La Guerra del Pacífico: Los Héroes Olvidados, Los que Nunca Volverán
Un hombre solo muere cuando se le olvida |
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*Biblioteca Virtual *La Guerra en Fotos *Museos *Reliquias *CONTACTO Por Mauricio Pelayo González |
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PARTES OFICIALES SOBRE LA EXPEDICIÓN DE LA UNIÓN A MAGALLANES |
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Cuando a tu paso tropieces con una lápida, aparta la vista para que no leas: AQUÍ YACE UN VETERANO DEL 79. Murió de hambre por la ingratitud de sus compatriotas. Juan 2º Meyerholz, Veterano del 79
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PARTE DEL CORONEL CARLOS WOOD
COLONIA DE MAGALLANES - COMANDANCIA DE ARMAS. Punta Arenas, agosto 19 de 1879. Señor Ministro: El 16 del corriente, a las 11.30 A.M., se avistó fuera de este puerto un buque de guerra que se ponía al habla con el vapor alemán Sakkarah, que después de tocar aquí seguía viaje para el Pacífico. En previsión de que fuera buque peruano, mandé desembarcar los nueve hombres que componían la tripulación del pontón Kate Kellok, y envié a bordo al gobernador marítimo y comandante de dicho pontón, con orden de que cuando se cerciorase de que era buque enemigo el que estaba a la vista, pusiera fuego al carbón depositado en el Kate Kellok a fin de que no lo pudiera aprovechar aquel. Al mismo tiempo mandé bajar la tropa a inmediaciones de la playa y después hice establecer una guardia en lugar conveniente. Mientras tanto, el buque entró al puerto y fondeó con bandera francesa, y como la conservara más de media hora, el gobernador marítimo no pegó fuego al carbón y creyó conveniente volver a tierra a preguntarme si iría a pasar la revista de estilo, dejando mientras tanto en el pontón al guardián Francisco Lagos. Negué el permiso al gobernador marítimo y habiendo solicitado mi venia el vicecónsul de S.M.B. para ir él con su bandera, a fin de conocer la nacionalidad de ese buque y sus intenciones, accedí a su demanda. Era la 1.30. Poco después, del buque se destacó un bote y cuando estuvo próximo al pontón, aquel arrió la bandera francesa, permaneciendo sin izar otra. En este estado el bote llegó al pontón y habiendo tomado prisionero al guardián lo llevó al buque. A las 2.15, en el momento de llegar a bordo el vicecónsul, el buque izó bandera peruana. De regreso a tierra el vicecónsul me confirmó que era la corbeta peruana Unión que traía a su bordo al jefe de la segunda división naval don Aurelio García y García, quien le encargaba de decirme, después de un cortés saludo, que iba a tomar carbón del pontón y que necesitaba unos pocos víveres frescos; que si no era molestado desde tierra, no haría daño a la población. Contesté por el mismo conducto, que no discutía el derecho de la fuerza; por consiguiente sólo tomaba nota de que el guardián había sido tomado prisionero después de tener la Unión enarbolada la bandera francesa y media hora antes de izar la peruana; que no estando el pueblo en estado de defensa, no podía oponerme a que tomara el carbón que había en el pontón; pero que víveres no suministraría, y que si intentaba un desembarque, sería rechazado. Mientras tanto, llegó la noche y durante toda ella los botes de la Unión, tomando las lanchas que había en la bahía, se ocuparon en transbordar carbón del pontón. Al día siguiente 17, siguió el transbordo de carbón y un bote tomando a remolque la goleta chilena Luisita, la amarró por la popa de la Unión. El vicecónsul de S.M.B., después de transmitir mi contestación al jefe peruano, me informó que éste al oírla había manifestado su pesar por la suerte que correría Punta Arenas, y que, como un primer paso, en caso de no permitírsele que recibiera las provisiones que deseaba comprar a comerciantes extranjeros, destruiría toda embarcación que no perteneciera a potencias neutrales; pero que esas provisiones tenía que tomarlas y que esperaba que yo accediera a su razonable demanda, pues deseaba evitar la efusión de sangre. El vicecónsul agregó, por su parte, su opinión de que una resistencia armada conduciría a la destrucción de la colonia, sin ningún beneficio para Chile. Contesté que sentía profundamente por aquellos que pudieran ser perjudicados, pero que en cumplimiento de mi deber no podía permitir el embarque de los víveres perdidos. Instruido el jefe peruano de esta segunda negativa, me mandó proponer, por medio del vicecónsul, que si yo consentía el embarque de los pocos artículos que necesitaba, por su parte no cometería hostilidades contra el pueblo ni el puerto, pero que la persistencia en mi negativa ocasionaría los más graves resultados. A este tiempo el vicecónsul, con todos los comerciantes extranjeros, se me presentaron pidiéndome que tomara en cuenta el estado de desarme del pueblo y su inevitable destrucción, aún cuando yo resistiera un desembarque; que mi sistema de resistencia a las exigencias del jefe peruano sería la ruina de tanto chilenos como extranjeros, sin ventaja posible de mi parte; que esto les obligaba a protestar respetuosamente contra una resistencia del todo ineficaz, con otras consideraciones que sería largo detallar. Meditando en ellas y atendiendo a que las proposiciones de arreglo nacían del jefe peruano, quien se había negado a expresar su resolución sobre la colonia y el pontón, juzgué que podría obtener una ventajosa solución, y en consecuencia encargué al vicecónsul que se sirviera hacer saber al jefe de la Unión, como mi última e indeclinable resolución, que sólo consentiría en el embarque de las provisiones pedidas, si comerciantes extranjeros consentían vendérselas, con la condición de que empeñara su palabra de honor de no ofender al pontón y demás embarcaciones en la bahía, ni a la población. El vicecónsul me trajo en contestación que el capitán García aceptaba las condiciones y había empeñado al efecto su palabra y felicitándolo por la satisfactoria terminación de lo que había sido una muy grave dificultad. Varios comerciantes extranjeros procedieron entonces a embarcar tan rápidamente como fue posible los víveres que habían vendido. El día 18, a las 7 A.M., el jefe peruano devolvió a su fondeadero la goleta chilena Luisita y restituyó al pontón el guardián Lagos, y sin ocasionar daño alguno salió a las doce con rumbo al sur (Pacífico). Espero que con lo que dejo expuesto, V.S. y el Supremo Gobierno tendrán a bien prestar su aprobación a mi conducta en esta difícil emergencia, en que, dejando intacto el honor de la bandera, he podido conciliar, según mi conciencia, mis deberes militares con los que me imponen los intereses de esta colonia que me están confiados. A fin de que V.S. pueda apreciar en lo que importan los pocos víveres que recibió la Unión y que en nada constituyen un abastecimiento a su tripulación, sino unas pocas provisiones frescas para sus oficiales, tengo el honor de acompañar una relación de los que les fueron vendidos por el comercio extranjero. En el pontón había depositadas más o menos ciento veinte toneladas de carbón, que casi todo fue tomado por la Unión y además los objetos que expresa la relación adjunta. Dios guarde a V.S. CARLOS WOOD. Al señor Ministro de Marina. PONTÓN KATE KELLOK. Relación de los artículos tomados de este buque por la corbeta peruana Unión.
2 faroles de topa, luz blanca. Punta Arenas, agosto 19 de 1879. CARLOS WOOD. Víveres suministrados a la Unión por comerciantes extranjeros.
2 sacos verdura. Agosto 19 de 1879. CARLOS WOOD *** PARTE DEL COMANDANTE DE LA UNIÓN AURELIO GARCÍA Y GARCÍA
COMANDANCIA GENERAL DE LA 2ª DIVISIÓN NAVAL. A bordo de la Corbeta Unión.- Al ancla, Arica, septiembre 14 de 1879. Excmo. Señor general director de la guerra - B.S.G. Impuesto de las instrucciones que recibí de V.E. en este puerto el 30 de julio último, ordené al comandante de la Unión zarpar inmediatamente como lo hicimos a las 3 hs. A.M. del 31. El viaje que íbamos a emprender a lo largo de la dilatada costa enemiga y en la peor estación del año, hacía indispensable tomar precauciones extraordinarias para la mayor economía del combustible y así se efectuó desde el primer momento. Aparte de los accidentes naturales a una navegación de invierno, que fue siempre tormentosa en la costa Patagónica, nada extraordinario ocurrió en la travesía hasta el 13 de agosto, día en que, bajo un duro temporal del N., avistamos los nevados de la boca occidental del Estrecho de Magallanes, entrando en él a las 3 hs. 30 P.M. que demoraba el Cabo Pilar, al sur, distancia tres millas. Lo corto del día y cubierto del tiempo nos obligó a pasar la noche a la capa entre Westminter Hall, al cabo Packer y la costa sur de la Tierra del Fuego. Al amanecer del siguiente día 14 seguimos derrota hacia adentro del estrecho fondeando en la tarde en bahía Borja. El 15 lo pasamos en la bahía de San Nicolás, dominando tanto aquí como en el primer puerto los canales de pasaje en el estrecho. Habiendo dejado el último fondeadero temprano el 16, continuamos en demanda de la colonia chilena de Punta Arenas, donde dimos fondo ese mismo día a las 2 hs. P.M. Poco antes de tomar el puerto avistamos un vapor que se dirigía al Pacífico; acostado y reconocido resultó ser el vapor alemán Shakkarah de la línea Kosmos y cuyos papeles se hallaban en regla. Grande fue la alarma que nuestra presencia produjo en la población de Punta Arenas, cuyos habitantes, impresionados por las imposturas de algunos periódicos chilenos, huían despavoridos a los montes próximos, figurándose que íbamos a incendiar y echar a saco la población. Tuve la satisfacción de tranquilizarlos haciéndoles saber que las armas del Perú jamás se emplean contra poblaciones indefensas. Existiendo en el puerto un pontón del gobierno chileno que tenía una poca cantidad de carbón, aunque no de buena calidad, hice transbordar ciento dos toneladas que permitió el tiempo. Nuestras provisiones frescas fueron renovadas abonando su importe en efectivo. Por informes fidedignos supe aquí que doce días antes de nuestra llegada había zarpado con destino a Valparaíso y convoyado por el transporte Loa el vapor británico Glenelg cargado de armas y pertrechos para el gobierno de Chile. El 18, con barómetro bajo y viento N., dejamos Punta Arenas, recibiendo antes la visita del vicecónsul de S.M.B. señor Reynolds, quien a nombre de la población neutral venía a manifestarme el agradecimiento de que estaban poseídos por no haber sufrido nada en sus personas e intereses. El 20, con tiempo despejado y hermoso, salimos nuevamente al Pacífico marcando los Evangelistas en la tarde. Obligados a hacer la mayor parte del viaje de regreso a la vela, sin el aparejo completo, aquel ha sido sumamente penoso y dilatado, contrariados siempre por los vientos del norte o noroeste, y calma de muchos días consecutivos, que nos mantenían sobre la costa enemiga. Pero vencidos todos esos inconvenientes, inclusive la absoluta falta de carbón, acabamos de fondear sin la menor novedad, siéndome grato participar a V.E. que una vez más ha probado la dotación toda de esta corbeta la disciplina que tanto la distingue y su entusiasmo y sufrimiento en bien del servicio. Dios guarde a V.E., Excmo. Señor. AURELIO GARCÍA Y GARCÍA. ***
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La pintura en la Guerra del Pacífico
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