La Guerra del Pacífico: Los Héroes Olvidados, Los que Nunca Volverán 

 

 

 

 

 

Un hombre solo muere cuando se le olvida

*Biblioteca Virtual       *La Guerra en Fotos          *Museos       *Reliquias            *CONTACTO                              Por Mauricio Pelayo González

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Cuando a tu paso tropieces con una lápida, aparta la vista para que no leas: AQUÍ YACE UN VETERANO DEL 79. Murió de hambre por la ingratitud de sus compatriotas.

Juan 2º Meyerholz, Veterano del 79

 

 

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PARTE DEL CORONEL MARTINIANO URRIOLA

DIVISIÓN DE LA DERECHA.

Campamento de Dolores, Noviembre 20 de 1879.

El 19 del corriente, encontrándose amagadas nuestras fuerzas por la presencia de tropas enemigas, que a las 2 A. M. avanzaban sobre las posiciones que ocupábamos, dispuse por orden de V. S., que la división que estaba a mi cargo formase la línea de defensa, coronando las alturas del cerro de la Encañada, desde donde podíamos do­minar con ventaja al enemigo.

Componíase esta división de una batería de artillería de campaña colocada en una conveniente eminencia, de otra de montaña puesta un poco más a la izquierda, del regimiento Buin y de los batallones Navales y Valparaíso, que en este mismo orden tomaron su colocación.

Nos mantuvimos en esta actitud preparados a rechazar cualquier ataque que por esta parte se intentara, hasta las 3 P. M., hora en que el enemigo hizo fuego por el costado izquierdo. Estos primeros tiros del enemigo fueron recibidos por nuestros soldados con un unánime ¡Viva Chile! e inmediatamente ordené a las baterías de artillería contestaran esos fuegos, lo que ejecutaron con tan certeras punterías, que desde un principio introdujeron el mayor desconcierto en las filas enemigas, lo que me hizo felicitar a los capitanes don Eulogio Villarroel y don Roberto Wood.

Habiéndose me anunciado por el capitán Zelaya, de ingenieros, que la artillería del ala izquierda de la línea es­taba comprometida, dispuse que el batallón Valparaíso fuese en su protección.

Viéndose el enemigo batido en todas direcciones por las fuerzas del ala izquierda de la línea, principió a abandonar el campo, y entonces recibí orden de V. S., a las 5 P. M., de hacer avanzar las compañías guerrilleras para perseguir al enemigo que se retiraba, y en el acto bajaron dos compañías del regimiento Buin y una del batallón Naval, y un rato después, cumpliendo órdenes de V. S., salí con el resto de las fuerzas de esta división a proteger esas compañías.

Avanzamos hasta un punto bastante cercano a las casas de la oficina del Porvenir, que ocupaba el enemigo, cuyos fuegos alcanzaban a las posiciones que estuvimos manteniendo como una hora al pie del cerro de la Encañada. Habiéndose principiado a oscurecer y cesado los fuegos contrarios, regresamos al sitio en que habíamos situado la línea de defensa y allí se paso toda la noche, sin que hubiera ocurrido después novedad alguna. Los tiros de fusil y granadas de artillería del enemigo nos causaron en las diferentes posiciones que tomamos, las siguientes bajas: en el regimiento Buin, 2 individuos de tropa muertos y 6 heridos; en el batallón de Navales fue herido el subteniente don Enrique Germain, y de la tropa fueron muerto 1 individuo y heridos 12, y por último, en el Valparaíso fue muerto el capitán don Álvaro Gavino Serey, siendo heridos 4 individuos de tropa.

Antes de terminar me hago un deber en manifestar a V. S. la brillante disposición de la  división, que se mantuvo durante la acción con un entusiasmo que honra su patriotismo, anhelando vivamente llegara el momento de que cada cuerpo manifestara cuánto está dispuesto a hacer en defensa de la patria.

Dios guarde a V. S.

M. URRIOLA

Al señor Jefe de Estado Mayor, coronel don Emilio Sotomayor.

***

PARTES DE LOS OFICIALES DEL REGIMIENTO N° 2 DE ARTILLERÍA

REGIMIENTO NÚM. 2 DE ARTILLERÍA.

Campamento de Dolores, Noviembre 20 de 1879

En vez de reasumir los distintos partes de los coman­dantes de las cinco baterías pertenecientes al regimiento de mi cargo, referentes a la batalla del día 19, he prefe­rido, en vista de la importancia del asunto y como materia de observación y de estudio, trascribirlos íntegros a V. S. Juzgo que de esta manera se le dará más importancia al rol que felizmente cupo a la artillería el día indicado.

Del ala derecha de nuestro ejército:

1ª compañía de la 1ª brigada.- Campamento de Dolores, Noviembre 20 de 1879.‑ Señor comandante del regimiento: El día 19 del presente, al llegar con la batería de mi mando a este campamento, el capitán don Emilio Gana me comunicó la orden de subir con la batería al cerro de la Encañada y tomar colocación a la derecha del ejército. Colocada la batería en puntos que dominaban las posiciones enemigas, esperé el momento oportuno para hacer romper el fuego. A las 3:30 P. M. hice los primeros disparos sobre una columna de caballería que, retirándose del centro del campo de batalla, trataba de reorganizarse. Nuestros tiros produjeron en ella la más completa dispersión. A las 4, próximamente, rechazamos, junto con la batería del capitán Wood, situada a mi izquierda, un nú­mero considerable de tropa enemiga que, dispersa en guerrilla, intentó pasar por nuestro frente a distancia de 4.000 metros para atacarnos por el flanco derecho o tomar posesión de la aguada de Dolores.

Después nuestros fuegos fueron dirigidos a las columnas enemigas que avanzaban a nuestras posiciones, las cuales no tardaron en dispersarse.

Durante el tiempo que demoraba otra columna en llegar al alcance de nuestros cañones, los disparos de la batería eran dirigidos a las tropas que, desorganizadamente ya, atacaban el centro de nuestro ejército; éstas se retiraban entonces con precipitación y continuaban sus fuegos ocul­tos y desde una distancia tal que sus tiros no podían ofendernos.

Continuamos en estas operaciones hasta las 5:30 o 6 P. M., hora en que el enemigo se retiró en completa derrota. Las distintas distancias a que hice fuego, variaron desde 3.000 metros, que corresponden a 10 grados 7 líneas de alza, hasta tirar a toda rosca. No Pude utilizar las ametralladoras porque jamás el enemigo se acercó a la distancia de 2.000 metros, que es su mayor alcance, exceptuándose algunos poquísimos soldados que avanzaban ocultándose, pero que no podían causar alarma.

            Los señores oficiales y tropa cumplieron con su deber. El soldado José Fernández recibió una grave herida de bala en el brazo izquierdo. Las municiones consumidas las relaciono separadamente. El material sin novedad.

Dios guarde a V. S. E.

Villarroel.

Este capitán se portó perfectamente.

2ª compañía de la 1ª brigada.-

Señor comandante: El que suscribe da parte a V. S. de lo que sigue: El 18 del presente, a las 6:30 P. M., recibí orden superior de estar listo con mi batería para marchar al encuentro del enemigo. A las 2:30 A. M., recibí la orden de marchar en unión con el regimiento Buin 1º de línea, yendo éste a vanguardia. A las 5 A. M. nos encontramos acampado en un cerro vecino a este campamento, situado al Sur. A las 5:40 A. M. se avistó al enemigo y recibí orden de romper el fuego cuando lo permitiera el alcance de nuestros cañones. A las 2:50 P. M., rompió el fuego la artillería e infantería situada en el ala opuesta en que nos encontrábamos. Momentos después rompió el fuego la batería de mi mando, concretándose a impedir, a varias divisiones de infantería y de caballería del enemigo, que avanzasen en la dirección en que esta batería se encontraba. Estas fueron rechazadas y obligadas a retirarse. A las 4:40 P. M., suspendí el fuego por haberse retirado ya el enemigo. El número de disparos fue de 43, todas granadas, a una distancia que variaba entre 2 y 3.000 metros. Los oficiales que se encontraron en esta batería, teniente Filomeno Besoain y alféreces José Manuel Ortúzar, Santiago Faz y Julio Puelma han estado a la altura de su deber. La tropa se ha conducido igualmente bien. Tengo la satisfacción de comunicar a V. S. que no ha habido ninguna desgracia personal que lamentar. Lo comunico a V. S. en cumpli­miento de mi deber.

Roberto Wood.

Me parece un deber de justicia prevenir a V. S. que el estado de salud del capitán Wood, en los momentos del combate, era alarmante. Solo su entereza de espíritu, su valor y su dignidad de militar le mantuvieron en su puesto, marchándose al día siguiente a Santiago, desahuciado de los médicos y con el permiso correspondiente.

Del ala izquierda.

2ª brigada del regimiento núm. 2 de Artillería.- Campamento de Dolores, Noviembre 20 de 1879.‑ Señor comandante: Me hago un deber de dar cuenta a Ud. de las novedades ocurridas en la brigada de mi mando durante el combate que tuvo lugar el día de ayer entre nuestro ejército y las fuerzas aliadas enemigas.

Como a las 8 A. m. regresé a este campamento desde la estación de Jazpampa con 4 piezas de montaña con que salí de dicho punto la noche anterior, encontrándome al ejército distribuido en el cerro de la Encañada, donde en el acto tomé posesión en la punta saliente que mira al Noreste, quedando la 3ª      de la batería y una ametralladora que había dejado el día anterior en el campamento, colocada en la altura Sureste de dicho cerro, unida a la batería de montaña de la 3ª brigada, que se hallaba al mando del sargento mayor señor don José de la Cruz Salvo.

En esta disposición esperamos las órdenes convenientes para romper el fuego sobre el enemigo que se aproximaba a nuestras posiciones, lo que efectuó esta batería a las 3 P. M. tan pronto como el primer disparo de cañón se dejó oír en la del Sureste y a una distancia de 2.000 metros, haciéndose poco después el combate general. El enemigo, que marchaba en columna cerrada u algunos cuerpos en el orden de batalla con sus guerrillas de frente, fue en pocos minutos dispersado y puesto en vergonzosa fuga, exceptuando uno o dos batallones que, tomando posesión del establecimiento de salitre que se encuentra al Este, trataban de asaltar la batería de montaña de la 3ª brigada, a cuyos cuerpos dediqué una atención preferente para impedirles su acceso. Rehecho de nuevo el grueso del ejército enemigo, el ataque de nuestras fuerzas se dirigió a él y alternativamente se siguió disparando sin interrupción hasta las 5:15 P. M. en que el ejército aliado era dispersado por completo volviendo la espalda a nuestras posesiones.

Me veo en el doloroso deber de participar a Ud. que en la mitad del combare cayó gravemente herido de una bala de rifle en el costado izquierdo, el capitán de la batería don Delfín Carvallo, que se encontraba en ese momento cambiando el anillo obturador de una de las piezas, y luego después, también heridos de más o menos gravedad, seis artilleros sirvientes, los que en el acto fueron reemplazados con la gente de reserva. Como las circunstancias lo permitían, se remitieron los heridos a la ambulancia con las precauciones del caso.

El valor e inteligencia con que se ha conducido el capitán Carvallo, tanto en el acto del combate como en las distintas comisiones que le ha confiado el cuartel general en los últimos días, lo hacen acreedor a la especial consideración de Ud., lamentando por mi parte, como una verdadera desgracia, el estado de postración en que se encuentra.

En la 3ª sección, que estaba al Sureste al mando del alférez, don Genaro Freire, el enemigo fue batido desde los mismos cañones y obligado desde allí a retroceder, causándose un muerto y 35 heridos, de cuyas circunstancias y demás ocurridas, comunicará a Ud. el sargento mayor don José de la Cruz Salvo.

Con respecto a la batería de campaña de la brigada de mi mando, solo he podido presenciar las magníficas punterías y mortíferos efectos en el campo enemigo, de la que por estar bajo la dirección de Ud., omito el parte que no ha pasado su comandante sobre los pormenores del com­bate.

Hemos tenido un consumo durante la acción de 217 granadas Krupp de percusión y 3.330 tiros de bala de carabina Winchester sin incluir al gasto de munición ocurrido en la 3ª sección. Adjunto a Ud. por separado una rela­ción de los señores oficiales y tropa, que han tomado parte en el combate, otra de las bajas ocurridas y oportunamente daré cuenta a Ud. del número de animales muertos, equipo de tropa extraviado o perdido.

No dejaría terminado este parte sin manifestar a Ud. el buen comportamiento de los señores oficiales y tropa que han permanecido a mis órdenes, haciendo una especial mención del teniente don J. A. Errázuriz y del alférez don Juan Bautista Cárdenas, que se han mostrado con un valor y serenidad sobresalientes.- Dios guarde a Ud.

B.       Montoya.

Al comandante del regimiento núm. 2 de Artillería.

El comandante de artillería agrega lo siguiente a continuación de ese parte:

No debo pasar adelante sin decir una palabra siquiera sobre el jefe de la batería, cuyo parte acabo de transcribir. Sereno y valeroso, defendió su puesto y mantuvo en las horas de peligro alto el espíritu de sus subordinados.

1ª compañía de la 2ª brigada.- Campamento de Dolores, Noviembre 20 de 1879.- Señor comandante: Después de vencidas las dificultades de trasporte desde Pisagua a este campamento, tanto en el día como en toda la noche del día 18 del presente, de la batería Krupp 7.50, que está a mis inmediatas órdenes, por instrucciones impartidas por V. S. se situó ésta en una pequeña altura al pie de los cerros de la Encañada en la pampa del Tamarugal. En esta posición se esperó al enemigo, que poco después se divisó al frente, aproximándose a las 3 P. M. al alcance de nuestros fuegos.

Se rompieron éstos contra gruesas masas que trataban de avanzar en columnas cerradas, tomando la izquierda de la línea de operaciones. El enemigo fue deshecho tres veces y obligado a retroceder unas, y otras a tomar una di­rección horizontal a nuestra posición.

Se hicieron con los cañones 180 disparos y 720 con la ametralladora a pesar de haber procurado consumir el menor número de municiones. El resultado de nuestros disparos V. S. lo pudo presenciar, por ello me abstengo de manifestarlo, limitándome tan solo a decir a V. S. que nunca se hizo fuego a menos de 3.000 metros.

La ametralladora estuvo a cargo del alférez don Zacarías Torreblanca, funcionando a 1.500 metros, y contra líneas de guerrillas que trataron de reforzarse. Las cuatro piezas de que se compone la batería estuvieron durante el combate bajo la dirección del teniente don Federico 2º Walton, alféreces don Jesús María Díaz, don Caupolicán Villota y el que suscribe. No hubo, señor comandante, desgracia personal que lamentar, a no ser un pequeño golpe de bala que recibió en una pierna el soldado José Luís Hermosilla. Tres caballos fueron heridos de alguna gravedad. El material ha dado pruebas de su excelencia, no habiendo sufrido deterioro alguno, y todo el personal ha cumplido con su deber. Es cuanto tengo que poner en su conocimiento respecto a lo practicado por la batería en el combate del 19 del presente.

Dios guarde a V. S.

Santiago Frías.

Este comandante de batería se condujo con serenidad y valor.

Del centro.

Campamento de Dolores.‑ Noviembre 20 de 1879.‑ Señor comandante: Anteayer, después de un reconocimiento que por orden del Jefe de Estado Mayor hice a tres o cuatro leguas de aquí, encontré la noticia de la aproximación del enemigo con fuerzas considerables y con ella la orden de mandar artillería con una división que debía marchar a su encuentro.

Después de anochecer, salí con la batería rayada de bronce de a 4 y una sección Krupp del mismo calibre, acompañando una fuerza como de 1.500 hombres, que a las órdenes del coronel Amunátegui, partió de este campamento. En Santa Catalina, como 9 millas al Sur, supimos por dos hombres que tomaron nuestras avanzadas, que el grueso del ejército aliado marchaba también sobre Dolores por la misma ruta en que nos hallábamos.

Tomadas las providencias del caso, nos dispusimos a resistir; pero el enemigo no se presentó en toda la noche. Al amanecer, nos retiramos a nuestro campo, persuadidos de que el ejército contrario había pasado en la noche por nuestro flanco derecho tomando otra vía. Llegamos a la oficina San Francisco, ocupada por nuestros Cazadores a caballo, y ahí supimos de cierto lo que sospechábamos, y subiendo al cerro de la Encañada, a cuyo pié se halla el establecimiento mencionado, tomó posiciones en su cima nuestra división y coloqué en la cresta que más dominaba el campo enemigo, la batería de bronce, y en el flanco iz­quierdo la sección Krupp, un poco más avanzada. En aquella situación quedé ocupando el ala izquierda de toda la línea de batalla, situación que más tarde había de exci­tar vivamente la codicia del enemigo.

Serían como las 7 A. M. del día 19, y desde esta hora como hasta las 3 P. M. las filas contrarías se ocuparon en tomar posiciones, ajenas, al parecer, de empeñar combate en aquel día, con desventaja indudable de nuestra conve­niencia de impedir la unión del ejército del Norte con el del Sur, que teníamos delante, en el caso de un movi­miento combinado entre ambos. A las 3:10, con orden competente, disparé el primer tiro con una pieza Krupp sobre una columna enemiga que avanzaba a tomar abrigo en una posición dominada por mis fuegos; este primer disparo fue como una señal eléctrica dada a los aliados para romper los suyos, con fuerzas muy superiores a las nuestras. Dos veces la artillería de mi mando fue atacada por el enemigo, talvez por verla débilmente apoyada, hasta caer asaltantes como a 10 metros de la boca de nuestros cañones, y otras tantas fue rechazado por los artilleros que desplegué en tiradores delante de las piezas, ayudados por alguna fuerza del Atacama que nos acompañó, distinguiéndose entre éstos, por su entusiasmo y ardor, el ayudante don Cruz Daniel Ramírez y algunos soldados del Coquimbo que también tomaron parte en el segundo asalto.

Despejado de enemigos nuestro frente y nuestro flanco, volvimos a las piezas y continuamos el fuego hasta que se extinguieron los del contrario en toda su línea. Eran como las 6:15 P. M.

La defensa de nuestra batería nos ha costado sensibles bajas que ascienden a 30: 7 muertos y 23 heridos, de los 54 hombres que tomaron parte en el combate. La demás fuerza de la batería la mantuve en la reserva y en el cui­dado de las mulas, al abrigo de todos los fuegos.

Entre los muertos, figura mi ayudante, teniente don Diego A. Argomedo, y entre los heridos, el capitán de la batería don Pablo Urízar que, batiéndose denodadamente, recibió una bala en el pecho; el alférez don Juan García V. otra en el brazo izquierdo, y el alférez don Guillermo Nieto, que fue herido levemente en la muñeca de una mano. Mi corneta de órdenes, Antonio López, recibió un balazo en la cabeza que lo causó una grave herida. Hubo también un soldado de la 1ª de la 1ª, José Hernández, que al desempeñar la comisión de llevar agua a los combatientes, cayó del caballo herido en el brazo izquierdo.

Los dos partes adjuntos darán a conocer a V. S. la lista nominal de nuestras bajas y los deterioros que hemos sufrido en el material y armamento portátil. Tuvimos dos piezas fuera de combate por la violencia del retroceso de las piedras; disparamos 130 proyectiles en las 3 horas que duró el combate y se agotaron todas las municiones de carabina, de tal modo, que nuestros soldados tomaban los rifles de los que caían en la infantería.

Los oficiales y tropa han llenado dignamente su deber, y puedo asegurar que entre aquellos no hay uno que no se haya conducido con bizarría. La circunstancia de caer 4 de los 8 que únicamente tenía a mis órdenes, demuestra la serenidad con que afrontaron el nutrido fuego del ene­migo. Y son, fuera de los heridos ya nombrados, el teniente don Eduardo Sanfuentes, que comandaba la sección Krupp, y alféreces, don Jenaro Freire, don Eraclio Álamos y don Guillermo Armstrong.

Dios guarde a V. S.

J. de la C. Salvo.

El valor y lo acertado de las medidas tomadas por este jefe impidieron que la batería de su mando cayera en poder del enemigo. Justo es, pues, que haga de él una es­pecial mención.

Las baterías de campaña del capitán Villarreal y de montaña del capitán Wood, situadas a la derecha de nuestra línea, impidieron la aproximación del enemigo al portezuelo que conduce a las aguadas de Dolores, sin duda alguna, objetivo de aquél por ese costado.

No sucedió así en el ala izquierda por donde el enemi­go se acercó bastante, pues a más del interés de estas aguadas, tenía el paso expedito al Norte, una marcha y retirada segura al Este, para tomar el camino de Tarapacá pasando por la quebrada de dicho pueblo o una contra­marcha sobre Pozo Almonte y demás puntos del departa­mento.

El enemigo, comprendiendo muy bien tales ventajas y la otra muy principal de dominar las alturas del cerro más elevado de la Encañada, quiso aprovechar las facilidades de la subida, los accidentes de terreno de nuestros sitios y además las circunstancias de no haber ningún cuerpo de infantería que las defendiera, sino una batería francesa de montaña colocada en la cima.

Por felicidad, en este costado y a la izquierda figuraban tres baterías de artillería: la francesa arriba indicada y que V. S. ordenó establecer, la de montaña del mayor Montoya y capitán Carvallo, que yo coloqué en la falda de la izquierda de un cerro de la misma cadena, y por último, la de campaña mandada por el capitán don Santiago Frías, que situé sobre un pequeño morro de cinco metros de altura al lado de la línea férrea y que domina en parte la del Tamarugal,

Los fuegos combinados de estas baterías pudieron, en tres ocasiones, contener más allá de 3.000 metros de dis­tancia las columnas que componían el grueso del ejército enemigo. En ningún momento pudo éste hacer avanzar fuerzas considerables y organizadas hacia nuestras posi­ciones. Apenas si ligeras guerrillas ocultas en las sinuosi­dades del terreno, tras de parapetos de caliche o metidas en fosos, venían a fusilar a los artilleros que no tenían a su frente fuerza alguna que los apoyara.

El regimiento 3º de línea, que defendía nuestros flan­cos y la retaguardia de la batería del capitán Frías, lo mismo que el frente de la batería del capitán Carvallo, impidió la aproximación de esas guerrillas al ala iz­quierda.

El señor comandante Castro, del cuerpo mencionado, atendiendo mi pedido, mandó a una de sus compañías guerrilleras con el objeto de despejar las enemigas, y des­pués el comandante del Valparaíso, señor coronel Niño, comprendiendo lo acertado de esta medida, hizo lo mismo con todo su batallón.

De esta manera, rechazadas las fuerzas que intentaron atacar la batería del señor Salvo con el oportuno auxilio de dos compañías del Atacama y del Coquimbo, como está detallado en el parte de ese jefe, deshechas por el 3º las guerrillas de que he hablado en compañía del Valparaíso, y detenidas a largas distancias por los fuegos de la artillería las gruesas columnas del enemigo, éste trató, sin conseguirlo, de organizarse a más de 5.000 metros, quedando por consiguiente concluida la batalla.

Eran las 5:20 P. M.

Muy poco tengo que agregar con respecto a los porme­nores del servicio a lo que dicen los partes de los comandantes de batería que he tenido el honor de transcribir.

La artillería, señor, estuvo el día indicado a la altura del prestigio de nuestro ejército. Llenó su misión y tengo el gusto de manifestar a V. S. que los señores jefes y oficiales demostraron en ese día el valor tranquilo e inteligente, tan indispensable para el servicio de este importante arte. Los artilleros sirvientes se condujeron como se con­ducen siempre los soldados de Chile.

La batería de campaña del activo e inteligente capitán Flores, a las órdenes del distinguido mayor Fuentes, forzó la marcha cuatro horas consecutivas, salvando las dificultades del terreno para llegar a tomar parte en la acción, lo que consiguió a última hora. Esta batería la dejé en el camino el día anterior obedeciendo a órdenes superiores.

El comandante don José Manuel Novoa y su ayudante, el capitán Gallinato, que se habían quedado en Pisagua por asuntos del servicio, llegaron durante lo más recio de la batalla: el primero acompañó al señor General en Jefe y el segundo pasó a una de las baterías.

Me es doloroso tener que manifestara a V. S. la muerte del teniente don Diego A. Argomedo, que cayó en su puesto demostrando serenidad y valor incontrastables.

Los comandantes de batería, capitanes Carvallo y Urízar, heridos gravemente, son dos oficiales distinguidos, no solo por su valor, ilustración y conocimientos en el arma, sino también por su carácter y constancia en el trabajo. Ambos poseen la virtud más bella que puede tener un hombre distinguido: la modestia. La pérdida de estos dos jóvenes sería inmensa para la artillería de Chile.

El teniente Koeller recibió un golpe de bala en la espalda, y los alféreces Nieto y García fueron heridos, el primero levemente y el segundo de alguna gravedad.

Incluyo la lista de los artilleros muertos y heridos, lo mismo que la de municiones consumidas.

Durante la batalla me sirvieron de ayudantes el capitán don Basilio Dávila y el alférez portaestandarte don Salvador L. de Guevara, manifestándose severos y activos en el desempeño de las comisiones que se los encomendaba.

Termino, señor, haciendo especial recomendación del cirujano de este cuerpo don Elías Lillo,     que subió los cerros cinco veces durante la batalla, recogiendo y prestando auxilio a los heridos, y diciendo que cada uno de los oficiales del parque cumplió perfectamente con sus obligaciones.

Dios guarde a V. S.                                                  

J. VELASQUEZ.

Al señor General en Jefe del ejército.

***

PARTE DEL CORONEL JUAN MARTÍNEZ

COMANDANCIA DEL BATALLÓN ATACAMA.

 

Campamento de Dolores, Noviembre 21 de 1879.

Tengo el honor de dar cuenta a Ud. de las operaciones ejecutadas por el batallón de mi mando, Atacama, en la batalla de 19 del presente, que tuvo lugar en los cerros situados al Sur del campamento de Dolores y a distancia de dos millas más o menos.

El 18 en la noche, recibí la orden de alistar la tropa para salir, lo que, en efecto, ejecuté como a las 10 P. M., dirigiéndome hacia Santa Catalina, según indicación del señor jefe de Estado Mayor General, a cuyo punto llegué como a las 2 A. M. y me puse a las órdenes de  V. S. que se encontraba de antemano allí.

Tan luego como llegamos, tomé la colocación que V. S. se dignó designarme, con orden de poner la tropa en descanso sobre las armas; pero tres cuartos de hora después recibí nuevamente orden de contramarchar sobre Dolores, pues se había sabido que el enemigo, distante de nuestra división una legua, dirigía su marcha por el lado derecho del lugar en que estábamos, con manifiesta intención de dejarse caer al campamento de Dolores por detrás de los cerros que lo resguardan en la parte occidental, como en efecto lo hizo a las 7 A. M. del siguiente día.

Después de dos horas de marcha forzada, llegamos a la proximidad de la estación de Dolores, en donde se me in­dicó por V. S. el lugar que debía de tomar.

Desde luego entramos en la línea de batalla que se ex­tendía como una legua de Sur a Norte sobre el cordón de cerros, tomando nuestra colocación en el final del ala iz­quierda y a continuación de seis piezas de artillería que cer­raban ese costado.

A las 6 A. M. se avistó a la distancia al enemigo que venía por el lado Sur, camino de Iquique, y según noticias posteriores, en número de 8 a 10.000 hombres. Poco a poco fueron avanzando hasta colocarse al alcance de nues­tros fuegos, formando dos divisiones, cuyo centro era com­puesto de caballería y artillería.

De antemano había recibido orden de V. S. para proteger la artillería, a cuyo fin dispuse que avanzasen hacia la izquierda la 3ª y 4ª compañías al mando de los capitanes señores Félix G. Vilches y Ramón P. Vallejos, dándoles yo mismo la colocación que debían de tener.

Aun no bien concluida esta operación, cuando nuestra artillería rompió el fuego, que fue inmediatamente contestado por el enemigo con fusilería y artillería a la vez. Eran las 3 P. M.

El enemigo avanzó protegido por las ondulaciones del terreno, logrando dominar la cima hasta colocarse a 30 metros del lugar que ocupaba la artillería, en número de más de 200 hombres.

Dos veces fue rechazado por nuestros soldados, y a la tercera intentona que hizo, fue necesario cargarlo a bayoneta, operación que encargué a los tenientes señores Cruz Daniel Ramírez, Moisés A. Arco y subteniente Rafael 2º Torreblanca, quienes lograron poner en completo descalabro al enemigo, que empezó a emprender la retirada, dejando dos jefes y un oficial subalterno muertos en esa fuga y muchos individuos de tropa.

Viendo que el grupo que cargaba en persecución del enemigo era de corto número y temiendo que al llegar a la base del cerro fueran rechazados, vime en la necesidad de bajar a protegerlos con 60 hombres más y acompañado del ayudante mayor señor Juan A. Fontanes y del subteniente Alejandro Arancibia, reforzando el ataque hasta llegar a las casas en donde estaban las ambulancias.

Como el enemigo huía disperso y en distintas direcciones, nos replegamos a la artillería de campaña colocada en la ladera naciente del cerro, y que comandaba el teniente co­ronel señor José Velázquez.

A las 5:30 P. M., ya casi habían cesado por completo los fuegos, con excepción de la artillería enemiga, y algunos piquetes de nuestro ejército que en varias direcciones atacaban al enemigo que huía.

Estas son las operaciones ejecutadas por mi cuerpo, y las bajas que he sufrido ascienden a 87 hombres entre muertos y heridos, incluso 5 oficiales, como lo verá V. S. por la Nómina adjunta, que manifiesta los nombres de los individuos de tropa que han sido heridos, como igualmente los que han sido muertos durante la pelea.

Con profundo dolor debo dar cuenta a V. S. de la muerte del señor capitán de la 3ª compañía Ramón R. Vallejos y la de los subtenientes José Vicente Blanco y J. Andrés Wilson, quienes cayeron como bravos, el primero horriblemente mutilado por una metralla. Cumplieron hasta el último instante con su deber de chilenos, y tengo orgullo al decir que formaron parte de mi batallón.

Los dos oficiales heridos son el señor Cruz Daniel Ramírez y el subteniente Anastasio Abinagoitis, cuyo valor y arrojo me hago un honor en reconocer.

No terminaré sin hacer presente a V. S. que todos mis oficiales y tropa en s totalidad, se han conducido con verdadero valor abnegación, haciendo muchos de ellos más de lo que les correspondía.

Como una prueba de lo que dejo dicho, me permito re­ferir a V. S. que he tenido ocasión de ver a dos soldados muertos, José Espinosa, de la 1ª compañía y a un peruano del Zepita, ambos estaban cruzados por sus bayonetas, y como si aun no fuera bastante, esos valientes se hicieron fuego, quedando en seguida baleados en el pecho.

Debo al mismo tiempo mencionar aquí, cumpliendo con un deber de gratitud, al señor cirujano de mi cuerpo, Eustorgio Díaz, quien, tanto en la toma de Pisagua como ahora, no se separó un instante de nosotros, atendiendo con peligro de su vida y gran solicitud los heridos que caían.

Concluyo felicitando a V. S., y por su conducto, a los honorables jefes del ejército, por el nuevo triunfo que han alcanzado las armas chilenas en el glorioso día del 19 del actual.

Dios guarde a V. S.

J. MARTÍNEZ

Al señor coronel José D. Amunátegui.

***

PARTE DEL CORONEL JOSÉ DOMINGO AMUNÁTEGUI

DIVISIÓN DEL CENTRO.

Campamento de Dolores, Noviembre 22 de 1879.

El día 18, a las 6 P. M., al mando de la división que V. S. se sirvió confiarme, que se  componía de 9 piezas de artillería, el regimiento 4º de línea y 220 Cazadores a caballo, emprendí la marcha hacia la oficina de Santa Catalina, con el objeto de tomar posesión de ese punto, en conformidad a las instrucciones de V. S.

A las 9 P. M. llegó la división al punto indicado, y practiqué los reconocimientos necesarios a fin de dar una conveniente colocación a las tropas de mi mando. Una hora después, la descubierta de caballería que se hallaba en la línea férrea condujo a mi presencia dos paisanos, quienes me dijeron eran arrieros de varias cargas pertenecientes al ejército enemigo, y se sorprendían que éste no hubiese llegadlo a Santa Catalina, pues, había marchado antes que ellos y por consiguiente debía llegar en momentos más, salvo que hubiese tomado otro camino. Las fuerzas enemigas ascen­dían a 10 u 11.000 hombres. Inmediatamente llamó al comandante de artillería, sargento mayor don José de la Cruz Salvo, y le previne que las fuerzas fuesen colocadas convenientemente para rechazar al enemigo, lo que se llevó a cabo.

Acto continuo envié aviso a V. S. de las noticias que se me daban.

A las 2 A. M. se me unió el batallón Atacama, al que se dio la colocación necesaria para el objeto.

A las 3 A. m. recibí orden de V. S. para retirarme con mi división hacia San Francisco y ocupar las alturas de la Encañada, lo que se llevó a cabo a las 7 A. M., en cuyo punto se hallaba el batallón Coquimbo.

Dada la colocación correspondiente a estas fuerzas, y divisándose el enemigo en Pampa Negra, oficina Porvenir y otras, puso V. S. a mis órdenes esta división.

Las fuerzas enemigas principiaron a moverse con dirección a las alturas que ocupábamos a la 1 P. M., y continuaron acercándose hasta ocupar la primera división enemiga, que más o menos se componía de 4.000 hombres, la izquierda de nuestra línea. La artillería ocupó las casas de la oficina Porvenir, la infantería los molinos de sacar agua y los corrales al pié de nuestras posiciones por nuestra ala izquierda, y la caballería el camino que del Porvenir se dirige al Este. Ocupadas estas posiciones, se desprendió una línea de guerrilleros que avanzó hasta el pié del cerro con el objeto de atacar la batería de artillería que se hallaba colocada a nuestra izquierda, al mando del sargento mayor don José de la Cruz Salvo. Estos guerrilleros eran protegidos por dos columnas que quedaron a retaguardia ocupando posiciones defendidas por murallas de caliche.

Este mismo movimiento se practicaba con igual número de fuerzas enemigas que se dirigieron a atacar nuestra vanguardia, destacando guerrilleros al frente de la línea protegidos por dos cuerpos de infantería. Calculando que las columnas que se nos presentaban a la izquierda trata­ban de tomarnos la retaguardia, previne al sargento mayor Salvo disparase la artillería sobre esas fuerzas, fuego que fue contestado con uno muy nutrido de infantería y artillería, que continuó tanto en toda la línea enemiga como en la nuestra.

Las guerrillas enemigas, con empuje y con valor, trata­ban de subir el cerro con el objeto de tomar las piezas de artillería pero fueron rechazadas, con algunas bajas por nuestra parte, por artilleros convertidos en infantes, para defender sus piezas, y dos compañías del batallón Atacama que las protegían. Se rehizo el enemigo y emprendió una nueva y más decidida ascensión, llegando algunos solda­dos hasta diez pasos de nuestros cañones, donde cayeron muertos. Considerando poca la fuerza de infantería que protegía la artillería, ordené al comandante del Atacama, marchase a hacerlo con el resto de su cuerpo, y al del Co­quimbo con una compañía, lo que se llevó a efecto, recha­zando, con ventajas para nosotros y pérdidas para el enemigo, a la tropa que ascendía.

Desde este momento principio a disminuir el fuego retirándose el enemigo en distintas direcciones y abando­nando sus posiciones de la izquierda de la línea.

Al mismo tiempo, como antes he dicho, el ataque tam­bién se efectuaba por el frente de la línea con tiradores y columnas de infantería, que también fueron rechazados.

El ataque principió a las 3 P. M. en punto, y la derrota del enemigo a las 5 P. M.

Media, hora después, los cuerpos de infantería recibie­ron orden de V. S. de bajar al plan, lo que se ejecutó, habiendo los batallones sostenido un corto combate con la infantería enemiga. Aproximándose la noche, nuestros regimientos y batallones volvieron a ocupar sus posiciones, retirándose el enemigo con gran precipitación.

Las pérdidas en la división de mi mando ascienden: muertos, un capitán, un ayudante, dos subtenientes y 38 individuos de tropa, heridos, un teniente coronel, un ca­pitán, tres tenientes, cuatro subtenientes y 109 individuos de tropa. Estos fueron asistidos inmediatamente por los cirujanos de los respectivos cuerpos.

Haré presente a V. S. que los oficiales de Estado Mayor, teniente coronel don Diego Dublé Almeida, tenientes Dardignac y Rodríguez, se pusieron a mis órdenes mo­mentos antes del combate y comisioné al primero como jefe.

En la jornada del 19 todos los señores jefes, oficiales e individuos de tropa de esta división han cumplido con su deber.

Originales acompaño a V. S. los partes de los distintos jefes de cuerpos que se batieron a mis órdenes.

J. D. AMUNÁTEGUI

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PARTE DEL CORONEL PEDRO SOTO AGUILAR

REGIMIENTO DE CAZADORES A CABALLO.

Campamento de San Francisco, Noviembre 22 de 1879.

El 18 del actual, por orden de V. S., mandé 120 hom­bres montados del regimiento de mi mando, al lugar deno­minado Agua Santa, a las 3 P. M., para reconocer el trayecto hasta aquel punto y ver si convenía acantonar todo el regimiento.

A las 6 P. M., del mismo día, recibí aviso del capitán don Manuel R. Barahona, que mandaba la fuerza, de haber encontrado en Negreiros una avanzada del ejército enemigo como de 300 hombres de infantería y de caballería, la que hizo fuego a nuestra tropa, y viendo que era conside­rablemente superior, regresó al campamento. Esta circunstancia fue puesta en su conocimiento y acogida favorablemente por V. S.

El 19, a las 3 P. M., recibí orden de V. S. para examinar el lugar que debía ocupar la caballería en la línea de batalla, operación que hice al amanecer de este día, acompañado del capitán ayudante don José Miguel Alcérreca.

Este reconocimiento dio la posición conveniente e indispensable en que con tanto acierto se colocó la caballería en el bajo del cerro Encañada, situado a la derecha de la línea de batalla de nuestro ejército, donde permanecí con todo el regimiento y una compañía de Granaderos a caballo, hasta el momento en que rompieron los fuegos los ejércitos, a las 3:10 P. M. Incontinenti recibí orden de V. S. para situar dos escuadrones, colocando uno al Noreste de la línea de batalla y el otro a inmediaciones de la estación de Dolores, con el fin de observar y defender el paso indispensable del  enemigo, que con tanto tesón procuró pasar para apoderarse de la aguada de Dolores, lugar conveniente y en que se provee de agua nuestro ejército.

A las 3:30, juzgándose que la caballería contraría debía atacar al escuadrón avanzado al Noreste, dispuse que el teniente coronel graduado del regimiento, don Feliciano Echeverría, tomara el mando de dicha fuerza para repeler a la caballería enemiga que trataba de darse paso.

Al retirarse el ejército enemigo, se me dio la orden de marchar con el resto de la caballería de mi mando, a proteger nuestra infantería que marchó en su persecución hacia Santa Catalina, lo que ejecuté debidamente.

Al día siguiente, por orden de V. S., dispuse que el teniente coronel graduado don Feliciano Echeverría, al mando de dos escuadrones, se dirigiera a las posiciones en que se encontrara el ejército enemigo y protegiera a nuestra infantería, operación que ejecutó recorriendo dos leguas al Sur desde el lugar de la batalla del día anterior, sin encontrarlo por haberse puesto en derrota precipitada en la noche, obteniendo por resultado, ver que el enemigo había abandonado toda su artillería,  parque de municiones, un número considerable de fusiles, mucho vestuario de oficiales y tropa, una cantidad de víveres, animales mulares y una ambulancia.

Antes de concluir, debo expresar a V. S., que, debido al regimiento de mi mando, fue descubierto         el enemigo a una distancia conveniente, lo que dio tiempo suficiente a nuestro ejército para tomar las posiciones más ventajosas.

Tanto en este regimiento, como en la compañía de Granaderos a caballo, que también estaba a mis órdenes, no ocurrió felizmente ninguna novedad.

Dios guarde a V. S.

PEDRO SOTO AGUILAR.

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PARTE DEL CORONEL EMILIO SOTOMAYOR

Campamento de Dolores, Noviembre 23 de 1879.

Señor General en Jefe:

El 18 del presente, por una avanzada de Cazadores a caballo, mandada por el capitán don Manuel R. Barahona, tuve noticia de que el ejército aliado se presentaba en Agua Santa a la caída de la tarde. Acto continuo lo puse en conocimiento de V. S. por un telegrama dirigido a Hospicio, desde donde se sirvió ordenarme conservara las posiciones que teníamos. Para dar cumplimiento a esta resolución, reconcentré todas las fuerzas que había man­dado a Jazpampa por disposiciones de V. S., para evitar, si era posible, la junción de tropas bolivianas salidas de Arica; pues partidas de caballería que desde el 17 se ha­bían presentado por Tana, Corsa y Tiliviche, nos lo hacían presumir así. Reunidos los regimientos 3º de línea, ba­tallón Coquimbo, 4º de línea, batallón Atacama y dos baterías de artillería de montaña, dispuse que todo el ejército bajo mis órdenes en aquel momento, tomara las alturas de la Encañada y Dolores, que rodean por el Sur y Occidente a este campamento, en cuya dirección, se me comunicó por las avanzadas, marchaba el ejército con­trario.

Mi primer pensamiento fue ir a Santa Catalina para dar en este lugar la batalla; más, por el conocimiento perfecto de que su marcha la verificaban los aliados tras de esta oficina y por cumplir las órdenes de V. S., como asimismo aceptando indicaciones importantes del teniente coronel don José Francisco Vergara, quien había explorado todo el terreno circunvecino a Dolores, ordené al comandante del cuerpo de ingenieros, teniente coronel don Arístides Martínez, reconociera dichas alturas para fijar la colocación que las tropas debían tomar. Practicado el reconocimiento respectivo, la línea de defensa se estableció del modo siguiente: una batería de artillería de cam­paña, sistema Krupp, dirigida particularmente por el teniente coronel, comandante de esta arma, don José Ve­lásquez, en la colina próxima a la línea férrea que hoy le sirve de campamento; en la pendiente oriental del cerro de la Encañada, una batería de artillería de montaña, bajo las órdenes del sargento mayor don Benjamín Montoya.

El 3º de línea, en número de 700 hombres, protegía a estas dos baterías, como asimismo la izquierda de nuestra línea, bajo la dirección de su comandante don Ricardo Castro. En la altura, una división compuesta del regi­miento 4º de línea, batallones Atacama y Coquimbo, y una batería de ocho piezas de montaña, bajo la dirección del sargento mayor de la misma arma, don José de la Cruz Salvo.

Se confió el mando al señor coronel don Domingo Amunátegui con la denominación de división del centro. Quebrada por medio y formando nuestra derecha, se colocó, las órdenes del señor coronel don Martiniano Urrio­la, la primera división compuesta del regimiento Buin, batallón Naval, batallón Valparaíso y dos baterías de arti­llería, una de campaña y otra de montaña, mandadas, la primera por el capitán don Eulogio Villarreal y la segunda por el de igual clase don Roberto Wood. La caballería compuesta del regimiento de Cazadores y una compañía de Granaderos, se colocó a retaguardia de la primera división, en la parte baja y plana que forma la cañada, entre los cerros del Sur y Norte de este campamento.

Trescientos hombres del 3º de línea y parte del cuer­po de Pontoneros, quedaron en la estación del ferrocarril para defenderla en caso de ser atacada.

Colocadas las tropas en el orden indicado, esperamos la presencia del enemigo, que a la salida del sol se presentó a nuestra, vista marchando en diversas columnas hasta llegar al cantón de San Francisco, en donde se hallan las oficinas salitreras de Saca si Puedes, Porvenir y San Francisco, y su cuartel general lo estableció en Porvenir, donde colocaron parte de su artillería.

Permanecimos a la vista hasta las 3 P. M., a cuya, hora, y diez minutos más o menos, se inició la batalla por un tiro de cañón disparado por la batería del mayor Salvo, si­guiendo la infantería de la división Amunátegui para contrarrestar a diversas guerrillas que se desprendían de la línea enemiga con la intención, al parecer, de forzar nuestra izquierda, la cual soportó durante dos horas y media toda la fuerza del ataque, muy particularmente la batería mandada por el señor Salvo, que por dos veces consecutivas, subiendo la altura, fue asaltada por tropas de infantería de los batallones peruanos Puno, Ayacucho, números 8º y 5º, y tres o cuatro cuerpos más, que los artilleros, con un valor y tranquilidad a toda prueba, rechazaron enérgicamente apoyados por el batallón Ataca­ma, que le cupo en suerte estar más próximo, cuya tropa y oficiales han dado pruebas de su abnegación y patriotis­mo, sacrificándose delante de los cañones para defender­los a fuego y bayoneta, y en cuyo lugar cayó el mayor número de muertos que tiene dicho batallón, como así mismo donde sucumbieron bastantes enemigos Rechazado el segundo ataque por los fuegos mortíferos de nues­tra infantería y certeros disparos de nuestra artillería de toda la línea, principalmente la de la izquierda, se intro­dujo el terror entre el enemigo, según pudimos notarlo por el desorden que se veía en las filas de los aliados.

A las 5:30 P. M. cesó casi por completo el fuego, como V. S. pudo notarlo a su llegada a nuestro campo. Por esta causa ordené al 4º de línea descendiera de la altura, apoyado por el regimiento Buin, batallón Naval y Coquimbo, cuyos cuerpos avanzaron hasta cerca del Porvenir, desde cuya oficina se hacían algunos disparos de cañón y fusilería. Por nuestra izquierda ordené marchar adelante al batallón Bulnes, que llegó en los últimos mo­mentos de Jazpampa, apoyándolo el 3º de línea. Llega­da la noche, por no tener conocimiento exacto del número de enemigos que permanecían en Porvenir y Saca si Pue­des, protegiendo su retirada, nuestras tropas volvieron a tomar sus posiciones, en donde permanecieron toda la no­che por orden de V. S.

A venir el día 20, según V. S. lo determinó, nos preparábamos a dar el ataque al cuartel general enemigo, cuando, despejada la neblina, notamos que los aliados marchaban en precipitada fuga hacia el Sur. Nuestra caballería salió por nuestra derecha explorando el terreno hasta llegar a la oficina Ángela, haciendo algunos prisioneros que sucesivamente fueron conducidos a este campamento.

Este es, señor general, el resultado de la batalla de la Encañada, que tuvo lugar el 19 del presente, entre nues­tras tropas que, en número de 6.000 hombres, batieron a 11.000 aliados, poniéndolos en completa dispersión y fuga durante un combate de dos y media horas, en que solo tomaron parte activa dos mil quinientos hombres próximamente, que componían nuestro centro izquierdo.

Me hago un deber, señor general, en manifestarle que en todos los cuerpos de nuestro ejército, jefes y oficiales rivalizaban en ardor y patriotismo por tomar parte en la batalla y sacrificarse por la patria, pues ningún enfermo que podía marchar dejó de asistir al combate.

Por nuestra parte, lamentamos la pérdida de 5 oficiales muertos y 9 heridos, 52 individuos de tropa muertos, 162 heridos y 3 contusos.

El número de muertos y heridos del enemigo no podemos precisarlo, porque han fugado muchos que han pe­recido en distintas direcciones; pero los que han quedado en el campo de batalla, ascienden a 110 muertos, más o menos, de éstos 6 oficiales; y heridos que hemos recogido para darles asistencia, son 10 oficiales, entre los que se en­cuentran el general boliviano don Carlos Villegas, el coro­nel peruano del batallón Puno, don Rafael Ramírez de Arellano, el comandante del mismo batallón, don Mariano Torres, el sargento mayor don José Flores, teniente del número 5, don Manuel Trinidad Córdova, teniente de Húsares don Manuel Sevilla, id. del número 8, don Euge­nio Galindo, capitán del Puno don Simón Medina, tenien­te 1º boliviano del Illimani, don Agustín Mendieta, ca­pitán del Puno don Domingo Rivero, 78 individuos de tropa, 2 oficiales prisioneros y 85 individuos de tropa, incluso en ellos 11 empleados dependientes del proveedor de los aliados don David Puche.

El enemigo ha dejado en nuestro poder víveres, la mayor parte de su bagaje, doce piezas de artillería de montaña, cuarenta y ocho albardones, cincuenta y tres cajas y cajones con municiones de cañón, gran cantidad de municiones de fusil Remington, Chassepot, Peabody y Winchester; como así mismo capotes, mochilas y otros objeto de que está sembrado el campo entre Dolores y Agua Santa, y que el estado mayor se ocupa de recoger, dando preferencia al armamento del que existe reunido en nuestro parque en número de ciento cinco, y doble cantidad en diversas oficinas.

Me hago un deber en consignar en este parte los nom­bres de los señores jefes y oficiales que, independientes de los cuerpos del ejército tomaron parte activa en el comba­te: teniente coronel de guardias nacionales don José Francisco Vergara, secretario general ayudante de campo del señor General en Jefe, teniente coronel don Justiniano Zubiría, capitán don Ramón Dardignac, teniente de guardias nacionales don Manuel Rodríguez Ojeda, sirviéndome estos dos últimos de ayudantes y el capitán don Juan F. Urcullu.

Los oficiales de Estado Mayor que desempeñaron sus funciones a mi lado, impartiendo mis órdenes, son: teniente coronel don Diego Dublé Almeyda, capitán graduado de mayor don Bolívar Valdés, y los capitanes don Francisco Pérez, don José Manuel Borgoño y don Emilio Gana: los oficiales de ingenieros, teniente coronel don Arístides Martínez, sargento mayor don Baldomero Dublé Almeida, ca­pitanes don Francisco Javier Zelaya y don Augusto Orrego, desempeñaron varias comisiones importantes durante el combate.

En conclusión, creo del caso comunicar a V. S. que el ejército aliado venía mandado por los generales peruanos señores Buendía y Bustamante, y bolivianos señores Villegas, Villamil y Flores.

Por los partes originales de los señores jefes de divisiones, se impondrá V. S. de las recomendaciones especiales que en ellos se consignan.

E. SOTOMAYOR

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PARTE DEL GENERAL ERASMO ESCALA

CUARTEL GENERAL DEL EJÉRCITO DE OPERACIONES.

Noviembre 25 de 1879

Señor Ministro:

El reconocimiento practicado por una pequeña división bajo las órdenes del secretario de este Cuartel General, teniente coronel don José Francisco Vergara, y que ter­minó con la brillante acción de Germania, nos permitía la ocupación tranquila de todo el distrito que se extiende desde Pisagua a Agua Santa, donde termina la sección del ferrocarril y que comprende varios establecimientos salitreros de considerable importancia, en una extensión de más de 54 millas.

Sin embargo, no fue posible aprovechar inmediatamente las ventajas que nos proporcionaba esta ocupación, avan­zando nuestro campamento hasta el término de la vía férrea, porque carecíamos de los medios de movilización para el trasporte de tropas, conducción de víveres, agua, forraje, pertrechos y demás artículos necesarios al servicio del ejército, pues el material rodante de esta línea es sumamente escaso y se encuentra en muy mal estado.

Por esta circunstancia, se determinó distribuir las fuer­zas de nuestro ejército, escalonándolas en diversos puntos, en la proporción que lo permitían los medios de trasporte de que podíamos disponer.

El punto más avanzado hacia el interior en que acam­pamos parte de nuestra tropa, fue la oficina de Dolores, que es de una importancia capital por existir allí la abun­dante aguada que lleva ese nombre, la mejor de todas las de este distrito, y con la cual se ha estado atendiendo a la provisión de casi todo el ejército. Las fuerzas acanto­nadas en esta posesión alcanzaban a poco más de 6.000 hombres de las tres armas, a las órdenes del señor Jefe de Estado Mayor, coronel don Emilio Sotomayor.

Distante unas 20 millas de esta estación en el campa­mento del Hospicio, en el cual había fijado accidentalmente mi permanencia, había otra división de cerca de 3.500 hombres. En la estación de Jazpampa, intermedio entre ambos campamentos, y en la cual se cruzan los caminos que comunican a Arica con Iquique, había una guarni­ción del batallón Bulnes; y por fin, en el mismo puerto de Pisagua se había colocado el regimiento Esmeralda, que bien pronto fue reemplazado por el Santiago, yendo aquél a situarse en el Hospicio.

Se conseguía así consultar las necesidades actuales de la tropa y atender, al mismo tiempo, a las operaciones ul­teriores, porque podía utilizarse el ferrocarril en acarreo de víveres, forraje y pertrechos que no fueran consumidos en el momento, sino que se reservaban para hacer un acopio, que pudiera después abastecer la expedición que habría de emprenderse hacia el Sur, en busca del enemi­go, que, según todos los antecedentes, se fortificaba en Po­zo Almonte para esperar nuestras fuerzas.

A este objeto convergían todas las medidas que se to­maban con este decidido propósito, considerándose ente­ramente improbable que las fuerzas de los aliados vinieran a nuestro encuentro. Se mantenía, sin embargo, una estricta vigilancia para evitar toda sorpresa, y muy principalmente para impedir la unión del ejército que había en Arica, a las órdenes del general Daza, con el del Sur, para lo cual debían pasar por precisión por los pun­tos ocupados ya por nuestras tropas.

El día 17 del presente se temía por noticias recogidas por diversos conductos, la presencia de fuerzas enemigas venidas del Norte; y tanto del campamento del Hospicio como del de Dolores, salieron avanzadas de reconoci­miento. La primera de éstas, al mando del secretario señor Vergara, se encontró al día siguiente con fuerzas enemigas de caballería; las que, perseguidas por los nuestros, huye­ron a juntarse, al parecer, con el grueso de una división de infantería. Como estas tropas amagaban la estación de Jazpampa, se mandó reforzar la guarnición allí existente enviando del Hospicio el resto del batallón Bulnes, al cual pertenecía la guarnición, y de Dolores fueron manda­dos el regimiento 3º de línea, el batallón Coquimbo y una sección de artillería.

Ese mismo día se tuvo noticias de la venida de tropas enemigas del Sur, sin saberse su número; y para cortarles el paso al campamento de Dolores, se mandó a la oficina de Santa Catalina, distante unas 5 millas, una división formada por el regimiento 4º de línea, batallón Atacama, 9 piezas de artillería y 220 Cazadores de a caballo,

Mas, en la media noche, se supo por una avanzada de estos Cazadores, que al caer la tarde se había presentado en Agua Santa el ejército aliado con fuerzas muy consi­derables de las tres armas, que se calculaba en más de 11.000 hombres y que marchaba a atacarnos en nues­tras posiciones.

En el acto ordené por telégrafo al señor Jefe de Estado Mayor que mantuviera estas mismas posiciones, que tenían para nosotros inapreciables ventajas, reconcentrando to­das las fuerzas que en el día se habían desmembrado, para presentar batalla con el grueso de nuestro ejército. Con este mismo objeto me puse en marcha, a las 3 A. M., con la división acampada en el Hospicio, que se compo­nía del regimiento de Artillería de Marina, una batería de artillería, batallón 2º de línea, brigada de Zapadores y batallón Chacabuco.

Efectivamente, el ejército aliado del Sur, a las órdenes del general en jefe, don Juan Buendía, marchaba sobre Dolores, y al día siguiente, a la salida del sol, se le veía avanzar en perfecto orden y en columnas cerradas, que no dejaban conocer su número y organización, viniendo acom­pañado de fuerzas de caballería. Sin embargo, la apre­ciación que en esos momentos se pudo hacer, confirmada entre datos recogidos con posterioridad, da al ejército aliado una fuerza de 11 a 12.000 hombres.

Se dispuso entonces por el señor Jefe de Estado Mayor (a las 7 A. M.), que se formase una línea de defensa del campamento, coronando las alturas del cerro de la Encañada y de Dolores, que rodean el campamento por el Sur y Occidente, cortando así por esa parte todo paso hacia la aguada, que indudablemente había de ser atacada por el enemigo, por la absoluta necesidad que de ella te­níamos.

Para formar esta línea de defensa, se dividió nuestro ejército en tres secciones: de la derecha, del centro y de la izquierda. La primera de ellas, al mando del coronel don Martiniano Urriola, se componía de una batería de arti­llería de campaña, colocada en la extremidad derecha y en una ventajosa eminencia, y otra de montaña, protegiendo ambas un portezuelo, que era de fácil acceso para la aguada, del regimiento Buin y de los batallones Navales y Valparaíso.

La división de la otra extremidad de la línea estaba bajo las órdenes del teniente coronel don Ricardo Castro, y la componían una batería de artillería de campaña, otra de montaña, y el regimiento 3º de línea, para impedir el paso al enemigo, por el lado Norte, que es completamen­te abierto, aunque de difícil acceso por los calichales que forman la pampa del Tamarugal.

Y por último, la división del centro, comandada por el coronel don Domingo Amunátegui, era formada de una batería de artillería de montaña de ocho piezas, regimien­to 4º de línea, batallones Atacama y Coquimbo, y se colocó en la cima del cerro.

Para mayor precaución se protegió de una manera es­pecial la aguada de Dolores, con dos compañías del regi­miento 3º de línea, una de Cazadores, un piquete del cuerpo de Pontoneros y cincuenta hombres más de distin­tos cuerpos, bajo las órdenes del sargento mayor de guar­dias nacionales don Juan Francisco Larraín G.

El resto de las fuerzas de caballería se distribuyó convenientemente, según las necesidades del servicio, a las órdenes del comandante, teniente coronel don Pedro Soto Aguilar.

La división que en la madrugada había salido del Hos­picio, hizo una marcha muy forzada; y nos encontrábamos en la estación de Jazpampa a las 3 P. M., cuando recibí un telegrama del señor Jefe de Estado Mayor, en que me comunica que en ese momento se empeñaba el comba­te. Me traslado en el acto al campo de batalla en un tren que había listo, llegando allí poco después de una hora y dejé la división a cargo del coronel don Luis Arteaga.

El enemigo había adelantado toda la mañana, aunque lentamente, ocupando las diversas oficinas salitreras, que constituyen el cantón de San Francisco, en el valle que queda al pié del cerro de Encañada, y colocó su artillería en las casas de la oficina del Porvenir. A las 3 P. M., se encontró el enemigo al alcance de nuestros cañones, y minutos después la batería de montaña de la división del centro a cargo del inteligente y denodado sargento mayor don José de la C. Salvo, rompió los fuegos dirigiendo sus punterías sobre una columna enemiga, que avanzaba a tomar abrigo en una posición dominada por la batería. Se le contestó con un nutridísimo fuego de cañón y riflería que alcanzaba por toda nuestra línea de defensa, y continuó adelante su marcha el enemigo, siendo constantemente rechazado por nuestra artillería que los hacía retroceder. Algunos soldados de distintos cuerpos enemigos consiguieron avanzar hasta lugares bastante cercanos de las baterías, principalmente a las dirigidas por los mayores Salvo y Montoya, siendo secundados en esta operación por las ondulaciones del terreno. No pudiendo rechazar esas fuerzas con sus cañones, los artilleros defendieron sus piezas a rifle, y entonces dos compañías del Atacama, destinadas a esa batería, se destacaron en guerrilla rechazando dos veces consecutivas al enemigo; y al intentar este mismo golpe por tercera vez, acudió todo el batallón, cargando a la bayoneta, y barrieron hasta el plan con todos los enemigos que habían logrado ascender. Contribuyó también a esta defensa el batallón Coquimbo, que con éxito persiguió al enemigo, que principiaba ya a dispersarse. Fue durante este recio ataque, sostenido con bravura por los esforzados soldados del Atacama y sus dignos jefes, y por el Coquimbo, en el que tuvimos que sufrir algunas bajas, y les causamos muy considerables al enemigo. Aquí cayeron el capitán don Ramón R. Vallejo, los subtenientes José V. Blanco y Andrés Wilson, del Atacama, y el voluntario Florencio Ugalde, agregado a este cuerpo; y la artillería perdió al meritorio teniente, don Diego A. Argomedo, habiendo a más quedado gravemente heridos los capitanes Delfín Carvallo y Pablo Urízar.

Al mismo tiempo la artillería de montaña del ala izquierda, comandada por el sargento mayor Benjamín Montoya, y las baterías del ala derecha a las órdenes de los capitanes don Eulogio Villarreal y don Roberto Wood, dirigían sus certeras punterías a las gruesas columnas ene­migas, en medio de las cuales introducían gran espanto y desorden. La batería Krupp, del ala izquierda, que estaba en la extremidad, impedía el paso a toda fuerza enemiga que tratara de avanzar por el lado de la pampa. En esta batería cuyo mando inmediato se había confiado al capitán don Santiago Frías, se encontraba el comandante del regimiento don José Velásquez, que hizo retroceder con sus acertados disparos al enemigo, y dispersó la caballería que intentó avanzar por el lado Norte, talvez con el objeto de irse a tomar la aguada.

Las compañías guerrilleras del 3º de línea protegieron eficazmente esta batería y la del sargento mayor Montoya.

Producido ya el desconcierto en las filas enemigas, prin­cipiaron a abandonar el campo a las 5 P. M., retirándose en un completo desorden por los calichales, en los cuales se amparaban, No pudiendo por esta causa emplearse con éxito la artillería, las compañías guerrilleras del regi­miento 3º y el batallón Valparaíso, desplegado asimismo en guerrillas, avanzaron hacia las enemigas que se retira­ban en desconcierto, hasta que consiguieron desalojarlo de sus posiciones, impidiendo así que el enemigo preten­diera flanquearnos por el lado izquierdo, por donde conta­ban con una retirada segura.

Viendo ya que el enemigo en completa dispersión nos abandonaba el campo, se ordenó que los cuerpos de infan­tería bajasen del cerro de la Encañada para continuar la persecución del enemigo, cuyos fuegos iban ya extinguiéndose. Alcanzaron los nuestros a ganar alguna dis­tancia, llegando muy cerca a las casas del Porvenir donde se había replegado el enemigo, y desde las cuales hacia fuego de rifle y de artillería. Recibió esta misma orden el batallón Bulnes, que en esos momentos llegaba de Jazpampa, por haberle ordenado a mi paso por esa estación que en el acto se pusiera en marcha para el lugar del combate, en el primer tren que tuviera a su disposi­ción.

Mas, habiendo principiado a oscurecerse, fue necesario suspender esta importantísima persecución, que habría concluido de desbaratar las fuerzas aliadas; y se mandó en­tonces que esos cuerpos regresaran al lugar en que se había situado la línea de defensa, y allí pernoctaron en constante y activa vigilancia, pues asistían temores de que el enemigo tratara de reponerse y atacar en la noche.

A la mañana del día siguiente, una densa niebla, cono­cida aquí con el nombre de camanchaca, nos impedía ver las posiciones del enemigo; y por nuestra parte conservá­bamos las mismas del día anterior, para rechazar un ata­que que creíamos intentara el enemigo. Pero, siendo ya la hora un poco avanzada, resolvimos irlo a atacar en las mismas casas del Porvenir, donde lo suponíamos parape­tado y artillado. Mas, disipada la neblina, vimos que el enemigo se había retirado en gran número, a juzgar por la polvareda que levantaban, llevándonos una distancia que no bajaría de cuatro leguas, en dirección, al parecer, hacia el camino de Tarapacá.

Pocos momentos después, un propio venido de esas casas, avisaba que allí quedaban algunas personas heridas, entre ellos el general boliviano don Carlos Villegas, jefe de una división, el coronel peruano don Rafael Ramírez de Avellano, y algunos otros jefes y oficiales, todos los cuales fueron inmediatamente atendidos.

Habiendo desaparecido por completo el enemigo, y cesa­do todo peligro, cada cuerpo se retiró como a las 11 A. M. a su campamento.

Solo una reducida división de nuestro ejército ha soste­nido lo más recio del combate por haberlo contraído a un solo punto el enemigo; así es que toda la división de infantería de la derecha y gran parte de la del centro, no tuvieron oportunidades de medir sus fuerzas, a pesar de que los fuegos enemigos alcanzaban hasta ellos. La división que acampaba en el Hospicio, tampoco tomó parte, pues solo llegó al campo de batalla a las 8 P. M., no obstante que emprendió una forzada marcha, y que se reanimó cuando tuvo noticia de que sus compañeros de armas se batían.

Ha cabido la principal participación en este combate a la artillería, que en este caso ha mantenido con dignidad el alto puesto que tenía ya conquistado entre nosotros, en lo cual corresponde honrosa parte a su inteligente comandante, el teniente coronel don José Velásquez y sus competentes oficiales y soldados. Entre ellos, merece una especial recomendación al Supremo Gobierno, el mayor don José de la C. Salvo, que con su artillería hizo graves daños al enemigo y pudo al mismo tiempo salvar sus piezas seriamente amenazadas, gracias a su valeroso esfuerzo y a sus acertadas disposiciones que hizo cumplir con toda oportu­nidad. Igual recomendación merecen los jefes de las otras baterías, el mayor Montoya, y los capitanes Frías, Wood y Villareal, cuyo bizarro comportamiento se ha atraído el aplauso y aceptación de sus compañeros de armas.

Sin embargo, este regimiento lamenta la sensible pérdida del estimable teniente Argomedo, que servía de ayudante al mayor Salvo, y la falta de sus dignos capitanes Urízar y Carvallo, que fueron gravemente heridos en el combate, y por cuyo pronto restablecimiento hago fervientes votos. Ellos han caído cumpliendo noblemente sus deberes, de un modo que enaltece más aun sus sólidas cualidades, de las cuales han dado relevantes pruebas en las diferentes comisiones que se les ha confiado, y en las cuales se han granjeado el aprecio y confianza de sus jefes.

Los otros cuerpos a quienes cupo la suerte de contribuir a las glorias que este hecho ha dado a la patria, han riva­lizado bravura, y denuedo, y todos los demás anhelaban con ansia les llegara el momento de manifestar a la nación que no les ha confiado en vano la guarda de su honor.

No me es dado hacer recomendaciones especiales,  por que todos ellos son igualmente dignos y acreedores por su valor y resolución en presencia del enemigo.

Prestaron su cooperación en este hecho de armas, algunos militares que no forman en las filas de cuer­pos determinados: entre ellos figuran algunos ayudantes de campo del que     suscribe, y principalmente el teniente coronel don Justiniano Zubiría, el capitán don Ramón Dardignac, y los ayudantes del señor jefe de Estado Mayor, que se desempeñaron con inteligencia y calma en las diversas comisiones que se les confiaron.

El cuerpo de ingenieros militares ha prestado muy útiles servicios en el reconocimiento que el comandante don Arístides Martínez hizo del campo antes de la acción, en diversos trabajos que se le han encomendado y en el le­vantamiento de un plano que en breve tendré el honor de remitir a V. S.

Es un deber de mi parte hacer especial mención del secretario general, señor Vergara, que con sus acertados conocimientos influyó poderosamente en la disposición de las medidas que se tomaron para batir con éxito al ene­migo, y que durante el combate ayudó personalmente a su ejecución.

Nos es, sin embargo muy doloroso lamentar algunas bajas sumamente sensibles para el ejército. Al glorioso nombre del capitán Vallejos, del teniente Argomedo, de los subtenientes Blanco y Wilson, y del voluntario Ugalde, que he recordado ya, debe agregarse el del capitán del batallón Valparaíso, don Álvaro Gavino Serey.

Fueron a más heridos los siguientes jefe y oficiales:

El teniente coronel, 2º comandante del regimiento 4º de línea, don Rafael Soto Aguilar, y el teniente don Juan Reyte del mismo cuerpo.

El teniente Cruz, Daniel Ramírez y el subteniente don Anastasio Abinagoites, del batallón Atacama.

El de los capitanes Delfín Carvallo y Pablo Urízar, los subtenientes Juan García V. y Guillermo 2º Nieto; y el teniente agregado Jorge Rosller B., del regimiento de Ar­tillería.

El subteniente Enrique Germain, del batallón de Na­vales.

En el batallón Coquimbo, el capitán Risopatrón y un subteniente cuyo nombre no me es dado designar en este momento.

De la tropa hemos perdido:

En el regimiento Buin, dos muertos y seis heridos.

En el regimiento 3º, tres muertos y 24 heridos.

En el regimiento 4º, cuatro muertos y 19 heridos.

En el regimiento de Artillería, 7 muertos y 25 heridos

En el batallón de Navales, un muerto y 12 heridos.

En el Valparaíso, cuatro heridos.

En el Atacama, 32 muertos y 55 heridos.

En el Coquimbo, 6 muertos y 17 heridos.

En el Bulnes, un herido.

En el Cuerpo de Pontoneros, un herido.

 

Las bajas y pérdidas del enemigo han sido incalculables: en un principio ni aun aproximativamente pudo apreciar­se su número, y cada día que pasa venía a aumentarse su número en el de los muertos y heridos que estaban ocul­tos en los calichales de estas pampas, y que han sido recogidos. Al presente puede estimarse en 500 el número de sus muertos, ya sea durante la acción, o poco después, y a cierta distancia del campo, a consecuencia de sus heridas.

El día de la acción recogimos 10 oficiales heridos y 78 individuos de tropa, habiéndoles hecho 87 prisioneros, entre ellos dos oficiales.

Este número ha aumentado con los heridos que había en una ambulancia peruana establecida en Huáscar, a ocho millas de este campamento, y con los recogidos por partidas de caballería o de otros cuerpos que han sali­do a los alrededores con este objeto, o para hacer el ser­vicio de avanzadas.

Hemos tomado al enemigo su tren completo de artille­ría, compuesto de 12 piezas de montaña con sus pertrechos, albardones y demás enseres, un crecido número de muni­ciones, armamento de infantería, muchas mulas, víveres, vestuarios y otras especies abandonadas en el campo, y que siguen aumentándose con los entierros que se encuen­tran.

Después de este importante hecho de armas, la esfera de acción de nuestro ejército quedaba claramente deslin­dada; pero dos días después la rendición de la plaza de Iquique ha venido a completar la fructífera obra del ejér­cito que sólidamente afianza nuestra ocupación en la pro­vincia de Tarapacá, fuente principal de la riqueza del Perú.

La conducta de los señores jefes, oficiales y tropa nada han dejado que desear; y los cuerpos cívicos movilizados en esta campaña han dado una alta prueba de la compe­tencia de sus jefes y del patriotismo de cada uno de sus miembros, que con tanta abnegación se han prestado al servicio del país.

Dios guarde a V. S.

ERASMO ESCALA

Al señor Ministro de Guerra y Marina.

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PARTE DEL COMANDANTE JOSÉ ECHEVERRÍA.



 

NÚM. 77.—BATALLON BULNES.

Campamento de San Francisco, Noviembre 25 de 1879

Paso a dar cuenta a V. S. de las órdenes y operaciones efec­tuadas por el batallón de mi mando desde que salimos del campamento de Hospicio, el día 18 del corriente a las cuatro de la tarde. Se nos dio por baqueano a Juan Bautista Romo, quien nos perdió en el camino, teniendo que acampar a las 3 A. M., emprendiendo, al toque de diana, de nuevo nuestra marcha. Al avistar Jazpampa, mandé al teniente Chacón se adelantara y avisara nuestra llegada, como también la falta absoluta que traía la tropa de agua y el cansancio de ella; el teniente trae por contestación avance lo más de prisa posible por tener al enemigo a la vista; me adelanté a dicho punto y encontró un parte del señor coronel don Emilio Sotomayor, di­ciéndome “avisara al señor General en Jefe que el enemigo es­taba a la vista”; no lo hice hasta que no reconocí personalmen­te, con dos cazadores que se encontraban ahí, y resultó ser falso, por lo que le contesté al señor coronel que tal enemigo no existía.

Permanecimos en Jazpampa hasta las 3.30 P. M. hora en que recibí orden del Jefe de infantería, señor coronel don Luis Arteaga, para marchar en el tren a este punto; no pude traer consigo más que tres compañías por no caber la cuarta, la que se vino a pié, a las órdenes de su capitán don Manuel Álvarez, quien hizo su marcha a las órdenes del señor comandante del Chacabuco. Llegando, recibí orden de formar en batalla en la misma estación, acto continuo recibí la del señor General en Jefe de marchar al frente del enemigo; al lle­gar al molino recibí, del señor Jefe de Estado Mayor, señor coronel Sotomayor, la de dispersar una compañía en guerrilla; mandé la primera al mando del Sargento Mayor graduado don Ramón Corei y del teniente graduado don Gumersindo Riveras, y marchar el resto del batallón a sesenta metros de la vanguar­dia. Pasando el molino citado, principiaron los fuegos del ene­migo, de cañón y rifle; no se les contestó hasta reconocer a qué lado se dirigían; viendo que era a el ala izquierda de la guer­rilla, ordené entonces hicieran fuegos oblicuos a la izquierda, por ser el punto que más nos atacaba; se recibió orden del señor Jefe de Estado Mayor de suspender los fuegos, de retirar­nos en seguida, dejándonos de avanzada en el punto llamado San Francisco; una vez ahí, mandé a la primera compañía, dispersa en guerrilla, de avanzada, la que se fue relevando por las otras, de cuatro en cuatro lloras. A las 3 A. M:, el capitán de la tercera, don José Calixto Martínez, que se en­contraba de avanzada, remitió a tres artilleros enemigos que sor­prendió el sargento Lorenzo Ahumada, e interrogados que fue­ron, se remitieron al señor General en Jefe, y se llaman Silverio Surca, Manuel Choro y Valerio Nica. A las 6.30 A. M., el mis­mo capitán remitió al capitán don Daniel Montes, del batallón Zepita, teniente don Manuel Santillana, del batallón Ayacu­cho, cinco individuos de tropa, remitiéndose lo mismo que los anteriores a disposición del señor General en Jefe. A las 10.30 A. M., recibí orden del señor comandante don Ricardo Castro del 3° de línea, que por orden del señor General en Jefe marchara a hacer un reconocimiento prolijo de toda la posesión que había tenido el enemigo; marché con mi batallón, y al lle­gar al punto donde se encontraba la cuarta compañía de avan­zada, la mandé a la vanguardia por el lado derecho,-yendo co­mo ochenta metros adelante de las demás la segunda compañía al centro, la primera a la izquierda, y la tercera dividida en tres grupos, en protección de las tres compañías. El reconocimiento duró cuatro horas y media; reuní las compañías y resultó en­contrar lo siguiente: 10 prisioneros, 85 cajones balas de rifle, 7 balas de cañón, 20 fusiles y 2 botiquines completos sin uso, Al retirarme recibí orden del ayudante del Estado Mayor, don Guillermo Lira, que por orden del señor General en Jefe le en­tregara todos los objetos para conducirlos en el ferrocarril; así lo efectué y mandé al ayudante de mi cuerpo a darle cuenta al señor General en Jefe.

Al baqueano lo dejé con centinela de vista en Jazpampa. Es cuanto tengo que dar cuenta a V. S.

Dios guarde a V. S.

JOSÉ ECHEVERRIA.

Al Señor Jefe de Estado Mayor.

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PARTES OFICIALES ALIADOS

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PARTE DEL CORONEL REMIGIO MORALES BERMÚDEZ

COMANDANCIA DEL BATALLÓN LIMA NÚM. 8.

Aguada de Ramírez, Noviembre 20 de 1879.

Señor teniente coronel:

Tengo el honor de poner en conocimiento de Ud. los hechos realizados en el combate que tuvo lugar ayer con­tra las fuerzas chilenas que guarnecían el cerro denomina­do San Francisco, y en el cual le tocó combatir al cuerpo que está a mis órdenes.

A las 2:15 P. M. recibí orden verbal del señor comandante general de la división para marchar en dispo­sición de combate y colocarme al costado derecho de la oficina Saca si Puedes, orden que cumplí inmediatamente formando en columna cerrada a retaguardia del batallón Puno núm. 6; media hora después avanzamos en colum­na conducidos por el mismo señor comandante general en el orden siguiente: la 1ª y 2ª compañías al mando del teniente coronel don Mariano Perea, la 3ª y 4ª al del teniente graduado don Juan C. Vizcarra, la 5ª y 6ª con el sargento mayor don Feliciano Salguero, y la 7ª compañía, formada por las altas recibidas del batallón Puquina, al mando del ayudante mayor, capitán don Manuel Asanza; marchando en esta disposición hasta que, colocados a menos de tiro de fusil del citado cerro, se mandó desple­gar en batalla y se me dio la orden de atacar, continuando de frente hasta coronar la cima, tomando el costado izquier­do de la loma que conduce al morro.

El enemigo rompió sus fuegos de artillería y el batallón, conforme a las instrucciones recibidas, continuó su marcha en batalla hasta que, pasando la falda del cerro principió su ascensión, desfilando las compañías por el flanco y recibiendo el fuego enemigo sin contestarlo, con el arma a discreción, hasta más de dos tercios de distancia que nos separaba de la fortaleza enemiga; a esa altura se rompió el fuego, ganando siempre terreno con rapidez hasta colocarnos al nivel de la columna ligera de vanguardia, compuesta de una compañía del batallón Zepita y otra del Illimani; con esta fuerza y en unión del batallón Puno se logró en pocos momentos desalojarlos de sus parapetos y que abandonasen los dos cañones que nos ofendían por ese costado, y que no obstante de haberse intentado por algunos soldados hacerlos virar para nuestra defensa, fue imposible ejecutarlo por hallarse firmemente asegurados en tierra.

En este momento se acercó a mí el señor coronel Jefe de Estado Mayor General y le hice presente lo urgente que era reemplazar con tropas de refresco a las que combatían en ese instante; entonces me ordenó fuese en persona a comunicar la orden de que avanzase la segunda división; pero habiéndole contestado que no era posible desampara mi batallón en esas circunstancias, resolvió ir en persona a impartir sus órdenes.

Mientras esto sucedía, fuerzas superiores del enemigo lograban rechazar a las nuestras y recobrar nuevamente sus posiciones; pero repelidos inmediatamente, se vieron precisados a desocuparlas.

Tres veces consecutivas trató el enemigo de disputarnos el terreno, y otras tantas fue rechazado, hasta que, agotadas las municiones, cansada la tropa por lo rudo del combate que sostenía, diezmada por el nutrido fuego, en esperanza de recibir refuerzo alguno del resto del ejército que permanecía de mero espectador del combate, y, finalmente, sufriendo el fuego incesante que nos hacia el ejército boliviano, causándonos mayor número de bajas que las que  hacía el ejército enemigo, infundió, como era lógico esperarse, el desaliento y desorden en nuestras filas, que se veían asesinadas a mansalva por los fuegos de amigos y enemigos, Esto era una torpe dirección o un error, pero un error fatal y que debía traer por consecuencia natural un descalabro.

Fraccionado el batallón en distintas direcciones recibí orden de reconcentrarlo al lugar que antes ocupaba en el campamento. Pocos instantes después, cuando el enemigo creyéndonos en desorden, se animó a descender de sus pa­rapetos, recibí la de replegarme, con la fuerza al flanco derecho de la línea, lo que en el acto verifiqué, permane­ciendo en ese lugar hasta las 10 P. M., hora en que el señor coronel Comandante General me ordenó siguiera la retirada que emprendía en ese momento el ejército peruano.

Adjunto una relación de los muertos, heridos y dispersos que ha tenido el batallón durante la acción. Réstame solo manifestar a Ud. el buen comportamiento observado durante el combate por los señores jefes, oficiales e individuos de tropa que se hallan a mis órdenes, sin hacer distinción alguna individual, porque todos a porfía han rivalizado en el cumplimiento de sus deberes, con una abnegación que solo la naturaleza de los hechos que dejo expuestos podía hacer estéril. Y es más sensible aun el dolor que experimento, desde que siendo formado el batallón por los alumnos de la escuela de clases, jóvenes de 12 a 18 años de edad casi en su mayor parte, se han exhibido ante dos ejércitos, dando nuestras de valor y audacia a toda prueba, sacrificando su vida con toda la fe que el patrio­tismo inspira para recibir, en lugar de una victoria, la más amarga decepción.

Sírvase Ud. poner el presente parte en conocimiento del señor coronel Comandante General de la división para que se sirva darle el giro que estime conveniente.

Dios guarde a Ud.

REMIGIO MORALES BERMÚDEZ

Al señor teniente coronel Jefe de Estado Mayor de la división Vanguardia.

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PARTE DEL CORONEL BELISARIO SUÁREZ

ESTADO MAYOR GENERAL DEL EJÉRCITO DEL SUR.

Tarapacá, Noviembre 23 de 1879

B. S. J.

Más que el parte de la acción de armas que tuvo lugar en el cantón de Santa Catalina el día 19 del presente, tengo que dar a V. S. cuenta de la situación de las fuerzas y las diversas causas que la han creado, no obstante los esfuerzos de este E. M. G. para evitarla.

Como lo que hoy acontece, tiene en los primeros días de la campaña y en la manera como se la ha dispuesto, una generación que debe buscarse para encontrar sentido a los sucesos últimos; como este parte tiene que servir de base al juicio del ejército del Sur ante el país y ante la historia, he creído de mi deber y se ha de servir V. S. permitirme abandonar, hasta cierto punto, la fórmula de esta clase de documentos y dar a éste un carácter tan excepcional, como lo son los hechos que deben prestarle materia.

La función de armas del 19, presentada aisladamente, sería algo de imposible de explicación, que envolvería en una atmósfera de dudas y sospechas el crédito de la nación y su ejército; pero ese mismo suceso, colocado en su propio lugar, iluminado con el auxilio del cuadro entero de la situación a que ha servido de desgraciado pero natural e inevitable término, deja en su sitio que, venturosamente para el Perú, no es de los menos honrosos, el patriotismo, el valor y la honra de nuestros soldados, cruzados en su mar­cha de triunfo y extraviados en uno de los movimientos estratégicos más valientes y justos que puede ofrecer la me­moria de las combinaciones militares.

La toma de Pisagua el 21 de Noviembre, cambió fundamental y violentamente la manera de ser del ejército que defendía Iquique; le trazó aritmética e improrrogablemente los días para perecer de hambre, para deber la subsistencia a la victoria o para abrirse, al menos, paso en busca de una comunicación indispensable y por todas partes cerrada, con S. E. el director de la guerra y el  resto  del  país  de  que  muy  pronto iba  a  quedar  aislado. Sin embargo de ser indudablemente esa única la línea de conducta, ni V. S. ni el que suscribe, ni el ejército pensaron adoptarla en nombre de la necesidad; muy al contrario, si se deliberó fue solo para buscar el camino a las filas contrarias o el lugar más conveniente para el sacrificio, que todos aceptaban con alegre resolución. Recuperar Pisagua, en cuyo suelo se profanaba el de la patria, o conservar Iquique ya por solo su título de cuartel general, era lo que debía decidirse; tanto V. S. como el que suscribe hicieron diferentes consultas a S. E. el capitán general de Bolivia y a su jefe de vanguardia, sin obtener contestación, sin ver llegar de esas filas, ni el aviso ni la combinación, ni el plan que se esperaba. La marcha estaba mandada, y se  emprendió sin recurso alguno, porque aun cuando el Gobierno tiene celebrado con los señores Puch, Gómez y Cª. un contrato de provisión de carne, en el cual se ha pasado sobre lo excesivo del precio en cambio de la seguridad del suministro, se ha visto del todo burlada esa previsión en el momento en que debió lograrse el fruto de ese sacrificio aceptado solo a tal precio; y la provisión que fue regular mientras la residencia en los pueblos la hizo innecesaria, se suspendió en los días mismos en que debimos confiar en esa seguridad que creíamos deber  a la no pequeña retribución del fisco. Salió el ejército, como a V. S. le consta, casi desnudo, muy próximo a quedar descalzo, desabrigado y hambriento, a luchar, antes que con el enemigo, con la intemperie y el cansancio durante la noche, para evitar en las pampas el sol abrasador, y, en una palabra, con el equipo que al principio de la campaña era ya inaparente para emprenderla, porque ninguno de los pedidos que V. S. y este despacho han reiterado, fue satisfecho en los siete largos meses de estación en Iquique.

Por fin, el 18, sin brigadas, sin elemento alguno de movilidad proporcionada al ejército, porque el señor coronel inspector de campo don Manuel Masías se retiró dejando como única huella de su actividad las cenizas de los almacenes de Agua Santa, emprendimos sobre el enemigo, después de probar en un ligero choque con la primera avanzada chilena que se nos presentó, la entusiasta decisión de los soldados. Al amanecer del día 19 avistamos los parapetos de San Francisco, artillados y defendidos por lo mejor, sin duda, de las tropas contrarias, que habían hecho de        ellos el centro de sus operaciones sobre las oficinas y la línea, férrea. Consultando con V. S. las condiciones de nuestra fuerza, convinimos en estudiar la intención y posición de los enemigos, avanzando algunas divisiones y estableciendo la línea hasta dejar dentro de ella el agua, lo que conseguimos a poca costa, posesionándonos convenientemente y en situación de tomar con seguridad y calina las medidas más apropiadas, a medida que se desarrollaran los acontecimientos. Este movimiento, ejecutado con una precisión y un orden admirables, puso de nuestra parte todas las ventajas porque habíamos logrado elegir nuestro campamento y la libertad de acción que permite adoptar y seguir un plan.

En ese estado, ordenó V. S. que se le enviaran una divi­sión de infantería, un regimiento de caballería y seis piezas de artillería para unirla a la división de exploración y a la primera brigada de la primera división del ejército aliado, y que el que suscribe, con el cuerpo de ejército que quedaba a sus órdenes, atacara la posición por el flanco izquierdo, mientras lo      verificaba V. S. por la derecha. Posteriormente y a instancias mías, se resolvió emplear lo que quedaba de la tarde en dar a la tropa el alimento debido y descanso necesario para emprender un ataque con todas las probabilidades de éxito, y el que suscribe comunicó esta determinación a los jefes superiores, y habló a la tropa que estaba a sus inme­diatas órdenes, que lo recibió alborozada y entusiasta.

La jornada había concluido por ese día y me retiraba a dirigir y presenciar el reparto de las raciones, cuando los primeros tiros del cañón enemigo y un vivísimo fuego de fusilería, me obligaron a regresar a las posiciones avanzadas, en las cuales, sin orden alguna, se había comprometido un verdadero combate. Las columnas ligeras de vanguardia, organizadas en días anteriores, escalaron el cerro fortificado y no tardaron en seguirlas los cuerpos de la división vanguardia; el batallón Ayacucho, de la de Exploración y algunas otras fuerzas de la división primera. Ese ataque, visto solo como un esfuerzo del valor, como un fruto de la resolución más decidida y heroica, honra el valor e ilustra las armas nacionales. Tres veces ganaron nuestros valientes la altura y desalojaron a los artilleros apoderándose de las piezas bajo el fuego de los Krupp, de las ametralladoras y de una infantería muy superior, defendida por zanjas y parapetos; pero las fuerzas del ejército aliado en completa dispersión, sin orden, sin que nada autorizara ese procedimiento, rompieron un fuego mortífero para nuestros soldados e inútil contra el enemigo.

El campo se cubrió de esos soldados fuera de filas que disparaban desde largas distancias, avanzaban a capricho o escogían un lugar para continuar quemando sus municiones sin dirección ni objeto; en cada sinuosidad del terreno, tras de cada montón de caliche y aun entre cada agujero abierto por el trabajo, había un grupo que dirigía sus fuegos sin concierto, sin fruto, y produciendo un ruido que aturdía y una confusión que no tardó en envolverlo todo. V. S. como yo, como todo el personal de nuestras inmediatas dependencias tuvo que contraerse a contener ese desborde, y aun cuando yo intenté dirigir la altura, el ataque en que estábamos empeñados, ya que sin plan, con ejemplar denuedo, enseñaba al enemigo a respetar nuestra bandera, que se enseñoreaba sus parapetos; pero tuve que abandonar también ese empeño a ruego de los soldados heridos por la espalda mientras combatía denodadamente.

Mientras tanto, sordos a la corneta, indóciles al ruego, a la amenaza, a la exhortación y a todo, los soldados bolivianos sin jefes, continuaban su obra con la precipitación y frenesí propio de quien no tiene otro objeto que hacer incontenible el desorden.

La conducta de las divisiones bolivianas, que hicieron irreparable la primera imprudencia, que nos improvisaron un campo de batalla inesperado y más digno de atención que el del enemigo, plan inicuo preparado desde la introducción de nuestras tropas de ciertos hombres que han necesitado inflamar a su país para hacer surgir sus aspiraciones personales, en medio de la ofuscación que debe producir en los espíritus un desastre lejano y cuyo colorido dependerá de la intención con que se lo presenten sus mismos autores. Ambiciones que han llegado al paroxismo y que nada respetan, se dieron cita en el mismo campo de batalla para exhibir ante su patria, como obra de la mala dirección del ilustre Presidente de la  República aliada, lo que no ha ido sino su propia obra: el valor, el patriotismo mismo de esos soldados les han servido de elementos de seducción y, contando con ellos, es que se ha preparado y consumado el descrédito de la propia patria, y una infidencia sin nombre a la alianza que, con tan noble y abnegado celo, representa y consolida con sus virtudes cívicas el capitán general de ese ejército que hemos visto tan fuera de su centro e impulsado a la fuga en nombre de los intereses del país que tan alevosamente se han falsificado.

Es triste consignar tan deplorable extravío; pero debe constar que no hemos emprendido una retirada ante las fuerzas chilenas, incapaces de abandonar sus parapetos y reducidas a la actitud más estrictamente defensiva, sino que vimos surgir la desmoralización en nuestra filas y he­mos sido victimas del golpe acertado por la perfidia contra dos naciones y contra un principio de trascendencia continental, a favor de la confianza de nuestros campamentos.

Nuestra artillería que desde el principio se distinguió por su acierto, contuvo la tentativa de ataque de los chilenos en los últimos momentos. Cerró, al fin, la noche y el ejército peruano, moral, unido y dispuesto con igual ardor a los combates, se encontró con el incalificable  abandono de la división de caballería que se retiró en masa del campo de batalla, sin tomar parte en la acción, sin que hasta ahora se conozca el lugar a donde se ha dirigido, ni los motivos de esa fuga que mutiló un ejército y favoreció la dispersión del otro, dando un funesto ejemplo a todos y manchando el lustre de nuestras armas, que habían brillado imponentes sobre las fortificaciones enemigas.

La postración propia de tan penosa jornada después de tres días de sed, de vigilia, hambre, y más que ella la perspectiva de la falta absoluta de recursos, porque hasta el agua exigiría encarnizados y estériles combates, nos obligaron a coordinar un cambio de posición, donde sin esos inconvenientes se preparara el verdadero combate, conforme al plan que cruzaron la deslealtad y la impaciencia. Se acordó pues dirigir la marcha a Tiliviche, satisfacer allí las necesidades de la tropa que todo aseguraba; pero el guía general del ejército, José Cavero, perdió su bestia, muerta en el combate, y aquellos a quienes tuvimos que confiarnos y la densa niebla, nos extraviaron haciéndonos girar en un círculo vicioso que nos condujo seis veces al frente del campamento enemigo, sin ninguna hostilidad de parte de él; teniendo por último que llegar a esta capital, después de dos penosísimas marchas. Fue en la primera jornada donde tuvo lugar la pérdida de la artillería, y el comandante general del arma la explica en estos términos: “Creyéndose abandonados los artilleros y expuestos a caer de un momento a otro en manos del enemigo, que podría llegar por la línea férrea, muy inmediatos de la cual estábamos, resolvieron inutilizar el  material, clavando las piezas, destrozando las ruedas y cajas de munición y retirando, en fin, las mulas que pudieron quedar en pié después de dejar su carga: de todo esto solo tuve conocimiento horas después, en que reuniéndose a mí el comandante de la brigada, mayor Puente, me informé de lo ocurrido”.

En acápites anteriores decía el mismo comandante general previendo lo que sucedía más tarde. “En ese estado de indecisiones resolví volver al campo donde dispuse lo necesario para dormir allí, y creyendo algún asalto nocturno, ordené al mayor, comandante de la brigada, hiciera alistar punzones y arponados para que, en caso inevitable, clavaran las piezas y continuara la defensa con los mosquetones, parapetados en el carrizal más inmediato a retaguardia”.

La desaparición total del ejército boliviano y la existencia del nuestro, sin más que las pérdidas del combate, horroroso testimonio de nuestro valor, y las muy pocas producidas por la fatiga, garantizan la moralidad y abnegación probada de nuestras tropas en el peligro.

Los partes divisionarios que completan éste, darán a V. S. más detallado conocimiento de las operaciones de cada cuerpo, y las relaciones que les sirven de anexos perpetúan la conducta de los que faltaron a su deber, abandonando las filas y reclaman el castigo que merece esta traición, primero a la patria, después al ejército de que forman parte.

Sírvase V. S. dar a este oficio el giro por mi parte solo debo agregar que con excepción de los anotados en la lista de faltas, los señores jefes y oficiales de este E. M. G. del ejército, y la tropa del Perú, han cumplido patrióticamente su deber, mereciendo especial men­ción el jefe de la sección de estadística don Eulogio Seguin, que sin pertenecer al ejército me ha servido de ayudante, recorriendo la línea con notable valor, contribuyendo a los esfuerzos comunes para reorganizar la fuerza aliada que se desbordaba. V. S. ha podido apreciar por sí mismo la conducta de las divisiones, pero no puedo menos de hacer especial mención de la 2ª y 3ª de ejército, que nom­bradas de reserva, mantuvieron ese puesto con ejemplar serenidad y disciplina verdaderamente militar en medio del fuego enemigo, sin ceder ni a la exaltación natural que produce el peligro y la efervescencia del combate.

Las relaciones de muertos y heridos, son desde luego incompletas por el desorden de la ocasión y por las causas a que puede atribuirse la desaparición de algunos de los que aun no se incorporan.

Dios guarde a V. S.

BELISARIO SUÁREZ

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RELACIÓN DE MUERTOS Y HERIDOS.

Batallón Lima núm. 8.

Muertos: Subteniente, don Mariano Aranjo Palma y 46 individuos de tropa.

Heridos: Sargento mayor graduado, don José V. Villarán; Teniente, don Pedro J. Delgado; Soldados: Guillermo Reinoso y Rodolfo Gómez.

En la ambulancia: teniente don Eugenio Galindo.

Sargento 1º Valentín Carteló y 2º Ramón Morales Bermúdez.

Soldados: Rafael de la Vega, Juan Ayulo y José M. Paredes.

Batallón núm. 6.

Muertos: capitán graduado, don José Alfaro; id. id. don Manuel Prieto.

Subteniente, don Bernardo Godoy.

Heridos: Coronel graduado, don Rafael R. de Arellano.

Teniente coronel, don Mariano Torre.

Sargento mayor graduado, don José Flores.

Capitán, don Simón Medina; id. graduado, don Domingo Rivero.

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Rectificaciones al parte del coronel Suárez sobre el combate de San Francisco: nota del Secretario General del ejército boliviano al contralmirante Montero.

EJÉRCITO BOLIVIANO.‑ SECRETARÍA GENERAL DEL PRESI­DENTE DE BOLIVIA.

Tacna, Diciembre 6 de 1879

Señor:

Tengo orden del señor Presidente de Bolivia para diri­girme a V. S. llamándole la atención sobre la marcada prevención, adversa a las tropas bolivianas, con que ha sido redactado el parte oficial dirigido por el Jefe de Es­tado Mayor General a su respectivo Jefe, dándole cuenta de la desgraciada acción de armas que tuvo lugar el día 19 en San Francisco. Aun cuando el nombre y la conduc­ta del señor capitán general están cuidadosamente salvados, no obstante él, como jefe de la nación y jefe de su ejército, no puede abstenerse de formular la defensa de éste en los puntos en los que parece evidentemente que no es la verdad lo que ha inspirado el parte referido.

Se asevera en él que el ejército que salió al mando del capitán general de Arica el 11 del pasado, debía estar en Tana el 16, lo que es inexacto, porque el 16 estaban aun en Camarones por haber solicitado expresamente el pro­veedor del ejército, señor Melgar, que descansase allí dos días a fin de aprovisionar convenientemente el resto del camino. Aunque estos hechos no podía saberlo el Jefe de Estado Mayor General del ejército del Sur, es bueno que consten. Debe constar, igualmente, que el 14 y 15 se recibieron comunicaciones del general Buendía, por las que se anunciaba que el 16 estaría sobre el enemigo ocupando a Agua Santa, e indicaba al capitán general que él, por su parte, atacara el punto de Dolores, operación calificada de imposible, porque ni era fácil de efectuar el movimiento sobre ese punto, ni era posible que un ejército de 3.000 hombres fuera a estrellarse sobre el grueso del enemigo fortificado, mientras el ejército del Sur, mas fuerte en nú­mero, ocupaba posiciones relativamente inferiores.

Es también inexacto que el capitán general hubiese dejado de contestar a los oficios del general Buendía. Se han remitido varios extraordinarios con las contestacio­nes, como es notorio al señor Melgar, al coronel Albarra­cín, que se ha encargado de la remisión de algunos de ellos, y como era notorio y público en el campamento del ejército del Sur. Será fácil probar estos hechos siempre que fuese necesario.

Pero lo más grave que hay en el parte que motiva este oficio, es la acusación genérica y sin excepciones hecha a la conducta de todo el ejército boliviano, juzgado severa­mente por el coronel Suárez. No es posible admitir un cargo tan tremendo y tan general; y aunque la verdad no se establecerá sino como resultado definitivo del juicio respectivo, sin embargo, hay hechos notorios que parecen olvidados en el parte tantas veces citado.

Los jefes bolivianos aseveran que la orden de ataque fue expresamente dada por el general Buendía en contra­dicción con su Jefe de Estado Mayor, que mientras éste hacia armar pabellones, aquél ordenaba el asalto. Este hecho gravísimo debe ser investigado con toda prolijidad, porque él, a ser cierto, explicaría la confusión y desorden consiguientes.

En el parte se da a entender que las tropas bolivianas no tomaron parte en el asalto a las posiciones enemigas, lo que no es absolutamente cierto; porque, si es verdad que gran parte del ejército se dispersó sin combatir, tam­bién es cierto que la columna de vanguardia compuesta en su mitad de tropas bolivianas, fue la primera que emprendió el ataque según lo confiesa el mismo parte, y estaba mandada por un jefe boliviano. Asimismo el parte menciona la primera división por su heroico comporta­miento, haciendo caso omiso del batallón Illimani, que hacia parte de esta división, y que parece que fue el pri­mero en coronar la altura y llegar hasta el pié de los cañones enemigos.

Si, pues, la inculpación hecha a las tropas bolivianas puede ser cierta, nunca podría ser general y absoluta, y el hacerla así ratifica cierto espíritu de injustificable pre­vención que se ha creído encontrar desde más antes en el jefe que da el predicho parte.

            En consecuencia, el señor capitán general quiere que se establezca la verdad de los hechos; y me ordena indi­car a V. S. la necesidad que hay de que se pida, al respecto, las explicaciones convenientes, tanto al Jefe de Estado Mayor como al General en Jefe; y que, además, se proceda a la severa averiguación de los hechos en el juicio respectivo en que debe hacerse la investigación de la conducta de los jefes bolivianos, así como la de los peruanos.

Es necesario establecer la armonía a toda costa; pero también es necesario establecer la verdad sobre hechos consumados.

Con tan sensible motivo y haciendo justicia al celo del Estado Mayor del ejército del Sur, me es grato ofrecer a V. S. mis más distinguidas consideraciones.

J. R. GUTIÉRREZ.

A S. S. el Contralmirante Jefe superior político y militar de los departamentos del Sur del Perú, don Lizardo Montero.

***

PARTE DEL CORONEL JUSTO PASTOR DÁVILA

GENERAL DE LA DIVISIÓN DE VANGUARDIA.

Tarapacá, Noviembre 24 de 1879

Señor

Elevo a V. S. originales los partes que pasan los jefes de los batallones, Puno núm. 6 y Lima núm. 8, pertene­cientes a la división de mi mando, sobre el combate habido con las fuerzas  chilenas el día 19 del presente en el cerro de San Francisco. Por ellos se, impondrá V. S. que los cuerpos de mi dependencia cumplieron su obligación con la energía y patriotismo que era de esperarse, y que si los es­fuerzos que se hicieron para batir al enemigo no tuvieron un feliz éxito, es debido, no a la falta de decisión y entereza que desplegaron dichos cuerpos, sino a causas ajenas a su voluntad y que son conocidas por el ejército entero.

Dios guarde a V. S.

JUSTO PASTOR DÁVILA

Al señor coronel Jefe de Estado Mayor General del ejército del Sur.

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PARTE DEL COMANDANTE MANUEL ISAAC CHAMORRO

 

COMANDANCIA DEL BATALLÓN PUNO NÚM. 6.

Señor teniente coronel:

Tengo el honor de poner en su conocimiento, para que llegue al del señor coronel comandante general de la divi­sión, lo ocurrido durante el combate que tuvo lugar el 19 del corriente contra las fuerzas chilenas.

A las 5 A. M. del día indicado llegamos a avistarnos con el enemigo y formó la división en columnas cerradas fren­te al cerro San Francisco, campamento chileno. En este momento se ordenó alistarnos para el ataque, y una vez expeditos, avanzamos en la misma formación unos cien a vanguardia; como a las 6 P. M. ordenó el señor comandante general que el batallón Lima ocupara el flanco izquierdo de nuestra columna, en cuya disposición adelantamos diagonalmente dando frente a las posiciones contrarias, hicimos alto y después de desplegar en batalla ambos cuerpos, se ordenó formáramos en columnas de ata­que ocupando el centro de una batería de artillería. En este estado permanecimos hasta las 12 M. en que se procedió a dar agua a la tropa.

A las 2 P. M., próximamente, recibimos orden de alis­tarnos para atacar, y 30 minutos después emprendimos la marcha sobre el flaneo derecho hasta establecernos a retaguardia de los ripios de la oficina Saca si Puedes. Perma­necimos una media hora y volvimos a marchar por el mismo costado, flanqueando la derecha del enemigo hasta colocar­nos frente a éste en batalla; eran las 3:20 P. M. cuando se hizo el primer disparo de cañón sobre nuestra fuerza, pre­sentándose en este momento una división boliviana por nuestra retaguardia, rompiendo sus fuegos sobre nosotros. Se logró hacerlos cesar, habiéndose presentado el tenien­te coronel Cornejo a comunicar la orden de que se atacara protegiendo dos guerrillas que faldeaban el cerro, marcha­mos siempre por el flanco derecho, llevando la 1ª com­pañía en línea hasta establecernos a vanguardia de un pozo de agua; hicimos alto y la 1ª compañía ocupo su puesto en batalla, permaneciendo en su lugar descanso.

Trascurridos 15 minutos recibimos orden de atacar y tomar las posiciones enemigas por ese flanco, lo que ejecutamos en batalla y con armas a discreción hasta la media falda del cerro, lugar en el cual rompieron los fuegos.

El ataque fue tan impetuoso como lo requerían las cir­cunstancias, y merced a esto logramos avanzar hasta apagar los fuegos del enemigo por esa parte y rechazarlo hasta su segundo atrincheramiento, siendo la ascensión muy dificultosa por la elevación del cerro, su terreno arcilloso y la hora inconveniente por el excesivo calor y polvo; mas como ellos tuvieran en la planicie 6.000 hombres poco más o menos, renovaron su defensa, ocasionándonos gran número de bajas.

El fuego enemigo por una parte, el del ejército boliviano por retaguardia y el de guerrillas de la primera división del Perú, que convergían sobre el sitio que ocupábamos, dio lugar a nuevas bajas y al rechazo que desgraciadamente lamentamos.

Además nos encontrábamos faltos de municiones y sin protección de fuerzas; no obstante, habíamos logrado tomar una pieza de artillería y parte del rancho preparado para ellos, no habiendo podido sacar el cañón porque se hallaba asegurado con cadenas; sin embargo de lo ocurrido, el resto de la fuerza, en número de 80 hombres próximamente, se reconcentró a nuestras antiguas posiciones y nos preparamos para un nuevo ataque.

Antes de terminar, me es altamente satisfactorio reco­mendar el heroico comportamiento de los señores jefes, ofi­ciales y tropa del batallón.

Por relación separada menciono a los señores jefes y oficiales muertos y heridos en el combate, no pudiendo ha­cer lo mismo con los individuos de tropa por carecer de datos fidedignos; pero estimo en 150 las bajas.

Dios guarde a V. S.

MANUEL ISAAC CHAMORRO.

Al señor teniente coronel Jefe de Estado Mayor de la División de Vanguardia.

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PARTE OFICIAL DE PLÁCIDO GARRIDO

JEFATURA DE LA 2ª AMBULANCIA DEL PERÚ.

JUNTA CENTRAL DE AMBULANCIAS CIVILES DE LA CRUZ ROJA EN EL PERÚ - SEGUNDA AMBULANCIA DE LA CRUZ ROJA.

Arica, diciembre 3 de 1879.

Señor Presidente:

En cumplimiento de las disposiciones reglamentarias, salí, como primer ayudante, a cargo de la sección volante, compuesta de once sanitarios y del cuerpo médico con tres practicantes y el farmacéutico.

Llegados el 19 a San Francisco, lugar del combate, nos situamos, antes de que principiaran los fuegos, en una oficina próxima al cerro ocupado por los enemigos, donde atendimos a los heridos trasladándolos después a nuestro campamento, distante del combate cerca de tres millas; ocupados en esta tarea hasta la una de la mañana, cuarenta y seis pudieron ser trasladados hasta esta hora dejando los demás en la oficina referida, de donde cuando regresamos por la mañana, habían sido tomados por el enemigo.

Incluyo las notas cambiadas con el señor General Escala a consecuencia de que un grupo de la sección volante recibió siete balazos y otros dos. También va adjunta la que me contestó con motivo de la reclamación que hice en favor de la neutralidad de los heridos. No obstante la dificultad originada del mismo tratado de Ginebra, de no anteceder el consentimiento de los beligerantes para su entrega, hice presente que ese consentimiento se debía afirmar faltando sólo su expresión, que salvada su falta, sería correspondida con perfecta reciprocidad.

En esta idea me auxiliaron el señor Hidalgo y especialmente el señor Puelma Tupper, cirujanos del ejército enemigo. Así se ha conseguido que se nos entregue junto con los ya indicados un total de setenta y tres heridos que embarcados a bordo del transporte chileno Lamar, en Pisagua, han desembarcado ayer en este puerto con sólo la baja de seis muertos.

En los momentos del combate se nos agregó el señor D. Salazar, quien ha prestado y presta importantes servicios como cirujano.

Marchamos al combate con dos botiquines, dos mochilas, cinco camillas, cuarenta colchones y otras tantas frazadas, dos cajones de vendas e hilas. Todo este material está en nuestro poder.

Como se nos dieran diarios sólo para cinco días, y esta Ambulancia no recibe recursos desde el 9 del pasado, hice un préstamo de 40 soles, para atender a las estrecheces de la sección volante. El capitán Doctor Olivera quedó con todo el material, que nunca se podrá movilizar ni servir para los fines de la institución, sin que cuente con medios propios para su traslación.

V.S. debe determinar del personal de esta Ambulancia, que consta de los que quedaron en Iquique, como de los que vinieron de Lima.

Sé que el material, abandonado como había quedado, según informe del Doctor Aguilar, ha sido robado, no sé si en todo o en parte. Para salvarlo le hablé anticipadamente al señor Escala, como el cirujano en jefe señor Hidalgo. Pronto les devolveremos las camillas y frazadas que nos prestaron.

En la oficina Huáscar, nos dio el alimento el señor don Ernesto W. así como nos dio su oficina para hospital. Debe V.S. recibir una letra que se giró por el precio de los alimentos.

En virtud de uno de los artículos del Reglamento, voy desempeñando las veces del capitán, quien debe venir pronto a ocupar su puesto.

Es mi deber poner en conocimiento de V.S. que esta sección volante, ha cumplido su misión abnegadamente. Sus sufrimientos y privaciones forman una página secreta aparte, replegada en lo íntimo del corazón de cada uno.

Daré más detalles y cuenta de estos asuntos en comunicación posterior.

Dios guarde a Ud.

PLÁCIDO GARRIDO MENDIVIL.

Al señor Presidente de la Junta Central de Ambulancias.

***

ANEXOS.

AMBULANCIA DE LA CRUZ ROJA DEL PERÚ EN CAMPAÑA - JEFE DE LA SECCIÓN VOLANTE.

Oficinas Huáscar, noviembre 20 de 1879.

Señor General:

Tengo el honor de dirigirme a V.S. con el fin de obtener todas las garantías necesarias para el lleno de las obligaciones que nos impone la institución humanitaria a que pertenecemos.

Nuestra misión es aliviar, al abrigo de la caridad cristiana, las dolencias ocasionadas por la guerra. Para ello necesitamos recoger con exención de todo peligro a los heridos, sin distinción de nacionalidad; transportarlos a los hospitales de sangre, sin sufrir obstáculos en nuestra marcha. Todas estas necesidades están sancionadas por los tratados de Ginebra, reconocidos por las naciones beligerantes.

Espero que V.S. en nombre del cristianismo y de la humanidad, que V.S. dicte las providencias necesarias para el libre ejercicio de nuestra misión.

Dios guarde a V.S.

PLÁCIDO GARRIDO MENDIVIL.

Al señor General en Jefe del ejército chileno.

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AMBULANCIA DE LA CRUZ ROJA DEL PERÚ - JEFE DE LA SECCIÓN VOLANTE.

Oficina Huáscar, noviembre 21 de 1879.

Señor General:

Me cabe el honor de contestar a la favorecida de V.S. fecha de ayer. No habría distraído las graves atenciones de V.S., a no haber sido ofendidas por dos veces, dos fracciones de esta ambulancia, después de cesados los fuegos y en lugar ya despejado de soldados. Este hecho no responsabiliza, sino personalmente a los que lo cometieron a{un con el ardor del combate.

Incluyo la razón nominal del personal de la ambulancia, como la de los heridos.

Dios guarde a V.S.

PLÁCIDO GARRIDO MENDIVIL.

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