Señor don Miguel Grau
Distinguido señor:
Recibí su fina y estimada
carta fechada a bordo del Huáscar en 2 de junio del corriente año. En ella,
con hidalguía del caballero antiguo, se digna usted acompañarme en mi dolor,
deplorando sinceramente la muerte de mi esposo, y tiene la generosidad de
enviarme las queridas prendas que se encontraban sobre la persona de mi
Arturo, prendas para mi de un valor inestimable por ser o consagradas por su
afecto, como los retratos, o consagradas por su martirio como la espada que
lleva su adorado nombre.
Al proferir la palabra
martirio no crea usted, señor, que sea mi intento inculpar al jefe del
Huáscar la muerte de mi esposo. Por el contrario, tengo la conciencia de que
el distinguido jefe que, arrostrando el furor de innobles pasiones
sobreexcitadas por la guerra, tiene hoy el valor, cuando aun palpitan los
recuerdos de Iquique, de asociarse a mi duelo y de poner muy alto el nombre
y la conducta de mi esposo en esa jornada, y que tiene aun el mas raro valor
de desprenderse de un valioso trofeo poniendo en mis manos una espada que ha
cobrado un precio extraordinario por el hecho mismo de no haber sido jamás
rendida; un jefe semejante, un corazón tan noble, se habría, estoy cierta,
interpuesto, de haberlo podido, entre el matador y su victima, y habría
ahorrado un sacrificio tan estéril para su patria como desastroso para mi
corazón.
A este propósito, no puedo
menos de expresar a usted que es altamente consolador, en medio de las
calamidades que origina la guerra, presentar el grandioso despliegue de
sentimientos magnánimos y luchas inmortales que hacen revivir en esta
América las escenas y los hombres de la epopeya antigua.
Profundamente reconocida
por la caballerosidad de su procedimiento hacia mi persona y por las nobles
palabras con que se digna honrar la memoria de mi esposo, me ofrezco muy
respetuosamente de usted atenta
Carmela Carvajal Vda de
Prat
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