La Guerra del Pacífico: Los Héroes Olvidados, Los que Nunca Volverán 

 

 

 

 

Un hombre solo muere cuando se le olvida

*Biblioteca Virtual       *La Guerra en Fotos          *Museos       *Reliquias            *CONTACTO                              Por Mauricio Pelayo González

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Cuando a tu paso tropieces con una lápida, aparta la vista para que no leas: AQUÍ YACE UN VETERANO DEL 79. Murió de hambre por la ingratitud de sus compatriotas.

Juan 2º Meyerholz, Veterano del 79

 

 

     Condecoraciones

 

 

 

 

 

RELATO DE RICARDO UGARTE [1]

Señor Redactor del BOLETÍN DE LA GUERRA.

Marzo 27 de 1879.

Señor Redactor:

Con fecha 22 del mes que expira y desde Calama comu­nicaba a Ud. todos los sucesos notables. Comprendo que talvez no haya llegado a sus manos mi aludida comunicación por el combate del día siguiente:—por esto, y a largos rasgos voy a referirle los hechos más culminantes.

El 16 se presentó un parlamento enviado de Caracoles a intimar la rendición de la plaza, deposición y entrega del armamento; o bien declaraba que la tomarían por la fuerza de las armas. El Dr. Cabrera, jefe de las fuerzas, con­testó que no entregaba la plaza ni deponía las armas empuñadas para defender la integridad territorial de Bolivia.

Desde aquel día se redobló el servicio de campaña y se aguardaba por momentos al enemigo para batirlo.

El señor Prefecto, coronel don Severino Zapata, salió de Cobija el 18 para incorporarse, con los valientes de Calama y compartir con ellos las glorias del triunfo o seguir las eventualidades de la caprichosa suerte.

El 19, por aviso oficial de la Sub-prefectura, tuvo cono­cimiento de la intimarían y desde luego apresuró su mar­cha. Llegado a Calama, recorrió todos los puntos que constituían la defensa de aquella población.

El 22 fueron tomados prisioneros dos de nuestros jóvenes que se hallaban de observación en el camino que conduce a Caracoles.

El 23, al rayar la aurora, descendían rápidamente a las márgenes del río Loa los cobardes invasores en número de 1.500 hombres armados de rifles, con once piezas de artillería de montaña, tres ametralladoras y multitud de bombas.

A las siete tenía lugar el primer tiroteo entre, avanza­das, siendo el resultado que los nuestros pusieron en ver­gonzosa fuga a los enemigos, por tres veces, matándoles multitud de tropa.

Una hora después tenía lugar el sangriento combate, en el que un puñado de cien hombres, mal armados de rifles, fusiles y escopetas, peleaban con un heroísmo propio del soldado boliviano.

El enemigo atacó por cinco partes, viéndose pronto obligado a concentrar sus fuerzas en solo tres puntos de­nominados: “Vado de la Huaita”, “vado de Topater”, y puente del mismo nombre.

Aquí, señor redactor, principia, esa serie de episodios sublimes que mi pluma no puede describir con toda be­lleza.

El Prefecto, coronel Zapata, entusiasma a los combatien­tes y les recuerda que se baten por la causa más santa. El Dr. Cabrera les dice: “marchad con paso de vencedores sobre el enemigo, que allí encontrareis vuestra gloria.”

Un corneta, Muñoz, de nacionalidad chileno, pero edu­cado en el ejército boliviano desde su niñez, les dice: “Compañeros: vamos a escarmentar a los cobardes y bandidos.—¡Viva Bolivia!” ‑

El contento que se nota es sorprendente; mas parece que asisten a una función de regocijo, y no a un hecho de armas: todos los semblantes serenos y risueños.

En medio del fragor del combate se ve al valiente sargento mayor Juan Patiño y al teniente Burgos, que salen a la margen opuesta del río, rifle en mano, y hacen retroceder a los enemigos. El esforzado teniente Luna toma prisionero un caballo y desarma, en unión del teniente Gan­darillas y otros compañeros, a los agresores, conduciendo él en persona los rifles del enemigo que sirvieron para ha­cerles morder el polvo.

Los capitanes Días y Zúñiga, el primero espada en mano y el segundo con una corneta, animaban a su tropa, y no pudiendo hacer fuego por no tener armas, arrojaban pie­dras.

El intrépido teniente, coronel Emilio Delgadillo no deja de avanzar ganando terreno.

El entusiasta joven capitán Eugenio M. Patiño se presenta con 20 hombres a caballo y con lanzas.

El Dr. Cabrera, recorrió todos los puntos de ataque y estimulaba con su presencia.

En fin, señor, no puedo comunicar detalladamente todos los hechos culminantes, porque basta decir que todos y cada uno se han batido como verdaderos héroes.

Acá haremos un paréntesis para recordar las palabras del señor Errázuriz, chileno; a la salida de las tropas de Valparaíso, decía. “el soldado boliviano es Valiente, apunta bien y dispara; el chileno, dispara sin apuntar.”

Y nosotros añadirlos: el boliviano es más que valiente, porque él no pregunta cuantos son,  sino donde están.

La brillante jornada del 23, constituye una época en la historia americana: si en la antigua se recuerda con res­peto el paso de las Termopilas, defendido por. 300 espartanos, en la historia Contemporánea se inscribirá con letras de oro la defensa de Calama, por cien bolivianos, contra mil quinientos.

Por fin el último cartucho quemado, emprendimos retirada, abriéndonos paso a través de los fuegos enemigos

¡Aquí diremos como Federico II: “todo se ha perdido, menos el honor”

Quedaban en el campo cuatro muertos de parte nuestra y ciento cincuenta chilenos [2].

Es indudable que si se apoya a los invencibles de Calama con cien rifles, no serían hoy los chilenos quienes se enseñoreen en aquel punto militar. No queremos agregar una palabra al respecto; el tiempo demostrará de quién es la falta.

Continuamos la retirada para el interior, desde donde seguiré impartiendo a usted todo lo que acontezca.

Antes de cerrar esta correspondencia, incito el noble pa­triotismo que lo caracteriza para que, por medio de su ór­gano de publicidad, llame usted a todos los bolivianos a vengar la sangre de nuestros hermanos y borrar el ultraje que Chile nos ha inferido.

Agrupémonos en rededor de nuestra hermosa tricolor, todos de rifle en mano, y en marcha; así se manifiesta el patriotismo; así se reconquistan nuestras indefensas poblaciones ocupadas cobarde y traidoramente por los piratas de Sud-América.

A las armas bolivianos! Guerra, pero guerra a muerte a los invasores; que corra a torrentes la sangre araucana de esos rotos; solo así vengaremos a la patria de la humillación de hoy.

Ricardo Ugarte.

***

Celebración de la toma de Calama. [3]

Antofagasta, Marzo 25 de 1879

Antes de la hora designada para el meeting a que se había invitado, la plaza de Colón estaba invadida por una concurrencia que puede estimarse en dos mil personas.

El señor Andrade [4] propuso para que presidieran el meeting a los señores siguientes:

Presidente—señor Francisco Bascuñán Álvarez. [5]

Secretarios—señores Antonio Toro y Ramón Valenzuela Valdovinos.

La concurrencia aceptó estos nombramientos con aplau­sos prolongados. La banda de música tocó el himno nacional en medio del más vivo entusiasmo del pueblo. Si pudiera describirse las emociones que ocasionan al alma los armoniosos acordes de la canción chilena, necesita­ríamos llenar nuestro periódico con la narración de las pa­trióticas escenas que ayer presenciamos.

El primero en subir a la tribuna, fue don Marcos An­tonio Andrade, quien, en una calorosa y patriótica impro­visación, supo conquistarse merecidos aplausos.

Don Ramón 2° Arancibia fue el segundo que subió a la tribuna, y pronunció el siguiente discurso:

“Ciudadanos: chilenos todos que como yo habéis sufrido hasta hace poco el despotismo brutal de los cholos salvajes que acaban de ser castigados en Calama y que manchaban con inmunda planta este suelo que hoy reclina su cabeza en el regazo sagrado de la madre patria, a vosotros me di­rijo para que juntos nos congratulemos del brillante resultado obtenido por nuestros hermanos en el primer en­cuentro con aquellos sayones que ayer no más arrastraban o hacían arrastrar por estas calles con el palo, el látigo o el revólver, a los hijos del trabajo, a los chilenos que con el sudor de su frente mantenían su lujo y sus vicios.

Ah! señores, la sangre de Wenceslao Sánchez muerto a azotes por Jorge Pol; la sangre de Elíseo Arriagada, ase­sinado cobardemente por ese tigre que se llamaba Valverde; los atroces martirios con que casi despedazaron a Wenceslao López, ciudadano pacífico; los millares de víc­timas inmoladas por el nunca bien maldecido Valdivieso, por Bascones, Echazú, Apodaca y cien otros, toda esa sangre ha sido vengada y seguirá la venganza y las sombras de esos compatriotas se estremecerán de placer en sus tumbas al sentir que sonó la hora  de la justicia.

Honor mil veces al ejército y honor al Gobierno que marcha impertérrito por el camino que se ha trazado. Una palabra más, conciudadanos: El cazador muerto en defensa de muestra patria en Calama, debe tener una ma­dre, un hermano, talvez hijos. Os pido, a nombre de los vuestros, que hagamos una colecta a fin de hacer un obsequio a la familia de ese héroe que cayó como valiente”

El señor Arancibia era interrumpido a cada momento por el entusiasmo loco de la concurrencia, principalmente cuando recordaba la conduela infame de las autoridades bolivianas.

Después de este discurso, la banda tocó la canción de Yungay.

Don Juan de la Cruz Salvo, distinguido oficial de nues­tro supo estar a la altura de su inteligencia, pues su brillante improvisación le ha  conquistado un envidiable puesto entre nuestros tribunos populares.

Sentimos que el extracto que a continuación publicamos, no sea más que un pálido reflejo del discurso que, con tanta justicia aplaudió la asamblea.

Señores:

Este suelo que Chile ha regado tantas veces con el sudor de sus hijos acaba de serlo con su sangre. Este suelo, ayer boliviano por la generosidad de Chile y hoy chileno por derecho, retornó nuestros sacrificios y fatigas por darle vida, con la violencia y la codicia de sus mandones; nuestra lealtad con su mala fe, y la mano pródiga que sepultaba capitales en su seno para arrancar al desierto las riqueza de sus entrañas, vio que era imposible detener la ambición boliviana por el respeto que las gentes cultas deben a su palabra solemnemente empeñada.

La vía de las concesiones que Chile reconocía a grandes pasos en favor de nuestros vecinos los hizo creer que el mo­mento del pillaje había llegado y, fuertes con su misma debilidad, nos provocaron a esta guerra seguros del auxilio de otro pueblo que también nos retorna con felonía importantísimos servicios. Pero esa traidora coalición, aunque columbrada en el horizonte público, no detiene ni siquiera un momento a los hijos de los héroes de Yungay, del Puente Buin de la portada de Guías, aceptan el reto, y ahora, como en el 37 y 39, corren a la lid sin contar sus enemigos.

Calama acaba de ver nuestra vanguardia y sus defensores huyen en este momento despavoridos por el desierto, por el desierto, después de tres horas de resistencia, en que atrincherados y emboscados, apenas han tenido el tiempo suficiente para ver como se bate, y cómo muere el soldado chileno.

¡Honor y gloria a los valientes que han recogido la primicia de los laureles”

Nosotros, sus compañeros, que luego les seguiremos, les llevamos vuestros aplausos y vuestros votos, y os aseguramos que será su mejor recompensa.

Hoy sois mil que en torno de nuestra bandera os agrupáis para celebrar la primera jornada del ejército del Norte; mañana serán dos millones los que rendirán homenaje a la primera sangre derramada en el desierto, al valiente cazador Rafael Ramírez.       

Si mi voz llega hasta ti, simpática víctima, os ruego que anticipándoos el hilo eléctrico esparzáis la noticia por todos los ámbitos de Chile para sostener el entusiasmo de los buenos y sacudir el de los reacios; y tornando en seguida tu etéreo vuelo hacia Bolivia, decidle que apreste el lecho y la mesa para sus desastrosas huestes de Calama, que, desnudas de cabeza y pie, corren sin rumbo en el desierto en busca de refrigerio; decidle: ya es imposible vencer a hombres que se baten como vos y vuestros, compañeros; decidle que 20.000 chilenos esperan una sola voz para seguir vuestras huellas. Y en seguida posándoos sobre la cumbre del majestuoso Illimani, dormid el suelo eterno que tal tumba merecéis.

Don Ramón Valenzuela dio lectura a las siguientes conclusiones:

El pueblo de Antofagasta, reunido en comicio popular acuerda:

1° Enviar un voto de aplauso al Supremo Gobierno por haber ocultado los puertos de Tocopilla, Cobija y la población de Calama, punto estratégico que acaba de ser tomado después de un reñido combate de tres horas;

2° El pueblo de Antofagasta vería con grato placer que se concentraran en la línea del Loa, todas nuestras fuerzas, para defender nuestras fronteras de agresiones probables y extrañas;

3° Enviar al señor coronel Sotomayor, y a las fuerzas que se han batido en Calama, un voto de aplauso a nombre del vecindario de Antofagasta;

4° Promover en el vecindario una suscripción a favor de la familia del soldado Rafael Ramírez, muerto en el primer combate sostenido en Calama;

5° Autorizar a la mesa directiva para que haga efec­tivos los acuerdos del meeting.

Leídas y aceptadas por el numeroso pueblo las conclusiones del meeting la concurrencia, presidida por la junta directiva y llevando la banda de música a la cabeza, se dirigió a la morada del señor Ministro de la Guerra, en donde fue cordialmente recibida por dicho señor Ministro. El señor M. A. Andrade, comisionado por los miembros de la mesa para dirigir la palabra al señor Saavedra, se expresó, más o menos, en estos términos:

Señor Ministro:

El pueblo de Antofagasta, reunido en meeting con el objeto de celebrar la victoria de nuestras armas en Calama, me ha dado la honrosa misión de ser su intérprete para declarar a vuestra señoría honorable sus votos de adhesión y simpatía al Gobierno de que V. S. es miembro, porque ha sabido interpretar fielmente el sentimiento de Chile en general, ordenando la ocupación de Calama, y demás puntos estratégicos para impedir toda agresión del enemigo. Me encarga, todavía, el pueblo de Antofagasta, decir a vuestra señoría que él, en particular, por haber sufrido más de cerca una dominación injusta y odiosa, ve con sincero placer que el Gobierno trata de mantener el firme propósito de que este suelo, siempre chileno, no deje jamás de serlo, aunque para ello sea necesario, no deje jamás de serlo, aunque para ello sea necesario el sacrificio de su sangre, la cual está dispuesta a derramar en el altar sagrado de la Patria.”

El señor Ministro contestó que él, a nombre del Go­bierno, se creía autorizado para contestar que veía con júbilo una reunión que se proponía fines tan elevados como la presente; que agradecía en extremo el voto de aplauso del pueblo de Antofagasta y se hacía un honor en declarar que el Gobierno mantendrá a todo trance la ocupación del litoral, aún cuando haya de derramarse, la última gota de sanare de los hijos de Chile para conseguirlo. Pero, añadió el señor Ministro, ices menester que: “es menester que vuestro entusiasmo se traduzca en hechos, es necesario que vayáis a los cuarteles a aprender el modo como se maneja el fusil para utilizarlo con provecho en caso necesario. No es preciso sentir en el corazón los arranques del patriotismo, es me­nester saber apuntar bien, para poner fuera de combate al enemigo.” Estas últimas palabras del señor Ministro, re­petidas por el señor Andrade a la multitud, fueron aplaudidas estrepitosamente por la inmensa concurrencia de espectadores.

Con esto se dio por terminado el meeting, retirándose la gente con la mayor compostura.

***

El doctor Ladislao Cabrera llamaba cuadril ateno del Austria a Calama y juraba conservarlo para su patria. Al efecto había pedido refuerzos a Tocopilla y Cobija y los jefes y soldados bolivianos allí se concentraron. Levantaron trincheras, hicieron fosos y favorecidos por el terreno pan­tanoso pudieron resistir por algunas horas al empuje de la división chilena; pero como el valor, la inteligencia y la fortuna acompañan siempre a los espíritus serenos, la estrella de Daza se eclipsó y las promesas de Cabrera fueron vanas como su patriotismo. Los héroes no se forjan en el marasmo y la abyección; salen armados de la cabeza de Minerva para rendir homenaje a la libertad. ¿Cómo pretenden entonces ser paladines de la justicia los que no han sabido defender su dignidad hollada por la planta de os­curos mandarines?

Si los hombres de Bolivia hubiesen servido a la causa nacional, ni estarían hoy en guerra con Chile ni vivirían pendiente de la espada peruana: respetados y queridos más estarían con nosotros el camino del progreso.

Pero astutos y suspicaces felones y traidores, los gobernantes bolivianos han arrastrado a su país a un precipicio sin salida. 

Chile reivindicando sus fueros derrocará también la odiosa tiranía de esos mandarines y la nación boliviana bendecirá la bandera chilena, que llevará en sus victorias la ruina de los déspotas.

Porque por una ley histórica y constante, las desventuras de los pueblos se deben a sus malos gobernantes y hoy que en defensa de su derecho un pueblo americano lleva a Bolivia la guerra, después de los estragos consiguientes, el germen de la dignidad brotará en el pecho de los infelices esclavos de Daza, y levantando su espíritu a región más noble, comenzarán a mejorarse para engrande­cer a su patria.

Mientras tanto, Bolivia, pueblo supeditado y tributario de una falange de tiranuelos, es responsable de la sangre chilena vertida en Calama, cuya cantidad aun no conocemos; pero mucha o poca, ella hará, que, nuestra república se in­flame en bélico entusiasmo y que el brazo no descanse hasta que se restablezca por la razón de la fuerza la armo­nía interrumpida por una diplomacia falaz.

Y ya que el cuadril de Calama ha sido impoten­te para contener el valor chileno, conviene que mediten en su causa los bolivianos, porque la estrella de Chile hoy más que nunca verá agrupados a su alrededor a los hijos de Carrera y Rodríguez.

Días de prueba y de constancia se preparan para Chile. Que los ardores de la victoria encuentren más prevenidos y serenos los conductores del pabellón nacional.

(PUEBLO CHILENO)


 

[1] Ahumada Moreno, Pascual. Tomo I. Páginas 134 - 135

[2] Es increíble la diferencia de los datos entregados con la verdad, pues solo murieron 7 chilenos.

[3] Ahumada Moreno, Pascual. Tomo I. Páginas 140 a 142

[4] Andrade, Marcos Antonio. Notario y archivero de Antofagasta. Nombrado el 14 de Febrero de 1879 por el Coronel Emilio Sotomayor Baeza.

[5] Bascuñán Álvarez, Francisco. Comandante del Cuerpo de Bagajes y abastecimientos del Ejército.

 

 

 

 

 

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