La Guerra del Pacífico: Los Héroes Olvidados, Los que Nunca Volverán 

 

 

 

 

Un hombre solo muere cuando se le olvida

*Biblioteca Virtual       *La Guerra en Fotos          *Museos       *Reliquias            *CONTACTO                              Por Mauricio Pelayo González

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Cuando a tu paso tropieces con una lápida, aparta la vista para que no leas: AQUÍ YACE UN VETERANO DEL 79. Murió de hambre por la ingratitud de sus compatriotas.

Juan 2º Meyerholz, Veterano del 79

 

 

     Condecoraciones

 

 

 

 

 

Juan Amador Barrientos Adriazola

 

Es una lluviosa mañana, aún no se ha desperezado la tranquila y provinciana ciudad de Osorno, sin embargo, todo es agitación y revuelo en la amplia casona que ocupa el costado sur poniente de la plaza principal. Explicable es tal alboroto, acaba de nacer un nuevo vástago de don Luis Antonio Barrientos Fernández de Lorca y doña Balbina Adriazola Pérez Asenjo. Es el segundo de ka que sería una numerosa familia de doce hermanos y el calendario marca el 17 de Abril de 1849.

El recién nacido, al que nominarán como Juan Amador, pertenece como sus progenitores a la estirpe de aquellos conquistadores hispánicos que poblaron y se asentaron en el austro patrio. En efecto, por línea paterna desciende de don Andrés Vásquez de Barrientos Maldonado, "que vino de los reinos de Portugal con premisas de la Cesárea Majestad de Felipe II, en consideración de su persona noble y principal", acompañando a don García Hurtado de Mendoza, y que fuera encomendero en Osorno y posteriormente conquistador y fundador de Castro en Chiloé con don Martín Ruiz de Gamboa.

    Aún más, el mismo Juan Amador en su madurez, dedicado a su afición favorita, la genealogía, aseveraría que su origen familiar lo entroncaba, a través de las edades, en la persona del Conde don Gason, señor de Vierzo, a quién el año 851 el Rey don Ordoño le encomendó restaurar la Catedral de Astorga, después de la recaptura de los moros; reconociéndose pertenecer a una casta de guerreros, habiendo sido numerosos los Barrientos que habían participado en la conquista de América. Aseguraba que ya en España se les había visto combatir, como buenos hidalgos y cristianos, contra la invasión musulmana y actuar en las naves de Tolosa en 1212, junto al Rey Alfonso VIII.

    Por línea materna descendía de don Miguel de Adriazola y Zurita, capitán de Infantería española en 1771, y por lo Pérez Asenjo de don Domingo Pérez, tesorero de la Tesorería Real de Osorno y más tarde primer Comisario General de la Guerra del Ejército de la Independencia y que sirviera junto a O'Higgins y San Martín en Mendoza, al igual que en la expedición Libertadora al Perú.

    Por todo aquello, la historia familiar esta saturada de hechos de armas, descubrimientos, conquistas, poblamientos  y luchas contra las sublevaciones aborígenes, etc. Más ello es historia antigua, como antiguos son ya los recuerdos de las luchas y guerras de la Independencia y las posteriores convulsiones políticas que este proceso acarreó para nuestro país. Y ante nuevos y graves acontecimientos, resulta también historia antigua la gloriosa jornada de guerra contra la Confederación Perú-Boliviana, en la que el pueblo chileno se cubre de laureles de victoria en las arenas de Yungay.

    La guerra contra España es el suceso bélico del momento, en que nuevamente nuestra heroica raza, haciendo honor a su noble origen, ha decidido jugarse otra vez por los ideales de la libertad y hermandad americana.

    Comentario obligado de la tertulia familiar son aquellos magnos sucesos y la intervención directa o indirecta de miembros familiares en los mismos. Así, por ejemplo, se comenta las atenciones y agasajos que han prodigado los parientes Andrade de Calbuco a la oficialidad chilena y peruana, hermanados esta vez ante el enemigo común y compartiendo en esa zona austral el cariño y la adhesión patriótica de sus habitantes. Se relata la alarma dada por uno de los primos Andrade ante la aparición del enemigo, que obligan a suspender apresuradamente las reuniones sociales; habría llegado anunciando a voz de cuello: "¡La NUMANCIA a la vista! ¡La NUMANCIA a la vista!".

    En este ambiente cargado de comentarios bélicos se desarrolla la adolescencia de nuestro héroe. Tiene 17 años al estallido del conflicto y siente hervir su sangre de amor patrio. Ha decidido emular a los bravos que luchan contra la escuadra española. Ha decidido inmolarse por la patria si fuese necesario, siguiendo el dictado de su sangre y de su estirpe. Aún no se apagan los ecos del bombardeo de Valparaíso y ya le vemos reconocer cuartel bajo los aleros de la Armada. Y un conflicto que suponía habría de prolongarse quizá por mucho tiempo o tener tal vez otras derivaciones, no prosperó más allá del siniestro bombardeo porteño. Nuestro héroe  ve frustradas nuestras ansias de actuar, por el momento, más los años no tardan en pasar, en 1868 cumple los 19 y ya es guardiamarina de la Covadonga. En 1870 pertenece a la Esmeralda y luego han de pasar cinco años para verlo convertido en Teniente Segundo de la Armada. Hemos llegado al año 1875, nuevamente corren vientos de guerra, pero esta vez son los hasta ayer aliados los que soplan la ventisca. Las relaciones entre Chile y sus vecinos del norte conducen irremediablemente a la guerra. La crisis la ha de detonar Bolivia por instigación de Perú. A Chile no le queda otra opción que declarar la guerra, hecho que concreta con la ocupación de Antofagasta.

    El conflicto ha comenzado y Juan Amador, flamante teniente segundo de la Armada hace su estreno bélico en el combate de Angamos (8 de Octubre de 1879). Luego vendrá la decisión de operar sobre territorio peruano; la campaña de Tarapacá le brindará la oportunidad de cubrirse de gloria; el desembarco de Pisagua será el escenario para su heroico comportamiento.

  Lato sería relatar todos los pormenores y hechos políticos y militares que dieron origen a el glorioso dos de Noviembre de 1879 con que se inició la campaña de Tarapacá y que desde las diez horas de ese día, en sucesivas oleadas las fuerzas chilenas iniciarían el desembarco en las playas de Pisagua.

    Nos concentraremos especialmente en la acción que le cupo a Barrientos en esta magna empresa, y para ello nada mejor que comenzar insertando el padre que el mismo dirigiera al Comandante del "Loa" don Javier Molina, y que dice:

    "Vapor Loa" - Señor Comandante: Paso a  dar cuenta a V.S. de la comisión que tuvo a bien confiarme el día 2 del presente en el puerto de Pisagua. Cumpliendo sus órdenes salí de a bordo al mando del 1°, 2°, 3° y 4° botes en los cuales iban en comisión los aspirantes Alberto Fuentes, Eduardo Donoso, Canobio Bravo y voluntario Carlos Gacitúa López, ocupando el que suscribe el primero. Habiéndome puesto a disposición del capitán de navío señor Enrique Simpson, se me ordenó tomar en los botes del Batallón Atacama con el objeto de efectuar el desembarco e el puerto, lo que hicieron como en número de 50, yendo en el primero como 15 de ellos.

    Según orden recibida de Capitán de Corbeta Señor Constantino Bannen, nos colocamos en segunda línea con varios otros botes ocupados por el cuerpo de Zapadores. La escuadrilla se puso en movimiento gobernado hacia sureste de la bahía; pero como a su medianía se me ordenó desembarcar. En el acto hice rumbo al Noroeste, donde se divisaba una pequeña playa de arena, seguido por toda la segunda línea y muy de cerca por los botes del buque.

    Al acercarnos a la playa fuimos recibidos por el enemigo con un nutrido fuego de fusilería que nos hacían parapetados tras las rocas que no distarían 7 u 8 metros de la playa; pero como no viese quienes nos hacían fuego, seguimos avanzando a toda fuerza de remos, a las 9:20, mi bote tocó el primero a la playa y salté a tierra con 15 soldados que conducía, llevando enarbolada la bandera de nuestro bote. Sucesivamente desembarcó la gente del 2°, 3°, 4° y como no hubiese en el primer bote ningún oficial del batallón y siendo tan críticas las circunstancias, tomé el mando de los soldados que saltaron conmigo.

    El enemigo tenía su primera línea parapetada tras las rocas y a lo largo de la playa y la segunda en el cerro como a 100 metros más o menos sobre el camino del ferrocarril, así es que al desembarcar quedamos colocados en medio de la primera línea, quedando la segunda a nuestro frente.

    Inmediatamente que estuvimos en tierra me dirigí con los 15 hombres que llevaba hacia un pequeño Morro que estaba como a 70 metros hacia el sur; donde había algunos enemigos, y a las 9:25, acompañado del aspirante señor Fuentes, enarbolamos en su cúspide nuestro tricolor, empañando al mismo tiempo el combate con el flanco izquierdo del enemigo, acompañándonos después unos 15 hombres más del 2° bote; el resto atacó a los enemigos que quedaron a retaguardia al cortar la línea.

    El fuego del enemigo era nutridísimo, pues estábamos entre tres fuegos. En este mismo instante los demás botes desembarcaron pocos metros más al sur donde estaban atrincherados unos 40 enemigos; estos al verse atacados por el flanco y el frente emprendieron la retirada, siempre batiéndose, hacia la cumbre del cerro.

    Los oficiales del Atacama iban mandando su gente, pero el combate estaba ya empeñado, y los bravos del Atacama al paso de carga y con un valor sin igual hacían un vivo fuego, avanzando siempre por el camino arenoso, empinado y difícil; terribles estragos le hacían al enemigo que estaba ya al descubierto. Desde este momento, el ataque se hizo general en toda la línea, no pudiendo dar pormenores de lo que sucedía más hacia el sur de la playa por no verse a causa de los accidentes del terreno.

    En este desembarco el enemigo mató a tres de los soldados que iban en nuestro bote e hirió a uno. Mandé los botes al "Copiapó", en busca de más soldados, permaneciendo el que suscribe en tierra.

    Al llegar por segunda vez los botes a la playa, fue herido el aspirante Sr. Donoso, el patrón del segundo bote Sebastián Barquero y el marinero primero Tomas Jhonson muy gravemente.

    El primer bote recibió dos balas a proa y una a popa que lo perforaron; otra bala rompió uno de los toletes y a más recibió muchas otras que sólo sacaron astillas de sus costados; el segundo bote recibió una que rompió el barril de aguada.

    Después de este segundo desembarco, los botes se ocuparon en desembarcar soldados y remolcar las lanchas que iban llenas de ellos, pues el paso estaba ya libre. Igualmente envié a bordo cuatro heridos, entre ellos se encontraba el Capitán Fraga del Batallón Atacama.

Debo agregar que nuestra marinería, desde el primero hasta el último desembarco que se hizo, desde sus botes hacia un nutrido y certero fuego de rifles, pues hasta el grumete José Sepúlveda, de doce años de edad, derribó a dos soldados enemigos.

Tanto el valor de nuestros soldados del Atacama como la marinería de nuestros botes, ha sido signo de todo elogio: No puede exigirse mayor coraje, audacia y serenidad.

Igualmente tengo el placer de poner en su conocimiento que los señores aspirantes y el voluntario señor Gacitúa se han portado con valor y serenidad admirables. 

Es todo cuanto tengo que decir a Ud.

Barrientos.  Pisagua, Noviembre de 1879"

 Este escueto relato es bastante esclarecedor de lo que fueron los primeros instantes de esta heroica acción, no sin razón el Almirante Silva Palma pudo graficarlos en sus "Crónicas de la Marina" en los siguientes términos: "El primer contingente fue desembarcado en los botes, digo mal, no fue desembarcado, sino tirado a las rocas de un lugar, que no es desembarcadero, y más que todo, lanzados en las astas del toro, que allí a mansalva, bien atrincherado y a corta distancia, hacían de los nuestros una matanza segura, pero no por esto faltó un Amador Barrientos que, arrancando la bandera de su bote, saltó sobre una colina, enarbolando por primera vez en aquella tierra el tricolor chileno, para indicar a los de abordo que allí estaba el camino de la gloria". (Agreguemos que bien pudo, una vez desembarcado su contingente, cumpliendo con su estricto deber, volver con sus botes en busca de nuevas tropas). No sin razón los marinos ingleses de la "Turquioise" y el "Thetis" que desde la bahía presenciaron este desembarco lo catalogaron de "A sublime absurd".

    Sí, porque desde que el bravo e intrépido Barrientos recibiera del comandante Simpson la orden: "Teniente Barrientos: Con toda la División de Atacameños trate de desembarcar a sangre y fuego donde pueda y lo estime conveniente", este comprendió la gravedad de la orden y el peso de la comisión que, como teniente más antiguo de la flotilla se echaba sobre él, con esa delegación del mando del jefe de desembarco, orden simple y clara, enérgica y terminara que le reiterara por orden de Simpson nuevamente el capitán Bannen, y que él supo cumplir con sencillez y decisión espartana. Y por ello el comandante del Loa, su Comandante, don Javier Molina pudo estampar con orgullo en el parte de combate: "El Teniente Barrientos fue el primer chileno que saltó en tierra en la playa del norte, llevando una bandera nacional que plantó sobre una prominencia de terreno en medio de una lluvia de balas que sólo perforaron su traje".  

El Abanderado y El Conductor

 

    Leyendo el parte de Barrientos, distinguimos dos actitudes que a la vez se conjugan. Desde el momento en que desembarca como abanderado y como conductor.

    Al igual que en las antiguas contiendas, en las cuales el rol del abanderado adquiría una dimensión mayúscula, pues encarnaba la figura más codiciada por el enemigo, quién llevaba el pendón que arrebatar; así también lo era para sus parciales, pues él era quién indicaba la dirección del ataque, así como marcaba las posiciones y permitía visualizar el avance o retroceso en la lucha. El éxito o la derrota estaban señalados por el pendón en lo alto, incólume, sagrado, en las manos de quienes le protegieron y llevaron a la victoria. Por ello, desde antiguo el abanderado era elegido entre aquellos guerreros de excepcionales condiciones de bravura, coraje y temple y para aspirar a él era necesario reunir y demostrar con creces que se poseían tales cualidades.

    En el desembarco de Pisagua, Barrientos intuye una similitud con las antiguas epopeyas y se posesiona del rol de abanderado desde los primeros instantes en que, arrancando la bandera de su bote se lanza al ataque y conquista el suelo enemigo.

    Pensamos, si en la antigüedad, en que sólo se podía temer el peligro de la espada, lanza o masa, el rol de abanderado adquiría una extrema peligrosidad y un riesgo sobrehumano, ¿Cuánto valor se necesitaba ahora, en que las armas de fuego permitían a un enemigo bien atrincherado hacer fácil blanco en un abanderado que a pecho descubierto hacíale el quite a las balas?. ¿Cuánto valor siendo, como es lógico, el principal y codiciado blanco de los fusileros enemigos?. Pues su condición, ¿No era una forma de desviar la atención de los defensores desde sus compañeros, atrayéndola hacia él como blanco preferido? ¿Cuánto valor se necesita para no ver caer ni arrebatada la bandera chilena?. Todo ello lo vislumbró nuestro héroe, como instuyó la enorme inyección de optimismo y coraje que daría a todos, los que aún en los botes o buques esperaban ver flamear en tricolor en la colina costera, en el sitio más visible. Las balas enemigas quizá asombradas de tanto valor, se rindieron respetando la vida a este singular atacante.

    Pero Barrientos también debió preocuparse de cumplir con las órdenes que había recibido respecto de dirigir el desembarco, órdenes que cumpliera a cabalidad, aún más, no existiendo oficial de mayor graduación en el momento de pisar tierra, dirige y ordena el primer ataque exitosamente, preocupase también de dar nuevo destino a los botes que vuelven en busca de nuevos combatientes, preocupase además de los heridos y de las demás contingencias que se viven en aquellos cruciales primeros momentos del desembarco. En todo instante demuestra sus innatas condiciones de temple guerrero y sus dotes de mando, por ello creemos que no exagera al estampar en su parte, refiriéndose en general al comportamiento de su gente: "No se puede exigir mayor audacia, coraje y serenidad" Y estos conceptos, ¿A quién son más aplicables sino a él y a su heroico y talentoso comportamiento en aquellos críticos momentos?

    Por ello creemos que Barrientos cumplió aquel glorioso 2 de Noviembre dos roles singulares y relevantes, de ABANDERADO Y DE CONDUCTOR y en ambos impuso su personal sello de osadía y valor inherentes a su naturaleza militar excepcionalmente dotada.    

El Crepúsculo de un Hombre

   Con la batalla de Arica, en la cual Barrientos también interviene, finaliza la primera fase de la guerra.

   Decepcionado al sentirse postergado en el reconocimiento de sus méritos y servicios, pide el retiro temporal de la Armada, y pasa a desempeñarse con éxito en el campo civil.

    En 1886 es Subdelegado de la Noria, en la recientemente conquistada Tarapacá. Al año siguiente Comisario de Salitreras. Es una época de trabajo intenso y de holgura económica. En su ocupación él puede apreciar como ninguno el inmenso venero de riqueza que significa para Chile la conquista de la extensa zona salitrera.

    Pero, cual si todo fuera efímero y aleatorio, el país que con inmensos sacrificios humanos y materiales ganó una guerra, se beneficia y progresa con los frutos de su victoria y parece ir en camino de bienestar bien cimentado, se jugará ahora su destino en una absurda guerra fratricida.

    Nadie es ajeno a aquella tragedia nacional y menos Barrientos que ha de convertirse en un fiel defensor del Presidente Constitucional. Balmaceda le reincorpora al servicio activo con el grado de Capitán de Corbeta, desempeñándose como segundo comandante del Caza Torpedera "Almirante Lynch". La revolución del 91 tuvo un desenlace amargo para el héroe, quién al triunfar los partidarios del Congreso se ve perder su empleo y bienes, debe exiliarse y vivirá casi hasta sus últimos días en una franca penuria económica que supo sobrellevar con estoicismo y dignidad admirables.

    La secuela de odiosidades y rencores que genera dicho conflicto habrán de cerrarle las puertas del reconocimiento a sus méritos tanto en el campo civil como institucional. Pasaran 26 años para que la Armada le conceda una magra pensión. Ello ayuda en parte a mitigar sus estrecheces que sobrelleva con pulcritud, orden y altivez inigualable.

    En tanto el país pierde el rumbo, se empobrece, es esquimado y anarquizado por un parlamentarismo corrupto y estéril, ante tal cuadro de decadencia suele repetir y sentenciar a quién quiera escucharle: "Es la sangre de Balmaceda cayendo gota a gota sobre este desgraciado país".

    Su situación y la indiferencia de sus contemporáneos unido a su orgullo hipertrofiado le hacen desdeñar la tertulia social. Viviendo en pensiones solo visita a algunos parientes y especialmente a sus sobrinos a quienes quiere extrañablemente. Tal vez con una forma de evasión se dedica con ahinco a sus estudios de genealogía que le absorben gran parte de su tiempo.

    La vida le reserva nuevos golpes. La muerte de su hermano, marino como él, a consecuencia de un acto de heroicidad y la de un sobrino, el mayor, también muerto en un trágico accidente marítimo. Sobreponiéndose a su dolor, el pobre y enfermo héroe de Pisagua escribe sobre este hecho a su cuñada, doña Tecuispa Rosas Andrade:

    "Mi pobre y estimada cuñada. ¿Qué podré decirle después de una desgracia tan grande como inesperada? Hay cosas que es mejor no moverlas; el corazón humano y sobre todo el de una madre, puede resistir todos los dolores por más terribles que sean, pero la herida que deja el pesar ni aún el tiempo la cicatriza ni hace olvidar; no queda sino la conformidad pero regada con muchas lágrimas que poco a poco van arrancando los dolores del corazón y calmando los sollozos de sus más crueles heridas; las lágrimas son el rocío que el cielo dio a nuestra alma para calmar sus aflicciones por más amargas y penosas que sean: Déjelas, pues, pobre cuñada, que ellas corran a la medida de sus penas y congoja.

    Junto con esta reciba un fuerte abrazo y a mi nombre se lo da a la querida tía Rosario, la abuela de la víctima y de la desgracia, y a todos mis queridos sobrinos. Igual encargo hice a Alberto cuando vino a verme y él les diría el motivo por el que no iba ni les escribía, no pensaba hacerlo todavía, pero lo hago para adjuntarle esa carta y tarjetas que he recibido del callao de la tía Delfina Pérez; hay heridas cuñada que no deben tocarse sino cuando pasa mucho tiempo; ahí el motivo de mi silencio.

    Mi salud aún no buena del todo: la mayor parte de Agosto lo pasé enfermo, desde el 2 de Septiembre hasta mediados de este mes, casi todo el tiempo lo pasé en cama; quedé sordo y ni aún podía escribir por el pulso y el cerebro débil: ahora recién voy convaleciendo con alimentos y medicina.

    Perdone la demora de mi pésame, en nombre de todo lo que yo también he sufrido y llorado por el sobrino. Su afmo.cuñado."

    La salud empeora, suela con los años felices en el norte y hasta se ilusiona con volver a él. ¿Cuántas veces no prometió a sus sobrinitos: "Los llevaré al norte y los pasearé en carruajes de plata"?. Más el inexorable tiempo hace su cruel y callada labor. El héroe cae gravemente enfermo. Uno de los sobrinos describe a un hermano los últimos días y postreros instantes del anciano:

    "Romeo, hoy tuvimos el dolor de ir a dejar los restos de nuestro querido tío Amador, al Cementerio General y los depositamos en el mausoleo de los defensores de Chile, nicho 167.

    Como tú sabrás mi tío se encontraba enfermo hacía un mes, yo iba casi todos los días a verlo a la calle Galves, donde se encontraba casi abandonado, pues no tenía ni remedios y solamente una mujer que lo conocía, lo cuidaba y él estaba muy agradecido de ella, que según él, había sido para él una verdadera hermana de caridad. Por fin hace como cinco días que César lo trajo a la clínica Alemana, donde se constató que era una bronco-neumonía y que el corazón marchaba bastante bien. El día antes de morir me dijo: "Dale un abrazo, a mi nombre, al soldadito y que sea muy feliz en la tierra. Mis medallas y mis diplomas que él los guarde". Todos los días se acordaba de ti y lloraba muy enternecido.

    El 23 en la mañana fue mi mamá a verlo, como todos los días, yo no pude ir, pues tenía clases y lo dejé para la tarde, estaba allí mi mamá y lo encontró medio durmiendo, tenía destapado los brazos y mi mamá se los tapo pero no se percibió de ello, en vista de esto mi mamá llamó a una enfermera y salió a buscar un sacerdote: pero cuando volvió ya se había muerto. Su muerte fue tranquila, pero se fue quedando como dormido hasta que expiró.

    En la tarde cumplí el doloroso y terrible deber de vestirlo. No estaba desfigurado, únicamente tenía la palidez del cadáver.

    Me dijo que nos dejaba todos sus libros para que los guardáramos entre todos en su memoria. Preguntó por Rebeca y dijo que quería despedirse de todos.

    Hoy salió su relato con una narración, en el "Diario Ilustrado", "El Mercurio" y "La nación", de su vida y sus hazañas. Se le hicieron honores de Capitán de Corbeta y asistieron dos compañías del Pudeto y Banda de Músicos.

    Asistieron al entierro: Luis Jiménez, con sus dos hijos, Caracciolo Molina, Arturo y Gumercindo Barrientos, etc... y un Capitán de Fragata a nombre de la marina, me olvidaba de Meliton Guajardo.

    Cesar ha corrido del todo.

    En fin. Se fue a descansar en paz, nuestro pobre tío, que fue tan bueno con nosotros.

    Se despide tu hermano, que llora contigo.

    Juvenal".

    Un 23 de Julio de 1921, una fría mañana de frío Invierno, el héroe de Pisagua libra su última batalla y la da con la misma dignidad, entereza, altivez y hombría de bien que le caracterizara.

    Recordemos para concluir lo que escribiera, refiriéndose a su persona don Gonzalo Montecinos:

      "Si fue sensible al frío de la indiferencia de sus compatriotas, no es de extrañar que reaccionara naturalmente y con altivez contra ella. No es común en los hombres, aún de su temple superior, lograr sobreponerse a su medio social para recogerse en si mismos y vivir su vida íntima con independencia absoluta de los demás. Este es atributo de sólo dos especies de hombres; de los santos y de los locos: en proporción menor del héroe. El santo, el loco, el héroe, sufren una hipertrofia o un acondicionamiento particular de su personalidad y se desprenden de aquellas mezquindades que generalmente entraban a la acción de los hombres, para darse por entero a lo que su imaginación, su sensibilidad o alguna exaltación de sus inclinaciones o sentimientos les dicta. Pero, por razones obvias, es evidente que únicamente el santo y el héroe, sin contar al arista, que entra en otra categoría, logran dar a su vida ese sentido de plenitud que importa la realización del ideal como superación de la naturaleza. Y llegando así a alcanzar una idea de perfección por medio de un gozo específico de superación, gozo que es emoción propia de la vida completamente espiritualizada, como dice Keyserling, subliman una obra de arte persistiendo ser el verdadero arte de su vida".

*Cortesía Felipe Fernández Barrientos

 

 

 

 

 

 

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