Doctor Ladislao
Cabrera
Era ya el día 22 y el Ejército chileno no aparecía. Como de
ordinario, ese día mandé dos hombres de observación al Alto de Calama: Oficial
Ruperto Jurado y un soldado de los Lanceros llamado Maldonado. Debían regresar
de 8 a 9 de la noche, por el vado de Huaita, que era poco conocido.
A las 11 de la noche, después de recorrer los puestos
avanzados, tomé el camino del vado secreto y salí al llano opuesto. Ninguna
noticia del oficial Jurado ni del Soldado. Era indudable que habían caído en
poder del enemigo.
Mi inseparable compañero, Eduardo Abaroa, único que tenía
conocimiento de mi plan, creía como yo que el Combate sería al amanecer. En
efecto, al disiparse las últimas sombras de la mañana, con el auxilio del
anteojo era fácil notar la nube de polvo que el enemigo hacia el desembocar de
la quebrada.
Nos hallábamos a poco más de seis millas de distancia.
Advierto a mi tropa la presencia del enemigo. ¡ Con que
alegría recibe esta noticia !. Había tiempo de tomar con calma las últimas
medidas. Ordenando la distribución de todas las municiones, me dirijo al pueblo,
que se hallaba profundamente alarmado con la vista de todo un Ejército. Más de
una persona a mi paso me dice: "Pero señor si es todo un ejército que baja. ¿No
lo ve usted? Ustedes son tan pocos, no salvará ninguno.
Mis órdenes para la incorporación de todas las avanzadas se
había cumplido y tenía los 105 hombres armados, unos de rifles, algunos de
escopeta y los demás con fusiles. Los 30 lanceros recibieron la orden de
colocarse a retaguardia del puente de Topater.
El enemigo tardó poco en desprender dos partidas de
Caballería, protegidas por tropas de infantería. La una por el camino a Topater
y la otra a Carvajal. Además, cada una de esas partidas tenía artillería.
La partida de Caballería enemiga que tomó a nuestra vista esa
dirección (Huaita), había pasado el vado, situándose dentro de unas murallas de
adobe de antiguas casas.
Nos hallábamos divididos solo por un pilón de pasto seco. No
podían vernos, de manera que pude colocar a unos pocos oficiales y soldados
convenientemente detrás del pasto seco. Hacen fuego a mi primera orden de
mampuesto y a distancia cuando más de diez metros. El enemigo se pone en
precipitada fuga, sin hacer ni un tiro de rifle, y repasa el vado perseguido por
los fuegos certeros de mi tropa. Se podía ver varios caballos sin jinetes que
seguían a los fugitivos. En la primera descarga habían caído diez jinetes y
algunos más al repasar el vado.
En ese momento sentía un fuego nutrido en Topater. Me dirijo
allí a escape. El Teniente Coronel Delgadillo al separarme me pregunta: ¿Qué
instrucciones debo cumplir?. Tengo presente haberle contestado: Dejarse matar
antes que el enemigo tome este vado.
El valiente Eduardo Abaroa, segundo jefe de los rifleros y a
quien dejé en Topater con 8 de aquellos para la defensa de ese paso, con el
Coronel Lara, contraviniendo a mi orden, había pasado el río sobre dos vigas de
madera y se batía al otro lado hacia el campo enemigo. Le obligué a que ocupara
su puesto en el establecimiento de beneficiar metales situados en la margen del
Loa.
Cuando tenía lugar lo anterior, un Batallón enemigo que vestía
pantalón colorado y levita azul, empezaba a romper el fuego avanzando hacia
Yalquincha.
En Topater y Yalquincha la resistencia era tenaz. El enemigo
no había avanzado ni una sola línea sobre el río. Mas bien había retrocedido
varias veces, especialmente la Caballería que precedía a los batallones. Hubo un
momento en el que creí que estaban en completa derrota.
El combate duraba ya más de una hora y tres cuartos. Los
fuegos del enemigo aumentaban en actividad. Mi inquietud por la escasez de
municiones aumentaba.
Subo sobre una casa próxima, donde encontré a una familia
llena de terror. De esa altura pude notar cuanta era la diferencia de las
fuerzas que atacaban respecto de las mías. Sin embargo, éstas resistían sin
perder terreno. Una mujer me advertía que caían muchas balas en la casa.
Ponía el pie en el estribo para volver a Topater y Yalquincha
cuando se me anunció que una numerosa fuerza enemiga, por puentes que había
traídos construidos, pasaba por Chunchuri y se dirigía al pueblo. Eran las 9 A.
M. , La resistencia continuaba; ninguno de los puntos atacados cedía. El enemigo
hizo entrar en combate el total de sus fuerzas que constaba de cinco cuerpos:
dos batallones, el 2° y el 4°; un regimiento de húsares, una brigada de
artillería y un Batallón de Cívicos de Caracoles. Ascendían a 1.400 o 1.500
hombres.
Me dirigí solo al pueblo, pues mis ayudantes se hallaban en
comisión. Al llegar encontré un corneta que estaba en el vado de Huaita con el
Teniente Coronel Delgadillo y me dio noticias circunstanciadas: realmente, por
Chunchuri había penetrado fuerza enemiga; los defensores de Huaita, agotadas las
municiones, abandonaron el vado.
Se notaba, al mismo tiempo que en Topater y Yalquincha había
cesado casi el fuego. ¿Que había ocurrido allí?
Avancé sobre Topater en busca de Abaroa, de quien supe, por
uno de los soldados, que aún se mantenía en sus puesto. Su rifle Winchester
tenía 300 tiros de dotación. Me fue ya imposible llenar mi objeto porque
interceptaba el paso un gran incendio que se producía cerca. Perdida toda
esperanza tome el camino de Chiu-Chiu. Algunos otros soldados de mi tropa
tomaban la misma dirección.
Cuantas veces volvía la vista hacia Calama se distinguían
gruesas columnas de humo que nacían del incendio. ¿Que había sido de los jefes
Abaroa, Delgadillo y Patiño? ¿Qué de los oficiales y soldados que faltaban?. Me
sorprendió que después del Combate no hubiéramos sido perseguidos. Habríamos
sido tomados en el camino a Chiu-Chiu pues no teníamos como proteger nuestra
retirada.
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