La publicación de los
antecedentes que se relacionan con la salida del transporte Rimac del puerto
de Valparaíso y con la que debió ser su llegada a Antofagasta, desvanecerá
toda errónea apreciación y dejará en el ánimo de toda persona imparcial la
impresión de que la captura de dicho transporte ha sido efecto solo de una
fatal casualidad.
Esos antecedentes, que se dan
a luz sin comentario alguno, son los siguientes:
Se había solicitado de Antofagasta, por el
general en jefe, aumento de la fuerza de caballería para practicar
exploraciones; y aun indicádose al gobierno la conveniencia, de que aquel
aumento se verificara enviando al escuadrón de Carabineros de Yungay.
Se dictaron, en consecuencia,
las medidas necesarias para la partida de dicho escuadrón, que debió salir
de Valparaíso en el transporte Rimac el sábado 19 de julio último, en la
tarde.
A las 12 hs. 18 ms. P.M. del
mismo día, recibió el comandante general de marina en Valparaíso el
siguiente telegrama que el señor ministro de relaciones exteriores le
dirigió desde Antofagasta, contestando a una pregunta de aquél: “que no
salga; espere US. aviso.”
Con motivo de este telegrama,
y estando ya embarcados en el Rimac los caballos que en él se transportaron,
el comandante general de marina, con el propósito de desembarcarlos si la
tardanza en la salida del vapor había de ser larga, dirigió al señor
ministro de relaciones exteriores un telegrama en que le hacía presente esa
circunstancia.
El honorable señor Santa
María contestó, a las 3 hs. 35 ms. P.M. del citado día 19 de julio, en los
términos siguientes: “He dicho a US. que espere aviso”, y cerca de dos horas
después, a las 5 hs. 15 ms. P.M. del mismo día, dirigió de Antofagasta al
señor Altamirano el siguiente telegrama “que salgan mañana”.
Recibido este despacho por el
señor Altamirano y poniéndose de acuerdo con el intendente general del
ejército, fijó aquel para la salida las doce del día siguiente, y así se
efectuó, zarpando del puerto de Valparaíso, con minutos de diferencia, el
domingo 20 de julio, a esa hora, los transportes Rimac y Paquete de Maule.
A las 6 y media P.M. del
expresado día domingo, recibió aquí el gobierno la noticia, que el
intendente de Atacama había trasmitido al de Valparaíso a las 2 y media de
la tarde de que, los buques peruanos Huáscar y Unión surcaban nuestras
aguas.
Inmediatamente el señor
ministro del interior, reiterando instrucciones ya dadas con anterioridad,
dirigió al comandante general de marina el siguiente telegrama “Prevenga a
Antofagasta en el primer momento en que haya comunicación, que el Rimac
salió hoy a las doce llevando el escuadrón de carabineros con encargo de
tomar alta mar, a fin de que el Cochrane calculando su rumbo y el lugar
donde se halle, salga a protegerlo. Creemos esto preferible a que venga
directamente a Caldera. Si el Cochrane no está en Antofagasta y se
encuentra en algún punto próximo, que se le de aviso inmediatamente.
ANTONIO VARAS
****
RELACIÓN DE DON GONZALO
Bulnes SOBRE LA CAPTURA
DEL “Rímac”.
Ya que la suerte que ha
corrido el transporte Rimac no es un misterio para nadie, conviene recordar
las circunstancias en que tuvo lugar su partida. Habiéndome trasladado a
Valparaíso a despedir a mi hermano, estuve en situación de conocer las
verdaderas circunstancias que precedieron a su marcha. Su relación
auténtica, descarnada, que garantizo bajo mi palabra de honor y que coloco
bajo el honor del mismo señor Altamirano, contribuirá a esclarecer el hecho
terrible que tiene abrumado el espíritu del país.
El viernes 18 de julio salí
de Santiago acompañando al escuadrón Carabineros de Yungay. Llegado a
Valparaíso, mi hermano recibió orden de embarcarse a las tres de la tarde en
el vapor Rimac. Minutos antes de esa llora y cuando llegaba al muelle para
tomar el bote que debía conducirlo a bordo, nos dijo el comandante Thompson
que, según creía, el intendente Altamirano había postergado la salida del
transporte.
Fuimos a ver al señor
Altamirano quien nos confirmó lo que Thompson nos había dicho solo de un
modo vago; añadiendo mas o menos estas textuales palabras: Santa María me
anuncia, comandante, que hay mucho peligro para su partida. Por
consiguiente, postergue Ud. su viaje hasta nueva orden.
Luego supimos que la causa de
esa determinación inesperada era un parte trasmitido desde Antofagasta, que
fue publicado aquella misma tarde en Valparaíso y que, según creemos, fue
circulado en suplementos en Santiago, anunciando que el Huáscar estaba en
Mejillones, la Unión en Cobija y creemos que la Pilcomayo en Tocopilla.
La ansiedad se hizo sentir
desde ese momento en Valparaíso y con ella el temor de que el objeto del
enemigo fuese apresar los transportes que se preparaban a partir. Sin
embargo, al siguiente día, a las diez de la mañana, mi hermano recibió en el
hotel una carta en que el señor Altamirano se reducía a anunciarle que el
Rimac partía a las 12 del día, sin una palabra de explicación sobre la
presencia del enemigo, ni sobre la desaparición de los temores que
detuvieron su marcha el día anterior.
A consecuencia de esta orden
se embarcó ese mismo día, a las doce, con el presentimiento del funesto
lance que no ha tardado en realizarse.
Se agrega a esto, que el
vapor que debía burlar la persecución de la escuadra peruana, había sido
cargado, según se nos asegura, con exceso sobre el peso máximo de su carga,
y que aun sin esa circunstancia no habría podido escapar de la Unión por ser
su andar inferior de dos millas al de este buque.
Una hora mas o menos después
de la partida del vapor, se recibió la noticia de la presencia de la
escuadra peruana en Caldera, pero el parte no llegó a conocimiento del señor
Altamirano sino a las cinco y media de la tarde del mismo día, por haberse
ausentado de la intendencia sin dejar una persona encargada de conducir los
partes al lugar en que se encontraba.
A las seis, cuando la noticia
de la llegada del enemigo a nuestras costas se divulgó en Valparaíso, me
trasladé a la intendencia a solicitar del señor Altamirano que tomase alguna
medida para evitar el apresamiento del vapor.
Empezó por manifestarme que
no había medio de reparar lo hecho; y como me preguntase si se me ocurría
alguno, le supliqué que ordenase a la Chacabuco, al Tolten y al Copiapó, que
debían regresar de Coquimbo a Valparaíso, que tomasen tres rumbos distintos,
lo que a más de servirles de propia seguridad habría quizás bastado para
prevenir del peligro al Rimac y hacerlo volver a Valparaíso. El señor
Altamirano se excusó de tomar ninguna medida alegando razones que solo me
manifestaron su deseo de confiar la suerte del convoy a los azares de la más
ciega fortuna.
Esta
relación descarnada, no descubre sino una faz de la severa investigación que
el país está en el deber de levantar contra los autores de la orden
inconsiderada que expuso sin objeto la suerte de un cuerpo de ejército.
Nada justificaba esa marcha
precipitada; ni las necesidades de la guerra, ni siquiera la opinión de los
altos jefes del ejército, pues nos consta que el señor general Arteaga no
solicitó, antes bien se opuso al envío precipitado del escuadrón.
En resumen, la desgracia que
hoy lamentamos no pertenece a la categoría de esos accidentes de la guerra
que no es posible evitar. Por el contrario, se han acumulado en este hecho
todas las faltas que la imprevisión puede poner al servicio de la más
completa ignorancia de las cosas del mar.
El buque fué despachado,
sabiéndose la presencia del enemigo en las cercanías de Antofagasta: los
partes que recibidos en tiempo oportuno hubieran podido evitar la
catástrofe, no llegaron a su destino sino algunas horas más tarde por un
descuido incalificable, y por fin no se adoptó en el primer momento ninguna
de las medidas que estaban al alcance de la comandancia general de marina
para reparar el mal.
Tales son los hechos que
entrego al juicio del público. Por dolorosos que ellos sean para mi corazón
de chileno y de hermano, deseo que su cabal conocimiento prevenga al país
contra la repetición de hechos análogos.
Gonzalo Búlnes.
****
EXPLICACIONES SOBRE LA APREHENSIÓN DEL “RIMAC” DADA POR EL COMANDANTE
GENERAL DE MARINA DON EULOGIO ALTAMIRANO.
SEÑOR EDITOR DE LA “PATRIA”.
Valparaíso, julio 30 de 1879.
Muy señor mío:
Leo en este momento la
relación que hace en el Ferrocarril el señor don Gonzalo Búlnes de
ciertos antecedentes relativos a la salida del Rimac. He comprendido
desde luego que el relato de aquel señor me obliga a dar algunas
explicaciones; pero tocaré solamente aquellos puntos sobre los cuales sea
muy inconveniente o imposible guardar silencio.
Nada me
sería más agradable que explicar punto por punto todo lo que se refiere al
viaje de nuestro transporte, pero por nada
del mundo escribiría en estos
momentos de agitación una sola palabra que alguien pudiera interpretar como
el deseo de salvar mi responsabilidad a costa de la ajena.
Voy, pues, a referirme a lo
que es puramente personal, a las medidas que he debido tomar como Comandante
General de Marina y que no dicté sin causa justificada. Primer punto.
“Una hora más o menos después
de la partida del vapor se recibió, según el señor Búlnes, la noticia de la
presencia de la escuadra peruana en Caldera, pero el parte no llegó a
conocimiento del señor Altamirano sino a las 5 y media de la tarde del mismo
día por haberse ausentado de la intendencia sin dejar una persona encargada
de conducir los partes al lugar en que se encontraba.”
El jueves
17 se me avisó que ya estaba terminada la reparación del fuerte Callao y que
todas sus piezas estaban ya montadas; ordené entonces que el domingo
siguiente se hiciera en aquel fuerte un ejercicio de prueba y resolví
presenciarlo. Me ausenté, pues, en aquel día en cumplimiento de un deber y
en momentos en que no tenía motivos para esperar que mi separación del
despacho trajera perjuicios.
La salida del Rimac
debió tener lugar el viernes 18 a las 3 de la tarde, pero pocos momentos
antes recibí orden para suspenderla. No hubo tiempo para comunicar esta
orden por escrito; pero el mayor general señor Cabieres fue personalmente a
detener los transportes. Momentos después, el señor comandante Búlnes,
acompañado del señor don Gonzalo, llegaban a mi despacho y les manifesté el
telegrama que suspendía la salida del Rimac y nos separamos,
diciéndole por mi parte al señor Búlnes, que era preciso esperar nuevas
órdenes.
El sábalo en la noche quedó
resuelta la salida del Rimac para el día siguiente y se fijó las doce
del día como hora de partida, buscando la comodidad de los pasajeros y
también por ver si era posible que el vapor llevara una o dos lanchas que se
habían pedido del norte.
Muy temprano, el domingo puse
en conocimiento del señor Búlnes que el transporte debía salir a las 12 del
día y me escusaba de no darle el último adiós, porque en ese mismo momento
debía estar en el fuerte Callao.
A las 10 A.M., hora en que me
fui a Viña del Mar, nada hacia presumir que pudieran llegar noticias
alarmantes. Esas noticias llegaron a las 2.40 P. M. en un telegrama del
señor intendente de Atacama, que copiado a la letra, dice así:
Comandante general de armas:
“El vapor llegado a Caldera
dice dejó al Huáscar y Unión en Chañaral. En este momento,
dice el gobernador, viene entrando al puerto la Unión, no ha puesto
bandera y viene en facha de combate. Esta en medio de la bahía. Lo
comunico a V.S. deseando estar al habla con V.S. ahora.
Dios guarde a V.S.
Guillermo Matta.
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RELACIÓN QUE EL CAPITÁN
LAUTRUP HACE DE SU VIAJE DE VALPARAÍSO A ANTOFAGASTA EN EL VAPOR “RIMAC”,
CUYO MANDO LE ESTABA CONFIADO POR LA COMPAÑÍA SUD AMERICANA DE VAPORES.
El domingo 20 del corriente,
a las 12.20 P.M., zarpó el Rimac de Valparaíso con rumbo al punto de su
destino, esto es, a Antofagasta.
El andar durante el primer
día fue de 9 millas por hora y a 30 millas de tierra; los restantes mucho
menos rápidos, por lo que, en vez de entrar el martes por la noche a
Antofagasta, creí más conveniente hacerlo el miércoles a primera hora.
El temor de encontrar un
buque enemigo a la boca del puerto a esa hora y lo que era bastante
peligroso, me obligó a tal medida.
El miércoles 23, a las 6.10
A.M., y estando a 18 millas al sudoeste de Antofagasta, distinguí por la
amura de estribor y a ocho millas de distancia un buque que tomé al
principio por uno de los blindados que venía a franquearnos la entrada.
A pesar de esto hice darle
mayor andar al buque, y muy luego cuando estábamos a cuatro millas reconocí
que era un buque enemigo, la Pilcomayo al parecer, lo que no me preocupó,
porque dicha nave tiene un andar inferior al nuestro.
Inmediatamente me dirigí a
donde el capitán de fragata, señor Ignacio L. Gana, y la manifesté que,
según mi respectivo contrato, desde el instante en que se avistaba un buque
enemigo, debía entregarle el mando del buque a él, que era designado para
su mando, pero sin embargo de esto, continuamos dirigiendo ambos el buque y
de común acuerdo.
Al principio hicimos rumbo al
noroeste, después al oeste y finalmente al sur.
El mayor andar del Rimac, por
lo muy cargado que se encontraba, no pasó jamás de diez y media y once
millas.
El buque enemigo, que
reconocimos después ser la Unión, avanzaba rápidamente sobre nosotros, a
pesar de los redoblados esfuerzos que hacíamos para alejarnos y escapar.
Para fatalidad nuestra, y las
ocho distinguimos por el noroeste un buque que venía rápidamente a cortarnos
el camino, y que reconocido resultó ser el Huáscar.
Casi desde el principio de la
fuga, la Unión nos hizo descargas de artillería.
Los
disparos pasaron de cuarenta y tantos, y todos ellos de muy buena dirección.
Veníamos ya tan cerca, que
las balas pasaron por delante de la proa y algunas cayeron en el buque,
causando algunos daños y sacando de combate cinco soldados del escuadrón
“Carabineros de Yungay”, de los que uno murió y cuatro quedaron heridos.
Viendo la situación tan
difícil porque atravesaba el buque, el teniente coronel señor don Manuel
Búlnes, jefe del cuerpo ya citado, llamó a su camarote al comandante Ignacio
L. Gana y al que suscribe, y nos dijo que resolución pensábamos tomar. A la
vez nos manifestó que su deber era sucumbir defendiendo el honor y pabellón
de su patria y que pedía se colocara el Rimac al costado de la Unión para
abordarla con su gente que ardía en iguales sentimientos, lo mismo que los
demás jefes y oficiales subalternos.
Como le dijésemos que aquello
era imposible, porque antes de que llegara el Rimac al costado lo echaría la
corbeta a pique, el teniente coronel Búlnes y sus subordinados tuvieron que
resignarse con una situación expectante y de mortificación, para ellos que a
todo trance querían combatir. Exigió el comandante Búlnes se abrieran dos
válvulas de la máquina para echar el vapor a pique; pero se le dijo que los
oficiales del buque se encargarían de ello a última hora cuando no hubiera
escape.
El mismo señor Búlnes pidió
se arrojara al mar la caballada, tanto para aligerar el buque cuanto para
que no la aprovechasen los enemigos; pero se le dijo que respecto a lo
primero no podía influir su peso, y respecto a lo último era expuesto,
porque podría enredarse alguno de ellos en la hélice y aun podíamos todavía
salvar. Esto, agregado al compromiso que el comandante militar había
contraído de hacer echar el vapor a pique a última hora, lo hizo desistir
por este momento.
Esto fue imposible, porque a
las diez del día, el Huáscar nos hizo un tiro de a 300 y se nos atravesó por
la proa, lo que obligó al comandante Gana, representante a bordo del
gobierno y de la marina, a enarbolar la bandera blanca de parlamento, e
hicimos rumbo en seguida a dicha nave. En este momento el comandante Búlnes,
viendo que él y su tropa no tenían papel que desempeñar y que su rol era ya
el de simples pasajeros, hizo que sus soldados tirasen sus armas al mar,
negándose a rendirlas.
Momentos después el
comandante Grau nos hizo llevar a bordo de su buque a varios de los jefes y
oficiales; mandó a sus oficiales que tomasen el mando del Rimac, y varios de
nuestros compañeros fueron llevados a bordo de la Unión, de la que también
vinieron botes a bordo.
Creo de mi
deber manifestar que los jefes y oficiales, lo mismo que los soldados del
escuadrón Carabineros de Yungay, que comanda el teniente coronel señor
Manuel Búlnes, observaron una conducta patriótica, digna y elevada en los
momentos del conflicto. Asimismo no puedo menos que recomendar la noble y
generosa conducta observada por el estimable y digno comandante Grau y su
oficialidad.
Esto es cuanto puedo
comunicar sobre el desgraciado incidente a que me refiero.
P. Lautrup,
capitán del Rimac.
****
EXPLICACIÓN DEL COMANDANTE
GANA SOBRE LA CAPTURA
DEL “RIMAC”.
Señor don Benjamín Vicuña
Mackenna.
Tarma, septiembre 5 de 1879.
Mi distinguido amigo:
¡Que
conjunto de circunstancias favorables para la caída del Rimac se conjuraron
durante su último viajes!
Parece que la indolencia
chilena jamás se presentó con mayor realce que en esa funesta travesía.
Se empieza por dar orden al
gerente de la compañía americana de vapores para que se navegue lejos de
tierra. Se asegura al que suscribe que el Cochrane, llegado el 19 a
Antofagasta, saldría a cruzar fuera del puerto para proteger nuestra
entrada; y se me escribe también que el mar estaba libre de enemigos.
Se empecina el capitán del
Rimac en no querer tomar el puerto de noche, a pesar de las instancias
de todos; porque ha de saber Ud. que yo a bordo era un simple pasajero y
solo podía tomar el mando de la nave cuando ésta se hallase agredida.
El gobierno quería acarrear
la menor responsabilidad y la descargaba sobre la compañía de una manera tan
absoluta, que nos señalaba a los jefes militares embarcados, el mero papel
de pasajeros durante los viajes.
Las órdenes las recibían los
capitanes directamente de sus patrones y a nosotros nos eran transcritas
esas órdenes.
Llega el vapor al amanecer a
hallarse de manos a boca con la Unión, como a cuarenta millas de
Antofagasta. Cree el capitán y piloto sea la Pilcomayo y seguimos
corriendo a tierra con toda celeridad. Más el ingeniero es nuevo, porque el
primero que antes tenía lo habían contratado dos días antes para el
Amazonas, como se había transbordado la mejor marinería a la corbeta
O'Higgins, y el buque en vez de correr doce millas, como lo había
conseguido en su primera escapada del Huáscar de Antofagasta, ahora
no pudo correr más de once millas.
Toda la
gente extranjera creía que podía acreditar neutralidad obrando lo menos
posible en favor de la defensa del buque, que era la fuga, y tanto el
capitán que se metió en su camarote, como los demás pilotos, con excepción
del 1º, no se les veía la cara sino se les enviaba a llamar.
De otro lado, el imponente
reventar de las granadas dentro del buque los tenía como en día de ánimas, y
la tripulación mercante del Rimac, que no pudo resistir a tales
impresiones, se precipitó sobre la cantina de los licores y la borrachera
trajo el desorden y la imposibilidad de ocuparla en nada.
Así fue que comisioné al 2º
piloto para echar algunos cabos de manila al agua, para ver modo de enredar
la hélice de la Unión que seguía la estela del Rimac, y
después de estar forcejeando en esta faena, vino a decirme que era más
probable que se enredase la nuestra que la enemiga por falta de buenos
marineros.
Si no, hubiera sido por el
respeto y dos centinelas que se colocaron del escuadrón Yungay, no estaría
yo escribiendo a Ud.; puesto que la tripulación me habría asesinado
impunemente.
No puede
Ud. imaginarse lo que es una turba ebria espantada por el miedo.
Pero ésta como se pudo
contener en ciertos límites por la tropa, en nada influyó para nuestra
caída, como tampoco para salvar el honor de las armas de Chile hasta donde
nos era posible.
Cuatro horas hemos resistido
el fuego de la Unión sin que mediara la menor interrupción: bien que
si al principio lo hizo por batería, después viendo que perdía camino, lo
ejecutaba con un cañón de proa.
Diez granadas penetraron en
el casco y la Providencia solo pudo hacer que no barriera alguna con gran
parte de los 350 hombres que había a bordo.
Nuestra bandera no quise
exponerla sin gloria y estuvo guardada siempre.
No refiero a Ud. las
maniobras ejecutadas por el Rimac para alejarse de la Unión y
del Huáscar; baste decir a Ud. que era lo único que se pudo hacer en
beneficio de alguna probabilidad de salvar.
Tomar la tierra era
imposible; echar a pique el buque tampoco lo fue, porque habiendo yo dado la
orden en la última extremidad, los maquinistas, que no querían morir, no la
cumplieron ni la habrían cumplido sin un revólver al pecho. El contador
mismo del Rimac se atolondró tanto, que a pesar de haberle yo mismo
dado la orden de arrojar la correspondencia y guardar el tesoro, si lo
había, solo botó al agua los paquetes que tenía en su oficina y olvidó una
valija que había en el cuarto del tesoro. En cuanto al dinero solo había
cuarenta pesos de la compañía.
Yo, entre tanto, con el
comandante Búlnes y un capitán Campos, nos pusimos a romper toda la
correspondencia oficial que se me había entregado, y como el tiempo era
apremiante, la mandé a los fogones de la máquina.
No menciono a Ud. algo de lo
referente a los caballos porque estaban en manos de los jefes del escuadrón
y también porque todos tuvimos el ánimo resuelto de sucumbir con el buque.
La impotencia absoluta en que estábamos había llenado el corazón de amargura
y no se veía más que caras desesperadas.
Excuse si suministro a Ud.
estos ligeros datos sobre tan cruel como prevista desgracia.
Su A. S. S. y amigo.
Ignacio L. Gana.
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