siempre a las exigencias de la situación; y para su cuerpo médico y empleados deben haber sinceros aplausos de los que tan oportunamente fueron socorridos en momentos tan angustiosos.

Con orgullo digo a US. que mis ayudantes, sargentos mayores graduados don Carlos 2° Pozzi, don Matías González, don Telésforo Infante, teniente don Rolan Zilleruelo y subteniente don Pedro A. Carreño, como agregados el sargento mayor graduado don Félix Briones y por ese día el teniente don Ramón Saavedra S., son acreedores a las más justas recomendaciones por la puntualidad, destreza y serenidad que han observado, llevando mis órdenes a las mismas filas del combate. Es también acreedor a las mayores recomendaciones el sargento mayor don Daniel Silva V., por la precisión y serenidad con que me comunicó las órdenes de US.

En general, señor coronel, los señores jefes, oficiales y tropas de la división han cumplido estrictamente con las órdenes de US. ; y en mi puesto de Jefe de Estado Mayor me es grato significarles mi admiración y respeto por su abnegación y noble conducta en el campo de batalla.

Adjunto a US. los partes de los señores jefes de brigada, con inclusión de los cuerpos, relaciones de muertos, heridos y contusos, con más la nominal de los de cada uno se presentaron en la línea de combate.

Hasta aquí lo que manifiesta el señor Jefe de Estado Mayor, don José Eustaquio Gorostiaga y que tengo el honor de transcribir a US.

Este jefe ha llenado cumplidamente la misión y toda recomendación será insuficiente, atendido los importantes servicios que ha prestado durante el combate. También merecen muy especial atención los señores jefes de brigada, coronel don Martiniano Urriola y teniente coronel don Francisco Barceló, que se han colocado a la altura de sus puestos, igualmente que todos los jefes de los cuerpos que componían la división.

Asimismo mis ayudantes, sargentos mayores don Julio Argomedo y don Teodosio Martínez Ramos; capitanes don Enrique Salcedo y don Roberto Barañao y teniente don Orlando Lagos P., merecen mi especial recomendación por la puntualidad y valor sereno con que cumplieron todas mis disposiciones.

Los ayudantes, sargentos mayores don Daniel Silva V. y capitán don Alberto Gándara, del Estado Mayor General, que US. se sirvió agregar a mi división durante el combate, llenaron su cometido con el valor y patriotismo propios a nuestro ejército, dejándome completamente satisfecho.

Finalmente, recomiendo a la consideración de US. los individuos del Ejército que se mencionan en los distintos partes y relaciones que se mencionan en los distintos partes y relaciones que se incluyen.

Lima, Enero 31 de 1881

Pedro Lagos

Al señor Jefe de Estado Mayor General

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REGIMIENTO DE ARTILLERÍA N° 1

Lima, enero 31 de 1881.

El 12 del mes corriente a las 5 P. M., cumpliendo lo dispuesto por el señor Comandante general de Artillería salí de Lurín con la 1° brigada del regimiento de mi mando, compuesta de 12 piezas, de campaña, sistema Krupp, de 7,5 y dos ametralladoras bávaras, quedando la 2ª Brigada, que consta del mismo número de cañones, de montaña de igual sistema y calibre que la anterior, incorporada a la tercera división del Ejército y a las órdenes del segundo jefe, teniente coronel don Antonio R. González, con el sargento mayor don José Lorenzo Herrera.

El parte detallado del comandante González manifiesta que si­guiendo a la altura de la cabeza de la división, entró en el valle de San Juan, ocupando en seguida el puesto conveniente a sus baterías, mientras avanzaba la infantería que se apoderó de los fuertes.

Poco después de obtenido este triunfo y habiéndose iniciado la resistencia en el pueblo de Chorrillos, las baterías de montaña entraron a éste y rompieron sus fuegos sobre el morro que lo defen­día. En esta jornada no hubo baja de hombre, resultando herido el sargento 2° Juan de Dios Guevara y algunas bajas en caballos y mulas, por haberse batido a tiro de rifle.

La brigada de campaña con su jefe el sargento mayor don Ra­món Perales y bajo mi inmediato mando, por orden de la Coman­dancia General de Artillería, a la salida de Lurín, se situó en la ruta que seguía el grueso del Ejército y ejecutó la marcha durante toda la noche por la misma senda. Según me manifestó posterior­mente el señor coronel Velásquez (y se ha comprobado después) una equivocación del ayudante de la Comandancia General que me trasmitió sus órdenes, dio lugar a que esta brigada de campaña siguiera ese rumbo.

Entre dos y tres de la mañana el señor Comandante General me ordenó buscar la tercera división y tomar colocación a su dere­cha. El capitán del regimiento núm. 2 del arma don José Joaquín Flores me acompañó con su batería, por ser conocedor del terreno que recorríamos.

Al amanecer y estando aún distante del punto de mi destino (demora ocasionada por el encuentro con una avanzada enemiga), sentí que principiaba el combate en las dos líneas, por lo que aprovechando las alturas de los cerros por cuyas gargantas pasa­ba, coloqué sobre aquéllos las doce piezas y rompí los fuegos con­tra la artillería enemiga, cobijando la marcha de nuestra infantería hasta dejarla en situación de emprender el asalto. Cesé los fuegos y siendo ya inútil la permanencia en esta posición, descendí con las dos baterías a la llanura, llevándolas al galope hasta, las primeras trincheras ya desalojadas de enemigos, hice renovar los fuegos contra sus últimos cañones, que luego cayeron en poder de la infantería. Terminado esto y por orden directa del señor General en Jefe, llevé al pueblo de Chorrillos seis piezas de campaña que, como las de montaña, batieron la artillería del morro has­ta que terminó la acción. Este día, que dio nueve horas de continua ocupación a la artillería, fue herido en la cabeza por bala de rifle el sargento 2° José Luis Sánchez y el soldado Francisco Carreño, y muertos los toldados Juan Agustín Aguilera, y Agustín Poblete, no habiéndose encontrado el cadáver de este último.

Las ametralladoras no tuvieron ocasión de funcionar.

Por las circunstancias que dejo expresadas, la brigada de cam­paña quedó situada en la segunda división, mandada por el señor coronel don José Francisco Gana, a cuyas órdenes me puse.

El valor, serenidad y entusiasmo desplegados por los señores jefes, oficiales y tropa del regimiento en esta batalla, fue tan general, que me es grato recomendarlos en conjunto y sin excepción alguna.

A la Comandancia General de Artillería he pasado listas nominales y clasificadas, de los señores jefes, oficiales y tropa que toma­ron parte en la batalla del día 13 y una relación de las municiones consumidas.

Dios guarde a US.

CARLOS WOOD.

Señor General Jefe del Estado Mayor General.

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BATALLÓN BULNES

Campamento de Miraflores, enero 14 de 1881.

Señor Jefe de la 2ª Brigada de la 3ª División:

Tengo el honor de dar cuenta a US. de la parte que le tocó al cuerpo de mi mando en la batalla y toma de Chorrillos del 13 del presente.

El día 12 a las 6 y media P. M. marché de Lurín, formando par­te de la brigada; de su mando y en dirección a Chorrillos.

Al siguiente día a la 1 P. M., poco más o menos, recibí orden de US. y al mismo tiempo del señor General en Jefe, comunicada por uno de sus ayudantes, para que a la brevedad posible tomara posesión de la ciudad, marchando a continuación del regimiento Santiago. Al efecto aceleré la marcha, siéndome necesario atacar las fuerzas enemigas que a la entrada de la población se hallaban atrincheradas en los edificios de la estación del ferrocarril y algunas casas desde cuyos puntos nos hacían un nutrido fuego de rifle, resultando muertos y heridos de este batallón los  que en la relación adjunta se expresan.

Por último, a las 5 P. M. tomé posesión del pueblo, recorriendo todas sus calles, y en seguida instaló el batallón en el local que ocupaba el Mercado.

Hago presente que la 3ª compañía de este batallón, compuesta, de un capitán, un teniente y un subteniente y ciento ocho individuos de tropa, peleó en el referido combate a las órdenes del sargento­ mayor don J. Domingo Castillo, jefe de las compañías guerrille­ras; y según el parte pasado por el capitán de la expresada compa­ñía, el cual también adjunto a US., resultan tres muertos y tres he­ridos, todos ellos individuos de tropa.

La conducta observada en esta ocasión por los señores oficiales y tropa del cuerpo que está a mis órdenes, ha sido altamente sa­tisfactoria porque cada uno de ellos ha cumplido dignamente con sus deberes, por cuya causa me ha sido grato felicitarlos.

Dios guarde a US.

José Echeverría

Al señor Jefe de la 2ª Brigada de la 3ª División

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BATALLÓN CAUPOLICAN.

 

Señor Comandante en jefe de la 2ª Brigada de la 3ª División

El batallón Caupolicán dio exacto cumplimiento a sus órdenes que US. impartió el día 12 del que rige, siguiendo el movimiento, de los cuerpos que componen la brigada.

Entre las varias ocurrencias de la marcha haré notar a US. que al ocupar nuestro puesto en la pampa de Chorrillos estallaron algunas minas que, gracias a las precauciones tomadas, solo nos hicieron un herido.

Habiendo recibido orden de US. de llevar al trote al batallón para desalojar al enemigo de sus últimas trincheras, lo hice así, llegando a las alturas cuando ya el regimiento Santiago lo había desalojado por completo. En la ascensión al cerro cúponos tomar cinco oficiales y nueve individuos de tropa prisioneros, teniendo por nuestra parte un muerto y tres heridos, cuya relación acompaño.

La compañía de cazadores, mandada por el teniente don Alfre­do Valdés, maniobró en unión de las demás de la división en el primer ataque a las posiciones enemigas, a las órdenes del sargento mayor graduado del regimiento Santiago, don J. D. Castilla.

Los señores oficiales y tropa cumplieron con su deber, lo que me complazco en poner en conocimiento de US.

Corrillos, Enero 14 de 1881.

JOSÉ MARÍA DEL CANTO

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REGIMIENTO CONCEPCIÓN

Señor Comandante de la 2ª Brigada de la 3ª División:

Por la orden de la brigada de 12 del actual, el regimiento de mi mando cerró la retaguardia e hizo de gran guardia de Lurín a Chorrillos, no dejando ningún rezagado en el camino.

La parte que al cuerpo le ha cabido en la jornada de ayer es como sigue:

Como a las 4 ½  A. M. se sintieron los primeros tiros, dando a conocer que nuestras avanzadas se batían con las del enemigo; a las 6, más o menos, las compañías guerrilleras de los cuerpos que componen la brigada y bajo las órdenes del sargento mayor gra­duado don José Domingo Castillo, tomaron parte en el tiroteo que se hizo en el bosque de San Juan; y poco antes de la 1 P. M. US. me ordenó tomar posesión del pueblo de Chorrillos, llevando de vanguardia dichas compañías de guerrillas y dirigiéndome con mi cuerpo por la falda de los cerros de este lugar, mientras US. se encaminaba por la cumbre con el resto de la brigada. Dicha orden fue cumplida conforme a su encargo; y en efecto, como a la hora después tomamos el pueblo con casi ninguna resistencia, porque ya nuestras fuerzas desalojaban por completo al enemigo de ese punto.

Las bajas que ha tenido el regimiento son: cuatro muertos y cuatro heridos que se mencionan en la relación adjunta, siendo uno de los últimos por efecto de una explosión de mina de las muchas porque estaba defendido el campo enemigo.

Se han tomado prisioneros un capitán y veintiún individuos de tropa.

Una vez en posesión del pueblo de Chorrillos, se observó la cir­cunstancia de que entre los muertos del enemigo se encontraron tipos de extranjeros y principalmente italianos con uniforme mili­tar del ejército vencido.

En conclusión, debo decir a US. que los señores jefes, oficiales e individuos de tropa de mi dependencia, han llenado su deber.

Campamento de Chorrillos, enero 14 de 1881.

JOSÉ SEGUEL

A. D.—La fuerza que tenía el regimiento al entrar en combate es la siguiente: 37 entre jefes y oficiales, incluso a don Emilio Moreno, que presta servicio gratuito en clase de teniente, y 602 individuos de tropa, haciéndose mención de la banda de música que quedó a cargo del equipo en el mismo campo de batalla.

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COMANDANCIA DE LAS COMPAÑÍAS GUERRILLERAS DE LA 2ª BRIGADA DE LA 3ª DIVISIÓN.

Chorrillos, enero 14 de 1881.

 

Tengo el honor de poner en su conocimiento que habiendo sido nombrado por US. en la orden del día, fecha 27 del próximo pa­sado, en San Pedro de Lurín, jefe de las compañías guerrilleras de los distintos cuerpos que componen la brigada de su mando para la instrucción en conjunto y dirigirlas en el campo de batalla, el 12 del presente, a las 6 ½  P. M., por orden de US., me puse a la cabeza de la división y a las órdenes del jefe de ella, señor coronel Lagos.

Estando en aptitud de marchar la emprendimos, llevando la descubierta hasta las 12 M., en que se detuvo la división, avan­zándome hasta tomar un punto estratégico para impedir una sorpresa; permaneciendo en esta posición hasta las 4 ½  en que el enemigo rompió sus fuegos por la derecha, por lo que nos pusimos en movimiento, marchando al costado izquierdo de ellos. Estando a inmediaciones de un cerro que teníamos al frente de bastante elevación y coronado de enemigos y otro de menos eminencia a la izquierda con piezas de artillería que nos hacían un nutrido fuego, recibí orden personal del señor coronel Lagos arreglase mi tropa y atacara. Una vez rotos mis fuegos, recibí nueva orden del mismo señor, impartida por el señor Silva Vergara, que los flanqueara y les tomara las alturas, para de esta manera hacerles abandonar las piezas de artillería que tanto nos molestaban. En efecto, flanqueé el cerro y ascendí por dos partes, dejando tropa para hacerla de frente, siendo ésta mandada por el intrépido capitán Silva del Canto, del Santiago; la de flancos, por el capitán del Valdivia señor Arce y el capitán del Bulnes, J. R. Lira, y el teniente señor San­tiago Inojosa, que supo lucirse con la compañía de su mando. Viéndose el enemigo flanqueado por dos partes y atacado de fren­te, no tuvo más lugar que la fuga por su derecha, reuniéndose al cerro que tenía al frente fortificado y que resistía con arrojo.

Sin detenerme los perseguí, volviendo a atacarlos y teniendo igual suerte, quedando sus ventajosas posiciones por nuestras, dejando en el cerro bajas de consideración. Una vez en la cima de éste, que daba vista al valle, me marché abajo con el fin de cortarlos en el plan por hacernos fuego en retirada. En esta marcha hicieron explosión algunas metrallas que estaban enterradas, no causándo­me daño: solo un polvorazo que me estuvo expuesto me despedazó un soldado del Bulnes y quemó otro del Santiago.

Una vez en el plan, extendido en guerrilla continué hasta termi­nar mi cometido; pero tuve que suspender por presentarse la ca­ballería para dar una carga. Una vez pasados, me replegué a reta­guardia de ella para protegerla en caso dado, lo que no tuvo lugar por la brillante caras que dieron, que lo dejó todo terminado por ese lado. De este punto me dirigí por el valle haciendo algunos pri­sioneros y con dirección al cerro del morro que está a la inmediación del pueblo, donde quedaba el último resto de tropas que ha­cían tenaz resistencia, encontrando a US. que se dirigía con la ma­yor parte de la brigada a coronar la cima, ordenándome que toma­se por el plan a vanguardia del Concepción y por la derecha del cerro para que cortase la retirada a los que huyesen de la altura al pueblo, dando por resultado que el morro quedó en poder del Santiago y haciendo gran número de prisioneros.

Réstame felicitarlo por el triunfo general de nuestras armas recomendar a la consideración de US. la conducta sin tacha de los señores oficiales y tropa que tuve el honor de mandar.

Por la lista adjunta verá US. los muertos y heridos que me cupo la desgracia de tener.

Dios guarde a US.

Domingo Castillo

Al señor comandante en jefe de la 2ª Brigada de la 3ª División

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JEFE DEL PARQUE.

Chorrillos, enero 14 de 1881

El que suscribe, jefe del Parque de la 3ª División, tiene el honor de dar cuenta al señor Comandante jefe de Estado Mayor, don José Eustaquio Gorostiaga, del movimiento y servicio habido en el Parque de mi mando durante el combate de ayer 13 del presente, contra el ejército aliado en el lugar denominado San Juan, hasta la toma de Chorrillos.

Por orden de Ud., antes de entrar en acción entregué a los di­ferentes cuerpos de la división las municiones necesarias para que cada uno de los individuos de tropa llevara 150 tiros, a la artillería 64 tiros por pieza de campaña, 80 por montaña, y 50 tiros los de caballería.

Durante la marcha, hasta encontrar al enemigo, el Parque siguió a retaguardia de la división con sus respectivas custodias, guardan­do las formalidades que Ud. me ordenó.

Durante el combate y por orden de Ud. hice entregar municio­nes de infantería a la 1a y 2 a división, las que fueron devueltas a causa de que el enemigo iba en derrota y por consiguiente ingre­sadas al Parque de mi mando.

Me es grato hacer presente a Ud. que los sonoros ayudantes, capitán señor José Domingo Cruzat, teniente señor Juan Agustín Santibáñez y teniente señor Ramón Saavedra, han correspon­dido a las exigencias del servicio y me hago un deber el recomen­darlos a la consideración de Ud. a fin de que se sirva comunicarlo al señor Coronel jefe de la división.

Dios guarde a Ud.

EMILIO CONTRERAS

Señor Comandante jefe de Estado Mayor de la 3ª División

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COMANDANCIA DE LA 2ª BRIGADA DE LA 2ª DIVISIÓN.

Campamento do Chorrillos,  Enero 15 de 1881.

En conformidad con las instrucciones que US. se sirvió impar­tirme, me puse en marcha del campamento de Lurín el 12 del co­rriente, a las 5 de la tarde, con dirección a las posiciones ocupadas por el ejército peruano. Al amanecer llegué al portezuelo que da frente a San Juan, lugar defendido por las fuerzas que componían el ala izquierda del enemigo.

Dispuse convenientemente mi brigada, haciéndola avanzar de frente, con orden de no hacer fuego sino hasta estrechar la distancia que nos separaba de las trincheras contrarias. El Lautaro precedía la marcha, seguido por el regimiento Curicó y en último término por el batallón Victoria: todos ellos dispersados en gue­rrilla.

A las 5 y media di orden de romper los fuegos sobre los parape­tos peruanos desde ese momento se prolongó el combate hasta. las 7 A. M., hora en que se pronunció la derrota del ala izquierda del enemigo.

En nuestro trayecto tuvimos que atacar dos fuertes artillados, que se tomaron a la bayoneta por los regimientos Lautaro y Curicó; corriéndome en seguida hacia el ala derecha, donde el fuego se mantenía todavía con vigor, y llegando a las cercanías de Chorrillos a las 2 P. M., hora en que la derrota del ejército peruano se com­pletaba en toda la línea.

Terminado el combate, recibí orden superior de cortar con mi brigada el paso a los trenes de tropa que habían venido de Lima a reforzar al enemigo, operación que no dio resultado, por cuanto los convoyes se habían retirado mucho antes de resolverse la acción.

Las bajas que ha tenido la brigada de mi mando ascienden a 83: de éstos un teniente coronel herido, comandante del regimiento Cu­ricó, señor don José Joaquín Cortés, 6 oficiales y 76 individuos de tropa. Adjunto a este parte encontrará US una lista nominal de estos últimos.

La conducta observada por la 2ª Brigada de la 2ª División ha sido digna de todo encomio, no solo por el valor y disciplina ma­nifestados en el ataque, sino también por su completa subordinación y cumplida moralidad después de la victoria, habiéndose reu­nido toda ella en el campamento que se le designó y no habiendo tenido sino un muy reducido número de dispersos, cuya suerte se ignora aun, presumiendo que puedan haber quedado muertos o he­ridos en el campo de batalla. Por estas consideraciones me permi­to recomendar a US. el comportamiento de oficiales y tropa que tomaron parte en el combate del 13 del corriente, como asimismo el de mis ayudantes de campo.

Remitiré a US. los partes detallados de la acción, inmediata­mente que me sean trasmitidos por los jefes de los respectivos cuerpos.

Dios guarde a US.

BARBOSA.

Señor General Jefe de la 2ª División

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REGIMIENTO 3° DE LÍNEA

Campamento de Chorrillos, Enero 15 de 1881

A la ligera doy cuenta a Ud. de los hechos que han tenido lugar en la batalla del 13 del corriente en la toma de Chorrillos, por lo que respecta al regimiento de mi mando.

En la madrugada de ese día mi regimiento, junto con los demás que componían la reserva, acampó a las 2 hs. A. M. como a veinte cuadras poco más o menos de los fuertes enemigos

A las 5 se rompió el fuego por la 1° división, y estando ésta bas­tante comprometida sin que le hubiera podido prestar apoyo la 2°, me ordenó Ud. la protegiera, lo que en efecto se hizo, emprendien­do en el acto el ataque, llevándolo con vigor hasta lograr desalo­jar de los tres fuertes que ocupaba el enemigo; habiéndolo envuel­to por la izquierda el sargento mayor don Gregorio Silva con el segundo batallón, logrando cortar al enemigo que iba en retirada, quitándole los cañones que llevaba consigo, haciéndole un creci­do número de bajas; y el teniente coronel don Federico Castro ata­có de frente con el primer batallón.

Una vez concluida esta operación se ocupó el que suscribe en organizar el regimiento en el campamento que ocupaba anteriormente el enemigo, y practicado se emprendió de nuevo el ataque para desalojarle, pues todavía sostenía las últimas posiciones, ha­biendo logrado, derrotarlos completamente en unión de las fuerzas de la 1° división que habíamos marchado a proteger.

En ese momento recibí orden de Ud. para ocupar las inmedia­ciones de unas casas donde se encontraba el señor General en Jefe y Estado Mayor, a retaguardia de las posiciones que había ocu­pado el enemigo.

Habiéndose adelantado el señor General en Jefe y su Estado Mayor hacia las inmediaciones de este puerto, me ordenó Ud. se­guir esa dirección; y poco más tarde el señor General en Jefe per­sonalmente me ordenó colocar mi regimiento tras de una muralla para ponerle a cubierto de las granadas enemigas que allí caían. Había transcurrido media hora cuando recibí orden de Ud. de mar­char en dirección a este puerto y en protección de una brigada de artillería que estaba comprometida, cuando en cumplimiento de esta orden había andado tres cuadras más o menos recibí orden del señor general Sotomayor, que se hallaba en ese punto, de acelerar mi marcha porque la artillería era amagada por la derecha por fuerzas enemigas. En el acto y a paso de trote seguimos adelante; tan pronto como llegamos donde el terreno lo permitía, se extendió el regimiento en guerrilla y nos fuimos sobre el enemigo que se encontraba a muy corta distancia de la artillería, habiéndose dispersado completamente y perseguídolo en todas direcciones.

En ese mismo momento recibí orden del señor General en Jefe para avanzar con mi regimiento hasta la playa si era posible. Al llegar a la línea férrea se le atravesó un riel a ésta, se cortaron las líneas telegráficas, y dispuse que el teniente coronel como con cuatrocientos hombres siguiera en dirección a la playa atacando los dispersos que por allí se encontraban, quedando el que suscribe con el sargento mayor señor Silva en la línea donde se me había dado aviso que a la distancia se divisaba una máquina que venía de Lima. Inmediatamente hice colocar el resto de la tropa tras una muralla al costado este de la línea para impedir que esa máquina entrara al pueblo, porque suponía debía traer refuerzo al enemigo. Efectivamente la máquina se detuvo como a la distancia de tres a cuatro cuadras y desde ese punto principió a hacer fuego de cañón y a amagarnos con tropa de caballería que le acompañaba, cuyos fuegos no hice contestar, permaneciendo mi tropa en observación hasta que llegase el momento oportuno.

Dos veces mandé a pedir unas piezas de artillería y viendo que estas demoraban, dejé mis órdenes al sargento mayor y fui personalmente a pedirlas, logrando también que el señor coronel Urriola diera orden que marchara en nuestra protección y la del regimiento Buin que nos acompañaba, al regimiento Naval. Todas estas fuerzas llegaron a tiempo.

En el momento de llegar tres piezas de artillería, el teniente coronel señor Augusto Barnechea con cinco individuos de tropa de caballería enemiga marchaba de la máquina al punto donde el que suscribe se encontraba. Dicho jefe levantaba un rifle tomado por la boca del cañón, la culata hacia arriba y dando gritos que estaban rendidos; viendo esto di orden que no se les hiciera fuego, lo que se consiguió. Luego que llegó me entregó su rifle y ordené desarmaran a los individuos de tropa; habiéndose alguno de ellos resistido un poco a entregar sus armas, se les obligó  hacerlo por la fuerza y cuando se practicaba esta operación, faltando a su palabra de honor el referido jefe clavó espuela a su caballo y se arrancó a todo escape en dirección a la máquina.

Comprendiendo que el objeto de este jefe había sido reconocer la línea para ver si podía pasar con su máquina, dispuse que inmediatamente la artillería rompiera sus fuegos con sus tres piezas, lo que en efecto se hizo, logrando con esto que la máquina se retirara a toda prisa.

La tropa que había marchado a la playa a las órdenes del teniente coronel señor Castro seguía en persecución del enemigo en esa dirección, y como éste se refugiase en el pueblo donde había tropa del Esmeralda, la cual sostenía un combate con el enemigo, marchó en su protección y tomó parte en el combate, teniendo que sostener el fuego que en todas direcciones recibía la tropa hasta lograr que la población quedara de nuestra parte, habiéndoles hecho muchas bajas y tomándoles varios prisioneros, entre ellos jefes de alta graduación. Una vez terminado esto, se reunió el regimiento tomando el campamento que se designó por el señor General Jefe de Estado Mayor General.

En este hecho de armas tenemos que lamentar la muerte en el mismo campo de batalla de los oficiales siguientes: con grado de sargento mayor capitán don Ricardo Serrano; capitanes, don Avelino Valenzuela y don Luis A. Riquelme Lazo, habiendo salido herido de gravedad el capitán don Salvador Urrutia, los tenientes don Adolfo González, don Domingo Laiz y don Ramón Jiménez Saavedra y los subtenientes don Justiniano Boza, don José Ramón Santelices, don Valentín Cruzat y don Ricardo Jara Ugarte; contusos teniente don Orestes Vera, de bala de rifle, y subteniente don Félix Vivanco Pinto por un casco de granada; individuos de tropa muertos, noventa y uno, y ciento setenta y un heridos.

Por mi parte, me cabe la satisfacción de hacer una recomendación especial del teniente coronel don Federico Castro y el sargento mayor don Gregorio Silva, quienes, como siempre, han llenado sus deberes a mi entera satisfacción y desearía que por su conducto llegue a conocimiento de quien corresponda la conducta digna observada por estos jefes, como así mismo la de los capitanes señores Pedro Antonio Urzúa, Pedro Novoa Fáez, Leandro Fredes y Rodolfo Wolleter; Tenientes don José Antonio Silva Olivares y don Luis Felipe Camus; subtenientes don Pedro Nolasco Wolleter, don Emilio Bonilla, don Francisco Mayer, don Elías Arredondo, don Jovino Emeterio Orellana, don Esteban 2° Barrera, don Quiterio Riveros y don Manuel Figueroa, los cuales han acompañado a los jefes en los puntos de mayor peligro. No obstante, los demás han cumplido satisfactoriamente con sus deberes.

Oportunamente, en posesión de mejores datos, remitiré a usted la lista nominal de los señores oficiales e individuos de tropa muertos y heridos en la batalla a que me he referido.

Dios guarde a Ud.

J. Antonio Gutiérrez

Al señor comandante en jefe de la reserva general, teniente coronel don Arístides Martínez

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REGIMIENTO DE ARTILLERÍA DE MARINA.

Señor Comandante Jefe de la 1ª Brigada de la 1ª División:

En cumplimiento de las órdenes que recibí el 12 del actual del señor coronel jefe de la división en el plan de ataque a Chorrillos, que tuvo lugar al amanecer del 13 del presente, a las 4 hs. 55 ms. A. M., la fuerza de mi mando, compuesta de 380 hombres, se colocó protegiendo la brigada de artillería que comandaba el sargento mayor señor Gana. Minutos después de la citada hora recibí por conducto de uno de los ayudantes del señor jefe de la división la orden de proteger a los regimientos Atacama y Talca, que en ese instante atacaban al enemigo en sus propias trincheras co­locadas en los primeros cerros. Rechazados de sus fortificaciones y coronados éstos por nuestras tropas, reuní la de mi regimiento para seguir adelante en persecución del enemigo, lo que efectué a las inmediatas órdenes del jefe de mi brigada, sector coronel don Juan Martínez. En circunstancia que se perseguía al enemigo re­cibí nuevamente orden de seguir protegiendo la misma brigada de artillería situada en los cerros de nuestra izquierda y en conse­cuencia pude tomar 80 hombres para dirigirme donde se me indi­caba, no habiendo ido la demás tropa de mi cuerpo por haber en­trado ya en acción, unida a las fuerzas que mandaba el citado señor coronel Martínez.

El infrascrito, llegado al punto de su destino, se puso a las inme­diatas órdenes del señor coronel Amunátegui hasta la terminación de la batalla.

El regimiento de mi mando tomó prisioneros 4 jefes y 63 individuos de tropa en los momentos del combate, y al siguiente día al mayor del Zepita núm. 29, don José D. Aranibar.

Las bajas que ha tenido el regimiento con 4 oficiales y 94 individuos de tropa, entre muertos y heridos, según consta nominalmente en la lista que tengo el honor de adjuntar.

Me hago un deber, señor comandante, en expresar a Ud. que tanto el 2°, 3°  jefes, oficiales y tropa, han cumplido con su deber.

Campamento de Miraflores, enero 16 de 1881.

J. R. VIDAURRE

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PARTE DEL JEFE DE LA ESCUADRA.

Chorrillos, Enero 16 de 1881

Señor Presidente:

El 2 del presente ordené al capitán de corbeta Manuel Riofrío hacer un reconocimiento en el vaporcito Gaviota, de la costa peruana hasta la Punta Solar, con el objeto de ver si el campamento enemigo podía ser ofendido des­de el mar. De vuelta de su comisión, el capitán Riofrío informó que el enemigo ocupaba posiciones atrincheradas a ambos lados del valle de la Villa y apoyada su ala a la derecha en el Morro Solar a 1.000 metros de la plaza.

Inmediatamente di cuenta de este hecho al General en Jefe y dispuse que la cañonera Magallanes recibiese a su bordo a los jefes que designase dicho General para hacer un reconocimiento formal en esa dirección, reconocimiento que confirmó lo aseverado por el capitán Riofrío.

El día 5 del presente me dirigí en el vaporcito Toro a inspeccionar ese mismo lugar, y pude cerciorarme que el ala derecha enemiga podía ser arrollada por los fuegos de nuestra escuadra.

En la tarde del 12, nuestro ejército se puso en marcha para atacar las posiciones enemigas, y a media noche, de acuerdo con el Ministro de la Guerra y General en Jefe, me dirigí con los dos blindados Blanco y Cochrane, la Corbeta O’Higgins y la cañonera Pilcomayo hacia el Morro Solar con el objeto de proteger las operaciones de nuestra ala izquierda.

Principiando el asalto antes del amanecer, la Escuadra no pudo tomar una parte activa, pues al venir el día las tropas peruanas y chilenas estaban demasiado cerca unas de otras para poder hacer fuego sobre aquéllas sin ofen­der a éstas.

En previsión de esto se había convenido que los bu­ques no harían fuego sino cuando se les ordenase de tier­ra, y para atender a esto puse a disposición del General un teniente de marina con dos ayudantes y los útiles ne­cesarios. Sin embargo, durante el reñido combate que tuvo lugar en las faldas del Morro Solar, algunos buques pudieron hacer unos pocos disparos seguros, y la lancha a vapor del Blanco hizo un nutrido fuego de ametralladora sobre el enemigo.

Concluido el combate, hice desembarcar en la caleta de Chira los doctores de la escuadra para atender a nues­tros heridos, y ordené a los buques auxiliar a nuestras tro­pas con agua, víveres, etc.

En la noche del 14 ordené al Cochrane dirigirse al Ca­llao en relevo del monitor Huáscar y Pilcomayo, cuya artillería de largo alcance necesitaba utilizar en el ataque combinado del ejército y escuadra que se pensaba dar en la mañana siguiente sobre la línea de Miraflores.

En la mañana del 15, el Blanco, Huáscar, O’Higgins y Pilcomayo se encontraban frente a la batería de Miraflo­res esperando resultado de un parlamentario que había mandado el enemigo.

A las 2.30 P. M., cuando nos encontrábamos en un ar­misticio que debía durar todo ese día, el enemigo rompió sus fuegos sobre nuestras tropas y buques con la intención evidente de sorprendernos, lo que no consiguió, y sus fue­gos le fueron inmediatamente contestados, siguiéndose un combate sangriento que duró hasta el anochecer, que­dando nuestras tropas en posesión de las líneas enemigas.

Durante todo el combate, la escuadra concentró sus fuegos con buen éxito sobre el pueblo de Miraflores, don­de estaban las trincheras enemigas y sobre la batería de la costa que existe en este lugar.

Al concluir este combate, una granada del cañón de a 70 libras del Blanco, hizo explosión accidentalmente al sacarla del cañón, causando la muerte instantánea de dos marineros, dejando, además, dos heridos de gravedad y cin­co levemente.

Entre los heridos de gravedad se encuentra el teniente 2°  A. Rodríguez, y siento decir a S. E. que hay pocas es­peranzas de salvar la vida de ese inteligente y entusiasta oficial.

He ordenado que toda la escuadra de trasportes que había hecho venir de Santa María a Punta Solar, se tras­lade a la bahía de Miraflores.

Los buques de guerra, excepto el Blanco y Abtao, están todos en el Callao, y hoy ordeno a la Magallanes ir a res­tablecer el bloqueo de Ancón y Chancay.

Esta noche me dirijo con el buque de la insignia al Ca­llao, dejando al Abtao al cuidado de los trasportes, y a la Chacabuco que vigile también el Boquerón.

Los prisioneros enemigos principian hoy a depositarse en la isla de San Lorenzo.

En este momento llega a mi noticia que Lima se en­cuentra en nuestro poder, habiéndose rendido el día de hoy, antes de experimentar el fuego de nuestros cañones.

Se espera que mañana se rendirá el Callao.

Galvarino Riveros.

Al Excmo. Señor Presidente de la República.

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BATALLÓN CÍVICO DE ARTILLERÍA NAVAL

Campamento De Miraflores, enero 17 de 1881.

Cumpliendo con la orden de US. paso a dar cuenta a US. del rol que tuvo la suerte de desempeñar el batallón en la jornada de Chorrillos el día 13 del actual.

La fuerza efectiva del cuerpo en ese día era de 889 individuos de tropa, 33 oficiales y 2 jefes.

Por orden del señor coronel don Pedro Lagos, jefe de la división, marché en refuerzo de las compañías guerrilleras que mar­chaban a vanguardia de ella, con el fin de tomar una batería de artillería enemiga, la que huyó con la infantería que la custodiaba, a nuestra vista, y fue perseguida por aquellas compañías y por la 5° de este batallón, al mando del capitán don Pedro A. Dueñas.

Las otras cinco compañías, formando otras tantas alas de guerri­llas en columna, avanzaron en dirección a las posiciones enemi­gas, las que fueron tomadas por las tropas que iniciaron su ata­que.

Después de esta marcha acampamos momentáneamente, y siendo molestados por algunos tiradores enemigos, mandé la 1° compañía al mando del capitán don Enrique Escobar S. para que los batiese, lo que ejecutó y regresó al campamento; sufriendo en esta marcha la baja de un soldado a causa de la explosión de una pequeña granada y las muchas que el enemigo tenía enterradas en ese campo y que reventaban al más simple choque: le hirió gravemente en un pié. Igual explosión sufrió el subteniente don Galo Irarrázaval, pero tuvo la suerte de no ser tocado por alguno de los cascos de la granada. El teniente don Manuel 2° Rengifo sufrió igualmente otra que le descompuso un pié.

Habiendo reaparecido otros tiradores enemigos, envié al capitán don Roberto Simpson con su compañía, quien consiguió ponerlos en fuga.

Poco momentos después de recibir orden de avanzar, se incor­poró a nosotros la compañía del capitán Dueñas y marchamos en dirección a la estación del ferrocarril, defendida por el enemigo, en cuyas inmediaciones atacaba el 3° de línea y artillería de montaña a fuerzas dispersas que, protegidas a tiempo por otras de refuerzo llegadas en el tren de Lima, pretendían resistir.

A mi llegado encontré al comandante Gutiérrez, jefe  de ese regimiento, e impuesto por él de su situación, tomé colocación a la derecha del 3°, dándole la derecha del batallón e invirtiendo éste lo corrí a la derecha. En esos momentos llegó un batallón del Aconcagua al mando del comandante Bustamante, a quien indiqué la colocación que debía tomar y las posiciones del enemigo. Tam­bién llegó el otro batallón de ese regimiento al mando de su primer jefe, el comandante Díaz Muñoz, quien, como Bustamante, tomó su posición a la derecha y continuando el ataque pusimos en completa derrota al enemigo.

Concluido esto nos retiramos y acampamos en el punto donde se nos señaló, juntamente con todo el Ejército, dan­do por terminada y con gloria para Chile la jornada de ese día.

Las bajas que tuvimos en esta jornada fueron nueve individuos de tropa, seis heridos y tres muertos, y el teniente Rengifo herido, de que ya he hecho mención anteriormente.

La conducta de los señores oficiales y tropa, como del sargento mayor don Loredano Fuenzalida, es digna de toda recomendación.

Dios guarde a US.

FRANCISCO J. FIERRO

Al señor Jefe de la 1ª Brigada de la 3ª División.

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REGIMIENTO VALPARAÍSO

Miraflores, enero 17 de 1881

Señor Comandante en jefe de la Reserva:

Cumpliendo con la orden de US., a las 5 A. M. se puso el regimiento en marcha, en columnas cerradas por compañías, para atacar al enemigo que se encontraba fortificado en un cordón de cerros que hay a la entrada del pueblo de San Juan.

Media hora después se desplegó en batalla; y en este orden mar­chó con armas a discreción, como veinte cuadras, sufriendo el mor­tífero fuego de artillería, ametralladoras y de rifle que nos hacía el enemigo, causándonos varias bajas.

Como a las 6 A. M. y cuando nos encontrábamos a 900 metros de las fortificaciones, recibimos orden de hacer fuego en avance; lo que se ejecutó en el mejor orden, llegando como a 100 metros del enemigo, que se encontraba flanqueado por el regimiento 2° de Línea. Un ¡Viva Chile! otro a la provincia de Valparaíso, lanza­do por el regimiento, contribuyó en gran parte para que el enemi­go se pusiera en fuga, perseguido por la derecha por el regimiento 2° de línea y por el Valparaíso de frente.

Cuando llegamos a las trincheras, solo encontramos 25 indivi­duos que tomamos prisioneros.

Seguimos avanzando hasta llegar a la fábrica de azúcar, donde recibimos orden de dar descanso a la tropa.

A las 9 ½  A. M. se nos ordenó marchar en dirección al cerro ti­tulado Morro Solar, en donde el enemigo hacía una tenaz resistencia, parapetado en sus trincheras. Subimos a la cumbre recorriéndola de sur a norte hasta llegar al fuerte que existe en el cerro denominado Salto del Fraile, por donde bajamos a la población de Chorrillos, donde se había refugiado el enemigo, haciendo fuego desde las casas.

A las 4 P. M. la victoria era completa y acampábamos a las in­mediaciones del pueblo.

Nuestras bajas han sido: 3 oficiales heridos; 20 individuos de tropa muertos y 66 heridos, habiendo entrado en combate 798 in­dividuos cuyas listas a US. acompaño.

Antes de concluir debo manifestar a US. que todo el regimiento ha cumplido con su deber.

Rafael de la Rosa

Al Señor Comandante Jefe de la Reserva

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REGIMIENTO ESMERALDA

Chorrillos, Enero 18 de 1881.

Señor Coronel:

Doy cuenta a US. de la parte que tomó el regimiento de mi mando en la batalla del 13 del presente.

Llegados al campamento de acción a las 5 ½  A. M. del citado día, ordené el despliegue en guerrilla del 1° batallón, y en segun­da línea y en igual orden el 2°. En esta disposición emprendí la marcha, tomando como objetivo el cerro arcillado que teníamos a la izquierda de las casas de San Juan, el cual me había sido asig­nado por US. como punto de ataque y de dirección. Tomado aquel fuerte emprendí el ataque flanqueando al enemigo por la izquier­da, el cual, desposa de una obstinada resistencia se declaró en completa derrota, llegando con mi tropa a las 9 A. M. a las casas de San Juan, en cuyo punto se tomó un estandarte al ene­migo con el lema siguiente: Batallón Manco Cápac N.° 81, el que pondré oportunamente a disposición de US.

Debo prevenir a US. que un batallón de mi regimiento al mando del sargento mayor don Saturnino Retamales emprendió su ataque desde aquel punto a las casas de Surco, dirección que había tomado nuestra caballería y cuyo auxilio me pareció de todo punto indispensable. Dicho jefe tomó una ametralladora y seis cargas de municiones, las que entregó al comandante general de Ar­tillería, señor coronel Velásquez.

Desde San Juan me ordenó US. marchar a Chorrillos, en cuyo camino me alcanzó el señor General Sotomayor y me ordenó que con los trescientos hombres que llevaba me apoderase de Chorri­llos. A las 10 ½  A. M. emprendí el ataque de esta plaza y después de una obstinada resistencia de calle en calle, de casa en casa, y con un enemigo diez veces superior en número, logré rechazarlo al frente del Morro: eran las 12 ½  P. M. En estas circunstancias me apercibí de que por nuestra espalda se nos hacía fuego.

Creyendo que era una equivocación de los nuestros subí a caballo acompañado del sargento mayor don Federico Maturana y de mi ayudante subteniente don Desiderio Ilabaca; y me sorprendió encontrar a nuestra espalda una fuerza de mil y tantos hombres, enteramente organizada, y que haciendo fuego avanzaba a posesionarse del pueblo. Conociendo en el acto que era enemigo el que nos atacaba, reuní los dispersos que encontré a mano, juntando veintidós, y con ellos, tomando posiciones ventajosas, rompí el fuego, ordenando el mismo tiempo a mi ayudante Ilabaca rompiera por el enemigo y dijera al General lo que ocurría. Este bravo oficial así lo ejecutó, teniendo la suerte de escapar ileso con solo cuatro o cinco balazos en el caballo. Después de hora y media de un fuego mortífero logramos rechazar al enemigo, quedando a las 2 ½  P. M. en pacífica posesión del pueblo. En el ataque de esta localidad se tomó otro estandarte al enemigo con el lema siguiente: Batallón Guardia Peruana.

El ataque por la parte del Morro lo dirigió el teniente coronel don Fernando Lopetegui, en cuyo punto como en el de San Juan, se portó este jefe con valor y serenidad, por lo cual lo recomiendo a la consideración de US., como igualmente al capitán don Juan Aguirre, cuya conducta es digna de elogio.

Los demás jefes, oficiales y tropa han cumplido dignamente su deber, y por ello me cabe el honor de recomendarlos a US.

Los soldados Juan Cortés, Eugenio Escobar y Belisario Cuevas, han sido héroes en esta jornada.

Réstame solo el sentimiento de participar a US la muerte del bravo teniente don Juan de Dios Santiagos y la de treinta y seis individuos de tropa; como también de haber salido heridos el capitán don Joaquín Pinto y don Eduardo Lecaros, y ciento veinti­cuatro individuos de tropa.

El capitán don Elías Casas Cordero y subtenientes don Alberto Retamales, don Mateo Bravo Rivera y don Arturo Marín han salido contusos, como asimismo los soldados Pedro Duran, y Andrés Abarca.

José del Carmen Torres y José Lino González, dispersos.

Incluyo una lista nominal de los Muertos, heridos y contusos.

En la toma de la población fueron hechos prisioneros los coroneles don Miguel Iglesias, don Guillermo E. Billinghurst, don Manuel R. Cano, don Miguel Valle riestra, don Francisco Men­dizábal y don Juan Benavides; cuatro tenientes coroneles, tres sar­gentos mayores, diecisiete oficiales subalternos y ciento once individuos de tropa, todos los cuales fueron puestos a disposición de­ US., como asimismo cincuenta y siete heridos.

Dios guarde a US.

HOLLEY

Señor coronel, jefe de la 1ª Brigada de la 2ª División

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REGIMIENTO CHILLÁN

Inmediaciones de Lima, enero 18 de 1881

Tengo el honor de dar cuenta a US. de la parte activa que le cupo al regimiento de mi mando en la batalla del 13 del presente.

En las primeras horas de la madrugada, después de entrar al cam­po de la verdadera acción, ordené que todas las compañías se desplegasen en guerrilla, posición que conservaron con unión, patriotismo y serenidad hasta después de flanqueadas y tomadas las primeras trincheras, fosos y posiciones fortificadas.

Como consecuencia de la intrepidez de mis oficiales e individuos de tropa, algunos soldados de la 3° y 4° compañías del segundo batallón con el capitán don Luis Sotomayor tomaron al enemigo tres piezas de artillería; se tomaron además varios prisioneros y banderolas.

Con el mismo denuedo; serenidad y disciplina siguió mi tropa hasta la conclusión del porfiado combate.

Las pérdidas que ha sufrido el regimiento de mi mando están de sobra en proporción con las diez horas de encarnizado combate, lamentando profundamente la muerte del bravo sargento mayor don Nicolás 2° Jiménez, que me servía de tercer jefe,  y la de los tenientes señores Juan Bautista Sepúlveda y Manuel Jesús Arra­tia; habiendo salido herido levemente el capitán don Francisco Javier Rosas y contuso el subteniente don Rafael Vargas.

Me es altamente honroso recomendar a la consideración de US. el laudable comportamiento de mis oficiales e individuos de tropa que, sin excepción, supieron llenar debidamente el cometido que la patria les impusiera, no dejando nada que desear.

Adjunto a US. la relación de la fuerza con que peleó este cuer­po y la de las bajas que ha tenido.

Dios guarde a US.

PEDRO A. GUIÑEZ

Señor Coronel jefe de la 1ª Brigada de la 2ª División.

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REGIMIENTO DE LÍNEA SANTIAGO

Lima, enero 18 de 1881.

En cumplimiento de las instrucciones de US. salí de Lurín con mi regimiento el 12 del presente a las 7 P. M., siguiendo la mar­cha de la 1° brigada de esta división, hasta las 2 A. M. del 13, hora en que acampamos. A las 4 ½  A. M. recibí la orden de conti­nuar avanzando a marcha forzada hasta venir a situarme en un llano a retaguardia de los cerros que protegen a la población de Chorrillos por el norte.

En este llano tuve tres soldados heridos a consecuencia de haber estallado varios polvorazos de que este sitio estaba sembrado, por lo que recibí nueva orden de US. de replegarme a retaguardia y a la izquierda a fin de evitarlos, viniendo a ocupar con este cambio las faldas de los cerros. Momentos después recibí nueva orden de ­US. de avanzar al trote por las faldas de los cerros en protección de la 1° división, que batía al enemigo en los alrededores de la población y en el cerro de la costa.

En este trayecto, tuve que ir batiendo al enemigo que nos hacía un nutrido fuego de las alturas de los cerros, hasta llegar al pueblo, adónde sostenía mi regimiento a la derecha.

En la población sostuve un combate de media hora, atacando al enemigo por la derecha con parte del regimiento, el 2° jefe señor Anacleto Lagos y sargento mayor señor Lisandro Orrego, y yo con el resto, por la izquierda.

Persuadido de las dificultades para continuar el fuego por encontrarse en el pueblo tropa de varios de nuestros cuerpos, hacien­do inútil los nuestros, toqué reunión y desfilé a la izquierda, a fin de ir a tomar posesión del morro que estaba en poder del enemi­go, desde donde nos hacía muchas bajas en nuestras filas, subiendo a él por la quebrada del cerro que da frente al cementerio.

En este penoso trayecto hice tocar continuamente reunión el fin de que se me uniera toda la tropa que por ahí se encontraba diseminada. Llamado a la cima, no me fue posible esperar el que se juntara todo el regimiento por ser muy nutrido el fuego enemigo; organicé mi tropa y la hice cargar a la bayoneta, marchando a vanguardia el capitán Troncoso, del batallón Valdivia, que se me había unido en el camino con algunos soldados de su cuerpo. Después de tres cargas sucesivas en que este capitán se distinguió por su valor y energía, intimé verbalmente rendición al enemigo, el cual huyó hacia abajo del cerro dejando su bandera, la cual fue arria­da por un sargento del regimiento.

En la persecución que hice tomé prisioneros veintiocho oficiales, de coronel a subteniente, y quinientos noventa y dos individuos de tropa. Esta persecución me fue hacedera por los oportunos auxi­lios que recibí de US., pues ya mi primera tropa estaba diezma­da, contribuyendo a esto tres minas que habían estallado.

Inmediatamente que tomé posesión del morro coloqué guardias alrededor de los fuertes a fin de evitar el estallido de las minas de que estaban rodeados y custodiar los cañones y muchas muni­ciones, como US. tuvo la oportunidad de verlo, como asimismo, pocos momentos después, el señor General en Jefe.

Al reunírseme el resto del regimiento en este lugar, recibí del subteniente señor Hilario Calabrano un estandarte que había to­mado al enemigo en la población.

Por orden de US. entregué los fuertes al capitán Ferreira, de Artillería, y por orden del Cuartel General, los prisioneros, cuyo número ascendió a 1.500 con los que se me mandaron de los otros cuerpos y con los traídos por la parte de mi regimiento que había quedado batiendo al enemigo en el pueblo el día siguiente, al regimiento Esmeralda.

Me excuso de dar cuenta a US. del papel que desempeñaron las cuartas compañías guerrilleras por haber obrado, por disposición de US, juntas con las demás de esta brigada e independientemente al mando del sargento mayor graduado don Domingo Castillo, de este regimiento, cuyo parte adjunto, recomendando a este oficial por su serenidad y energía con que siempre se distingue.

El segundo jefe del regimiento, señor Anacleto Lagos, y el mayor señor Lisandro Orrego, se distinguieron por su arrojo y acer­tadas medidas tomadas durante el combate.

El comportamiento de todos los oficiales en general no desmin­tió en nada su renombre conquistado en acciones pasadas. Res­pecto a las clases e individuos de tropa, su conducta fue tan digna por su disciplina y obediencia en el campo de batalla, como merecedora a la consideración de US. por su intrepidez y valor.

Esta jornada cuesta al regimiento un oficial muerto y dos heri­dos; cuarenta y siete individuos de tropa muertos, y cincuenta y seis heridos, cuya lista nominal adjunto.

Demófilo Fuenzalida

Al señor Comandante de la 2ª Brigada de la 3ª División.

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REGIMIENTO CHACABUCO

A bordo del trasporte ITATA, enero 20 de 1881.

Tengo el honor de pasar a dar cuenta a US. de la parte que cupo al regimiento de mi mando en la jornada del 13 del presente.

A las 3 A. M. en cumplimiento de órdenes de US. el regimiento se desplegó en batalla en la forma siguiente: el 2° batallón a la iz­quierda del 2° batallón del 4° de línea y el 10 en la misma situación del 1° de aquél, emprendiendo así una marcha que duró dos y media horas más o menos.

Al aproximarnos a las posiciones del enemigo, éste rompió un fuego nutridísimo de fusilería, ametralladora y artillería. Mi tropa avanzó desplegada en guerrilla en la situación expresada, sin contestar los fuegos contrarios durante algún tiempo, hasta ha­llarse en posición de emprender el ataque, el que ejecutó simultá­neamente con el 4° a pesar de la gran dificultad que ofrecía la calidad arenosa y pesada del terreno para el camino ascendente, y del mortífero fuego que nos hacía el enemigo estando detrás de exce­lentes trincheras, las alturas fueron tomadas en cuarenta minutos próximamente, llegando a ellas en los momentos en que aclaraba el día.

Al abandonar el enemigo estas posiciones, se replegó a su dere­cha sobre las trincheras y obras de defensas que tenía en adecua­da combinación sobre todas las alturas de los cerrillos que se unen con Chorrillos; pero fue atacado vigorosamente en sus nuevos parapetos, por ambos regimientos, los cuales de consuno desalojaron, al enemigo sucesivamente de todas sus posiciones. Al atacarlo en la tercera de ella fui herido; mas, creyendo, mi herida de poca con­secuencia, continué en mi puesto como hasta las 7.30 A. M., hora en que me retiré por haber muerto mi caballo y herídome un se­gundo que monté. Entregué entonces el mando al señor teniente coronel B. Zañartu, quien fue también herido mortalmente tres cuartos de hora después, quedando por este motivo a cargo del regimiento el sargento mayor señor Quintavalla, hasta el término de la jornada.

Siete trincheras fueron tomadas sucesivamente al enemigo hasta llegar al cerro llamado de la Calavera, donde fuimos rechaza­dos en razón del corto número de los nuestros y de que las bate­rías de montaña de los señores capitanes Errázuriz y Fontecilla tuvieron que suspender sus fuegos a causa de haberse agotado sus municiones. Las expresadas baterías protegían de una manera efi­caz la marcha de la tropa, sosteniendo constantemente el fuego contra el fuerte extremo del cerro de Chorrillos; pero, una vez que este no tuvo ya que contestarles, concentró todos sus fuegos de ar­tillería y ametralladoras sobre nuestra infantería, al mismo tiempo que la enemiga coronaba las alturas en cuádruple número, tomán­donos por el flanco. Fuimos, pues, rechazados, pero solo por un momento, de la posición que ocupábamos; mas US. y el señor Jefe de Estado Mayor de la 1° división reorganizaron el ataque para no detenerse sino en las alturas del Salto del Fraile.

Durante el combate tuvimos diecinueve bajas de oficiales, mu­chos de los cuales cayeron en las últimas trincheras.

Me permito recomendar a US. la brillante conducta de los se­ñores oficiales, conducta de que es una prueba evidente el número de bajas de que he hecho referencia. Los señores capitanes Otto Moltke, José F. Lira, Arturo Salcedo, Luis Sarratea y José F. Concha son dignos de una mención especial de honor, lo mismo que los tenientes Pedro Fierro y Víctor Luco, y subtenientes Ono­fre Montt, E. Prenafeta, Ricardo Soffia, Arturo Echeverría, Wal­do Villarroel y Carlos Cortés, quienes no abandonaron un solo instante su puesto hasta la toma del último reducto.

Merecen una mención muy especial mis ayudantes tenientes Marcos Serrano y Carrera y subteniente Pérez Canto, por su valor y actividad, y particularmente el segundo por su serenidad y admirable valor a toda prueba.

En cuanto al regimiento en general, creo un deber manifestar a US que, en mi convicción, él ha cumplido dignamente con su deber.

Entraron en el combate 914 individuos, incluso 35 oficiales; y a la lista de tarde, el día de la batalla, la fuerza presente era de 577 hombres, faltando, por consiguiente, 356 hombres y 19 entre jefes y oficiales muertos y heridos.

Dios guarde a US.

D. TORO HERRERA

Señor coronel Jefe de la 2ª Brigada de la 1ª División

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REGIMIENTO NÚM. 2 DE ARTILLERÍA

Brigada de montaña,1ª División.

Callao, Enero 20 de 1881.

Señor capitán de navío, Comandante en jefe de la 1° división, don Patricio Lynch:

Tengo el honor de dar cuenta a US. de las operaciones practi­cadas por la brigada de Artillería de mi mando, perteneciente a la división de US., en el día 13 del presente mes. La componen la batería del capitán don Gumecindo Fontecilla y la del capitán don José Antonio Errázuriz.

El día 12 a las 5 P. M. recibí orden de US. para ponerme en marcha a retaguardia de la división, sirviéndome de reserva batallón de Artillería de Marina.

Al amanecer del 13, después de acercarnos, favorecidos por la oscuridad de la noche, a mil metros de las trincheras enemigas, ordené romper los fuegos por baterías. Cumpliendo con la orden recibida de US.; una vez que las primeras posiciones del enemigo fueron tomadas por nuestras tropas, mandé adelantar la brigada y tomar colocación en los cerros de que había sido desalojado. En seguida mandé hacer fuego en avance y marchar, si era posible, a la par con la infantería; al capitán Errázuriz por la derecha y al capitán Fontecilla por la izquierda; lo que lograron hacer median­te la actividad y entusiasmo desplegado por los señores oficiales y tropa; llegando con este paso a ocupar las últimas trincheras ene­migas, desde cuyos puntos hemos sostenido el combate con tres fuertes colocados en el Morro Solar y con la infantería a menos de mil metros de distancia. Aquí se pudo silenciar por tres veces es­tas baterías.

Sostuvimos estas posiciones hasta que fueron consumidas todas las municiones de cajas y reserva que llevaba el teniente don Ro­berto Aldunate.

Derrotado completamente el enemigo, US. me ordenó avanzar al pueblo, lo que hizo el espitan Errázuriz y media batería del capitán Fontecilla, al mando del teniente don Jenaro Freire, después de reponer las mulas que habían sido muertas en el combate y do­tar a las baterías de diez tiros por pieza.

A las 4 de la tarde de ese día la brigada de mi mando tomó su colocación respectiva en los lugares tan gloriosamente conquis­tados.

En esta memorable batalla hemos tenido que lamentar la baja del alférez don Manuel Florencio Zaldívar y trece individuos de tropa que en lista nominal acompaño.

Me permito hacer conocer a US. por sus nombres a los señores oficiales que por su conducta se han hecho dignos de todo elogio, al mismo tiempo incluyo a US. una lista de la tropa que merecen recomendación:

Capitán Don Gumecindo Fontecilla.

Capitán Don José Antonio Errázuriz.

Teniente Don Jenaro Freiré.

Teniente Don Roberto Silva Renard.

Alférez Don Víctor Aquiles Bianchi, contuso.

Alférez Don Pedro Nolasco Vidal

Id.       Federico Videla.

Id.       Reinaldo Boltz.

Id.       Jorge Boonen.

Id.       José Alberto Bravo.

Id.       Manuel Florencio Zaldívar, herido.

Id.       Julio Albelo.

Id.       Martín Ortúzar.

Un deber me hago en recomendar a US. al teniente del parque de Artillería don Roberto Aldunate, quien fue herido en lo mas recio del combate proveyéndonos de municiones, y al teniente de Artillería don Alberto Sánchez, que me ha servido de ayudante desempeñando difíciles comisiones.

El número de disparos hechos por las baterías del capitán Fontecilla y capitán Errázuriz, ha ascendido a mil diez granadas.

Dios guarde a US.

EMILIO GANA.

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REGIMIENTO BUIN 1° DE LÍNEA

Lima, Enero 20 de 1881.

En cumplimiento a lo dispuesto en la orden general del 19 del actual, paso a dar cuenta a US. de la parte que cupo al regimiento de mi mando en la batalla de Chorrillos, ocurrida el día 13 del co­rriente mes.

Momentos después de amanecer, mi regimiento, que formaba la vanguardia de la 2ª División, estuvo a la vista del enemigo por las alturas que cierran al sur el terreno plano comprendido entre aquéllas y las que a nuestro frente formaban la primera línea ene­miga.

Bajo un vivo fuego de artillería formé el regimiento en batalla, y avancé en dos líneas constituidas la primera por un batallón de guerrilla y la segunda por el otro batallón, que de tal modo hacía la reserva de aquél. En vano redobló el contrario el número y la frecuencia de sus disparos de cañón: ni se alteró por ello el orden., ni disminuyó tampoco la rapidez del avance.

A la distancia conveniente mandé romper los fuegos de la pri­mera línea, yendo siempre adelante. Comenzaba ent6nces verda­deramente la lucha. El fuego de rifle era vivísimo de una y otra parte; no lo era menos el de cañón con que el enemigo intentó, si bien infructuosamente, flanquearme por derecha e izquierda.

Llegábamos en ese instante muy cerca de la primera altura y de los fosos que, arrancando su frente, dificultaban considerablemen­te su acceso. Comprendiendo inmediatamente la importancia de la posición, dirigí a ella con mayor esfuerzo el ataque, ocupándola los nuestros en muy breve espacio de tiempo.

Allí fue donde el sargento 2° (de la 3° del 1°) Daniel Rebolledo, plantó el primero la bandera chilena, y donde el cabo 1° de la 2° del 1°, Juan de Dios Jara, le quitó al abanderado del batallón pe­ruano Ayacucho N° 4, el estandarte, con el cual huía, y que fue entregado a US. el mismo día de la acción. Desde aquel instante nada detuvo el empuje de los nuestros. Si bien resistió por algún tiempo más el enemigo, siempre al amparo de posiciones formi­dablemente atrincheradas, algunas cargas a la bayoneta doblega­ron su último esfuerzo, rechazándolo en completa derrota.

Tal es, señor Coronel, sucintamente referido el papel que el cuerpo de mi mando hizo en la batalla del 13.

Antes de concluir, no puedo menos que manifestar a US. mi satisfacción por el orden y valentía inalterables que en tan memo­rable jornada desplegaron los jefes, oficiales y tropa del regimiento de mi mando.

Incluyo a US. una lista nominal de los jefes, oficiales y muertos y heridos en el mencionado combate.

Dios guarde a US.

J. León García

Señor Coronel comandante en jefe de la 1ª Brigada de la 2ª División

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REGIMIENTO CURICÓ

Campamento de San Borja, enero 20 de 1881.

Señor Coronel:

Acampados en la hacienda que oí llamar de Pío Nono, después de la batalla de Chorrillos recibí orden de US. para poner en movimiento el regimiento de mi accidental mando; emprendimos la marcha hacia la derecha, encontrándose ya comprometida la acción en la izquierda. A distancia de pocas cuadras destaqué de orden del señor General Sotomayor una compañía de observación a vanguardia, siguiendo la marcha mi regimiento hasta ponernos a la altura de Miraflores, una legua más o menos, donde pasamos la noche. Al amanecer del siguiente día, emprendimos la marcha hasta llegar  a ponernos al alcance de los fuegos del fuerte del cerro San Bartolomé, el cual nos hizo algunos disparos sin causarnos el menor daño.

Al amanecer del 16 emprendimos la marcha en la dirección de Lima, acampándonos media legua de distancia de esta ciudad, donde hasta hoy nos encontramos sin haber ocurrido en esta jorna­da ninguna novedad.

Dios guarde a US.

RUBÉN GUEVARA

Señor  Coronel jefe de la 2ª Brigada de la 2ª División

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Campamento de San Borja, enero 20 de 1881

 Señor Coronel:

Me cabe el honor de dar cuenta a US. de la parte que tomó el regimiento de mi accidental mando en la batalla del 13 del pre­sente, por la ausencia del

primer jefe, teniente coronel y coman­dante don Joaquín Cortés, de quien antes de partir recibí sus ins­trucciones para llenar debidamente este cometido.

 

Al amanecer del citado día emprendimos el ataque bajo la dirección de US. sobre la izquierda de las fortificaciones enemigas.

Cúpole a mi regimiento el alto honor de cumplir debidamente con la orden que US. dio al sargento-mayor del regimiento, don Virginio Méndez, y que es la mejor recomendación para el regimiento: “ese cerro que está vomitando fuego, le toca al Curicó tomárselo”

Escusado me es dar pormenores del ataque, puesto que US. lo presenciaba.

Todos llenaron debidamente sus deberes, distinguiéndose el sargento mayor Méndez y el primer ayudante dota Juan Francisco Merino.

En este ataque tuvimos la desgracia de que se nos hiriese al comandante Cortés, al abanderado don Agustín Bravo y al subteniente don Daniel Salas Errázuriz, y algunas otras bajas de que he dado cuenta a US.

Dios guarde a US.

RUBÉN GUEVARA

Señor Coronel jefe de la 2ª Brigada de la 2ª División

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COMANDANCIA  DE LA 2ª BRIGADA DE LA 3ª DIVISIÓN.

Lima, enero 20 de 1881.

Señor Coronel jefe de la 3ª División:

Grato me es tener el honor de participar a US. la parte que cupo desempeñar a la brigada de mi mando en el glorioso hecho de armas que ha tenido nuestro Ejército contra el del Perú el 13 del presente en los campos de San Juan y Chorrillos: de esta función adjunto a US. las relaciones o partes de los jefes de cuerpos y comandante de las compañías guerrilleras.

El 12, a las 6 ½  P. M., emprendió la marcha la brigada, salien­do de Lurín en busca del enemigo fortificado en Chorrillos y sus inmediaciones, compuesta de 3.064 hombres y distribuidos en el orden siguiente: Regimiento de línea Santiago, 1.005 hombres; batallón Bulnes, 474; Valdivia, 499; Caupolicán, 428, y regimiento Concepción, 658; sirviéndome de ayudantes de campo el capitán don Manuel Emilio Aris y tenientes don Manuel Castañon y don Rodolfo Serrano. De esta fuerza, y por orden de US., se des­membraron las guerrilleras de los expresados cuerpos, para ponerlas a la disposición del sargento mayor graduado don José Domingo Castillo, que las instruía en masa desde el 27 de diciembre próximo pasado. Una vez al mando de ellas, marchó a la vanguardia de la división, sirviendo de descubierta y debiendo obrar a las inmediatas órdenes de US.

En este orden marchó la brigada a continuación de la 1° desde el lugar citado, con cortos descansos, hasta las 12 M., en que se dio un descanso; siguiendo a las 3 la marcha de la misma manera y por el camino del centro hasta las 4 ½  en que el enemigo rompió sus fuegos por nuestra izquierda, lo que me hizo creer, según nuestro plan de ataque, que había sido sorprendido el batallón Co­quimbo y Melipilla que, a las órdenes del teniente coronel don José María Soto, debían atacar al asalto por ese lugar: media hora después el fuego se hacía sentir casi general. La brigada, siguien­do siempre a la 1a, continuaba avanzando en busca del enemigo y en observación a las órdenes de US. A las 9 ¾  A. M. descansába­mos a inmediaciones del valle de Chorrillos, en formación de co­lumnas por compañías; y notando que muy cerca pasaba una ace­quia de agua, signifiqué a los jefes de cuerpos que podían mandar hacer aguada en grupo de a cuatro soldados y un cabo. A los primeros que se desprendieron de la formación les cupo la desgracia de pasar sobre algunas minas automáticas, de que había sembrado ese campo el enemigo, inutilizando dos soldados del regimiento Santiago con fractura de pierna. Con tal incidente moví la columna al cerro y la coloqué en descanso.

En este estado, y encontrán­dose US. ahí mismo, fue cuando llegó el ayudante Walker, de la 1° división, diciendo a nombre del jefe de ella, coronel don Patri­cio Lynch, que su fuerza estaba débil y diezmada; que el enemigo le hacía retroceder y que US. le protegiese. En vista de esta situación, me ordenó US. me dirigiese con toda mi brigada a ese punto que distaba ¾  de legua, poca más o menos, movimiento que verifiqué a paso ligero. Habría recorrido cinco o seis cuadras y la misma orden me fue repetida por el ayudante del señor coronel Lynch don Juan Nepomuceno Rajas, por lo que me vi obligado a tocar paso de ataque y ordené acelerar la marcha en lo posible. Inmediata­mente que estuve a cuatro cuadras del punto atacado, dispuse que el regimiento Santiago, a las órdenes de su comandante, teniente coronel don Demófilo Fuenzalida, batiese por retaguardia al ene­migo, pasando por una abra o camino que dejaban dos cerros en sus juntas. A los comandantes de los batallones Bulnes y Valdivia, que siguiesen el mismo trayecto que el Santiago y obrasen ba­jo las órdenes de su jefe; y finalmente, a los jefes del Caupolicán y Concepción, que atacasen al enemigo por flanco izquierdo, en atención a que la 1° división, que atacaba de frente, era resistida todavía.

Distribuida de esta manera mi tropa, me dirigí en busca de la 1° porción, pues era ahí donde se notaba un fuego más sostenido, pero que pronto cesó, indudablemente con la presencia y ligero ti­roteo de la fuerza de la brigada.

Me encaminé al morro y en el fuerte que se eleva sobre el mar encontré parte del batallón Caupolicán y regimiento Santiago, dán­dome cuenta el comandante de este último, de los ataques que se relacionan en su parte adjunto, y me presentó 632 prisioneros: de ellos 29 jefes y oficiales, 13 italianos y 590 soldados peruanos, y a más un estandarte bordado sin nombre de cuerpo.

Había en ese fuerte dos piezas de grueso calibre, dos Krupp de campaña y considerable número de pertrechos de guerra. Momentos después se presentó ahí el señor General en Jefe y Ministro de la Guerra en campaña, quien, después de darle cuenta verbal, me ordenó bajar a ocupar con mi brigada un campamento  en Chorrillos.

En esta gloriosa jornada en que nuestros bravos soldados han despreciado trincheras, fosos y toda clase de fortificaciones, y en que solo se han ocupado nueve horas para desalojar al enemigo de sus formidables e inexpugnables posiciones, ha tenido la brigada 161 bajas; correspondiendo al regimiento Santiago el subteniente  don Arnaldo Calderón, muerto; don Desiderio Huerta S., herido; y don Belisario López, contuso; 47 individuos de tropa muertos y 56 heridos; al Bulnes, siete muertos y nueve heridos; al Valdivia, cuatro muertos y veintiún heridos; al Caupolicán, un muerto y cua­tro heridos; y al Concepción, cuatro muertos y cuatro heridos.

En conclusión, me hago un deber de manifestar a US. la hono­rable conducta observada en esta jornada por los señores jefes, oficiales e individuos de tropa que componen la brigada, muy es­pecialmente la del comandante don Demófilo Fuenzalida que, con la intrepidez que le es característica, atacó personalmente en su último atrincheramiento o sea en él morro, a las fuerzas enemigas. De la misma manera, la observada por mis ayudantes, capitán don Manuel Emilio Aris y tenientes don Manuel Castañón y don Ro­dolfo Serrano, que supieron impartir mis órdenes con toda precisión y serenidad admirables.

Felicito a US., y por su órgano al señor General en Jefe, por este glorioso triunfo que ha puesto a tanta altura las armas de nuestra República.

Dios guarde a US.

Francisco Barceló

Señor Coronel Jefe de la 3ª División

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BATALLÓN VALDIVIA

Señor Comandante en jefe de la 2ª Brigada de la 3ª División

En cumplimiento de lo ordenado por US., tengo el honor de dar cuenta a US. que el 12 del corriente, a las 6 P. M., emprendí la marcha con el batallón de m¡ mando, del campamento de San Pedro de Lurín, en unión de los demás cuerpos que componen la brigada del mando de US., con dirección al campo enemigo, que tenía sus líneas de defensa al sur de Chorrillos y en una gran extensión. El combate se trabó a las 4 ½  de la mañana del dio siguiente y fue terminado a las 2 P. M. con la completa victoria de nuestra parte.

El batallón de mi mando, recibió orden de US. de marchar al paso de carga, como también los demás cuerpos de su brigada, sobre el cerro que está al pie y sur de Chorrillos, donde estaba el fuerte del morro y otros que estaban defendidos, y en ese momento atacados por fuerzas dé nuestro Ejército.

Medio batallón de la izquierda, a las órdenes del sargento mayor don Joaquín Rodríguez, ascendió el cerro del morro en el camino próximo al pueblo, y en seguida del regimiento Santiago; y el me­dio batallón de la derecha, a mi cargo, lo flanqueó, tanto para rodear las tropas enemigas, cuánto para atacar las que hacían todavía resistencia en el pueblo y estación del ferrocarril. El batallón Bulnes, a cargo de su jefe, entró también al mismo tiempo que las fuerzas de mi cargo.

Muy satisfactorio me es comunicar a US. que en la pequeña parte que correspondió a mi batallón en la mencionada jornada, mi segundo jefe ya nombrado, los señores oficiales, clases y solda­dos, se han conducido valientemente.

Acompaño a US. por duplicado la relación nominal de los muertos y heridos.

Campamento de Aliaga, Enero 20 de 1881.

Dios guarde a US.

Lucio Martínez

Al señor Comandante en jefe de la 1ª Brigada de la 3ª División

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REGIMIENTO ZAPADORES

Lima, Enero de 1881

Señor Comandante en Jefe de la Reserva:

Tengo el honor de poner en conocimiento de Ud. la parte que ha tomado el regimiento que accidentalmente ha estado a mi mando (por herida grave que imposibilita hacerlo al segundo jefe, teniente coronel don Guillermo Zilleruelo) en las jornadas de Chorrillos y Miraflores.

Al amanecer del día 13 del corriente, formando parte de la reserva de su mando y acampados al pie de los cerros que dominan la pampa de….se recibió orden de Ud. para marchar en protección de la 1ª División que en ese momento era reciamente atacada por el enemigo. Tan pronto se puso en marcha la reserva desplegada en línea de combate, le tocó tomar parte a este regimiento en la ala izquierda de dicha línea, con el objeto de flanquear al enemigo y desalojarlo de sus primeras posiciones, marchando en este orden hasta descender al Valle de Surco, obligando al enemigo a abandonar sus primeras fortificadas posiciones, que hasta entonces había sostenido y defendido con tesón.

El regimiento recorrió todo el valle en su persecución, desalojándolo de los fuertes en que sucesivamente se refugiaba.

A las 10 A. M. se recibió nuevamente orden de marchar este regimiento en protección de la artillería y parque de la 1ª División, que era atacada por el enemigo desde el bosque y alturas inmediatas, de cuyos fuertes recibía un vivo fuego de cañón.

En cumplimiento de la mencionada orden, nos dirigimos al punto indicado, donde atacamos al enemigo que se encontraba parapetado en uno de sus fuertes por el frente y su flanco izquierdo; obligándolo a abandonar sus posiciones y replegarse al pueblo de Chorrillos, hasta donde fue perseguido.

La compañía del capitán don José Fidel Bahamondes, por disposición del señor jefe de Estado Mayor de la 1° división señor coronel don Gregorio Urrutia, avanzó en unión de tropas de distintos cuerpos, hasta tomar posesión de los dos últimos fuertes más próximos a Chorrillos en cuyo punto se consiguió hacer algu­nos prisioneros. En diversas posiciones, continuando la persecución del enemigo, llegamos hasta las inmediaciones de dicho pueblo a las 2 P. M., en que se desbandó el enemigo; dándose por terminado el combate general en toda la línea.      

El día 15 del presente, estando acampados en uno de los potre­ros próximo a Chorrillos, se recibió orden de Ud. a las 11 A. M. de ponernos en marcha en dirección a Barrancos, en cuyo punto nos situamos a retaguardia de la artillería de campaña, juntamen­te con toda la reserva y mientras nuestro Ejército tomaba sus posiciones.

Una vez rotos los fuegos por ambas partes a las 2 ¼  P. M. per­manecimos en protección de dicha artillería recibiendo los fuegos de la del enemigo hasta las 3 ¼  en que marchó este regimiento juntamente con el Valparaíso en protección del ala izquierda de nuestro Ejército, que se encontraba seriamente debilitado por ese costado. Recorriendo con la celeridad posible la línea férrea que conduce a Miraflores, en cuyo trayecto recibíamos un nutrido fue­go de enemigos invisibles que, parapetados tras las tapias y dentro de sus fuertes, trataba de impedir nuestro avance, habiéndonos gran número de bajas, cayendo, entre otros, herido tal vez de gravedad el 2° jefe teniente coronel señor Guillermo Zilleruelo y avan­zando a tomar posesión de sus reductos y parapetos, hasta la terminación de esta jornada.

Escusado me parece encomiar la valerosa conducta observada en general por todos los señores jefes, oficiales y tropa, pues Ud. como testigo presencial puede formar el verdadero concepto que tan honrosamente merece este regimiento en las dos gloriosas jor­nadas.

Tengo el honor de adjuntarle la nomina de los señores oficiales y tropa muertos y heridos en ambas batallas.

Dios guarde a Ud.

Manuel Contreras

Al Señor Comandante Jefe de la Reserva

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REGIMIENTO COQUIMBO.

Señor Coronel Jefe de la brigada:

Debiendo pasar el parte de la batalla de Chorrillos en lo con­cerniente a este cuerpo, por encontrarse heridos los jefes que lo mandaban, teniente coronel señor José María 2° Soto y segundo y tercer jefes, señores Marcial Pinto Agüero y Luis Larraín Alcalde, en el de Miraflores, me limitaré a decir a US. que a las 6 P. M. del día 12 del corriente emprendió la marcha el regimiento en unión del batallón Melipilla, de su campamento de Lurín, para dirigirse por el camino de la playa a atacar al amanecer el ala de­recha del enemigo, apoyada en los primeros cerros que se encuen­tran al sur de Chorrillos.

La falta de conocimiento exacto de la distancia que debíamos recorrer, las precauciones indispensables a fin de no ser descubiertos por avanzadas enemigas, y lo pesado de la marcha por esos mé­danos, retardaron un poco nuestra llegada al lugar en que debía empezar el ataque.

Sin embargo, aunque fuimos descubiertos a causa de que se rompieron los fuegos en la derecha de nuestra línea y el enemigo los rompía sobre nosotros con seis cañones que defendían aquel lugar, el señor comandante Soto hizo desplegar a su frente cien tiradores escogidos del Coquimbo y sucesivamente se desplegaron las demás compañías de los dos cuerpos en guerrilla y se atacó con tanto ímpetu, que antes de quince minutos quedaron abandonados los seis cañones que hacían fuego sobre nosotros.

El enemigo, en número de mil setecientos hombres, más o menos, tomó los cerros del frente y tuvimos la fortuna de desalo­jarlo en poco tiempo de los tres primeros.

A causa de la mucha elevación y pendiente del cuarto cerro, que servía como de último refugio al enemigo, en el que, además de sus trincheras tenía una buena ametralladora, se resolvió a esperar en la posición que teníamos hasta que el centro de nuestra línea pudiera flanquear a esas tropas peruanas, mientras nosotros las ata­cábamos de frente. Así se hizo y con esto se consiguió dar algún descanso a nuestros soldados que, en el momento dado, atacaron co­mo verdaderos chilenos, logrando hacer más de doscientos prisio­neros, entre jefes, oficiales y tropa.

El señor comandante Soto fue herido al tiempo de dar el último ataque y cuando arengaba la tropa que él personalmente dirigía. Aunque la herida recibida por el sector comandante era bastante grave, tuvo fuerzas para ordenarnos marchar adelante, desatendiendo su persona, que su entusiasmo y patriotismo le hacían creer insignificante en ese momento.

Adjunto a US. listas nominales y por duplicado de los sectores jefes, oficiales y tropa muertos y heridos en la batalla de Cho­rrillos.

Callao, enero 22 de 1881.

ARTEMON ARELLANO

Al Señor Coronel Jefe de la Brigada

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REGIMIENTO DE GRANADEROS A CABALLO

Callao, enero 22 de 1881.

Señor Comandante General de Caballería:

A las 9 ½ de la mañana del día 13 del presente, encontrándose el regimiento a tres mil metros de la línea de batalla enemiga, recibió orden el teniente coronel primer jefe, don Tomas Yavar, de cargar sobre el ala izquierda del enemigo.

La orden fue en el acto ejecutada, verificándose la carga en co­lumna por escuadrones.

Ciento cincuenta metros antes de llegar a las trincheras en que se parapetaba el enemigo, fue puesto fuera de combate el coman­dante Yavar.

Continuando la carga, tomé entonces el mando del regimiento: se desalojó al enemigo de sus posiciones y se le puso en completa fuga, dejando en las trincheras más de doscientos muertos.

El regimiento todo ha cumplido con su deber y solo siente la dolorosa pérdida de su valiente y abnegado comandante, don Tomás Yavar, que falleció en la noche del mismo día.

Adjunto la relación de los muertos y heridos que tuvo el regimiento en la batalla del 13.

F. MUÑOZ BEZANILLA

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Parte Oficial de la 1° División – 2ª  Brigada

Callao, Enero 23 de 1881.

Señor Coronel Comandante en Jefe:

Con arreglo a las instrucciones de US., el 12 del corriente a las 5 P. M. dejé con esta brigada el campamento de Lurín y marché a incorporarme al resto de la división que se hallaba en el centro de la planicie que conduce a los cerros de Chorrillos, donde se encontraba fortificado el enemigo.

Los cuerpos de la brigada, regimientos 4° de línea y Chacabu­co, formaron en columnas paralelas a la izquierda de la 1ª; en es­te orden marchamos hacia los fuertes citados. A las 3 ½  A M. y ya cerca de ellos, se formó en dos líneas paralelas por batallones y en esta formación marchamos las 4 h. 50 m A. M., hora en que el enemigo rompió sus fuegos sobre nuestras líneas, el que no fue contestado, por tener orden de no hacerlo hasta ha­llarnos de doscientos a trescientos metros de distancia.

La brigada continuó avanzando con empuje y valor sobre los fuertes y trincheras que coronaban las alturas.

Designados de antemano por US. los fuertes que cada cuerpo debía atacar, cupo al 4.° y Chacabuco los que se hallaban a nues­tra izquierda, pues se había dispuesto que el Coquimbo atacases por retaguardia de las líneas enemigas, para cuyo efecto su co­mandante recibió órdenes particulares.

A la distancia convenida se dio orden de romper el fuego de avance y ambos regimientos siguieron haciéndolo hasta tomar el fuerte que se les había designado; pero no habiendo cedido los otros fuertes que se hallaban más a nuestra izquierda, se continuó el ataque hacia ellos, hasta que el enemigo los abandonó y se replegó en la mayor altura del cerro Solar, donde tenían buenas fortificaciones y trincheras avanzadas.

Tomados todos los fuertes que se hallaban a nuestra izquierda, US. me ordenó que continuase el ataque a la trinchera de la altura. Para dar cumplimiento a esta orden, me puse de acuerdo con el jefe de Estado Mayor, coronel señor Gregorio Urrutia, y convi­nimos en hacer un ataque simultáneo, atacando él con parte del regimiento Talca por la derecha del cerro, y yo, con parte del 4°, 2° y Artillería de Marina, por su izquierda. Estas fuerzas, en nú­mero de trescientos hombres más o menos, atacaron la primera trinchera que fue tomada; pero el enemigo tenía varios cuerpos de su ejército, y todos ellos se desprendieron con el objeto de flanquearnos, movimiento que obligó a retirarse a nuestras fuer­zas a causa de su escaso número. Inmediatamente pedí a US. que me enviase refuerzo, el que llegó oportunamente, compuesto de la reserva del Ejército, quien batió los últimos restos de los defen­sores del fuerte citado.

Durante el combate, la brigada de artillería de montaña del mayor Gana disparó con certeras punterías hasta que agotó sus municiones por completo, viéndose en la necesidad de bajar de los fortines en que se encontraba, para no exponer inútilmente su tro­pa y ganado.

Me hago un deber en recomendar a US. al cirujano voluntario don Juan Antonio Llaunas, que me acompañó durante las ocho horas que duró el combate, asistiendo a los heridos en el mismo campo.

Muy especialmente, señor coronel, recomiendo a los jefes de los cuerpos de la brigada, coronel señor Domingo Toro Herrera, del Chacabuco, y comandantes señora Luis Solo Zaldívar y José María 2° Soto, de los regimientos 4° y Coquimbo; como también a los demos jefes y oficiales subalternos, pues cada uno cumplió mas allá de en deber, en los distintos combates que tuvieron lugar.

Las bajas por muertos y heridos que han tenido los tres cuerpos de esta brigada, ascienden a 57 jefes y oficiales y 894 individuos de tropa. Por separado acompaño a US. los partes y listas nomínales de éstas.

Dios guarde a US.

J. D. AMUNÁTEGUI

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REGIMIENTO TALCA

Callao, enero 25 de 1881.

Señor Coronel:

Tengo el honor de e dar cuenta a US. de las operaciones practicadas por el regimiento de mi mando en las batallas de Chorrillos y Miraflores, en los días 13 y 15 del corriente mes.

En el plan acordado en el campamento de Lurín para atacar las fortificaciones que defendían la ciudad de Chorrillos, se desig­nó al cuerpo de mi mando para operar en unión del regimiento Atacama, contra los dos morros en que la primera fila enemiga apo­yaba su derecha.

Debiendo tener lugar el ataque en la madrugada del 13, el día anterior a las 5 P. M. abandonamos el campamento de Lurín con dirección a Chorrillos, marchando el Talca a retaguardia del Atacama, como se me ordenó.

En esta jornada, que se practicó con las precauciones consi­guientes a la proximidad del enemigo, no ocurrió nada de notable.

A media noche acampamos a distancia próximamente de 4.000 metros de los puntos que se debían atacar.

Después de tres horas de reposo, el regimiento desplegado en ba­talla comenzó a estrechar la distancia que lo separaba del enemi­go, hasta llegar a las 4 ½  A. M. a las faldas de los mencionados morros y a unos 500 metros de sus fortificaciones. Pocos minutos después, el morro de la derecha rompió sus fuegos de fusilería y ametralladora sobre el ala izquierda de nuestra línea, extendiéndose progresivamente hacia el lado opuesto hasta comprender toda muestra línea de batalla.

Contestados al punto los fuegos por el regimiento Atacama, que se encontraba unos 50 pasos a nuestra vanguardia, ordené a los míos que avanzaran en orden disperso sin disparar un tiro hasta llegar a la línea que formaba, en el mismo orden, aquel cuerpo.

Practicado este movimiento, toda la línea comenzó a avanzar de frente hacia las posiciones enemigas, sosteniéndose durante 20 minutos un fuego bastante nutrido por ambas partes.

Al fin de este tiempo, comenzó a notarse que las trincheras del morro de la derecha enemiga, amagadas ya de cerca por el 2° batallón del regimiento de mi mando y el 2° Atacama, apagaban paulatinamente sus fuegos, haciéndose éstos más nutridos en nuestra derecha. Pocos momentos después, cuando la claridad del día, per­mitió percibir con claridad los objetos, se vio todo dicho morro coronado por los nuestros. Entretanto el 1° batallón del Talca, que escalaba con el 2° Atacama el segundo morro, mucho más empinado que el primero, se encontraba a media falda, recibiendo el fuego del enemigo.

Considerando que un ataque simultáneo por vanguardia y reta­guardia de dicho morro aceleraría la victoria, reuní en la falda opuesta del primer cerro las fuerzas disponibles que quedaban del batallón, que lo había atacado, para guiarlas por la espalda del segundo.

El éxito no se hizo esperar; pues en poco tiempo mas (las 6 ½  próximamente) los estandartes del Talca y el Atacama, que ha­bían hecho la ascensión juntos, se vieron flamear en las trincheras.

Tras de aquellas formidables posiciones quedaban aún muchas otras y era preciso seguir adelante, a pesar del cansancio de la tro­pa. Guié una parte de ésta hacia nuestra izquierda, siguiendo la otra por la derecha, en apoyo de los cuerpos de la 2° brigada que operaban contra las fortificaciones que defendían los valles de uno y otro costado. Por ambos flancos, las fuerzas de mi mando pres­taron a los nuestros un eficaz auxilio.

A las 10 A. M. las fuerzas de nuestros combatientes estaban casi totalmente agotadas y el Morro Solar, último baluarte del enemigo, se divisaba aun cubierto de gente que lanzaba sobre la nuestra una lluvia de balas y metrallas.

La situación por ambos lados era bien difícil.

Los pocos soldados de diversos cuerpos, entre los cuales había muchos del Talca que sostenían el fuego de la derecha (no pasarían de 200) tuvieron que abandonar la posición arrancada poco antes al enemigo y que este recuperó.

En la izquierda recibí orden de flanquear, con los 50 hombres que llevaba, el Morro Solar; pero esta operación fue también infructuosa por las escasas fuerzas de que podía disponer y los que la emprendieron se vieron en peligro inminente de ser cortados por el enemigo.

Afortunadamente, la llegada al campo de batalla de alguno de los cuerpos de la 3° división vino a decidir la derrota del enemigo.

En el combate que tuvo lugar dos días después en Miraflores, el cuerpo de mi mando se puso en movimiento del campamento que ocupaba al norte de Chorrillos a la 1 P. M., por orden del señor coronel jefe de la 1° división. Pocas cuadras había recorrido cuando se sintió que el fuego se había roto por el enemigo atrincherado al sur de Miraflores y la 3° división de nuestro ejército colocada al frente de él.

La proximidad al lugar del combate era tal, que las balas llegaban a nuestras filas.

En estas circunstancias recibí orden de redoblar la marcha del regimiento, haciéndolo avanzar de frente para atacar a la izquierda del enemigo. En cumplimiento de esta orden el regimiento avanzó paralelamente a la línea enemiga, recorriendo al frente de ella y a una distancia de 800 a 900 metros, recibiendo por consiguiente sus fuegos hasta tomar su colocación. Hecho esto, el combate siguió hasta las cuatro próximamente de la tarde, hora en que, abandonando sus trincheras el enemigo, se declaró en derrota.

Adjunto a US. la lista nominal de los señores jefes, oficiales e individuos de tropa que ha tenido el regimiento en las batallas referidas; debiendo prevenir a US. que entró a la de Chorrillos con el efectivo de un mil ochenta y cinco hombres, y a la de Miraflores con el de setecientos ochenta y seis.

Las bajas, entre muertos y heridos, en Chorrillos suman 299 y en Miraflores 63.

Me es doloroso tener que consignar entre las once bajas de jefes y oficiales, la del teniente coronel 2° jefe señor Carlos Silva Renard, herido de muerte al comenzar la batalla del 13, y la del entusiasta y distinguido joven subteniente Francisco R. Wormald, que cayó víctima de su arrojo mientras combatía en las filas más avanzadas.

Al señor Silva Renard debe el regimiento Talca en mucha parte su buena organización y disciplina; y su prematura muerte afecta no solamente al cuerpo que formó y a la provincia que depositó en él en su confianza, sino al Ejército en general, que pierde a un jefe distinguido.

En conclusión, tengo la satisfacción de decir a US. que el cuerpo de mi mando ha correspondido a la confianza que la provincia de Talca depositara en él y a la justa expectativa del país y del Go­bierno. La mejor recomendación que debo hacer de él es que jefes, oficiales y tropa han cumplido dignamente su deber.

S. URÍZAR GÁRFIAS

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COMANDANCIA DE LA CAÑONERA PILCOMAYO

Callao, Enero 17 de 1881

Señor Contra Almirante:

En cumplimiento de las instrucciones de V.S. en la noche del 12 del presente dejé el fondeadero de Curayaco para, en convoy con el buque de la insignia, amanecer cerca de las posiciones enemigas en Morro Solar y ayudar con nuestros cañones el ataque de esas posiciones. La rapidez con que fueron tomadas por nuestras tropas nos permitió solo hacer unos cuantos disparos a la cresta del Morro.

Terminado el combate de ese día, regresé a incorporarme nuevamente a la división bloqueadora del Callao.

El 15, por orden de V. S., estábamos al amanecer en posición frente a las fortificaciones de Miraflores.

A las 2.45 P. M. se rompieron los fuegos contra el enemigo, dirigiéndolos contra el caserío de Miraflores y fuertes de la orilla, y se continuaron sin interrupción hasta las P. M. Las punterías en general fueron certeras.

Los proyectiles consumidos fueron los siguientes:

Chorrillos:  06 granadas comunes de 70 libras.
Miraflores: 84  granadas comunes de 70  libras.

                   11  granadas comunes de 40 libras.

                    6  granadas comunes de  6  libras.

Lo que digo a V. S. para su conocimiento

Dios guarde a V. S.

CARLOS E. MORAGA

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PARTES OFICIALES PERUANOS

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PARTE DEL CORONEL ARNALDO PANIZO

 

REPÚBLICA PERUANA

COMANDANCIA GENERAL DE LAS BATERÍAS DE CHORRILLOS Y MIRAFLORES

Lima, febrero 9 de 1881

Señor General:

El cumplimiento de mi deber, me pone en el imprescindible caso de dar partea V.S. de la batalla librada el 13 de enero próximo pasado, entre las fuerzas de mar y tierra de la República de Chile y nuestro ejército, en los campos de Villa y San Juan, en todo lo que se relaciona con las baterías dependientes de esta Comandancia General; pero antes de ocuparme de los detalles de ese acontecimiento, tan funesto para el porvenir de nuestro país, creo conveniente hacer aquí una ligera reseña de la situación topográfica que en las alturas de Chorrillos ocupaban las baterías a mis órdenes, las piezas con que estaban artilladas, las fuerzas que las servían, su armamento y la manera como estaban apoyadas.

En la eminencia que une al extremo sur de la bahía de Chorrillos, y el comienzo de la altura más culminante, denominada Marcavilca, se habían establecido dos baterías: la primera y principal, nombrada Mártir Olaya, estaba situada en la planicie más elevada del morro de Chorrillos. Allí se habían montado dos cañones de a 70, sistema Parrot, en cureñas de correderas, sobre una plataforma de madera, y con un intervalo, entre ellas, de ocho metros, a lo más; ambos giraban una vez en un círculo completo, y desde luego batían tanto al mar, como a la campiña en un radio de 4 a 5.000 metros. Su situación relativa, y la poca distancia que los separaba, impedían, como V.S. comprende, hacer sus fuegos a un mismo tiempo sobre un punto dado, sin grave peligro para los artilleros. Todo el perímetro de la plataforma, que era rectangular, estaba cubierto con unas cuantas filas de sacos de arena que apenas cubrían a la tropa hasta media pierna; se habían colocado allí para desfigurar el terreno, más bien que para defensa de los proyectiles enemigos. En la pendiente que sólo mira al mar, y sin poder ofender al valle, sobre una plataforma también de madera, se había montado una pieza de 500 libras, sistema Rodman, y un poco más avanzada y al pie del corte vertical que sirve de límite al mar, se había colocado otra pieza pequeña de a 9, sistema Withworth, montada sobre una cureña de marina. 

La segunda batería, denominada Provisional, estaba situada en una meseta que avanza hacia el valle, quedando oculta del mar por su retaguardia, sin ser vista más que por la bahía, dominaba toda la campiña y caminos que conducen de San Juan y Villa a Chorrillos, montaba dos piezas de a 32, largas, de ánima lisa, sistema antiguo, sobre cureñas de marina, en dos plataformas de madera y sin parapeto ni defensa alguna, pues la premura del tiempo no dio lugar para más. Podían ofender al enemigo en un radio de 3.500 a 4.000 metros.

Entre estas dos baterías, media una distancia próximamente de 1.000 metros, y las desigualdades del terreno, en dicha extensión, les hacía imposible verse ni observarse entre sí.

La caleta de la Chira, situada al sur de estas fortificaciones, se encuentra separada de ellas y oculta por una gran eminencia que se levanta a inmediaciones de la batería provisional denominada la Marcavilca. Desde su cima se domina y defiende no sólo la caleta nombrada, sino todos los arenales limitados por el valle y el más recóndito repliegue, en todas las direcciones de un círculo y a una inmensa distancia; era, pues, la llave de nuestras baterías, y por consiguiente importante colocar allí artillería de menor calibre, que al mismo tiempo que ofendía al enemigo a larga distancia, impedía todo desembarque por la caleta Chira, y apoyada por una fuerte división del ejército, impedía fuese tomada por el enemigo, que con sus fuegos de infantería anularía por completo las baterías de mi mando. En su consecuencia, y con gran trabajo, por un camino enteramente angosto, formado sobre la cuchilla que corre hasta la cima, se subieron dos piezas de a 9, artillería de campaña sistema Clay, y una ametralladora Nordenfelt.

Para el servicio de las dos baterías de la sección Clay, un obús de a 12 de campaña y una ametralladora Claeston, contaba con sólo 36 matriculados de Chorrillos, 52 artilleros, 6 marineros y 80 reclutas del departamento de Junín, que el día 11 me remitió S.E. el Jefe Supremo, de los cuales remití 25 a Miraflores, para la batería Alfonso Ugarte, quedando en la de Chorrillos 55, quienes, durante el combate, sólo pudieron ser empleados en proveer de municiones a los distintos puntos artillados. Los matriculados, en número de 21, servían la sección Clay y ametralladora Nordenfelt a las órdenes del capitán de artillería don Nicanor Luque; otros 15 servían la batería Provisional, con un marinero y cinco artilleros, a las órdenes del capitán del arma don Manuel R. Cornejo. Los 47 artilleros restantes, cinco marineros, se ocupaban en el servicio de la batería Mártir Olaya. Para armar toda esta fuerza sólo contaba con 40 rifles Remington y 3.000 cápsulas.

Como V.S. verá, no tenía un solo soldado de infantería que protegiese las dos baterías Mártir Olaya y Provisional. En Marcavilca se hallaba situada la 1ª División del ejército del norte.

Hecha esta manifestación, que he creído enteramente necesaria, paso ahora a ocuparme de la manera como funcionaron estas baterías durante la batalla.

Serían las 5.30 A.M., cuando un ayudante de las baterías, mandadas por su primer jefe sargento mayor don Manuel Hurtado y Haza, vino a darme parte que el enemigo se batía con nuestro ejército establecido en la línea. Inmediatamente me constituí en la batería Mártir Olaya, acompañado del señor coronel de artillería don José Ruesta y los ayudantes de esta Comandancia General, subtenientes del arma, don Gerardo Soria, don Abel Ayllón y don Alberto Panizo; cuando llegué allí, jefes, oficiales y tropa, se encontraban en sus puestos, listos para el combate y animados del mayor entusiasmo y decisión, esperando el momento de la prueba.

Seguido del mayor Haza y de los ayudantes que antes me habían acompañado, pasé a la batería Provisional, en cuyo puesto, tampoco tuve nada que notar; de allí ascendí a Marcavilca, que en esos momentos hacía fuego sobre el enemigo; al llegar allí, me dio parte el capitán Luque que una de las piezas Clay y la ametralladora Nordenfelt estaban inutilizadas; un armero se ocupaba en trabajar en ambas armas a fin de restituirlas al servicio; pero desgraciadamente, ni el trabajo de éste, ni el empeñoso interés del capitán produjeron resultado favorable alguno; quedaba pues una sola pieza que constantemente disparaba sobre la escuadra enemiga unas veces y otras sobre los regimientos que trataban de ascender a la posición. La división del señor coronel Noriega, situada en esa planicie, defendía perfectamente bien su puesto; las municiones de artillería iban escaseando; inmediatamente mandé uno de mis ayudantes a la batería principal para que mandaran una cantidad suficiente, orden que se ejecutó y cumplió en el término de la distancia, quedando dicha posición en las mejores condiciones de defensa.

Mientras tanto, ya el enemigo había ido batiendo y desalojando de sus posiciones a nuestro ejército en la línea de San Juan a La Chira, y por los potreros y callejones de Villa venía cediendo el campo sin tener artillería que lo protegiese en su retirada. En el acto descendí a Marcavilca a la batería Provisional; en el tránsito encontré a S.E. el Jefe Supremo, a quien di parte de cuanto hasta entonces había acontecido en mi puesto, avisándole al mismo tiempo que iba a mandar romper los fuegos en la batería Provisional. S.E. siguió a Marcavilca, y los fuegos se rompieron con los mejores resultados.

La caballería e infantería enemiga, parte en guerrilla, perseguía a una considerable fuerza nuestra que a las órdenes del señor coronel don Miguel Iglesias venía en retirada y trataba de organizarla al pie de una huaca que domina el camino indicado, cerca del panteón; los fuegos de la batería desalojaron al enemigo apostado y sus guerrillas; y el coronel Iglesias, con sus tropas ya organizadas, emprendió un nuevo ataque y recuperó a viva fuerza sus perdidas posiciones, de las que más tarde volvió a ser desalojado por las reservas del enemigo y por falta de tropas de refresco que lo protegiesen. Durante todo este tiempo las artillería enemiga nos hacía un nutrido fuego, cuyos proyectiles caían sobre nuestra posición; allí se hallaba presente el señor contralmirante don Lizardo Montero. En estos momentos recibí aviso del mayor Haza de que parte de la escuadra enemiga aparecía frente a la batería Mártir Olaya; en el acto marché a ese punto, llegando en circunstancias de que este jefe con el cañón de 500 libras rompía los fuegos sobre la cañonera Pilcomayo y la lancha Toro, que ya disparaban también sobre esta batería. Como una hora duró este pausado cañoneo, sin producir resultado alguno, retirándose enseguida dichos buques para no aparecer más; eran las 8 A.M.

La artillería enemiga, dueña de las magníficas posiciones que había tomado en San Juan y Villa, nos hacía fuertes descargas sobre las baterías, que eran contestadas vigorosamente, sosteniendo un cañoneo de más de dos horas, que nos acusó algunas víctimas; mientras tanto el enemigo, entrando por el camino últimamente abierto entre San Juan y Chorrillos, trataba con fuerzas de infantería y caballería, en número considerable, de apoderarse de esta villa. 

En la Escuela de Clases había un batallón nuestro que les hacía fuego, y en el camino que de este edificio conduce al Barranco se reorganizaba también otro batallón nuestro.

En el acto hice dirigir los fuegos sobre el enemigo, con tan buen efecto, que por tres veces fue rechazado hasta la embocadura del citado camino. En este largo intervalo de tiempo, ambos batallones se replegaron al Barranco.

En este momento, y con gran sentimiento, vi que condujeron herido, en una camilla, al valiente capitán de artillería don Nicanor Luque; tenía una pierna rota. Me dijo que Marcavilca quedaba resistiéndose bajo buenos auspicios; que habiéndose inutilizado el montaje de la única pieza Clay que quedaba, había tenido que desmontarla y cambiarle la cureña de la que antes se había descompuesto, y que al ser herido, quedaba al mando de dicha pieza el subteniente Álvarez Calderón, perteneciente al Batallón Ayacucho número 5.

Serían las 12.30 P.M. cuando conocí que los momentos eran cada vez más difíciles; que no contaba con fuerza alguna de infantería para defender mis posiciones, y que la batería de a 32 la batían crudamente. En estas circunstancias mandé a mi ayudante, subteniente don Gerardo Soria, fuese a buscar a S.E. el Jefe Supremo y le hiciera presente nuestra situación y la necesidad que tenía de fuerza de infantería para la defensa y sostén de mi puesto. Largo rato después, dicho oficial trajo la noticia de que S.E. se había marchado a Miraflores, donde se había replegado el ejército, y que el enemigo estaba cerca de la población.

Desde las primeras horas de la mañana, y careciendo de puesto en la línea, se hallaban a mis órdenes 30 hombres armados con Remington, y con muy pocas municiones, pertenecientes a la sección de ingenieros del ejército del Norte, a las órdenes de don Fabio Rodríguez, con unos cuantos subalternos más; les hice desplegar en guerrilla a fin de poder batir, aunque a cuerpo descubierto, las avenidas más importantes de la posición.

La ametralladora Clayton, se había inutilizado a los primeros disparos; el mayor Haza, que personalmente manejaba esta arma, tuvo al fin que abandonarla y hacerse cargo del obús de a 12 de campaña, para batir ya de cerca al enemigo, cuya infantería había ocupado las avenidas del malecón, y la que desemboca al camino de zigzag que condice al Morro.

La batería Provisional había sido tomada a sangre y fuego, por falta de infantería que la protegiese; la división de Marcavilca, dominada por el enemigo, dejaba su posición y descendía precipitadamente, parte por la pendiente situada entre su posición y la batería Provisional, hacia la población, y el resto por encima del Morro con la misma dirección. El enemigo había coronado Marcavilca, y en guerrilla, hacía fuego sobre dicha división, impidiendo que se reorganizase, haciéndole infinitas víctimas.

Los artilleros de nuestras baterías eran diezmados, al extremo que los jefes y oficiales de esta Comandancia General, así como los de las baterías, servían desde entonces en las dos piezas Parrot que, junto con el obús de a 12, eran las únicas que batían con metralla al enemigo que, instante por instante, arreciaba más sus fuegos y nos encerraba casi en un círculo, pues no teníamos más parte libre que las ásperas pendientes que conducen a la playa.

En estos momentos caían heridos el coronel de artillería don José Ruesta, que valerosa y espontáneamente había solicitado un puesto en el combate, y el valiente teniente del arma, don David León.

Desde este momento la situación se hizo insostenible. Cien hombres, más o menos, sin parapeto alguno, casi agotadas sus municiones, y sembrado el campo de muertos y heridos, con que tropezaba a cada paso, eran impotentes, a pesar de su valor, para combatir con numerosísimas fuerzas que por todas partes nos asediaban. En tales condiciones, llamé aparte al mayor Haza, y le ordené que personalmente le prendiera fuego a una mecha de duración, de que anteladamente se había dotado al polvorín; la orden fue obedecida inmediatamente; la tropa se apercibió de ello antes de tiempo, y sin esperar mis órdenes para retirarnos unidos, pues la mecha nos daba tiempo suficiente, y alarmada con el peligro que suponían  inmediato, sin que yo ni los jefes y oficiales que se hallaban a mi lado lo percibiésemos, en su veloz retirada nos precipitaron de la pendiente hasta la playa, en donde algunos quedaron víctima de su temeridad.

No sin algunas contusiones, pudimos emprender la retirada en medio de la tropa dispersa, por el canto de playa, con dirección a Miraflores, a replegarnos a la batería Alfonso Ugarte, también dependiente de esta Comandancia General; pero desgraciadamente, el enemigo nos cortó la retirada haciéndonos algunas víctimas más, y tomándonos prisioneros pocos momentos después.

Al terminar este parte, no puedo menos que manifestar a V.S. el patriotismo, valor y entusiasmo con que han llenado su deber, durante la batalla, todos los señores jefes, oficiales y tropa que constan de las relaciones acompañadas a los partes de los señores jefes de las baterías a mis órdenes, así como el cirujano y sus subordinados. En cuanto a la batería Alfonso Ugarte, cuyo parte también acompaño, aunque no tuve el honor de verla combatir, por estar yo prisionero, los antecedentes de los jefes y oficiales que la defendían en la jornada de Miraflores, y el parte del jefe del detall, manifiestan perfectamente su digno y valeroso proceder.

Dios guarde a V.S., señor General 

ARNALDO PANIZO

Al señor General del Estado Mayor General de los ejércitos.

***

BATERIAS DE CHORRILLOS

 

Relación de los señores jefes y oficiales que combatieron en las expresadas baterías en la jornada del 13 de Enero del presente año.

DOTACION.

Coronel don Arnoldo Panizo, Comandante General de las baterías.

Sargento mayor don Manuel Hurtado y Haza, primer jefe de las baterías.

Sargento mayor don Manuel Alegre, segundo jefe de las baterías.

Capitán don Manuel R. Cornejo, jefe de pieza

Capitán don Nicanor Luque, jefe de pieza.

Teniente don David León, jefe de pieza.

Subteniente don Enrique Abasolo, oficial de pañoles

Subteniente don Manuel Forcelledo, ayudante de las baterías.

Subtenientes: don Gerardo Soria, don Alberto Panizo y don Abel Ayllon, ayudantes de la Comandancia General.

Subteniente don Belisario Beunza, ayudante de la batería de Miraflores y agregado a ésta.

Cirujano de 1°  clase, doctor don Julio Becerra.

Practicante don Manuel A. Gall.

Farmacéutico don José M. Guzmán.

AGREGADOS.

Coronel don José Ruesta, capitán don Fabio Rodríguez, y tenientes don Eulogio Carlin y don Benjamín Barraza, pertenecientes  a la sección de ingenieros del ejército del Norte.

Teniente don Juan M. Valcárcel, subteniente don Tor­cuato Ramírez, alférez de artillería de marina don José Guerrero, pertenecientes a la sección de ingenieros del ejército del Norte.

Subteniente don Manuel Alzamora.

Subteniente don Nicanor Beunza, replegado del escua­drón volante de artillería.

Subteniente don Alfredo Rodríguez, replegado de las compañías de administración.

Paisano don Eduardo García (ciego), se presentó como soldado.

Lima, Febrero 8 de 1881.

MANUEL HURTADO Y HAZA.

Al señor Sargento Mayor Jefe de detall de las baterías de Chorrillos y Mira­flores

***

BATERIAS DE CHORRILLOS

Relación de los señores jefes y oficiales de las expresadas, que fueron hechos prisioneros por el ejército de Chile en la jornada del 13 de Enero último.

DOTACION.

Coronel don Arnaldo Panizo, Comandante General de las baterías.

Sargento mayor don Manuel Hurtado y Haza, primer jefe de las baterías.

Sargento mayor don Manuel Alegre, segundo jefe de las baterías.

Capitán don Manuel R. Cornejo, jefe de pieza.

Subteniente don Enrique Abasolo, oficial de pañoles.

Subteniente don Manuel Forcelledo, ayudante de las baterías.

Subtenientes: don Gerardo Soria, don Alberto Panizo y don Abel Ayllon, ayudantes de la Comandancia General.

AGREGADOS.

 

Coronel don José Ruesta.

Teniente don Eulogio Carlin, de la sección de ingenieros.

Subteniente don Nicanor Beunza, del escuadren volan­te de artillería.

Subteniente don Alfredo Rodríguez, de las compañías de administración.

Lima, Febrero 8 de 1881.

MANUEL HURTADO Y HAZA

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