La Guerra del Pacífico: Los Héroes Olvidados, Los que Nunca Volverán
Un hombre solo muere cuando se le olvida |
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*Biblioteca Virtual *La Guerra en Fotos *Museos *Reliquias *CONTACTO Por Mauricio Pelayo González |
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URRIOLA ELÉSPURU, PEDRO |
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Cuando a tu paso tropieces con una lápida, aparta la vista para que no leas: AQUÍ YACE UN VETERANO DEL 79. Murió de hambre por la ingratitud de sus compatriotas. Juan 2º Meyerholz, Veterano del 79
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Nació en Santiago Hijo de Martiniano Urriola Guzmán y doña Carolina Eléspuru Este joven se desenvolvía tranquilamente entre sus estudios y el cuartel de bomberos cuando el clarín de la guerra sonó y lo llamó a los cuarteles. Ingresa el 19 de Abril de 1879 como subteniente de la segunda compañía del Batallón Cívico Movilizado Chacabuco. El primer mes de entrenamiento lo hicieron en San Bernardo, para luego viajar al norte para continuar sus labores en Salar del Carmen y Antofagasta. En octubre tras el combate de Angamos es enviado junto a su unidad a Mejillones, donde fueron parte de las tropas que rindieron honores a Grau y demás caídos en el combate de 8 de Octubre en sus funerales. Cumplida la misión de honor, se embarcan en la Escuadra chilena para encontrarse en el Asalto y Toma de Pisagua el 2 de Noviembre de 1879. Tras el desembarco es ascendido a teniente. No tuvo la fortuna de llegar a participar a la batalla de San Francisco, por lo cual cuando se les avisó que debían partir a Tarapacá, en busca de un enemigo cansado, batido y desmoralizado, lo hicieron con el mayor patriotismo. Que equivocados estaban, se encontrarían con un enemigo bastante bien preparado. En la batalla, el teniente Urriola fue uno de los cientos de caídos, pero ese solemne momento es digno de conocer, y Nicanor Molinare en su Batalla de Tarapacá lo narra así: " El capitán Dávila Baeza, perdía a su teniente Urriola a quien su amigo y compañero el subteniente don Ramón Sotta Dávila, que tenía, a pesar de sus juveniles años, corazón y pecho de gigante, se lo echa al hombro y lo saca de la línea del fuego; pero los infantes peruanos lo persiguen; hace alto entonces el bravo subteniente y deposita su carga y al frente de diminuto pelotón de chacabucos se bate breves instantes, contiene él avance enemigo, toma su sagrada carga en hombros y emprende de nuevo la retirada. Y esta operación la repite, Sotta Dávila, tres o cuatro veces. Urriola ruega a su amigo que se salve; él está bandeado en ambas piernas y cree que sus heridas son mortales; no es posible pedir tanto a la amistad “Déjame Nonatito, dice nuestro querido amigo de la infancia y de las aulas, el brillante mártir de Tarapacá Pedro Urriola, déjame y sálvate, déjame morir mirando al enemigo y peleando; dame un rifle Nonato.” Y Sotta Dávila no contesta, toma alientos y continúa su retirada. Y cuando ya el enemigo perdía la esperanza de alcanzar y rendir ese pequeño grupito de bravos, traidora bala hiere a Ramón Sotta Dávila, en el cuadril derecho, trayéndolo a tierra junto con su amigo el teniente Urriola. Sin embargo, aquella herida no era grave porque el proyectil, perforando la caramayola había perdido un tanto su fuerza, y Sotta Dávila, así herido quiere continuar su benéfica misión; pero la sangre le hace flaquear la pierna y no puede levantar a su amigo, a quien, después de armar y amunicionar, abandona para siempre. Urriola queda solo en medio de aquel desierto y candente arenal, y el enemigo, que llega poco después, lo ultima, cebándose en su cuerpo con singular salvajismo y con mutilaciones que son un estigma de oprobio para el peruano que no respeta a los heridos ni al pudor. A los pocos días, llega su padre, comandante del Navales, a recoger los restos de quien fuera su primogénito.
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