La Guerra del Pacífico: Los Héroes Olvidados, Los que Nunca Volverán
Un hombre solo muere cuando se le olvida |
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*Biblioteca Virtual *La Guerra en Fotos *Museos *Reliquias *CONTACTO Por Mauricio Pelayo González |
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PARTES OFICIALES SOBRE EL COMBATE NAVAL DE PUNTA GRUESA |
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Cuando a tu paso tropieces con una lápida, aparta la vista para que no leas: AQUÍ YACE UN VETERANO DEL 79. Murió de hambre por la ingratitud de sus compatriotas. Juan 2º Meyerholz, Veterano del 79
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COMANDANCIA DE LA CAÑONERA “COVADONGA”
Antofagasta, mayo 27 de 1879. Tengo la honra de dar cuenta a Us. del combate que ha tenido lugar entre este buque y la Esmeralda, que quedaron sosteniendo el bloqueo de Iquique, después de la partida del buque almirante y el resto de la escuadra, con los blindados peruanos Huáscar e Independencia. Eran las 6 y media de la mañana del 21, cuando encontrándonos de guardia fuera del puerto, avistamos al norte dos humos, los que poco después reconocimos ser de los dos blindados antedichos. Inmediatamente lo comunicamos a la Esmeralda, quien nos puso señal de "seguir sus aguas", poniéndonos acto continuo en son de combate y saliendo afuera para batirnos. Las ocho de la mañana sonaban cuando una bala del blindado Huáscar dio en medio de nuestros dos buques, que se encontraban al habla. Enseguida, poniendo la proa el blindado Huáscar a la Esmeralda y la Independencia al Covadonga empezó el combate, rompiendo nosotros los fuegos. Vista la superioridad del enemigo, así como también la treintena de botes que se destacaban de la playa en auxilio de nuestros enemigos, y comprendiendo que por más esfuerzos que hiciéramos dentro del puerto nos era difícil, sino imposible, vencer o escapar a un enemigo diez veces más poderoso que nosotros, resolví poner proa al sur, acercándome lo más posible a tierra. Mientras tanto, la Esmeralda quedaba batiéndose dentro del puerto. Durante cuatro horas consecutivas soportamos los fuegos que el blindado Independencia nos hacía sostenidamente, habiendo recibido varios que nos atravesaron de banda a banda el palo de trinquete y nos rompieron las jarcias del palo mayor y palo trinquete y el esquife con sus pescantes, que se fue al agua. Tres veces se nos acercó enfilándonos de popa con su espolón para echarnos a pique. En las dos primeras no se atrevió, sea por temor de no encontrar agua para su calado o por el nutrido fuego de cañón y de fusil que le hacíamos, contestándonos ellos lo mismo, y además con ametralladoras desde las cofas. La tercera tentativa parece que era decisiva y a 250 metros de nuestra popa recibió algunos balazos con cañones de a 70, que lo obligaron a gobernar a tierra y vararse en un bajo que nosotros pasamos rozando. Gobernamos a ponernos por la popa, donde no podía hacernos fuego. Al pasar por el frente le metimos dos balas de cañón de a 70 que ellos nos contestaron con tres tiros sin tocarnos. Saludamos con un ¡hurra! la arriada del estandarte y pabellón peruanos que dicho blindado hacía tremolar en sus topes, viendo remplazada estas insignias por la bandera de parlamento. Me puse al habla con el comandante rendido, quien, de viva voz, me repitió lo que ya me había indicado el arrío de su pabellón, pidiéndome al mismo tiempo un bote a su bordo, lo que no pude verificar, no obstante mis deseos porque el blindado Huáscar, que había quedado en el puerto, se nos aproximaba. Intertanto, la tripulación de la Independencia abandonaba el buque y se refugiaba en tierra, parte en botes y parte a nado. Trabajando nuestra máquina con sólo cinco libras de presión, y el buque haciendo mucha agua a causa de los balazos que recibió, creí aventurado pasar a bordo del buque rendido. Proseguí, pues, mi retirada al S. llevando la convicción de que la Independencia no saldría de allí. El Huáscar, que como hemos dicho, quedó batiendo dentro del puerto a la Esmeralda, se nos acercaba a toda fuerza de máquina. Tomé mis precauciones para empeñar un segundo combate, que por lo desventajoso de nuestra situación parecía imposible evitar, pues carecíamos de balas sólidas y la gente estaba rendida después de cinco o seis horas de sostenido combate con ambos buques enemigos. Momentos después y cuando dicho blindado estaba como a seis millas de nuestra popa y por la cuadra del vencido, lo vi dirigir su proa en auxilio de la Independencia. Este retraso en su marcha permitió que avanzáramos un tanto más, lo necesario para distinguirlo nuevamente, minutos después, y como a diez millas, siempre en nuestra persecución. Con la caída del día y la oscuridad de la noche, perdimos de vista al enemigo; y tratando de aprovechar la brisa que soplaba en esos momentos, hice rumbo al oeste. Proseguí navegando con ese rumbo hasta las doce de la noche, hora en que, creyendo que el Huáscar hubiese cesado en su propósito, me dirigí hacia tierra gobernando convenientemente. Recalamos a Tocopilla, adonde el buque recibió, con auxilio de carpinteros enviados de tierra, las reparaciones más urgentes, tapando los balazos a flor de agua; y proseguí al sur en la mañana del 24 tocando en Cobija a las 2 y media P. M., donde recibimos al vapor del norte que condujo al contador a Antofagasta y a los heridos, con la comisión de verse con el general en jefe para pedirle un vapor que fuera a encontrarnos, pues el buque no andaba más de dos millas y seguía haciendo mucha agua. A veinte millas de Antofagasta recibimos el remolque del vapor Rímac, que nos condujo a este puerto, donde fondeamos a las 3 A. M. del 26. Supongo que U. S. tendría desde ayer datos de la acción. Terminaré este parte lamentando la pérdida de nuestro compañero el doctor don Pedro R. 2º Videla, que dejó de existir horas después del combate a consecuencia de una bala que le llevó los dos pies; y en el equipaje, la muerte del grumete Blas 2º Téllez y del mozo Felipe Ojeda. Hubo cinco heridos, pero no graves, entre los cuales se cuenta el contador del buque, que recibió dos balazos. Hago una especial recomendación del teniente 1º don Manuel J. Orella, cuyo valor, serenidad en su puesto, y resolución a bordo han sido ejemplares. A la vez recomiendo particularmente el buen desempeño del ingeniero 2º don Emilio Cuevas bajo cuya dirección está la máquina. Los oficiales, tanto de guerra como mayores, se condujeron valientemente y cada cual estuvo siempre a la altura de su deber y de su honor, como oficial y como chileno. Respecto a la tripulación, supo cumplir con su deber; y hubo momentos tales, de entusiasmo, que cada cual manifestó que estaba resuelto a morir, obedeciendo al generoso sentimiento patriótico de no entregar el buque. Por el próximo vapor comunicaré a U. S. más extensamente detalles sobre el combate. Al querer dar término a la presente el Huáscar que entra del sur a las 12 y media P. M. empeña el combate con nuestro buque y los cañones de tierra, y en este momento (las 6 h. 45 m.) cesa el fuego, pues el Huáscar se hace afuera. A bordo no ocurre novedad y como siempre la oficialidad y tripulación corresponden a la confianza de la patria. Dios guarde a U. S. CARLOS CONDELL Al señor Comandante General de la Marina. ** MINISTERIO DE MARINA COMANDANCIA DE LA GOLETA “COVADONGA” Núm. 11 Antofagasta, junio 6 de 1879. Señor Almirante: Tengo el honor de dar cuenta a Us. del combate ocurrido el día 21 próximo pasado en las aguas de Iquique, entre el buque de mi mando y la Esmeralda, contra los blindados peruanos Huáscar e Independencia. Cumpliendo las órdenes de Us., nuestros dos buques continuaban desde el 17 sosteniendo el bloqueo del puerto de Iquique. Al amanecer del citado día 21, nos encontrábamos haciendo la guardia a la entrada del puerto, mientras la Esmeralda vigilaba el interior. A las 6 h. 30 m. se avistaron dos humos a 6 millas al norte, pudiendo reconocer al blindado Huáscar y momentos después al Independencia. Para mayor seguridad, avancé dos millas en su dirección y reconocidos los buques enemigos volví al puerto, poniendo señales a la Esmeralda de "dos vapores a la vista", disparando un cañonazo de aviso. Comprendida la señal por la Esmeralda, preguntó: "¿almorzó la gente?" Y contestando afirmativamente, puse nuevas señales, ordenándonos "reforzar las cargas", y enseguida de "seguir sus aguas". Nuestros buques avanzaron tres millas al norte en dirección al enemigo, enfrentando a la quebrada de Iquique y en disposición de batirnos. En este lugar y estando al habla nuestros dos buques a distancia de 100 metros, el comandante Prat nos dijo al habla: "Cada uno cumplir con su deber". Y a distancia de 100 metros cayó el primer disparo del Huáscar en el claro que nos separaba. Ambas tripulaciones saludaron esta primera demostración del enemigo con un "¡Viva Chile!" y ordenándonos la Esmeralda abrigarnos con la población, volvimos al puerto, tomando aquel buque su primera posición, colocándome con el mío en los bajos de la isla. Colocados así, rompimos nuestros fuegos sobre el Huáscar, que nos atacaba rudamente. La Esmeralda dirigía también sus proyectiles al mismo buque, haciendo por nuestra parte abstracción de la Independencia que nos hacía fuego por batería, pero cuyas punterías eran poco certeras. Una hora había pasado en este desigual combate, cuando observé que el Huáscar gobernaba sobre la Esmeralda, dejando pasar por su proa a la Independencia, que se dirigió rectamente a atacarnos. En ese momento estábamos a 50 metros de las rompientes de los bajos, corriendo el peligro de ser arrastrados a la playa; de tierra se nos hacía fuego de fusilería y la Independencia se acercaba para atacarnos con su espolón. Comprendí entonces que mi posición no era conveniente; desde ese punto no podíamos favorecer a la Esmeralda que se batía desesperadamente. Una bala de a 300 del Huáscar había atravesado mi buque de parte a parte, destrozando en su base el palo trinquete. Goberné para salir del puerto, dirigiendo todos mis fuegos sobre la Independencia, que a distancia de 200 metros enviaba sus proyectiles. Al salir de los bajos de la isla, fui sorprendido por una cantidad de botes que intentaron abordarnos; rechazado este ataque con metralla de a 9 y fusilería, continué rumbo al sur seguido por la Independencia, que intentó tres veces alcanzarnos con su espolón. Nuestra marcha en retirada era difícil; para utilizar nuestros tiros teníamos que desviarnos de la línea de la costa, aprovechándose la Independencia, para acercarse y hacernos algunos certeros tiros por baterías, y con su colisa de proa y las ametralladoras de sus cofas. El tercer ataque parecía ser decisivo: nos hallábamos a 250 metros del enemigo que, sin disminuir sus fuegos, se lanzó a toda fuerza de máquina sobre nuestro buque. En ese instante teníamos por la proa el bajo de Punta Gruesa. No trepidé en aventurarme pasando sobre ella rozando las rocas; el buque enemigo no tuvo la misma suerte: al llegar al bajo se varó, dejando su proa levantada. Inmediatamente viré y colocándome en posición de no ser ofendido por sus cañones, que seguían haciéndonos fuego, le dirigí dos balas de a 70 que perforaron su blindaje. Fue en este instante cuando el enemigo arrió su bandera junto con el estandarte que izaba al palo mayor, reemplazando estas insignias con la señal de parlamento. Ordené la suspensión del fuego y me puse al habla con el comandante rendido, quien de viva voz me repitió lo que ya me había indicado el arriar de su bandera, pidiéndome al mismo tiempo enviase un bote a su bordo. Esto no fue posible verificar, no obstante mis deseos, porque en ese momento el Huáscar se aproximaba. Además nuestra máquina sólo podía trabajar con cinco libras de presión y el buque hacía mucha agua a causa de los balazos recibidos; por todo esto creí aventurado pasar a bordo del buque rendido. Intertanto, la tripulación de la Independencia se refugiaba en tierra, parte en botes y parte a nado, abandonando el buque que quedaba completamente perdido. El desigual combate anterior había durado hasta las 12 horas 35 minutos, es decir, cuatro horas. Durante él se dispararon: 38 balas sólidas de a 70. Las pérdidas de vidas son las siguientes: Cirujano 1º don Pedro R. 2º Videla, que una bala le destrozó los pies y murió a las siete de la noche. Grumete, Blas 2º Téllez. Mozo, Felipe Ojeda. Heridos: Don M. Enrique Reynolds, en un brazo en circunstancias de hallarse en el puente de ayudante del que suscribe. Contramaestre 2º, Serapio Vargas. Guardián 2º, Federico Osorio. Fogonero 2º, Ramón Orellana. Marinero 2º, José Salazar. Soldado, Domingo Salazar. Los daños causados por las balas enemigas son: Una bala de cañón de a 300 que atravesó el buque de babor a estribor, rompiendo el palo de trinquete en el entrepuente y salió a flor de agua. Este proyectil fue el que en su trayecto hirió al cirujano y al mozo. Dos balazos dados, uno en la carbonera de popa y el otro en la de proa, ambos a estribor a flor de agua. El segundo bote destrozado y la chalupa perdida totalmente con uno de sus pescantes. La jarcia del palo mayor y trinquete cortados de banda a banda, y la del segundo a estribor. A popa, en la bovedilla, una bala dejó su forma sin penetrar, e innumerables tiros de rifle como de ametralladora, en todo el buque. Según he expuesto, al dejar el costado de la Independencia avistamos al Huáscar que se nos acercaba a toda fuerza de máquina. La presencia de este buque nos hizo temer la pérdida de la Esmeralda, incapaz de resistir por mucho tiempo los ataques de tan poderoso enemigo. Sin embargo de lo desventajoso de nuestra situación, pues estábamos casi destrozados, las municiones agotadas, sobretodo las balas sólidas, y la tripulación rendida con cinco horas de trabajo constante, tomé todas las precauciones para emprender un segundo combate. Poco después y cuando el enemigo estaba a 5 millas de nuestra popa, y por la cuadra del vencido, ví dirigir su proa en su auxilio. Este retraso nos permitió avanzar, distinguiéndolo nuevamente a 10 millas y siempre en nuestra persecución. En la oscuridad de la noche perdimos de vista al enemigo, y aprovechando la brisa que soplaba, hice rumbo al oeste. Proseguí en esa dirección hasta las 12 M., hora en que, creyendo que el Huáscar hubiese cesado de su propósito, me dirigí hacia tierra. Antes de terminar la narración de los sucesos de este día, me permitiré manifestar a V. S. que los oficiales tanto de guerra como mayores se condujeron valientemente, estando cada uno a la altura de las circunstancias, cumpliendo como oficiales y como chilenos. La tripulación toda, sin excepción, ha hecho cuanto podía exigirse, estando en el ánimo de todos la resolución de morir, sin arriar nuestra bandera. Hago una recomendación especial del teniente 1º don Manuel J. Orella, cuyo valor, resolución y serenidad en su puesto, son dignos de elogio. A la vez hago mención especial del buen desempeño del ingeniero 2º don Emilio Cuevas, bajo cuya dirección está la máquina. Al amanecer el día siguiente 22, recalamos al río Loa, fondeando en Tocopilla a las 8.30 P.M. En este punto fuimos auxiliados por gente de tierra que ayudó a achicar el buque, y por carpinteros que hicieron las reparaciones más urgentes y necesarias para poder continuar el viaje. Antes de salir, cumplimos con el penoso deber de enviar a tierra y depositar solemnemente en la iglesia del pueblo, los cadáveres de las tres personas fallecidas en el combate, acompañando a este acto una comisión compuesta del teniente Lynch y del contador Reynolds y parte de la tripulación. En la tarde del día 23 salimos de Tocopilla con rumbo al sur hasta las once de la noche, en que a causa del fuerte viento y no avanzando sino una milla por hora, resolví volver al puerto indicado y esperar mejor circunstancia. A las 5 A.M. del 24 zarpé nuevamente al sur, aprovechando la calma de la mañana. Una floja brisa del norte me permitió largar velas, fondeando en Cobija a las 12 M. En este puerto nos pusimos al habla con el vapor Santa Rosa, que venía del norte, embarcando en él con destino a Antofagasta a los heridos y al contador que debía solicitar del general en jefe el envío de algún vapor que nos diera remolque. Salí de Cobija a las 3 P.M., y navegando muy cerca de la costa, pasamos muy a la vista de Mejillones, y aprovechando la brisa terral, seguimos rumbo a Antofagasta hasta la mañana del día siguiente, día en que a veinte millas de este puerto recibimos remolque del vapor Rímac que nos condujo al fondeadero, largando el ancla a las 3 P.M. del 25. A las 3 A.M., un fuerte temporal del este rompió el ancla y tres espías que amarraban el buque, y a pesar de fondear la segunda ancla con 90 brazas de cadena, fuimos arrastrados 5 millas afuera. A las 8 A.M. fuimos tomados a remolque por dos vaporcitos del puerto y conducidos a la dársena, donde fuimos amarrados convenientemente con un ancla y varias espías. A la una de este mismo día, cuando creíamos estar en seguridad, nuestro vigía anuncia la aparición del Huáscar por el suroeste, y a poca distancia del puerto. Tomé inmediatamente una posición que me permitiera defenderme; y percibiendo al buque enemigo que se dirigía a apresar al transporte Rímac que huía al norte, le dirigí dos tiros con el fin de distraerlo, y dar tiempo para la salvación del transporte. Esto se consiguió, porque el Huáscar paralizó un momento su marcha, siguiendo momentos después en su propósito, pero inútilmente. A las 4 P.M. el Huáscar volvió al puerto, y después de un prolijo estudio de la costa, lanzó su primer tiro a nuestro buque. Inmediatamente fue contestado por nuestros cañones y los fuertes o baterías de tierra, siguiéndose un tiroteo de dos horas sin resultado notable, habiéndose consumido por nuestra parte 35 tiros de bala sólida. La tripulación de la Covadonga, a pesar de sólo haber recibido tres o cuatro instrucciones sobre el manejo de la artillería, estaba ya en actitud de desempeñar su puesto en combate. No obstante, los oficiales que comandaron las colisas de a 70, solicitaron de mí como un honor ocupar los puestos de cabos de cañón. Así, el teniente Orella en la colisa de proa, y el teniente Lynch en la de popa, apuntaron y dieron fuego durante todo el tiempo, obteniendo el manejo mejor que pudiera desearse. Al presente me hallo con el buque de mi mando fondeado en la dársena del puerto, que, solamente tiene 2 a 3 brazas de agua; y por consiguiente, al descomponerse la barra con la marejada, la quilla toca en el fondo y hace sufrir al buque, circunstancia que la hago notar para que V. S. se sirva tomar a la mayor brevedad la resolución más conveniente. El departamento de la máquina que, como ya he dicho a V. S., ha sido atendido por el ingeniero Cuevas y sus subordinados, se halla a la fecha listo con un solo caldero (pues el otro está inutilizado) y después de haber cambiado un émbolo que oportunamente recibimos de Valparaíso. No omitiré la circunstancia de hacer presente a V. S. que el mayor andar conseguido durante el combate del 21 nunca fue de más de 4 millas. Es cuanto tengo el honor de dar cuenta a V. S. Dios guarde a V. S. CARLOS CONDELL Al señor Almirante y Comandante en Jefe de la Escuadra. *** Mayoría de órdenes de la escuadra.- Iquique, junio 12 de 1879.- Es copia conforme.- DOMINGO SALAMANCA *** PARTE DEL COMANDANTE DEL BLINDADO INDEPENDENCIA DON JUAN G. MOORE
Iquique, mayo 22 de 1879. Señor capitán de navío, comandante general de la 1ª división naval. S. C. G. En cumplimiento de las órdenes recibidas de V. S., zarpé del puerto de Arica el día 20 del presente mes a las 8 P.M. que me aguanté sobre la punta de Pisagua para esperarlo por haber entrado en dicho puerto. A las 4 A.M. me puse en movimiento siempre en convoy, a poca distancia de la costa, haciendo dar toda fuerza a la máquina hasta las 5.30 A.M. que estuvimos a la vista del puerto de Iquique, demorando en ese momento el Huáscar como a dos millas por la proa. A las 7.30 A.M. se avistaron dentro del puerto y muy pegados a la costa, tres buques a vapor, que reconocidos resultaron ser los buques chilenos corbeta de guerra Esmeralda, cañonera Covadonga y un transporte. Como el buque del mando de V. S. se dirigiera hacia la parte sur del puerto, seguí recorriendo la costa del norte para encerrar a los enemigos en la bahía. En esta disposición hicieron rumbo al sur, pero encontrando que les cortaba la salida el Huáscar, regresaron gobernando la Esmeralda hacia el norte. En este momento el buque de V. S. inició el ataque haciendo su primer disparo sobre el Covadonga y mandé romper los fuegos de la Independencia sobre la corbeta Esmeralda, y aprovechándose de esta circunstancia, el transporte hizo rumbo al sur navegando con toda la fuerza de su máquina. Empeñado así el combate y viendo que el Huáscar cambiaba su proa dirigiendo sus tiros a la Esmeralda y que el Covadonga trataba de fugar, pegándose a la isla, goberné en la misma dirección a fin de impedírselo, no pudiendo conseguir mi objeto, porque al llegar a la altura de la isla, el Covadonga la había rebasado pegándose mucho a las rompientes y obligándome a seguirlo. Comprendiendo que ese buque ponía en práctica el único medio que podía emplear por su poco calado, traté de ganarle el barlovento para obligarlo a salir fuera o retroceder. Esto último lo conseguí en la primera caleta de la bahía de Cheurañate, por lo cual puse proa al norte haciendo fuego con el costado de estribor; pero el Covadonga volvió a dirigirse al sur metiéndose de caleta en caleta y tuve que continuar el combate siguiendo al buque enemigo que barajaba la costa metiéndose entre las rompientes y en un fondo insuficiente para la Independencia, maniobrando en distintas direcciones. Habían transcurrido hasta entonces más de tres horas de combate y viendo lo incierto de los tiros de nuestros cañones por la falta de ejercicio, pues toda la tripulación era nueva, y el efecto que producían la ametralladoras y nutrido fuego de la fusilería que el enemigo hacía sobre la dotación de la fragata que se encontraba sobre cubierta, y una gran parte por haberse estrechado tanto las distancias, acometí con el espolón por dos veces cuando las circunstancias me lo permitían; pero encontrando poco fondo, tuve que retroceder, lo que dio tiempo al enemigo para ganar el sur. Resolví por tercera vez embestirle con el ariete pegándome a la Punta Gruesa para impedirle la salida de la bahía, estrechándolo en la última caleta y cuando los sondajes repetidos marcaban de ocho a nueve brazas de agua, y siendo limpia la bahía según las cartas. En este momento, notando que se pegaba más a las rompientes de la punta, ordené poner la caña a babor para poder rebasarla y atacar así con ventaja por el otro lado, lo que no pudiendo realizarse con la rapidez necesaria por haber sido en ese momento heridos tres timoneles, por el fuego nutrido de ametralladoras y fusilería que el enemigo nos hacía desde las cofas, mandé dar atrás con toda la fuerza de la máquina, contando durante todo este tiempo los timoneles el mismo sondaje anterior, es decir, de nueve brazas de agua. En este instante y cuando tocaba con el ariete a la Covadonga, se sintió un gran choque y quedó detenida la fragata. El golpe había sido sobre una roca que no está marcada en la carta, pues se encuentra al norte del último bajo que aparece en ella. Por consecuencia de este choque se llenó completamente de agua el buque, se apagaron los fuegos y suspendiéronse los calderos hasta la caja de humo, y en un segundo o tercer choque se hundieron completamente las otras secciones. El buque cayó sobre su costado de estribor, entrando el agua por las portas de la batería. No obstante esta desgracia, al pasar con la Covadonga por el costado de estribor haciéndonos fuego su artillería, nuestros cañones contestaron cuando el agua casi los cubría: continué el fuego con las ametralladoras de las cofas y con la tripulación que mandé subir a cubierta armada de rifles y revólveres, hasta que se agotaron las municiones que no podían ser repuestas, pues el buque estaba inundado casi por completo como lo digo anteriormente. El Covadonga seguía haciendo fuego de cañón ya a mansalva, y una de cuyas bombas rompió el pico de mesana donde estaba izado el pabellón. Inmediatamente mandé a poner otro en otra driza. Después del choque hice sondar todo el contorno del buque marcando la sonda por todos lados de cinco y media a seis brazas; lo que prueba que la roca en que chocó la fragata es aislada y a distancia de los arrecifes de la Punta. Cuando me convencí de que todo esfuerzo por salvar al buque era infructuoso, ordené que se prendiera fuego a Santa Bárbara, orden que bajó a cumplir el oficial encargado de ella, pero ya era tarde, pues el agua que a torrentes entraba a bordo lo impidió. Siendo casi toda la tripulación de hombres que no están acostumbrados al servicio de los buques de guerra, embarcados pocos días antes de nuestra salida del Callao, fue imposible evitar que se arrojasen al agua, corriendo en riesgo de perecer ahogados; mandé arriar todas las embarcaciones para mandar la gente a tierra, haciendo colocar en la primera todos los heridos, yendo cada bote al mando de dos oficiales para que regresaran por el resto de la gente. En el último mandé al 2º jefe comandante Raygada, para que organizara la gente en tierra e hiciera regresar algunas embarcaciones que hubieran llegado a tierra, lo que no pudieron verificar, pues las rompientes las destruyeron todas al llegar a la costa. Sin embargo, casi toda la tripulación estaba ya salvada, quedando sólo conmigo a bordo como veinte personas; entre ellas los tenientes primeros graduados don Pedro Garezon y don Melchor Ulloa, el id. 2º don Alfredo de la Haza, el alférez de fragata don Ricardo Herrera, el guardiamarina don Carlos Eléspuru, el corresponsal de “El Comercio” don José Rodolfo del Campo, el doctor don Enrique Basadre y el primer maquinista don Tomás Wilkins con su segundo. Más tarde se aproximó a nosotros el buque del mando de V. S. y mandó tres embarcaciones para transbordarnos a los que aún quedábamos en la fragata, lo que no hice hasta no prender fuego al buque, inutilizar los cañones y arrojar al agua las armas que no podían servir. Adjunto a V. S. una relación de los muertos y heridos habidos en la fragata de mi mando durante el combate. Réstame tan solo poner en conocimiento de V. S. que tanto los otros jefes, oficiales y tripulación del buque se han portado dignamente, mostrando valor y serenidad en todo el combate y sin separarse un solo instante de los puestos que tenían señalados. Al 2º jefe le había encargado de recorrer todo el buque durante el combate: al tercer jefe del cuidado de la batería, y como quedara fuera de combate a los primeros disparos del enemigo, ordené que lo reemplazara el capitán de fragata José Sánchez Lagomarsino que se encontraba en el fuerte, como jefe de la columna Constitución, que hasta ese momento permaneció a mi lado junto con el teniente 1º don Narciso García y García, el oficial de señales Salaverry y mi ayudante el teniente 2º don Enrique Palacios. Concluiré no sin manifestar a V. S. que uno de los últimos tiros de rifle del enemigo mató súbitamente al alférez de fragata don Guillermo García y García, uno de nuestros más inteligentes oficiales de marina. Dios guarde a V. S. JUAN G. MOORE ***
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