La Guerra del Pacífico: Los Héroes Olvidados, Los que Nunca Volverán
Un hombre solo muere cuando se le olvida |
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*Biblioteca Virtual *La Guerra en Fotos *Museos *Reliquias *CONTACTO Por Mauricio Pelayo González |
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PARTES OFICIALES SOBRE LA BATALLA DE LOS ÁNGELES |
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Cuando a tu paso tropieces con una lápida, aparta la vista para que no leas: AQUÍ YACE UN VETERANO DEL 79. Murió de hambre por la ingratitud de sus compatriotas. Juan 2º Meyerholz, Veterano del 79
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PARTE DEL GENERAL MANUEL BAQUEDANO
COMANDANCIA GENERAL DE LA DIVISIÓN EXPEDICIONARIA SOBRE MOQUEGUA. Moquegua, Marzo 22 de 1880 Señor General en Jefe del ejército: El 19 del corriente, a las 12 M., después de los tiroteos de avanzadas que hubo en los días anteriores, de los cuales he dado cuenta a V. S., me puse en marcha en dirección a Moquegua y tomé campamento en Calaluna a las 5 P. M. de ese día, tomando todas las precauciones para no ser sorprendido. La división de mi mando, de la cual era Jefe de Estado Mayor el teniente coronel don Arístides Martínez, se componía de las siguientes fuerzas: regimiento 2º de línea, su comandante coronel don Mauricio Muñoz, que lo era también Comandante General de la infantería, regimiento de línea Santiago, comandado por el segundo jefe, sargento mayor don Estanislao León; batallón Bulnes, su comandante don José Echeverría; batallón Atacama, su Comandante don Juan Martínez, y una compañía del regimiento Buin 1º de línea. La caballería era compuesta de los regimientos de Cazadores y Granaderos, siendo sus jefes del primero, el teniente coronel don Pedro Soto Aguilar, el cual comandaba en jefe la caballería, y del segundo el teniente coronel don Tomas Yávar. La artillería se componía de dos baterías Krupp, una de montaña y otra de campaña, y una batería de cañones de bronce franceses, todas bajo las órdenes del teniente coronel don José Manuel Novoa. A las 8 A. M. del 20, hice marchar sobre la ciudad la división de mi mando en el orden siguiente: de descubierta, la compañía del Buin y 50 hombres de caballería. A vanguardia marchaba el batallón Bulnes, cubriendo al propio tiempo los flancos de la línea; le seguían el Atacama, el regimiento Santiago, artillería y regimiento 2º de línea; cubría la retaguardia la caballería. Llegados a las alturas del lado Sur del pueblo y habiendo visto que el enemigo se había asilado en la fuerte y atrincherada posición de los Ángeles, dirigí la tropa a lo Alto de la Villa, mientras el Jefe de Estado Mayor a la cabeza de un piquete de caballería tomaba posesión de la ciudad. En el mismo Alto de la Villa se distribuyó campamento a cada uno de los cuerpos de la división y se procedió a hacer el reconocimiento de las posiciones enemigas. Para facilitar el acceso hasta el pié de la cuesta de los Ángeles, hice el día 21 abrir un camino que lo comunicara directamente con nuestro campamento. El plan de ataque fue decidido de la manera siguiente: una división compuesta de siete compañías del 2º de línea, un batallón del regimiento Santiago, una batería de artillería de montaña y 300 hombres de caballería, al mando del señor coronel don Mauricio Muñoz, debía atacar al enemigo por retaguardia, a la cual debía llegar tomando el camino de Jamegua; el batallón Atacama, subiendo por el cerro que domina la posición de los Ángeles, que debía flanquear las trincheras, atacándolas por su ala derecha; una compañía de guerrilla del Santiago y otra del Bulnes debían atacar de frente, y dos más del Santiago atacar el ala izquierda; todo esto bajo un activo fuego de artillería que protegiera el ataque batiendo sus trincheras y preparando el avance de las tropas de reserva. Para llevar a efecto dicho plan, ordené al coronel Muñoz que a las 7 P. M. del día 21 se pusiera en marcha para cumplir su cometido, y se ordenó al batallón Atacama que a media noche se pusiera igualmente en movimiento para trepar esa difícil altura. A las 2 A. M. del día 22 se me dio parte de que una avanzada enemiga había tratado de sorprender el campamento de Cazadores a caballo, de donde resultó un tiroteo en que tomó parte desde lejos la retaguardia del batallón Atacama, siendo rechazado el enemigo y no sufriendo por nuestra parte más pérdidas que la de 4 soldados de Cazadores muertos, 1 herido y 7 caballos muertos. Los asaltantes dejaron en el campo un cadáver y los rastros de los heridos que se fugaron. Al amanecer del mismo día, el batallón Atacama había vencido ya lo más difícil de las escabrosas alturas y nuestras tropas ocupaban sus respectivas posiciones. La artillería se había colocado en un lugar conveniente para batir las trincheras, y todo se preparaba para llevar adelante el ataque. Eran las 5:30 A. M. cuando se oyó del lado de Tumilaca un vivo fuego de fusilería y poco después de artillería. Era la división del coronel Muñoz que, retardada su marcha por lo malo de los caminos y otras dificultades, se batía con una parte de la infantería enemiga, compuesta de una compañía del batallón Canchis, otra de Granaderos del Cuzco, algunos soldados del Batallón Grau y una compañía de caballería. A las 6 A. M. el denodado batallón Atacama rompía sus fuegos y avanzaba rápidamente por el flanco del enemigo; la artillería disparaba certeros tiros sobre las trincheras, y las compañías del Santiago y Bulnes, desplegadas en guerrilla, se adelantaban al pié de la cuesta. Hora y cuarto después había disminuido notablemente el fuego y aparecía en lo alto de la cuesta y sobre una de las trincheras nuestra triunfante bandera, batida por el cabo Belisario Martínez del batallón Atacama. Las tropas siguieron entonces el camino ordinario de la cuesta y a las 8 A. M. todas ellas se encontraban en la cumbre. El enemigo huía apresuradamente delante del victorioso Atacama, e inmediatamente me puse en marcha persiguiéndolo con caballería e infantería. A las 11:30 A. M. llegaba a Yacango, sin haber conseguido alcanzarlo. En este punto me fue necesario detener la marcha para refrescar la tropa y esperar a los cuerpos que no habían podido seguirnos. Lo avanzado de la hora a que se reunió la división, 5:30 P. M., me impidió continuar mi viaje a Torata. Entretanto, la división del coronel Muñoz, atacada en posiciones difíciles para él, no pudiendo emplear siempre su artillería y en ningún caso la caballería, consiguió deshacer al enemigo después de cerca de 5 horas de combate. Las bajas sufridas en esta jornada son: batallón Atacama, 3 muertos y 13 heridos, en los Ángeles; 2º de línea, 1 muerto y 15 heridos; Santiago, 8 heridos y 1 contuso; artillería, 3 heridos, éstos en Tumilaca. Los del enemigo: en los Ángeles, 28 muertos, y se sabe de 25 heridos y otros que vienen llegando, y 64 prisioneros. No se pueden precisar las pérdidas que sufrió en Tumilaca. Se han recogido hasta la fecha 83 rifles de varios sistemas y 89 cajones de munición dejados por el enemigo, y creo que encontrarán más las partidas que se han mandado con ese objeto. Los partes particulares que me han sido pasados recomiendan nominalmente: el del señor coronel Muñoz, a los jefes don Estanislao del Canto y don Ezequiel Fuentes; capitanes: del 2º, don Francisco Olivos; del Santiago, don Domingo Castillo; de ingenieros, don Enrique Munizaga; ayudantes de campo: don Ruperto Fuentealba, teniente, don Melitón Martínez y alférez don Álvaro Alvarado; el jefe de la batería de artillería que marchó con el coronel Muñoz, a todos los oficiales de su sección; el jefe del batallón Atacama, muy particularmente. al teniente don Rafael Torreblanca, para quien pide el puesto de capitán; al capitán don Gregorio Ramírez, teniente don Antonio María López, subtenientes don Abraham Becerra y don Walterio Martínez, y por fin a la cantinera Carmen Vilches, por su valor y buenos servicios. Los demás partes recomiendan en general el valor, comportamiento de los oficiales y soldados de los diversos cuerpos. Por mi parte, señor General en Jefe, me hago un grato deber en manifestar a V. S. que tanto el señor coronel Muñoz como los jefes, oficiales y tropa de los diversos cuerpos, y así mismo mis ayudantes de campo, capitanes don Francisco Pérez, don Ramón Dardignac, don Alejandro Frederick; tenientes don Vicente Montauban, don Juan Pardo y subteniente don Julián Z. Zilleruelo; los de Estado Mayor, capitán don Francisco Javier Zelaya, don Juan Félix Urcullu y subteniente don Federico Weber que componían mi división, han estado siempre a la altura de sus puestos y sostenido con brillo el buen nombre del ejército chileno; pero recomiendo muy especialmente a la atención de V. S. al jefe del batallón Atacama y oficiales por él recomendados. También debo manifestar a V. S. que desde el momento en que tomé el mando de la división, el señor comandante don Arístides Martínez, como Jefe de Estado Mayor, se ha distinguido por su celo, actividad y buen desempeño en su delicado puesto, lo mismo que al frente del enemigo Dios guarde a V. S. MANUEL BAQUEDANO Al señor General en Jefe del ejército. ***
PARTE DEL CORONEL MAURICIO MUÑOZ
Campamento en marcha, Molino, Marzo, 22 de 1880. Señor General: En conformidad con las órdenes de V. S. emprendí mi marcha con la división de mi mando a las 7 P. M. de ayer; pero no pude llegar a la hora indicada al punto señalado para batir al enemigo por retaguardia y cortarle la retirada, a consecuencia de lo malo del camino, por naturaleza, y que los enemigos lo habían cegado en varias partes; esta circunstancia dio jugar a que el práctico extraviara varias veces a la división y que al amanecer me encontrara en el punto denominado Tumilaca, a la orilla del río, sin poder avanzar por la imposibilidad de hacer pasar la artillería, de modo que hice retroceder la batería y tomar otro camino más practicable, quedándome con el Santiago y una compañía de guerrilla del 2º. En esta situación rompió el fuego el enemigo a las 5 A. M. sobre esta fuerza, y poco después en toda la línea hasta las 6 A. M., en que V. S. le llamó la atención por el frente; pero pronto volvió a cargar su fuerza hacia nosotros. El fuego fue activo y sostenido hasta las 10 A.M., hora en que ví que la división de su mando repasaba nuestro costado derecho; entonces ordené cargar a la bayoneta, y media hora después el enemigo estaba en completa derrota; principié a reunir la tropa y emprendí mi marcha hasta este punto, donde llegué a las 5 P. M. Oportunamente pasaré el parte detallado y daré cuenta de los muertos y heridos, que han sido de artillería e infantería. Como digo, la caballería no pudo maniobrar por lo accidentado del terreno. Mañana emprenderé mi marcha hacia Yacango, para volver a esa sí V. S. no dispone otra cosa. Solo me resta manifestar a V. S. que la división ha cumplido con su deber y especialmente la artillería por sus certeros tiros. Dios guarde a V. S. MAURICIO MUÑOZ. Al señor General en Jefe de la división de vanguardia. ANEXO COMANDANCIA DE LA SEGUNDA DIVISIÓN. Alto de la Villa, Marzo 26 de 1880 En parte pasado a V. S. el 22 del actual, referente a la jornada de Tumilaca, manifesté que oportunamente pasaría otro más detallado, pero teniendo a la vista los pasados por los diferentes comandantes de los cuerpos que componían la división y que encierran los detalles requeridos, he creído prudente acompañar los originales para que V. S. se penetre mejor de la expedición y combate; en su consecuencia, le adjunto el parte del sargento mayor de artillería don Ezequiel Fuentes, el del comandante accidental del regimiento 2º de línea, don Estanislao del Canto, el del primer batallón del regimiento de línea Santiago, capitán don Lizandro Orrego, el del teniente coronel graduado don Feliciano Echeverría, que mandaba la caballería, al mismo tiempo un croquis levantado por el capitán de ingenieros don Enrique Munizaga. Solo me resta recomendar a la consideración de V. S. a los primeros jefes don Estanislao del Canto y don Ezequiel Fuentes; capitanes: del 2º, don Francisco Olivos; del Santiago, don Domingo Castillo; de ingenieros, don Enrique Munizaga, y a los ayudantes de campo: capitán don Ruperto Fuentealba, teniente don Melitón Martínez y alférez don Álvaro Alvarado. Dios guarde a V. S. MAURICIO MUÑOZ *** PARTE DEL CORONEL ESTANISLAO DEL CANTO
REGIMIENTO 2º DE LÍNEA. Alto de la Villa, Marzo 24 de 1880. Señor Coronel: En la tarde del día 21 del corriente mes, recibí orden verbal de V. S. para tomar el mando accidental de este regimiento, porque V. S. debía ponerse a la cabeza de una división compuesta de siete compañías de este regimiento, de un batallón del Santiago, una batería de artillería de montaña y 350 de caballería. Esta división debía operar por retaguardia de la cuesta de los Ángeles, posiciones donde se encontraba parapetado el enemigo y que han sido siempre tenidas como inexpugnables. Efectivamente, a las 7 P. M. del mismo día 21, emprendimos la marcha llevando la vanguardia una compañía del batallón Santiago. A las 2 A. M. del 22 se detuvo la división por haber anunciado la descubierta que en un desfiladero se sentían enemigos, V. S. dispuso que la compañía del Santiago fuese reforzada por una ligera del 2º, a fin de forzar el paso a toda costa, Nombré con tal objeto la 4ª compañía del primer batallón, al mando de su capitán don Francisco Olivos. Continuó la marcha sin interrupción hasta las 4:30 A. M., hora en que hizo alto la división en Tumilaca, y V. S. se sirvió llamarme para conferenciar. De conformidad con las instrucciones de V. S., me dirigí a buscar el camino por donde debía pasar la artillería, pues el que llevábamos era apenas transitable por la infantería. Medía hora después sentí que el enemigo empeñaba el ataque contra el batallón Santiago y la compañía del 2º que a media falda de la quebrada del río marchaba bajo las órdenes de V. S. Una vez que descubrí un camino por donde podía subir la artillería, y de acuerdo con las órdenes dadas por V. S., signifiqué al señor mayor de artillería don Ezequiel Fuentes que subiese la batería a la altura, a fin de proteger la tropa que combatía, lo que ejecutó con la oportunidad necesaria. Al mismo tiempo dispuse que dos compañías del primer batallón, al mando del capitán ayudante don Eleuterio Dañín, subiesen inmediatamente al filo de la loma y rompiesen el fuego y que otras tres compañías del segundo batallón, al mando del sargento mayor don Miguel Arrate, efectuasen lentamente el mismo movimiento. La 4ª compañía de ese mismo batallón fue encargada de la custodia del parque. A las 6 A. M., es decir, una hora después de empeñado el combate por nuestra parte, se sintió la detonación de la artillería de campaña y observamos que el enemigo que nos atacaba por el flanco izquierdo se ponía en movimiento para volver a sus posiciones de los Ángeles. En esta situación, y debido a los certeros disparos de la artillería e infantería, el batallón Santiago y compañía del 2º pudieron tomar la altura. Momentos después se presentó el batallón Atacama perteneciente a la división que debía operar por el Alto de la Villa y atacó por la parte más elevada del cerro, que domina las posiciones de los Ángeles; después de un ligero combate observamos que el enemigo abandonaba sus formidables posiciones y replegaba todas sus fuerzas o las que combatían con el regimiento 2º, batallón Santiago y artillería. Pretendió el enemigo envolvernos por el flanco derecho; pero conocidas que me fueron sus pretensiones, ordené al capitán don Aniceto Valenzuela que con la compañía de su mando protegiese el ala derecha y tomase las alturas. Flanqueado el enemigo por este movimiento, V. S. ordenó una carga a la bayoneta que dio por resultado la completa derrota de los enemigos. Ignoro completamente las bajas que se hayan causado al enemigo, porque combatíamos en una línea de tres a cuatro kilómetros, quebrada y río de por medio. Por nuestra parte hemos tenido solo 1 muerto y 15 heridos. Los señores oficiales y los individuos de tropa han llenado cumplidamente sus deberes, manteniéndose todos a la altura de los dignos antecedentes del regimiento. Sin embargo, me hago el deber de recomendar particularmente a V. S. al sargento mayor don Miguel Arrate, al capitán ayudante don Eleuterio Dañín, capitán don Anacleto Valenzuela y al teniente don Federico Aníbal Garretón. Dios guarde a V. S. E. DEL CANTO. Al señor Coronel Jefe de la división expedicionaria sobre los Ángeles. *** PARTE DEL CORONEL JUAN MARTÍNEZ
COMANDANCIA DEL BATALLÓN ATACAMA. Alto de la Villa, Moquegua, Marzo 25 de 1880. Señor General: Cumpliendo con las órdenes de V. S., trasmitidas por el capitán de ingenieros señor Francisco J. Zelaya, el día 21 del actual, a las 9 P. M. en virtud de las cuales esa misma noche mi batallón debía salir a flanquear al enemigo que se hallaba situado en las trincheras de la famosa e histórica cuesta de los Ángeles, inmediatamente después de recibir esta orden salí acompañado de mi segundo jefe, sargento mayor don Juan F. Larraín, para hacer los reconocimientos necesarios a fin de encontrar un sendero fácil que me condujese a través de potreros, tapias y tupidas enramadas hacia la base de los cerros que íbamos a subir. En esta operación nos ocupamos hasta las 11:30 P. M., habiendo conseguido salvar los obstáculos que se oponían al paso del batallón, por medio de palas y barretas con que rompieron las pircas y cercados algunos soldados que me acompañaban. Así llegamos a penetrar a un campo más expedito, es decir, a los lomajes que circundan el cerro en donde suponíamos se encontrasen apostadas las avanzadas enemigas. Salvados estos inconvenientes, ordené se amunicionara la tropa, saliendo en seguida a las 12 M. La segunda compañía, comandada por el teniente señor Rafael Torreblanca y bajo mis inmediatas órdenes, marchaba de descubierta, quedando el resto del batallón a cargo del sargento mayor señor Larraín con orden de seguir mis huellas quince minutos después para reunirnos en el punto final de nuestro reconocimiento, lo que ejecutó oportunamente. En estas circunstancias nos sorprendió, a pocos pasos de distancia y la retaguardia del batallón, un vivísimo fuego de fusilería. Sin poder apreciar a causa de la oscuridad de la noche y del sitio emboscado que ocupábamos, la procedencia de aquellos tiros, se introdujo la confusión en una parte de la fuerza de mi mando, haciendo que soldados de las dos últimas compañías disparasen algunos tiros, contestando a los del oculto enemigo. Hubo un momento en que los proyectiles se cruzaron en todas direcciones, amenazando muy de cerca la vida de mis soldados. Por fin se consiguió tranquilizar a la tropa, gracias a los esfuerzos comunes de todos mis oficiales, ordenando en seguida a mi segundo, que fuese a poner lo sucedido en conocimiento del señor General de la división, quién volvió a las 3:30 A. M. con orden de V. S. de no alterar en nada lo ordenado anteriormente y con facultades de emprender la marcha a la hora y por el sendero que creyese más conveniente. Al mismo tiempo el señor mayor Larraín me comunicó que a su regreso había sabido por oficiales de Cazadores, que el fuego procedía de fuerzas enemigas que se habían introducido al campamento de la caballería, por lo que supuse que éstas estaban al corriente de nuestro movimiento. Sin embargo de esto, a las 4 A. M. ya mi batallón estaba en marcha. Una compañía, la segunda, marchaba de descubierta por el camino de las lomas, y a media cuadra de distancia iban las demás, escalonadas por el flanco para protegerse mutuamente en el caso, que suponíamos muy probable, de que el enemigo que había bajado a los potreros nos atacara en nuestro ascenso. Con felicidad llegamos a la conjunción de varias pequeñas huellas en donde todas las compañías se reunieron, marchando unas en pos de otras y emprendiendo el peligroso ascenso por aquellos hasta entonces inaccesibles desfiladeros, que solo permitían a mis soldados subir en una fila, asegurándose con manos y pies y usando de sus bayonetas para escalar las escabrosas pendientes que a cada paso amenazaban despeñarnos al abismo. Difícil me sería expresar a V. S. los peligrosos obstáculos que fue necesario vencer, como al mismo tiempo el entusiasmo y energía con que mis oficiales y tropa escalaban la cima a pesar de la gran fatiga y rudos sufrimientos a que iban sometidos, y de los cuales, felizmente, lograron salir airosos. Es así como las primeras compañías y en seguida el batallón casi en su totalidad, llegaron a dominar las primeras trincheras enemigas por su flanco derecho. Después de un bien nutrido fuego de fusilería, deseando economizar los cien tiros por plaza que llevábamos y aprovechándome de la situación aflictiva del enemigo, ordené a los cornetas tocar a la carga, operación que ejecutaron los soldados al grito varonil de ¡viva Chile! lanzándose sobre las primeras trincheras y consiguiendo desalojarlas una a una del enemigo que huía despavorido ante el empuje entusiasta de nuestros bravos, hasta que llegamos a la trinchera que enfrenta el camino de la cuesta de los Ángeles. En este punto mandé cesar el fuego, y al cabo de la segunda compañía Belisario Martínez, enarbolar nuestro glorioso pabellón chileno en lo más alto de la trinchera, a fin de que fuese visto por la artillería y ésta suspendiese sus fuegos. Me hago un deber en encomiar aquí la inteligencia del digno jefe de la artillería, comandante señor José M. Novoa, quien con sus acertadas disposiciones y certeros disparos, secundó nuestra acción, causando pérdidas al enemigo y distrayendo su atención en tanto que nosotros le flanqueábamos la retaguardia de su flanco derecho. No pudiendo continuar la persecución del enemigo, que huía en distintas direcciones, a causa del cansancio de la tropa, resolví permanecer en la trinchera hasta que V. S. pasó acompañado de su Estado Mayor y caballería y me ordenó que hiciera descansar a mis soldados. Una hora después recibí nuevamente orden de continuar mi marcha hacia Torata, acompañando a una batería de artillería, mandada por el capitán Fuentecilla; lo que efectué, no sin hacer antes enterrar a los muertos y recoger a los heridos que fueron oportuna y esmeradamente atendidos por la ambulancia de Valparaíso y en especial por su abnegado jefe doctor Martínez Ramos. A las oraciones llegué al campamento designado por V. S., en donde pernocté con mi tropa, emprendiendo la marcha al amanecer del siguiente día hacia el pueblo de Torata, pero no habiendo enemigo alguno que combatir, recibí órdenes de regresar a este campamento, al cual llegamos con toda felicidad. Por la lista que acompaño, V. S. podrá imponerse de las bajas habidas en mi batallón en el atrevido asalto de la cuesta de los Ángeles, permitiéndome llamar la atención de V. S. sobre la dolorosa pérdida de mis soldados, José Vicente Zelada y Baldomero Marchant, que murieron en el puesto de honor peleando como bravos. El primero cuenta, además, con el indisputable mérito de haber sido gravemente herido en la batalla de Dolores, y de haber regresado a incorporarse a su batallón tan luego como fue curado en Copiapó. Era un joven de buenos antecedentes y pertenecía a una pobre pero respetada familia copiapina, que pierde en él un apoyo eficaz, a la vez que un amante hijo y un hermano cariñoso. Réstame hacer presente a V. S. que la conducta de todos mis subalternos, tanto oficiales como tropa, me merece los mayores elogios por la constancia, energía y valor que desplegaron durante los sucesos de la noche, como asimismo en los momentos del peligro, haciéndose dignos de especial mención el teniente señor Rafael Torreblanca, capitán Gregorio Ramírez, teniente Antonio M. López y subtenientes Abraham Becerra y Walterio Martínez, que fueron los primeros en dominar la cima del cerro. Como un deber de gratitud y un ejemplo de estimulo me permito insistir ante V. S. recomendando muy particularmente al teniente Torreblanca, quien en las tres acciones de guerra en que ha tenido la gloria de tomar parte el batallón, se ha distinguido por su valor y buenos acuerdos, en esta virtud me tomo la libertad de pedir a V. S. el inmediato ascenso de este oficial para capitán del cuerpo. También creo un deber de mi parte hacer presente a V. S. que los méritos contraídos por la cantinera Carmen Vilches durante la penosa jornada del Hospicio al Valle, dando agua y atendiendo a los que caían rendidos por la fatiga, como igualmente peleando en el asalto de la cuesta de los Ángeles con su rifle e infundiendo ánimo a la tropa con su presencia y singular arrojo, obligan nuestra gratitud y la hacen acreedora a un premio especial. No concluiré sin tener antes el honor de felicitar a V. S., a su Estado Mayor, y por su conducto al Supremo Gobierno, por el bien concebido plan que se desarrolló, mediante el cual hemos obtenido un glorioso triunfo sobre el enemigo, afirmando más aun la justicia y fuerza de la causa de Chile. Dios guarde a V. S. JUAN MARTÍNEZ. *** PARTE DEL COMANDANTE LISANDRO ORREGO
Alto de la Villa, Marzo 25 de 1880 Señor Comandante: El día 21 del presente, a las 6 P. M., recibí orden de mi jefe para ponerme al mando del primer batallón del regimiento de línea Santiago, fuerte de 560 plazas y a las órdenes de V. S., con el objeto de expedicionar y sorprender al enemigo que se encontraba parapetado en la fortaleza denominada de los Ángeles, que se encuentra a distancia de una legua, más o menos, de esta ciudad de Moquegua. A la hora indicada nos pusimos en marcha, llevando de descubierta la cuarta compañía de mi batallón, mandada por el capitán don Domingo Castillo, a la que seguía el resto de dicho cuerpo, que protegía la artillería de montaña que marchaba en pos de nosotros. La marcha fue por demás penosa y lenta, a causa de lo quebrado del camino que en realidad no es otra cosa que un mal sendero. Como a las 3 A. M. del día indicado, llegamos a una quebrada que la denominaremos Honda, por su mucha profundidad: desde el fondo tomamos flanqueando al enemigo, siendo de notar que nos hallábamos solo a tiro de rifle. Como no se encontraba luego camino expedito para que la artillería tomara su posición en las alturas, nos fue preciso esperar hasta que nos sorprendió el día. Por su parte el enemigo, que desde la cima del cerro de la quebrada en que nos encontrábamos, nos descubrió, principió a hacernos fuego nutrido de fusilería, que contesté inmediatamente, sin probabilidades de éxito, a causa de la muy desventajosa posición en que nos encontrábamos respecto al enemigo; esta crítica situación duró como una hora, más o menos, hasta que nuestra artillería, con sus certeros fuegos, hizo desaparecer el peligro por ese punto. Las compañías de Cazadores, del 2º y Santiago, que se encontraban a la derecha del batallón de mi mando, así como el resto del 2º que se hallaba a mi izquierda, recibieron orden de tomar las alturas y replegarse a la artillería, lo que verifiqué también más tarde, cuando recibí orden de hacerlo, contramarchando, tomando alturas y haciendo fuego por el flanco hasta replegarme a la artillería y 2º de línea, por el misino camino que antes tomara ésta. Desde ese momento todos combatimos con igual ventaja hasta que el enemigo desalojó las trincheras y tomó los planes. En esta última circunstancia, que V. S. supo lograr oportunamente, mandando una vigorosa carga a la bayoneta, fue lo suficiente para poner en vergonzosa fuga al enemigo, coronando con esto el más completo y brillante triunfo. Las bajas que tuvo mi batallón fueron solamente 8 soldados heridos y 1 contuso, cuyos nombres se expresan a continuación: Francisco Álvarez, Belisario Sepúlveda, José Ramón Morales, José Villegas, Francisco Olivera, José Ugas, Manuel Salas, Timoteo Ramos y contuso cabo 1º Esteban Espinosa. Me es grato hacer presente a V. S. que la conducta observada por la tropa y oficiales de mi mando, fue, en general, muy satisfactoria, pues todos cumplieron con su deber como valientes. Debo hacer presente a V. S. que el combate dio principio como a las 5 A. M., y concluyó a las 10:30 A. M. de ese día de gloria para nuestras armas. Es cuanto tengo que decir a V. S. en cumplimiento de mi deber y de mi cometido. Dios guarde a V. S. LISANDRO ORREGO Al señor Comandante General de infantería. *** PARTE DEL COMANDANTE FELICIANO ECHEVERRÍA
REGIMIENTO DE CAZADORES A CABALLO. Moquegua, Marzo 25 de 1880. Tengo el honor de dar cuenta a V. S. de la parte que han tomado los 300 hombres de caballería que marcharon al mando del que suscribe; de éstos, 200 Cazadores y 100 Granaderos a caballo que componían la división del mando de V. S., que tenía el encargo de tomar la retaguardia de las posiciones del ejército peruano, atrincherado en la cima de la cuesta de los Ángeles. A las 9 P. M. del mismo día nos pusimos en camino pasando el río Ilo y tomando el camino que debía conducirnos al lugar designado, con el objeto de atacar y tomar la retaguardia del enemigo e impedir su retirada. El camino por el que nos condujo el práctico, no era apropósito para caballería y artillería de montaña que llevaba la división, ni aun para la infantería por componerse de elevadas serranías y no haber un paso expedito en todo el trayecto para una división de las tres armas de que se componía nuestras fuerzas. Al amanecer del día 22 del mismo, se nos presentó el enemigo en la caja del río y en las alturas del cordón del cerro de los Ángeles. Estas fuerzas se batieron con la vanguardia de la división que V. S. con tanto empeño procuraba llevar por el camino verdadero y más expedito para la marcha de nuestras tropas, tiroteo que sostuvo de 6 a 10 A. M. poco más o menos. Al principiar el ataque V. S. dispuso que toda la división tomara las alturas de los cerros, para seguir batiendo al enemigo que ya V. S. lo había rechazado por el bajo del río, tomando éstos las alturas para continuar el ataque, que al efecto lo empeñó nuevamente hasta la hora ya indicada, siendo el enemigo completamente derrotado. En este estado la acción, recibí orden de V. S. para bajar de las alturas en que me encontraba con la caballería, y procurar de esta manera perseguir al enemigo ya en derrota, lo que efectué recorriendo una distancia de dos leguas más o menos hasta las alturas del cerro denominado Baúl, lugar donde recibí orden de V. S. para acampar, haciéndolo también toda la división. El 23 a las 7 A. M. nos pusimos en marcha hacía la aldea Yacango; de este punto seguimos la marcha a Torata, donde nos reunimos con las demás fuerzas que dirigía el señor general Baquedano. A las 6 P. M. del mismo día recibí orden de V. S. de regresar con la caballería de mi mando a esta ciudad. Me hago un deber en manifestar a V. S. que la conducta observada por los señores oficiales y tropa de los regimientos de Cazadores y Granaderos a caballo, es digna de encomio, puesto que durante el combate y siempre que estuvieron al alcance del fuego enemigo, realizaron dos cosas difíciles que V. S. palpó; y que por la clase de cerros no se pudo evitar ni quitar la caballería por algunos momentos del lugar en que se encontraba recibiendo los fuegos del enemigo, en una distancia no menos de 400 metros; en todos estos casos se mantuvieron ambos regimientos a la altura de sus antecedentes. Dios guarde a V. S. FELICIANO ECHEVERRÍA. *** PARTE DEL CORONEL JOSÉ VELÁSQUEZ
REGIMIENTO NUM. 2 DE ARTILLERÍA. Pacocha, Marzo 28 de 1880 Con fecha 24 del actual el señor coronel don José Manuel 2º Novoa, jefe de las baterías de artillería expedicionarias sobre Moquegua, me dice lo que sigue: “Señor Coronel: Con esta fecha digo al señor general jefe de esta división expedicionaria, lo siguiente: Cumpliendo con las órdenes de V. S. el 22 del presente, a las 6 A. M., establecí las dos baterías Krupp en el lugar que juzgue más apropósito para proteger la ascensión que ya hacia el intrépido batallón Atacama con el fin de flanquear al enemigo atrincherado en la cuesta de los Ángeles. Pocos momentos después ejecuté la orden de V. S. de romper el fuego con el objeto ya indicado y también con el de desalojar al enemigo de sus posiciones. Como V. S. lo presenció, a las 7:15 A. M., más o menos, se pusieron en precipitada fuga las fuerzas peruanas que defendían esa posición. La batería de montaña marchó en la división con que V. S. persiguió al enemigo hasta Torata, y la de campaña quedó en su misma posición convenientemente protegida, en cumplimiento a lo ordenado por V S. Como ya V. S. tendrá conocimiento del parte detallado que el sargento mayor don E. Fuentes, a cuyas órdenes marchó la batería de cañones de a 4 rayados, aumentada con un Krupp también de montaña, ha pasado al jefe de la fuerza que V. S. dispuso marchara en la noche anterior a cortarle la retirada al enemigo, me abstengo hacer de él relación a V. S. Es cuanto tengo el honor de decir a V. S. sobre el hecho de armas a que hago referencia. Acompaño a V. S. el parte a que se hace referencia en la anterior trascripción, pasado por el sargento mayor señor Fuentes, y cuatro listas: una de los señores oficiales que han concurrido a este hecho de armas y las tres restantes, de la tropa que servía a las tres baterías con especificación de las heridas recibidas. Dios guarde a V. S.‑ José Manuel 2º Novoa”. El parte a que se refiere la anterior comunicación, dice lo que sigue: “Campamento del Alto de la Villa.‑ Moquegua, Marzo 24 de 1880.‑ Señor Comandante: Con esta fecha di al señor coronel jefe de la segunda división que expedicionó sobre las fortificaciones de los Ángeles y de la cual formé parte al mando de la segunda batería de mi brigada y de una pieza Krupp de la segunda ídem, lo que copio: Tengo el honor de pasar a manos de V. S. el parte detallado de las operaciones ejecutadas por la segunda, batería de la brigada que comando, durante la expedición llevada a feliz término bajo sus órdenes y que operó según los planes del señor general Baquedano de acuerdo y conjuntamente con la segunda división dirigida por dicho jefe. Estando el enemigo atrincherado en el paso y altura de la cuesta de los Ángeles, posición formidable, reputada en el Perú como imposible de ser asaltada con éxito; colocadas las fuerzas al mando inmediato del señor general nombrado, en el Alto de la Villa, ordenó el 21 a las 6 P. M. marchase por los desfiladeros del Norte un batallón del regimiento Santiago, siete compañías del id. 2º de línea, 350 Cazadores y Granaderos, la batería francesa de montaña y una pieza Krupp de la misma clase, a fin de que ejecutando un rodeo de semicírculo a marchas rápidas, amaneciesen en el camino de Torata, por la espalda del ejército peruano, que indudablemente tomados entre dos fuegos y sin retirada posible, caería en nuestro poder; pues al toque de diana sería arremetido el frente por la división que quedó en el Alto de la Villa. Nosotros, según el plan acordado, no debíamos romper el fuego hasta después que lo hiciera la otra división. Las disposiciones del señor general no pudieron cumplirse en toda su latitud por lo impracticable de las serranías que debíamos atravesar; pues, a pesar de una de las más fatigosas marchas de la actual campaña, al amanecer solo habíamos ejecutado la mitad de la jornada y nos disponíamos a repasar el valle para tomar el camino real por la derecha del río, cuando nos apercibe el enemigo desde las crestas de los cerros dominantes de ese lado, rompiendo inmediatamente el fuego sobre el Santiago y una compañía del 2º de línea que llevaban la vanguardia. En tan crítica situación retrocedimos para tomar los cerros de la ribera izquierda, con tanta oportunidad que sus cimas las coronamos, a la vez que el enemigo lo hacia por otro punto, a la distancia medía de 650 metros con una parte de sus fuerzas, en tal colocación, la artillería, apoyada perfectamente por el regimiento 2º de línea, abrió sus fuegos al frente y sobre el flanco izquierdo en protección del Santiago comprometido dentro de la quebrada, haciéndolo con éxito bastante feliz para rechazarlo incontinente obligándolo a ocultarse y permitiendo la ascensión de dicho batallón que pronto ganó también las alturas. En esta situación, empeñado el combate general, rompe sus fuegos la división del Alto de la Villa, lo que produce el desconcierto de los contrarios obligándolos a correrse en grueso número a la defensa de ese costado. Debilitado de este modo el ataque a nuestro flanco izquierdo, seguimos por media hora más un enérgico cañoneo, mitad al frente y mitad a la izquierda, mientras tanto que algunas compañías del regimiento 2º se corrían rápidamente a la derecha, tomando por el flanco a los que nos atacaban de frente. Envuelto el enemigo en esta parte por los fuegos de artillería e infantería, emprendió su retirada en desorden, refugiándose de loma en loma, evidentemente derrotado ya, pero haciendo fuego aun. El 2º de línea y el Santiago acosa a éstos, y la artillería la vuelvo únicamente sobre la izquierda con fuegos lentos; aquí los enemigos resisten vacilantes envueltos por los asaltantes que dirige el señor general Baquedano y nuestros proyectiles hasta las 10:30 A. M. en que la derrota era general en toda la línea y la reputada posición de los Ángeles, se vio enseñoreada por la bandera tricolor. El papel de la artillería terminó con la dispersión del grueso de las fuerzas contrarias, no así el de la infantería de nuestra división, a cuya cabeza puso V. S. absoluto término al combate, cargando a la bayoneta sin encontrar resistencia; pues al sonido de los toques de calacuerda, la floja oposición de los que se batían en retirada por el frente, se convierte en precipitada fuga. En las fuerzas de artillería ascendentes a 7 oficiales y 90 individuos de tropa, solo tenemos que lamentar 2 soldados heridos de gravedad y 1 cabo herido levemente. El combate se inició a las 5 A. M. y terminó a las 10:30 A. M. Las fuerzas contrarias, según datos suministrados por prisioneros, se componían de los batallones Bravos del Cuzco, Grau, Canas, Canchis y escuadrón de caballería Tiradores de Moquegua. Terminada esta función de guerra seguimos camino de Torata, donde llegamos sin novedad el 23 a las 12 M., precedidos seis horas por la división del señor general, y sin novedad. A las 7 P. M. del mismo día volvimos a el Alto de la Villa por el camino real, en cuyo punto acampamos siete horas después. Al terminar, señor coronel, tengo la satisfacción de recomendar a V. S. a los señores oficiales: capitán don Eduardo Sanfuentes, teniente don Jorge von Köellar Bannen, alféreces don Luís Heraclio Álamos, don Jenaro Freire, don Guillermo Flores y don Guillermo Armstrong, que han cumplido sus deberes con serenidad y notable acierto. Igualmente recomiendo a la tropa por haberse conducido del mismo modo. Conocedor V. S. de los desfiladeros casi impracticables para el infante, por donde ejecutamos la marcha, que por si solo son de penosísimo acceso para la artillería, agravados ahora por obstrucciones ejecutadas preventivamente por el enemigo, no es menos justo recomendar el personal de oficiales y tropa por la feliz conducción del material de artillería sin la menor novedad, hasta llegar a presentar en estas serranías siete piezas de artillería donde estoy cierto el enemigo nunca lo llegó a creer. Lo que tengo el gusto de transcribir a V. S. para su conocimiento y en cumplimiento de mi deber, agregando una mención para el señor cirujano 1º del regimiento 2º de infantería, don Juan Keld, que con el practicante de la brigada, señor Muñoz, ejecutaron las primeras curaciones de los heridos en el campo de batalla. Incluyo lista nominal de los individuos de tropa que tomaron parte en esta acción, designando los que fueron heridos.‑ Dios guarde a V. S.‑ Ezequiel Fuentes”. Lo que tengo el honor de transcribir a V. S., advirtiéndole que la conducta del comandante Novoa y del mayor Fuentes ha sido, según todos los informes enviados, digna de toda consideración. Como V. S. sabe, la división que mandaba el señor general Baquedano se subdividió en dos, con el objeto de atacar al enemigo por dos puntos diversos, desalojarlo y cortarle la retirada. Dos baterías, una de campaña y otra de montaña Krupp, a cargo del comandante Novoa, protegió al Atacama en su ascensión al cerro, con tan buenos disparos que los peruanos no pudieron dominar en ningún momento al cuerpo chileno, ganando mayores alturas, lo que dio la fuga de los defensores de los Ángeles. La batería francesa mandada por el mayor Fuentes y el capitán Sanfuentes, se situó a la retaguardia de las posiciones enemigas y apoyó al Santiago y al 2º con certero y nutrido fuego. De manera que la artillería ha sido un auxiliar poderoso para desalojar al enemigo y evitar derramamiento de sangre en la toma de tan importantes posiciones. Pero, no es solamente la actitud de los jefes nombrados digna de elogio, que lo es también, la de los señores oficiales. Con una inteligencia y constancia marcadas, condujeron la artillería por desfiladeros casi inaccesibles al paso del hombre y la situaron en puntos que los conocedores del terreno juzgaban imposible de dominar. Esta conducta me llena de orgullo y de satisfacción. Los señores oficiales que acompañaron al comandante Novoa, son los siguientes: capitanes don J. Joaquín Flores, y don Gumecindo Fontecilla; cirujano 2º, don Elías Lillo; tenientes, don J. Manuel Ortúzar, don Lorenzo Sir y don Santiago Faz; alféreces, don Armando Díaz, don Eduardo Sánchez, don Federico Videla, don Reinaldo Bolz y don Laureano L. de Guevara. También merecen una recomendación los artilleros conductores, sirvientes, cabos de cañón y sargentos de piezas que en la marcha de Ilo hasta Torata dieron pruebas de constancia y amor al servicio. El parque estuvo bien atendido. Los alféreces don José María Benavides y don Santiago Soto Saldivar marcharon a cargo de las municiones mandadas al interior. Por lista separada daré cuenta a V. S. del movimiento y servicio del parque en esta función de guerra. Dios guarde a V. S. JOSÉ VELASQUEZ. *** PARTE DEL GENERAL ERASMO ESCALA
GENERAL EN JEFE DEL EJÉRCITO DE OPERACIONES DEL NORTE. Pacocha, Abril 1º de 1880 Señor Ministro: Teniendo conocimiento este Cuartel General de que el pueblo de Moquegua estaba guarnecido por 4 batallones de fuerzas peruanas y que éstas se preparaban a hostilizar nuestros movimientos por el lado de Locumba, procurando además inutilizar la línea férrea, estanques y demás elementos que podíamos utilizar para emprender operaciones bélicas contra las fuerzas de Arica y Tacna, creí conveniente disponer se hiciese un reconocimiento minucioso con los regimientos de Cazadores y Granaderos a caballo, a las órdenes del señor general de brigada, comandante general de caballería, don Manuel Baquedano, con el objeto de observar las posiciones del enemigo, los puntos débiles por donde podrían ser atacados, y retirarle toda clase de recursos. El indicado señor general llenó su cometido a mi entera satisfacción, y con su informe dispuse que la segunda división del ejército de mi mando, compuesta del regimiento 2º de línea, regimiento Santiago, batallones Atacama y Bulnes, con una batería de artillería Krupp de campaña, otra de montaña del mismo sistema y otra de bronce rayada, marchase de ésta a Moquegua, poniéndose a las órdenes del señor general Baquedano, quien debía disponer el ataque a las posiciones enemigas y tomarse el pueblo de Moquegua. El parte que el indicado señor general ha pasado a este Cuartel General, y que tengo la honra de remitir, impondrá al Supremo Gobierno de la victoria obtenida, que nos deja en posesión de un punto estratégico utilísimo para evitar la provisión de víveres y de toda clase de recursos para Tacna y Arica, ciudades en que reside el ejército enemigo, victoria que será más fatal para éste con las frecuentes excursiones que la caballería debe hacer para cortar la línea de comunicación de Arequipa con Moquegua y de esta provincia con las de Arica y Tacna. La victoria obtenida, señor Ministro, por nuestras fuerzas bajo las órdenes del infatigable, inteligente y denodado general Baquedano, ha dado una página más de gloria a la historia de nuestra patria, pues siempre se recordará en Moquegua que las únicas fuerzas que han podido tomar las inexpugnables posiciones de la cumbre de los Ángeles, han sido tropas chilenas, cabiéndole este honor en su mayor parte al ya acreditado batallón Atacama. Dejo a la consideración del Supremo Gobierno las recomendaciones que según el parte del señor general Baquedano han hecho los jefes de cuerpos, restándome solamente hacer todo honor al indicado señor general, que con tanto acierto dirigió el ataque. Dios guarde a V. S. ERASMO ESCALA. Al señor Ministro de la Guerra. *** PARTES OFICIALES PERUANOS *** PARTE DEL CORONEL MIGUEL ÁLVAREZ BATALLÓN CANCHIS. Omate, Marzo 28 de 1880 Cumple a mi deber como primer jefe del batallón Canchis dar, por medio de este oficio, el parte que me corresponde sobre el combate del 22 de los corrientes, de la cuesta de los Ángeles y quebrada de Quilinquilin, para que V. S. se digne elevarlo al señor coronel Comandante General de la división. Habíéndome reunido con el batallón de mi mando a la división en el Alto de la Villa el 16 de los corrientes, concurrí el 18 con los demás jefes, después de la lista de diana, a la junta a que llamó en su alojamiento el señor Comandante General. El señor Comandante General manifestó que nos había llamado para acordar entre los primeros jefes, los medios de defensa en los Ángeles; pues con nuestra poca gente, sin caballería, artillería y escasas municiones, no podíamos emprender un ataque sobre el enemigo; pero que aplazaba el acuerdo para después, por un aviso que tenía de haberse desprendido de Arica una división sobre el enemigo, que se encontraba al frente, y confirmado tendríamos que atacarlo con la división, sea cual fuere el resultado. El señor coronel don César Chocano, hizo presente a V. S. que el aviso a que se refería no se oponía a que se discutieran los medios de defensa que convenía adoptar; pues debiéramos aprovechar el tiempo y no perderlo, por que quizá llegaría el caso de que el enemigo nos sorprendiera desprovistos. Que importaba mucho acumular recursos en los Ángeles y que se procediera a pedir al prefecto 200 barriles vacíos, 20 pipas, 2.000 quintales de forraje seco, bastante combustible, etc. El señor coronel Gamarra contestó que todo esto había pedido a la autoridad política y que de nada se le había proveído. El coronel Chocano replicó, que debía oficiarse de nuevo al prefecto y obtener contestación escrita para salvar la responsabilidad de la comandancia general. En este estado expresé yo que debía procederse ante todo al reconocimiento de la topografía de los Ángeles y sus flancos, hacerse estudios y levantarse trabajos de defensa, a la posible brevedad, por que en momentos de combate nada se podía hacer con buen éxito y menos con soldados modernos como los nuestros. El señor Comandante General me contestó, que no estaba en el caso de marchar a esos puntos, a levantar trincheras, ni que tenía gente con quién hacer esos trabajos. Insistiendo le hice presente, que por el ligero examen que había hecho de los Ángeles a mi paso y por los informes que me había dado el coronel Chocano, conocedor del terreno, veía que el enemigo podía hacernos un ataque simultáneo a los Ángeles y sus flancos, en lo que creía que debía posesionarse a un batallón y levantar las trincheras. Que en el flanco izquierdo, es decir, Quilinquilin, debía colocarse más gente, por que era el más vulnerable. V. S. dijo, que callaba, que no hablaba más, y que yo siguiera con la palabra: de este modo concluyó la junta y no se volvió a reunir más. A las 12 M. del 21, vino el jefe de día, sargento mayor don Francisco Salazar, a comunicarme la orden del jefe de Estado Mayor para que tuviera listo el batallón a la media hora, para que hiciera marchar a Quilinquilin la mejor y más fuerte compañía de mi cuerpo; la que desfiló al mando de su capitán don Tomas G. de la Torre y conducida por el jefe de Estado Mayor, teniente coronel don Simón Barrionuevo. A las 4 P. M. se oían ya cañonazos y descargas de infantería por los Ángeles y nuestro flanco izquierdo: a la media hora caían balas en nuestro campamento del Arrastrado y le mandé algunas al señor Comandante General con el capitán Tejada, contrayéndome con los demás jefes, comandante don Juan B. Barra y mayores don Eugenio Berríos y don Francisco Salazar a aumentar las municiones a la tropa y a ponerla en estado de combate. A las 5 A. M. ví que el señor Comandante General se dirigía a caballo a Quilinquilin, donde se batían las compañías del Canchis y Granaderos y lo seguí también a caballo hasta el lugar donde a tiro de rifle se puso a examinar las posiciones de los enemigos, sus fuerzas y el valor heroico con que se batían nuestros soldados, con fuerzas infinitamente superiores en número y armas, de artillería y caballería. La quebrada estaba nublada con el humo de las descargas y las balas silbaban a nuestro alrededor. En ese lugar se presentó a escape en su mula el arriero arequipeño don Isidoro Carrasco y dio aviso, de que dos columnas enemigas, nos habían tomado ya por la quebrada la vanguardia y avanzaban a cortarnos por Yacango. El señor comandante general me ordenó que regresara al campamento e hiciera poner sobre las armas los batallones, los que encontré en ese estado y me dirigí al mío para hacerlo desfilar a la batalla, porque creí que esa fuera la mente del jefe de la división; pues ignoraba que un regimiento fuerte de 1.200 plazas, el Atacama, había tomado ya el cerro de Estuquiña que domina el flanco derecho de los Ángeles. Emprendía la marcha al combate de acuerdo con los demás jefes y ví que se dirigía hacia mi cuerpo el Comandante General: salí a su encuentro y me ordenó que desfilara con mi batallón a Yacango: así lo hice en medio de las balas que nos dirigían los enemigos posicionados en Estuquiña. La tropa conservaba su serenidad y disciplina, manifestando su entusiasmo por el combate, no obstante que algunos de sus compañeros quedaban muertos o heridos en el camino, la gran confusión en que venían los soldados del batallón Grau, derrotado en los Ángeles, y la multitud de paisanos y mujeres que les seguían. Habiendo llegado con el batallón a Yacango y sabido la toma de los Ángeles por el enemigo, recibí orden de hacer alto por conducto de usted y a poco de continuar la marcha a Ilubaya, de donde continuamos ese día, a la vista del enemigo que nos seguía de cerca a Chuculay con la división, sin haber tomado rancho todo el día, hasta las 8 P. M., hora en que se dio la ración de carne a cada individuo. En dicho punto de Chuculay, fui nombrado por el señor Comandante General, jefe de la línea, para que todos los jefes de cuerpos y el del Estado Mayor se pusieran bajo mis órdenes. Creo haber cumplido con mi deber en ese importante servicio, adoptando todas las medidas convenientes para la segura y cómoda marcha de la división. Los 100 valientes de mi batallón que marcharon al combate han sucumbido o desaparecido, entre muertos, heridos y prisioneros. El único que ha salvado es el sargento 1º Tomas Arteaga, que se ha unido al batallón con su rifle y con el de su hermano Narciso muerto a su lado. Entre los primeros se encuentran, según avisos, los valientes tenientes don Manuel Caro, subtenientes don Belisario Macutela, y don Enrique Aparicio. Prisionero y herido el sargento mayor don Eugenio Berríos y el capitán don Tomas G. de Latorre. También fueron muertos a balazos al bajar la quebrada, llevando municiones, los arrieros Evaristo Torres, Manuel Guevara y 6 mulas, de don Luís Valencia 2, de don Manuel Valdivia 2, de don Calixto Carpín 1 y de don Manuel Salas otras. Cuantos vieron el arrojo, valor y heroísmo con que se ha batido la compañía del Canchis que habiéndosele acabado sus municiones cargó a la bayoneta, estrellándose contra el número y armas de toda clase, han admirado la bravura de ellos. Han sido testigos de esa heroica acción los de la columna de Gendarmes, el coronel Somocurcio y otros muchos. Esos valientes, con su comportamiento han merecido bien de la patria y del Supremo Gobierno, y cumplo con el deber de recomendarlos, para que se atienda a sus esposas, hijos y familia. En la víspera del combate sabe el jefe de Estado Mayor que mi batallón tenía 360 plazas disponibles, con rifles de Remington, regular instrucción y buena disciplina. Toda la munición correspondiente a mi cuerpo logré que se salvara. Esta es la fiel y ligera relación de todo lo acontecido antes y después del referido combate, que me permito expresarla invocando el testimonio de los que han presenciado los hechos mencionados. Dios guarde a V. S. MARTIN ALVAREZ. Al señor Teniente Coronel Jefe de Estado Mayor de la primera división del segundo ejército del Sur. *** PARTE DEL CORONEL JULIO CESAR CHOCANO REPUBLICA PERUANA.‑ COMANDANCIA DEL BATALLON GRAU. Omate, Marzo 31 de 1880 En la tarde del 19 del presente mes se retiró la división, por orden de V. S. del Alto de la Villa a las alturas de Torata, a consecuencia de que una parte considerable del ejército chileno, escalonado desde días antes entre el Hospicio y el valle de Moquegua, avanzó en esa misma tarde hasta las inmediaciones de la ciudad. Habiendo acampado nuestras fuerzas en la pampa del Arrastrado, dispuso. V. S. que el batallón de mi mando se situase en la trinchera de los Ángeles, y se encargara solo de la defensa de esta posición, debiendo atenderse con los demás cuerpos de la división y con la gendarmería, a la vigilancia y defensa de los otros puntos por donde el enemigo pudiera acometernos. El 20 las tropas chilenas, compuestas de infantería, caballería y artillería avanzaron hasta el Alto de la Villa, acampando en la estación del ferrocarril y en los potreros inmediatos. En la noche del 21 una parte de esas tropas se movió por el camino de Samegua y se situó en el cerro fronterizo, alto de Quilinquilin más arriba de Sacara, estableciendo allí cuatro piezas de artillería. Esta fuerza rompió sus fuegos al aclarar el día, sobre nuestra columna, gendarmes de infantería posesionada desde el día anterior del cerro Colorado y sobre una compañía del batallón Granaderos del Cuzco, situada en la otra banda del río en una cuchilla inmediata a la que ocupaban los enemigos, cuya compañía fue reforzada después por otra del batallón Canchis. En la misma noche del 21 ¡in cuerpo del ejército chileno, que según he sabido, fue el regimiento Atacama fuerte de 1.200 plazas, emprendió su marcha por la quebrada de Estuquiña, y por un camino practicado durante la noche por el cuerpo de Zapadores, ascendió al cerro que está a la derecha de la trinchera de los Ángeles y que domina completamente a ésta. Al amanecer el día 22 los vigilantes colocados en la cumbre de dicho cerro, avisaron que los enemigos subían por ese lado. Inmediatamente dispuse que la 1ª compañía de mi batallón, marchara al trote a ocupar la cima del cerro indicado y ordené que sucesivamente ejecutaran el misino movimiento, las compañías 2ª, 3ª, 4ª, 5ª, 6ª y 8ª, quedando en la trinchera solo la 7ª, a fin de impedir a todo trance que el enemigo coronara esa altura. Al mismo tiempo mandé al sub ayudante subteniente don Alejandro Medina, a que pusiera en conocimiento de V. S. el movimiento que el enemigo ejecutaba por nuestra derecha, y lo urgente que era que, de los tres batallones que conservaba en el Arrastrado, enviara en auxilio de mi batallón, siquiera dos compañías que debían subir al cerro de Estuquiña por ese lado, verificando un ataque simultáneo sobre el enemigo, con las compañías de mi batallón que escalaban el cerro por el lado de los Ángeles. Al retirarme yo, pié a tierra con unos pocos oficiales y soldados que me habían acompañado hasta el último instante, en la trinchera de los Ángeles, con algunos heridos, noté cuando entraba a la pampa del Arrastrado, que no existían ya allí los demás cuerpos de la división, y que solo había una pequeña fuerza desplegada en guerrilla en la cuchilla más próxima a dicha pampa. Al llegar a este punto encontré, en él a V. S. y a los coroneles Céspedes y Mori Ortiz que estaban a su lado, y reconocí que la fuerza desplegada en guerrilla, era una compañía del batallón Granaderos del Cuzco. Entonces supe que, una vez que las fuerzas chilenas se posesionaron del cerro Estuquiña, continuaron a los Ángeles, y batieron por el lado de Quilinquilin a la columna de gendarmes y a dos compañías pertenecientes, una al batallón Granaderos del Cuzco y otra al batallón Canchis, había dispuesto V. S. que el resto de estos dos cuerpos y el batallón Canas que se encontraba íntegro, no entraran en combate y emprendieran su retirada en dirección a Torata, quedándose V. S. con una compañía del batallón Granaderos para proteger la retirada de dichos cuerpos. Desgraciadamente el acceso a ese cerro es muy difícil por éste lado, mientras que es muy practicable por el lado del Arrastrado. Esta circunstancia dio lugar a que los enemigos coronaran el cerro, cuando los soldados de mi batallón, haciendo esfuerzos inauditos para subir con prontitud, llegaban solo a la mitad de la altura. Posesionado el enemigo de la cumbre del cerro, rompió un fuego nutrido sobre nosotros, que fue inmediatamente contestado y sostenido por nuestra parte. La gran superioridad numérica del enemigo, pues como he dicho antes, un regimiento que se componía de 1.200 plazas, constando mi batallón, de poco más de 300, la inmensa ventaja que le daba sobre nosotros la altura que ocupaba, desde la cual fusilaba a mansalva a los valientes soldados de mi cuerpo, con que trataban de escalar el cerro, y a los que quedaron sosteniendo la posición de los Ángeles, el fuego activísimo que nos hacia al mismo tiempo el grueso de la artillería chilena, situada en los cerrillos que están delante de la casa de Tombolombo, y sobretodo la circunstancia de no ser protegidos por ningún otro cuerpo de la división, fueron causas más que suficientes para que el batallón de mi mando se replegase uniéndoseme los oficiales y soldados de mi cuerpo que han salvado del combate, anhelosos de continuar prestando sus servicios en la defensa de la patria. Después de hablar con V. S. y de haber conseguido unas cuantas mulas en que trasportar los heridos que venían conmigo, habiendo tenido un arriero la generosidad de cederme la mula en que estaba montado, avancé hasta Yacango a fin de depositar mis heridos en la ambulancia establecida en ese lugar, reunir los soldados de mi batallón que habían salvado y que llegaban dispersos a ese punto, a cuyo efecto comisioné al tercer jefe comandante don José P. Portugal, quien se unió a mí en la pampa del Arrastrado, asociado de algunos señores oficiales. Logré, en efecto, reunir algunos, y con ellos seguí en pos de la división hasta Torata y de allí a Ilubaya, adonde ésta se encaminó después de una corta permanencia en la plaza de aquel pueblo. En la marcha desde Ilubaya hasta este pueblo, han continuado uniéndoseme los oficiales y soldados de mi cuerpo que han salvado en el combate, anhelosos de continuar prestando sus servicios en la defensa de la patria. De manera que hoy cuenta el batallón 2 jefes, 27 oficiales y 118 individuos de tropa, el segundo y cuarto jefe de mi cuerpo comandante don Martín Flor y sargento mayor don Apolinario Hurtado fueron heridos, quedando el primero en Yacango y el segundo prisionero en poder de los chilenos. Los tenientes Horacio Mazuelos, Exequiel Medina y Medardo Morante, fueron muertos en el campo de batalla. En el mismo día del combate, nuestras ambulancias de Moquegua y Yacango recogieron 14 muertos y más de 20 heridos, pertenecientes a mi batallón, y sé que en los días posteriores se han recogido algunos más y que hay en poder del enemigo un número no pequeño de prisioneros. Espero que los jefes de las respectivas secciones de ambulancias de Moquegua y Torata, cumpliendo con su deber pasarán a V. S. la relación de los heridos y muertos que a tenido la división, a fin de que V. S. pueda adquirir conocimiento exacto sobre el particular. Al terminar este parte, creo cumplir un estricto deber de justicia, recomendando a la consideración de V. S. el honroso comportamiento que en el combate del 21 han observado los jefes, oficiales e individuos de tropa del cuerpo de mi mando: todos han cumplido con su deber, Dios guarde a V. S. JULIO CÉSAR CHOCANO Al señor Coronel Comandante General de la primera división del segundo ejército del Sur. *** PARTE DEL CORONEL SIMÓN BARRIONUEVO REPUBLICA PERUANA.‑ ESTADO MAYOR DE LA PRIMERA DIVISION DEL SEGUNDO EJÉRCITO DEL SUR. Omate, Abril 4 de 1880 Tengo el honor de elevar a manos de V. S. los partes de los jefes de cuerpos, relativos a los sucesos del 22 del próximo pasado, con excepción del señor coronel don Julio César Chocano, comandante del batallón Grau, quien ha remitido el que le corresponde, directamente a esa Comandancia General. Al verificar esa elevación cumplo con el deber de poner en conocimiento de V. S. la parte que me cupo en aquella memorable jornada. El día 19 dejamos el campamento del Alto de la Villa, en el orden siguiente: a la derecha, batallón Canas, fuerte de 326 plazas, y armado de Remington, Minié y Chassepot francés. A continuación, Canchis, fuerte de 350 plazas, y armados de Remington, Chassepot francés y peruano; y a la izquierda, Granaderos del Cuzco, de cerca de 300 plazas, armado de Remington. En la madrugada del día 20 desfiló la división al punto del Arrastrado, que está a la retaguardia de los Ángeles. Estacionada la división en este punto entraron de servicio por 48 horas el batallón Granaderos del Cuzco a la izquierda de la línea, Quilinquilin; y a la derecha de los Ángeles, el batallón Grau habiéndole comunicado V. S. al jefe de este cuerpo, personal y directamente las instrucciones que creyó conveniente; y dispuesto, que cada uno de los comandantes de estos cuerpos, fuese jefe de la línea en su respectivo costado y que la vigilancia del jefe de día se circunscribiera solo al punto de la reserva, que era el Arrastrado, donde quedaron los batallones Canchis y Canas; sobre lo que se dictó la orden general de esa fecha. El 21 explorarnos con V. S. los puntos adyacentes a Quilinquilin, acordando por ese costado los sitios de avanzada. Constituidos una vez en el campamento y al acordar el servicio del día siguiente, V. S. me prohibió relevar el batallón Gran de los Ángeles, significándome que la defensa de ese lugar la había concedido y encomendado al jefe de aquel cuerpo, señor coronel Chocano, por haberle pedido él de palabra y por escrito, y porque como hijo del lugar y haberse batido otra vez en esas posiciones, conocía sus entradas y salidas para defenderlo con ventaja. En virtud de estas textuales palabras se nombró en el servicio, solo el relevo de Granaderos, con Canchis; pero no el de Grau. A más de las 2 A. M. del 22 tuve aviso de que la caballería enemiga desfilaba al frente de nuestra línea, por lo que ordené al jefe de día, sargento mayor don Francisco Zalazar, 3º de Canchis que la división se pusiera sobre las armas, lo que se verificó; y V. S. me ordenó que la 6ª de Granaderos, avanzada de Quilinquilin, descendiera al río de Tumilaca, al mando del sargento mayor don Francisco García, y que aquel sitio lo llenara la 1ª de Canchis, al mando del teniente coronel don José María Vizcarra, a lo que personalmente le di cumplimiento. Durante este intervalo nada supe de los sucesos de la derecha, porque con el jefe de esta línea, señor coronel Chocano, se entendía directamente V. S. Al rayar la aurora del 22, el enemigo rompió sus fuegos de artillería y fusilería sobre toda nuestra línea y especialmente sobre la izquierda, donde estaba la 6ª de Granaderos, y luego se sintió un fuego nutrido, lo que nos hizo comprender que los nuestros contestaban los fuegos enemigos; entonces me ordenó V. S. que aquella compañía fuera a reforzarla con la 1ª de Canchis, concretándome a poner ambas compañías en buenas posiciones, lo que verifiqué, habiendo encontrado gravemente herido al sargento mayor García, y desalojado al enemigo de todo ese costado. Al pié del cerro del Pálpito frente a frente de Quilinquilin, estacioné las indicadas compañías, y las entregué conforme a lo ordenado por V. S. al teniente coronel Vizcarra, con orden de que dominando la cumbre, atacara al enemigo lo que se verificó en los momentos de mi vuelta al Arrastrado. El modo y forma como esas compañías correspondieron a su cometido, está en la conciencia de todos los que tuvieron la oportunidad de presenciar ese combate. Arrollaron al enemigo y lo desalojaron de una parte de sus posiciones, Entretanto toqué al Arrastrado, y en lugar de a división, me encontré con fuerzas chilenas, las que habían tomado los Ángeles. Una vez que comprendí la situación, pude regresar por el mismo camino que llevé, hasta la trinchera de Quilinquilin, y después, por caminos extraviados me incorporé a la división, que en un orden admirable se retiraba a Torata. El batallón Canchis marchaba a la cabeza, a continuación Canas, y al último Granaderos del Cuzco, a cuya izquierda iba V. S. y todos los jefes y oficiales, sin excepción de uno solo, en sus respectivos puestos. V. S. me dio orden para recibir la división en Yacango y Torata en su tránsito a Ilubaya, a lo que también le di cumplimiento, habiéndonos dado V. S. alcance en el segundo punto de los indicados, con el batallón Granaderos, con cuya 1ª compañía, que quedó a retaguardia, al mando del sargento mayor don Andrés Avelino Pujason, protegió V. S. la retirada de la división. En la plaza de Torata tuvimos aviso de que la caballería enemiga a una milla de distancia, avanzaba sobre nosotros por lo que salí a detenerla con la 4ª de Granaderos, mandada por su capitán don Mariano Lino Cárdenas; mas como no pareciese y la división salvó el mal paso del río de Torata, me uní a V. S. en Ilubaya, donde formamos la línea y nos aprestamos para un nuevo combate; pero como el enemigo no se dejó ver, y el punto fuese a cada momento más invadido por infinidad de emigrados, V. S. a las 4 P. M. emprendió la marcha a Chuculay con la división, y yo por su orden me quedé a proteger la retirada de ésta, con la 1ª de Granaderos, que en ese momento se nos unió. A las 11 P. M. me reincorporé a la división, sin novedad ninguna. Tal es, señor Coronel, Comandante General, la parte que he tenido en aquella jornada, deplorable por haberse perdido las posesiones de los Ángeles; pero de grato recuerdo por el denuedo con que se batieron nuestros soldados de las indicadas compañías, y más que todo por la retirada que hizo la división en un orden y disciplina dignas de encomio; no obstante de haber estado un rato considerable bajo los fuegos de los enemigos, quienes si fueron felices, penetrando nuestras trincheras, por un costado no cuidado, ni defendido, fueron harto desgraciados en no haber podido tomar con 9.000 hombres, con una fuerte caballería y con todos los elementos de guerra, una división que en esos últimos momentos no constaba sino de 900 infantes escasos y desprovistos de toda clase de recursos. Dios guarde a V. S., señor Coronel Comandante General. SIMON BARRIONUEVO Al señor Coronel Comandante General de División. *** PARTE DEL CORONEL AGUSTÍN GAMARRA COMANDANCIA GENERAL DE LA PRIMERA DIVISION DEL SEGUNDO EJÉRCITO DEL SUR. Omate, Abril 4 de 1880 Señor General: Cumpliendo con lo que ofrecí a V. S. en oficio fecha 23 del mes pasado, tengo el honor de manifestarle: que el 17 del indicado mes me retiré con la división de mi mando sobre el punto denominado Tambolombo a consecuencia de que las avanzadas chilenas ocupaban Moquegua. En la madrugada del 20 tomó posesión del alto de los Ángeles e inmediatamente procedí a reconocer esta posesión de mi flanco derecho y frente como también mi izquierda desde Quilinquilin a Hoyeros; habiendo acampado aquella en el sitio del Arrastrado. En la tarde del mismo día por orden general de esta fecha, se dispuso que dos batallones entrasen de servicio, ocupando los Ángeles uno y el otro Quilinquilin, los mismos que debían ser relevados cada veinticuatro horas, y que los jefes que estuviesen de servicio se denominasen jefes de la línea y que a ellos estaba encomendada la seguridad y defensa del puesto que se les confiaba. Asimismo dispuse que la mitad de la infantería con sus respectivos oficiales y al mando del sargento mayor don Julio Ascana, ocupase el cerro grande de Quilinquilin que dominaba Sancara, Yunguyo y la Calera. El 21, día que debían ser relevados Grau de los Ángeles y Granaderos en Quilinquilin, me manifestó el coronel del primero, de palabra y por escrito, que siendo su cuerpo formado en la provincia y él conocedor personal del lugar, le permitiese no ser relevado y que quedaba encargado de la defensa de esta posición. En la misma tarde fueron tomados 4 soldados y 1 oficial chilenos, los que remití a Torata; y en la noche el coronel del Grau hizo descender de los Ángeles, con mi conocimiento, 20 cazadores de su cuerpo, a sorprender la avanzada chilena de caballería que se hallaba en la cuesta de Tambolombo, cuyo resultado fue tomarles 4 caballos, 4 carabinas Winchester y ocasionarles varios muertos y heridos. A la 1 A. M. del 22, fui avisado de que el enemigo se movía con dirección a Samegua. Inmediatamente ordené bajase la 6ª compañía de granaderos al mando de su comandante, teniente don Nicolás Roncal y del sargento mayor segundo jefe del cuerpo don Francisco García, con orden de contener cualquier tentativa que el enemigo se propusiese efectuar por Quilinquilin; habiendo hecho reemplazar en este sitio a dicha compañía con la primera de Canchis, como también, que la otra mitad de la referida columna, fuese a reforzar, el sitio que ocupaba aquélla. A las 4:30 A. M. por previsión, mandé poner sobre las armas a todos los cuerpos y permanecí en este estado hasta las 5 A. M. que se oyeron los primeros tiros en Hoyeros; entonces comprendí que los enemigos me atacaban por mi derecha e izquierda y acto continuo hice descender a la 1ª de Canchis que estaba en Quilinquilin al mando de su capitán y a cargo del teniente coronel graduado, don José M. Vizcarra, a reforzar a la de granaderos, y ordené al Jefe de Estado Mayor, teniente coronel don Simón Barrionuevo, situase de la manera más conveniente a estas dos compañías y descendí hasta colocarme a tiro de los enemigos para reconocer el terreno que ocupaban, a la vez que las fuerzas que emprendían el ataque. Bien aclarado el día noté que en el sitio llamado la Calera se encontraban ya rompiendo los fuegos seis piezas de artillería, tres ametralladoras, un regimiento de infantería de 800 a 1.000 plazas, vestido de chaqueta azul y pantalón granza, y a la izquierda de esta línea el resto de su infantería y una gran masa como de 600 a 800 de caballería. Por consiguiente, perfectamente situadas como quedaban nuestras dos compañías en los Púlpitos, rompiendo los fuegos con bastante precisión, y a la gendarmes colocada en Quilinquilin que hacia lo mismo, interrumpiendo la marcha del enemigo que no pudo avanzar un palmo más del terreno que ocupaba a pesar de la superioridad de sus fuerzas, conociendo que las municiones debían bien pronto escasear, ordené al oficial 1º adjunto al Estado Mayor, Eduardo Luna remitiese un cajón además de dos cargas que llevaban los arrieros. Ya para entonces atacaba el enemigo la posición de los Ángeles con artillería e infantería. Comprendiendo que debía reforzar las compañías que estaban en la quebrada situadas en el cerro los Púlpitos, me dirigí rápidamente al Arrastrado para tomar el batallón Granaderos con el objeto ya indicado. Al descender me encontré con que los batallones que había dejado formados en columna cerrada, estaban desplegados en batalla y rompían sus fuegos sobre el enemigo, cuando hasta ese momento creía que los cazadores que estaban a mi vista y descendían sobre los Ángeles, haciendo fuego por el cerro de Estuquiña, eran los del batallón Grau; más este error fue cosa de un momento, pues ví que los soldados del referido cuerpo venían en completa derrota y que aquellos que suponía de Gran eran del batallón Atacama pertenecientes al ejército de Chile, que en la noche, por la quebrada de Guanero, habían tomado el de Estuquiña, flanqueando esta posición y dominando los Ángeles, y que a pesar de los esfuerzos que hacía el coronel a quien estaba confiada la defensa de ésa, no pudo recobrarla; no consiguiendo otro objeto en el corto recinto de los Ángeles, que el que fuese diezmada su tropa y puesta en completa dispersión. Esto sucedía cuando yo venía de Quilinquilin, como he dicho antes, a tomar un cuerpo y reforzar las compañías que había en los Púlpitos. Flanqueado, pues, por los Ángeles y recibiendo un fuego mortífero que hacían los enemigos del cerro de Estuquiña sobre la división, ya no me quedaba otra cosa que salvar ésta de ser cortada completamente, batida y destruida; por cuya razón ordené al jefe del Canchis desfilara a tomar Yacango, y poco después le siguió Canas y Granaderos. Cuando estos cuerpos desocupaban el Arrastrado tomé personalmente el mando de la primera de este último y me situé en la lomita en la cual concluye el Arrastrado, a proteger la retirada de la fuerza; permaneciendo todo el tiempo que fue necesario, y después de haber perdido 5 hombres y cuando noté que las fuerzas del enemigo aumentaban en número, continué mi marcha hasta colocarme a la altura del cerro Baúl, de donde ordené al sargento mayor graduado don Andrés A. Pugazón, que descendiese a Tumilaca a proteger la retirada de las compañías que aun se batían; habiendo solo conseguido que se reunieran algunos cazadores de su cuerpo, los mismos que se incorporaron en Torata a la división. La compañía del Canchis que quiso tomar el camino de Quilinquilin al Arrastrado, fue cortada por la caballería y tomó diferentes caminos habiéndose solo presentado el sargento 1º La Columna de Gendarmes, después de haber consumido sus municiones, pues no tenía de repuesto, tomó diferentes caminos y la mayor parte se encuentra reunida. Una vez llegado con la división a Yacango, continué mi marcha sobre Torata, habiéndome parecido más conveniente tomar la posición de Ilubaya que el camino que va a Otora. Los cuerpos chilenos, que me seguían solo llegaron a Yacango, por lo que me mantuve en la posición de Ilubaya esperando un segundo ataque, del cual habría sacado mayores ventajas; pero a las 4 P. M. viendo que este punto estaba invadido por todas las familias que emigraban de Torata, Yacango y sus haciendas vecinas, habría sido una imprudencia cualquier choque, me puse en marcha sobre Chuculai donde acampé y tomó rancho la tropa, habiéndoseme reunido a las 11 P. M. el Jefe de Estado Mayor que cubría la retaguardia con la primera de Granaderos; al siguiente día continué mi marcha hasta Chilligua y de aquí a Carumas en donde permanecí cinco días y de donde participé a V. S. mi retirada después del combate del 22. No se puede llamar más a V. S. la atención sobre el combate de unos pocos soldados de la división contra la mayor parte del ejército de Chile, o la retirada que emprendió ésta del centro del enemigo sobre sus fuegos, conservando su moral y disciplina hasta más allá de lo posible. Las compañías 6ª de Granaderos, 1ª de Canchis y Columna Gendarmes, se han batido haciendo ostentación de su valor y del poco número de que se componían. Sin la desgracia de los Ángeles y habiéndolas reforzado como tuve el honor de hacerlo, los chilenos no habrían pasado de la Calera y se les habría ocasionado una gran pérdida en su infantería y caballería, que anti militarmente la tenían acumulada en la quebrada. Sin embargo, según datos que he adquirido, pasan de 200 muertos, fuera de los heridos, los que ha tenido el ejército enemigo. Por mi parte aun no puedo apreciar debidamente las bajas que he tenido en las dos compañías, porque aun se vienen presentando algunos oficiales e individuos de tropa, y a pesar del contraste sufrido en el batallón Grau, se acercan a 200 hombres los que tiene en el día de hoy. También incluyo por separado la relación de los jefes y oficiales que hayan muerto o estén heridos o prisioneros. Concluiré, V. S., recomendando a la consideración del Supremo Gobierno a los jefes, oficiales e individuos de tropa de las compañías que se han batido y que más de una vez hicieron retroceder al enemigo. Asimismo al resto de la división, por la retirada que ha hecho conservando su moral y disciplina. Continúo, mi marcha a Paucarpata, adonde estaré el 8 del presente y donde espero recibir sus órdenes. Dios guarde a V. S. muchos años. A. GAMARRA. Al señor General en Jefe del segundo ejército del Sur. ***
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